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Bocaditos de cine

29º Bocadito - Luis Buñuel: el cine es un sueño dirigido

29º Bocadito - Luis Buñuel: el cine es un sueño dirigido

En este día que brilla en el calendario más que la luna llena hablaremos de Luis Buñuel, de la mano de Vicky Calavia.

 El cine es un sueño dirigido. Esta frase tan visionaria como cierta es del director turolense don Luis Buñuel, nacido en Calanda con el siglo XX, un 22 de febrero de 1900, y que desarrolló su obra entre España, México y Francia.

Alabado y admirado a partes iguales por directores de la talla de Woody Allen o David Lynch, Buñuel es el maestro de los mundos oníricos, el mago de los sueños hechos cine, el demiurgo de las fantasías del inconsciente humano plasmadas en un haz de luz y de misterio.

Para Buñuel el cine es también un instrumento de poesía, una alternativa moral, un medio de expresión de los sueños y de sus códigos éticos.

Obsesionado y fascinado por la muerte, la religión y sus restricciones, la noción de erotismo unida indisolublemente al pecado, el fetichismo de los pies femeninos, la frustración de los deseos, los celos, el universo filosófico y moral de Sale, el comportamiento de los insectos, los celos elevados a psicosis, sus amigos surrealistas, el dadaísmo, Ramón Gómez de la Serna, el anticlericalismo, la libertad y el azar, la fe y la duda…

De costumbres monacales, don Luis es también un puritano, a quien le horroriza mostrar sexo explícito en sus películas y le produce un profundo asco ver un beso apasionado en la pantalla; un “macho español”, amante del vino y de las largas tertulias, rodeado siempre de sus amigos, mientras Jeanne, su mujer, come sola en la cocina sin piano…

Sin embargo Buñuel siente el amor como la mayor fuerza creativa y destructiva del hombre, ante la imposibilidad del auténtico sentimiento amoroso, inalcanzable, sólo plasmado en ese amor fou que lleva a la muerte o al suicidio…

Su legendaria sordera es su arma personal para aislarse del mundo cuando prefiere no saber, o hacer oídos sordos a comentarios desafortunados de periodistas y colegas, a quienes gasta bromas marca de la casa, quizás para evadirse de la monotonía y la zafiedad que a veces nos rodea. Es lo irracional e inesperado irrumpiendo en la vida cotidiana, bienpensante y burguesa, poniendo todo patas arriba y en tela de juicio nuestras costumbres sociales, políticas, religiosas, familiares y morales.

Trabajador incansable, llega a realizar a ritmo frenético hasta tres películas al año, abarcando una filmografía entre 1929 y 1977 de 33 títulos. Todos ellos en colaboración con grandes figuras de la historia del cine, desde el productor Gustavo Alatriste, el director de fotografia Gabriel Figueroa, las actrices Silvia Pinal, Caterine Deneuve o Jeanne Moureau, los actores Paco Rabal o Fernando Rey, los guionistas Julio Alejandro y Jean Claude Carriere... hasta amigos anarquistas y productores ocasionales como Ramón Acín…

Si me dijeran: te quedan veinte años de vida, ¿qué te gustaría hacer durante las veinticuatro horas de cada uno de los días que vas a vivir?, yo respondería: dadme dos horas de vida activa y veinte horas de sueños, con la condición de que luego pueda recordarlos.

El 29 de julio de 1983 fallece Luis Buñuel Portolés en Ciudad de México. Su último suspiro es una confesión al oído a Jeanne: Ahora sí que muero.

Simón en el desierto predica mientras una devota Viridiana reza subida al cielo, donde la espera Nazarín, que camina hacia abismos de pasión con la mutilada Tristana, acompañados por un perro andaluz, de edad de oro. En el gran casino el gran calavera confiesa que Susana es la hija del engaño, una mujer sin amor que ilusionada viaja en tranvía hacia Las hurdes, esa tierra sin pan, donde los olvidados del mundo ensayan un crimen de muerte en el jardín. La joven ungida por el angel exterminador se adentra en la via láctea al caer la aurora, soñada por Robinson Crusoe y leída por Belle de jour en el diario de una camarera, con ese aroma inconfundible del discreto encanto de la burguesía. La libertad es un fantasma, un oscuro objeto del deseo... ese deseo, Él, siempre el deseo…

Este espacio cuenta con el respaldo de la Escuela de Cine Un perro andaluz y la colaboración de la tertulia Habladores de cine.

Te deseo paz y alegría serena.

Hasta pronto.

