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25º Bocadito de cine - Remando al viento, un desafío al Creador

25º Bocadito de cine - Remando al viento, un desafío al Creador

En este día que brilla en el calendario como una estrella gigante,  hablaremos, siguiendo a nuestro colaborador Alfredo Moreno, de  una de las mejores películas españolas de todos los tiempos, la espléndida Remando al viento, dirigida en 1988 por el cineasta Gonzalo Suárez, director atípico del cine español, y sin duda el más literario, con títulos como Epílogo o Don Juan en los infiernos

Este guión se basa en la famosa reunión que mantuvieron en Villa Diodati, Ginebra, los escritores Lord Byron, John Polidori, el matrimonio Shelley y el filósofo William Godwin, en una noche de tormenta cuya consecuencia fue el nacimiento de la famosa novela Frankenstein, de Mary Shelley. Esa reunión se toma como punto de partida  del trágico destino que tuvieron todos los personajes que se involucraran en la forja del nuevo Prometeo.

Después de la derrota de Bonaparte y finalizado el Congreso de Viena, Europa se ve inmersa en una época de cambios sociales y políticos: se intenta profundizar en los conceptos de la Revolución Francesa en detrimento del Antiguo Régimen, comienzan a sentarse las bases de las reivindicaciones obreras y también empiezan a despertar las conciencias nacionales que tantos desastres traerán en un futuro no muy lejano. Al mismo tiempo, el Romanticismo se encuentra en pleno apogeo.

En este marco se desarrolla la historia, inspirada en hechos reales, que cuenta las jornadas que estos personajes compartieron en Villa Diodati. El estupendo vestuario, la escenografía, las magníficas localizaciones naturales y los exteriores escogidos dotan a esta película de un magnetismo misterioso, repleto de poesía y al mismo tiempo cercano a la puesta en escena teatral. Las secuencias rodadas en exteriores profundizan en la estética romántica como forma de mostrar las firmes convicciones de quienes pertenecían a esta corriente:

Una noche de tormenta, de esas que en Villa Diodati transcurren leyendo poesía a la luz de una vela o jugando una partida de billar, Shelley, Byron, Polidori, Mary y Clara se entretienen leyendo y contando historias de fantasmas en un entorno lúgubre. Entre ellos apuestan a ver quién es capaz de escribir la mejor historia de terror.  De ahí nació El vampiro, de John Polidori, y por supuesto, Frankenstein o el moderno Prometeo.

Pero la película, que está contada a modo de flash-back por una solitaria Mary que es pasajera de un barco que surca aguas árticas en busca de la Criatura que ella misma había creado (remedando así el director el principio y final de la obra literaria, que Mary Shelley situaba en las heladas superficies árticas) realiza el seguimiento de las vidas de estos personajes que coincidieron aquella mágica noche y los desgraciados avatares que les sucedieron a ellos y a quienes los rodearon, y para ello utiliza como vehículo al monstruo, la Criatura ideada por Mary Shelley, el Prometeo de su obra (al que por cierto, todo el mundo identifica como “Frankenstein”, olvidando que éste no es su nombre, sino el de su creador; el monstruo no tiene nombre) cuyas espectrales apariciones tienen lugar siempre como anuncio de la catástrofe que está a punto de sobrevenir. 

Esas apariciones se rubrican además con sus frases de diálogo, apenas pronunciadas, y que rememoran palabras dichas por los propios personajes en momentos anteriores de la película y que parecían estar presagiando, sin darse cuenta, su propio desgraciado final. De este modo, se nos muestra la Criatura, no como un espectro o una presencia ajena a los personajes, sino como una proyección de su propia alma que cobra vida, como un reflejo del lado oscuro de cada uno de ellos en el espejo de un futuro fatal.

Película de admirable factura, de fotografía y localizaciones espléndidas, de estupendo pulso narrativo, de encanto literario absoluto y fantástico guión que ensambla historia, literatura, realidad, ficción e imaginación, además de algún problema de ritmo y quizá excesiva recreación en determinadas tomas o situaciones, encuentra quizá su punto flaco en los actores. Hugh Grant interpreta a Byron, antes de convertirse en actor de una sola cara y un solo papel, en la experiencia cinematográfica más extraña de su vida, como él mismo ha dicho. Valentine Pelka, que más tarde aparecerá en cintas como El pianista, de Roman Polanski, interpreta a Shelley, Lizzy McInnerny es Mary, y una irreconocible Elizabeth Hurley, pareja de Grant entonces, es Clara (antes de convertirse en una siliconada y frívola actriz de escaso talento y más que discutible encanto, paraíso de los cirujanos plásticos). Junto a ellos, algunos actores españoles, como el gran José Luis Gómez como Polidori, la Criatura interpretada por José Carlos Rivas (más cercana en su caracterización al monstruo descrito en la obra literaria que al recreado sobre Boris Karloff con cicatrices y tornillos en la película clásica), un José María Pou como aduanero italiano que come a dos carrillos mientras realiza una quijotesca criba entre los libros que los Shelley llevan en su equipaje al penetrar en Italia, y una jovencísima Aitana Sánchez-Gijón como joven e idealista amante de Byron.

La música de Mozart sirve de marco para la acción, mientras que el inicio de la película nos introduce en el inquietante mundo de sueños, ilusiones, amores y pesadillas que vamos a presenciar con los mágicos y sublimes acordes y melodías de la Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis, compuesta por el músico inglés Ralph Vaughn Williams (1872-1958), extraordinaria composición, emocionante, lúgubre y majestuosa, sensible y bellísima al mismo tiempo, que se corresponde perfectamente con la narrativa y la estética de esta gran película.

Remando al viento es una película que hará las delicias de quienes aman la literatura y a sus autores, pero de la que deberán abstenerse quienes esperen acción, sexo o historias banales y prescindibles. Una obra cumbre del cine español que escapa de las fórmulas tan manidas y repetidas hasta la náusea, y que por eso se ha revalorizado con el transcurso del tiempo.

Este espacio cuenta con el respaldo de la Escuela de cine Un perro andaluz y la colaboración de la tertulia Habladores de cine,

Te deseo paz y alegría serena.

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