28º Bocadito - El culto a lo vacío / El retrato de Dorian Grey

28º Bocadito - El culto a lo vacío / El retrato de Dorian Grey

En este día que brilla en el calendario más que la constelación de Orion, de la mano de nuestro buen amigo Alfredo Moreno, hablaremos de la película El retrato de Dorian Gray, del director Albert Lewin, que realizó solamente dos películas, ambas sobresalientes.   La otra es Pandora y el holandés errante, comentada en un bocadito anterior. 

Albert Lewin escribió y realizó en 1945 la que, hasta la fecha, es la mejor adaptación de la inmortal novela de Oscar Wilde. Se ha dicho a menudo que se limita a copiar fielmente los diálogos de la novela y a mutilar diversos fragmentos y reflexiones. Injusta valoración propia de quien critica el cine según un modelo meramente literario y no cinematográfico, por no mencionar el hecho de que sería estúpido pretender adaptar la obra, como han hecho todas y cada una de las versiones posteriores, sin incluir las magistrales conversaciones que escribió Wilde, en las cuales reposa la mayor parte de la carga filosófica, moral e intelectual de una obra maestra de la literatura.

La historia es bien conocida: Dorian Gray (interpretado por Hurd Hatfield) es un elegante y sofisticado joven de la alta sociedad londinense cuya belleza angelical no pasa desapercibida para las mujeres y cuya fortuna permite que su futuro matrimonial sea objeto de interminables polémicas en los salones de té de las damas de la aristocracia. Esa belleza no le pasa inadvertida a Basil Hallward, un pintor en horas bajas que descubre en el rostro de Dorian el vehículo para la realización de un retrato perfecto. Dorian, complacido en su vanidad, accederá a ello y acudirá con frecuencia al estudio del pintor, donde conocerá a un cínico y sarcástico lord llamado Henry Wotton (interpretado por un impecable, absorbente, magnético George Sanders), que se ve inmediatamente atraído por la personalidad de Gray y por el efecto que una belleza tan perfecta ejerce en él mismo y a su alrededor. La amistad (o mejor dicho, dependencia) que surge entre ambos les lleva a compartir innumerables veladas.  La vanidad de Dorian, su propia frustración al comprender que su éxito social se debe a su belleza y no a quien realmente es él bajo la capa de piel que lo cubre, le hará formular en voz alta el deseo de permanecer siempre hermoso, pacto implícito con el diablo que se cumplirá y que hará que durante más de veinte años sea el retrato de Basil, y no él, quien sufra las consecuencias del paso del tiempo, pero también de la decadencia moral en que se sumirá el propio Dorian en su lucha por conservar a la fuerza los efectos de una belleza que no era tan exterior.

La relación entre ambos, esa homosexualidad latente con tendencia a la dominación, sirve para la introducción de todas esas píldoras de sabiduría de las que la novela es una interminable fuente de la que extraer aforismos. Experiencia es la palabra con la que llamamos al conjunto de nuestras equivocaciones.  En especial, el personaje de George Sanders es un continuo altavoz de genialidad del que a cada momento emanan axiomas metafísicos y existenciales.  Lord Henry, cual Pepito Grillo del averno, es la voz de la conciencia del propio Dorian que lo inclina al mal camino de la explotación sin límites de su narcisismo, y a la persecución continua de una acumulación de satisfacciones con la belleza exterior como única raíz.

Así, Wilde nos habla de la perversión del culto a la belleza como único ingrediente de la vida o del arte… de la belleza o más bien de la superficialidad.  Critica la vanidad y la autocomplaciencia, no ya de quienes son tan débiles de dejarse arrastrar por tales valores, sino de quienes dejamos que sean los que gobiernan una sociedad corrupta y podrida donde se exalta lo vulgar, lo feo y lo vacío, que Lewin traslada acertadamente con esa atmósfera entre gótica y onírica que salpica toda la película y que está emparentada con los ambientes de horror de los cuentos de Edgar Allan Poe.

En particular, la habilidad de Lewin para la utilización de los escenarios como acertado complemento del retrato interior de cada personaje resulta notable, así como la pormenorización en determinados objetos que sirven para marcar pautas narrativas, ya sea, por ejemplo, el propio retrato, en el que, sobre todo al principio, se sugieren las primeras mutaciones en su constitución moral con la utilización de distintos ángulos de cámara, como en el uso del color y su contraposición al blanco y negro predominante en la cinta, o esa estatuilla de un ídolo egipcio cuyo plano de detalle aparece siempre que se invoca el pacto diabólico que Gray ha urdido con la providencia y el paso del tiempo.

La recreación de la atmósfera y de la tensión narrativa nos hace pasar sucesivamente del terreno del drama de época al suspense criminal y de ahí al cuento de terror gótico precursor de otras cinematografías más recientes, al mismo tiempo que en esencia conserva los parámetros críticos que Wilde plantea en su novela, su agudo retrato de las debilidades del ser humano, de sus ambiciones, anhelos e imperfecciones, de su moral a la carta, todo adornado con un ingenio que inquieta a la vez que hace sonreír tanto por el poder y la fuerza irreprochable de sus argumentos como por la sutil ironía que suele acompañarlos, una vez más, gracias a la magnífica interpretación de Sanders, muy por encima en su papel de cualquier otro actor de la cinta.

Una magnífica película, estupenda adaptación de una todavía mejor novela, imprescindibles ambas para mirarnos al interior de nosotros mismos y reflexionar acerca de conceptos tan vigentes hoy en día como la hipocresía, la moral colectiva, los valores y costumbres inducidos a través de la llamada “aceptación social” y la superficialidad utilizada como anestesia a través de la cual confundir la falta de reflexión, de duda, de pensamiento, con la ansiada felicidad.

Bocaditos de cine recomienda el blog de Alfredo Moreno 39escalones.

Este espacio cuenta con el respaldo de la Escuela de Cine Un perro andaluz y la colaboración de la tertulia Habladores de cine.

Te deseo paz y alegría serena.

Hasta pronto.

27º Bocadito - BLADE RUNNER, el replicante rebelado

27º Bocadito - BLADE RUNNER, el replicante rebelado

En este día que brilla en el calendario tanto como Marilyn Monroe, nos iremos con Alfredo Moreno al año 2019 para encontrarnos con Ridley Scott y Harrison Ford en un mundo delirante con Blade Runner.

En 1968 el reputado autor de novelas de ciencia ficción, Philip K. Dick publicó ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Catorce años después apareció una mente cinematográfica y un bolsillo con 28 millones de dólares para adaptar a la pantalla esa obra, si bien la acción en la película no se situó en 1992 como en la novela, sino en 2019, como quien dice, pasado mañana. El resultado fue una de las obras maestras, quizá la mayor, del género de la ciencia ficción.

En una futurista Los Ángeles, habitada en su mayoría por asiáticos, repleta de publicidad electrónica (verdadera publicidad, pues fue incluida en la película para financiar en parte los enormes costes) y donde no se ve ya la luz natural del día a causa de la extrema polución y la contaminación lumínica, la empresa Tyrrel Co. ha desarrollado una nueva especie de androides, llamados replicantes, la más perfecta ideada hasta entonces. Sus prestaciones son magníficas, resultan absolutamente humanos en todas sus acciones y formas de razonar. Para prever errores y sobresaltos ante posibles ansias de autonomía de estas máquinas, el fabricante les ha instalado una vida máxima de cuatro años. Sin embargo, este robot ha alcanzado tal grado de perfección que muchos expertos consideran que su cerebro artificial es tan exacto al humano que las máquinas son capaces de elaborar sus propias respuestas emocionales.

Un grupo de seis replicantes se fuga de una colonia especial y creen que han vuelto a la Tierra.  Deckard es un antiguo policía de una brigada destinada a la eliminación de los replicantes que cometían actos no programados por errores de funcionamiento.  El nombre de esta brigada es el título de la película: Blade Runners. Sus jefes lo reclaman para capturar a los fugados.

El dilema de Deckard por eliminar a unos androides con emociones y sentimientos plenamente humanos y que luchan por su supervivencia es la premisa del drama de la película.

Abundan los libros y artículos dedicados al turbulento rodaje de esta gran obra, a las malas relaciones de Harrison Ford y la insípida Sean Young (de hecho, en la escena de amor entre ambos, el forcejeo entre ellos es auténtico, real, no fingido), las protestas de los técnicos por el agotador ritmo de trabajo, o la falta de química entre el director y el propio Harrison Ford. Ello, unido al fracaso económico del estreno y al desconcierto que causó en la crítica, hizo crecer la rumorología y la mitomanía acerca de esta película, que pasó a engrosar las filas de las llamadas películas malditas. Sólo para un reducido grupo de críticos y aún más reducido grupo de espectadores la película era valorada en su justa medida, pero la aparición en 1992 de un nuevo montaje dirigido por Ridley Scott, en el que se añaden algunas escenas, se completan explicaciones y se da una nueva versión del final, colocaron por fin a la película en el lugar que le corresponde en la cinematografía mundial.

Como mayor virtud de la cinta podemos destacar el formidable diseño de producción para ofrecernos una ciudad futura completamente desolada, iluminada artificialmente, repleta de gases, vapores, atestada de gente y sumida en la lluvia ácida. La riqueza de la simbología de la película ha dado pie a multitud de literatura, incluso más que sobre los pormenores del rodaje. Para muchos se trata de una película que habla de la religión, ocupando Tyrrell el lugar de Dios, que crea las máquinas a su imagen y semejanza humanas, con una vida limitada, un valle de lágrimas como el anunciado por los monjes medievales, y con un contador temporal limitado, mientras a lo largo de esa vida limitada él observa desde su promontorio tecnológico el discurrir de sus tristes e insignificantes vidas.

Igualmente, la película tiene la virtud de aunar sin que chirríen dos géneros en apariencia incompatibles, el cine negro y la ciencia ficción, creando un efecto sensacional. Ford se quejó de su mera presencia como monigote en los magníficos decorados de Scott, y su desconcierto, tampoco fingido sino real al no entender cómo y dónde debía moverse en cada escena, le confieren un matiz de desorientación y presencia atormentada a su personaje difícilmente conferibles de otro modo.

Varios cabos sueltos del guión contribuyen a acrecentar el tema de la película: el verdadero sentido de la vida, el por qué: ¿cuál es nuestra naturaleza? ¿por qué y para qué estamos aquí? ¿por qué tenemos que morir? ¿por qué hemos nacido? ¿cuál es nuestra función en el paso por la vida? Aparecen la ciencia ficción y unas máquinas para plantear cuestiones existenciales que son profundamente humanas, a las que se ha intentado dar respuesta con la ciencia, la filosofía y sobre todo a través de la religión, y que a día de hoy, siguen suponiendo una frustración imposible de solventar,

Una explicación al éxito en vídeo y DVD es que la cantidad y calidad de las imágenes que ofrece la película es tanta que muy pocos suelen conformarse con verla sólo una vez.  Rodada en decorados humedecidos por la lluvia y la neblina que caracterizan esta película en la que apenas se ve el sol, “Blade Runner” unió el alma caótica de Nueva York, Londres, Bangkok y Hong Kong en un diseño visual mil y una veces imitado desde entonces y bautizado como ciberpunk, mezcla de tecnología y marginalidad existencialista.

La película es una experiencia visual sensacional, pero también musical. A destacar la hermosa música del compositor griego Vangelis. Al final de la película se solapan el tema de amor que sirve de motivo a lo largo de toda la cinta y la famosa sintonía de un programa de documentales de La 2.

Bocaditos de cine recomienda el blog de Alfredo Moreno 39escalones.

Este espacio cuenta con el respaldo de la Escuela de Cine Un perro andaluz y la colaboración de la tertulia Habladores de cine.

Te deseo paz y alegría serena.

Hasta pronto.

 

26º Bocadito de cine - En el nombre del padre, el terrorismo combatido por leyes ilícitas

26º Bocadito de cine - En el nombre del padre, el terrorismo combatido por leyes ilícitas

En este día que brilla en el calendario más que llos tejados del Taj Mahal, navegaremos de la mano de Alfredo Moreno por los entresijos de la película En el nombre del padre.

En las décadas de los sesenta y setenta proliferaron en Europa una serie de grupos terroristas. Entre ellos, estaba el IRA, como una nueva forma de enfrentarse al secular conflicto que suponía la ocupación británica de la isla de Irlanda.

En aquellas décadas, muchos Estados europeos idearon las llamadas leyes especiales contra el terrorismo, en las que se permitían actos de dudosa legalidad en una democracia, como registros, escuchas telefónicas, grabaciones, fotografías, violación de correo privado e interrogatorios sin presencia de abogados.

Uno de los aspectos más condenables de aquellas leyes eran las detenciones preventivas de sospechosos por terrorismo para ser interrogados sin la presencia de abogado y con total ausencia de las mínimas garantías de habeas corpus.

En este marco es donde se ubica la historia de En el nombre del padre, que Jim Sheridan, dirigió en 1995 y que se basa en la novela autobiográfica de Gerard Conlon, el personaje al que da vida Daniel Day-Lewis, y que describe su odisea propia, de su familia y de un grupo de amigos en las cárceles británicas, acusados de unos hechos que no cometieron y cuya detención y posterior condena se produjo sobre la base de una de esas leyes antiterroristas de contenido invasivo. 

Nos encontramos en los 70, años de liberación sexual, música, drogas, huida de los convencionalismos sociales… En este clima, en Belfast, malviven jóvenes de familias católicas, rechazadas por la comunidad protestante, que tiene en sus manos el poder político y las fuerzas de seguridad. Muchos de esos jóvenes cometen pequeños delitos para salir adelante, pagar sus cervezas o sus drogas. Gerry Conlon-Daniel Day-Lewis es uno de ellos. Los continuos problemas en los que se meten él y sus amigos hacen que algunos de ellos sean enviados a Inglaterra a buscar trabajo, o simplemente para huir de un ambiente duro. Gerry Conlon es uno de los que hacen el viaje a Londres, donde entrará en una comuna en la que encontrará sexo y drogas.

Por aquel entonces el IRA prepara un atentado con bomba en una taberna de Guildford que causará cinco muertos. Gerry será detenido en Belfast porque su nombre aparece en las declaraciones de sus amigos, que han sido interrogados en Londres.

A partir de ahí comenzará para los detenidos un interminable proceso de aberraciones jurídicas que en la película solamente se apuntan, encaminadas a la obtención de unas confesiones en las que se buscan unos responsables confesos que poder vender a una sociedad atemorizada. Tan estrafalario montaje policial lleva a la detención de la tía de Gerry, sus primos, y de su padre. La culminación de toda la farsa tendrá lugar en un juicio-espectáculo que fijará la condena de todos los implicados a penas que van de los catorce años de cárcel a la cadena perpetua para Gerry y sus amigos. Su padre será condenado a 30 años, es decir, prácticamente a morir en prisión. Estas condenas no se conmutarán ni cuando confiesa el auténtico responsable de los atentados. Las jerarquías policiales deciden ‘no meneallo’ por el escándalo que puede producirse.

La película se detiene a examinar las relaciones tortuosas entre Gerry y su padre durante la larga estancia en la cárcel, la negación de Gerry de la realidad, su resignación, y su caída en las drogas. Incluso el auténtico autor de los atentados coincide en la misma prisión que Gerry y su padre, y el odio que a Gerry le genera, unido a la enfermedad de su padre, harán que Gerry se dedique a buscar una salida a su situación dentro de los cauces legales, ayudado por una abogada que ha visitado la cárcel, interpretada por la fantástica Emma Thompson. Tras largos años de lucha legal lograrán reabrir el caso y llevar la película a uno de los finales más emotivos, furiosos y redondos de los últimos años.

La película es el retrato de la falsedad de los valores de una sociedad, de la puesta en evidencia de una mentira y de la muerte de la inocencia ante esa mentira. Como toda obra de arte, la película plantea diversos y casi interminables niveles de lectura: desde la marginación de los católicos en la Irlanda del Norte de la época frente a una minoría poderosa que ostenta el poder es capaz de reservarse los derechos y los beneficios para sí, hasta  el hecho de que incluso en el poder opresor hay quienes, como la abogada interpretada por Emma Thompson, ponen a las ideas y a las virtudes del sistema democrático por encima del interés partidista, combatiendo las presiones políticas de dar carpetazo a un caso arruinando la vida a ocho personas inocentes

Todos los intérpretes plasman unos magníficos trabajos. En especial Daniel Day-Lewis, Pero también están fantásticos Emma Thompson, Pette Postlethwaite o Corin Redgrave, y esas incontables gotas del inmenso océano de actores secundarios ingleses e irlandeses. Otro punto fuerte de la película es la música: Bono, Hendrix, Sinnead O’Connor, Bob Marley…

 En el nombre del padre es toda una experiencia. En su momento se la calificó como película antibritánica y se creó cierta polémica por el retrato que daba del gobierno y policía británicos y norirlandeses. Sin duda, una argumentación estúpida a la vista de los hechos reales de éste y otros casos. Criticar en una película las detenciones arbitrarias, las torturas, las condenas injustas, los regímenes corruptos, la justicia incompetente y todos los vicios que existen en nuestro cómodo sistema de vida es un aviso de que lo que ocurrió en el pasado puede darse, de hecho se está dando, en el presente y en el futuro inmediato, y en cualquier geografía. Quienes utilizaban argumentos de crítica tan torpes no estaban más que confirmando la premisa mayor que mostraba la película. Pero si la historia que refleja la película la han vivido en primera persona seres de carne y hueso, entonces pasa a ser un testimonio, una verdad innegable, y quienes la disfrazan, la ocultan, la niegan, antes, ahora y siempre, son el enemigo. Sea británico, iraquí, estadounidense, argelino o español.

Este programa cuenta con el respaldo de la Escuela de Cine Un perro andaluz y la colaboración de la tertulia Habladores de cine.

Te deseo paz y alegría serena.

Hasta pronto.

25º Bocadito de cine - Remando al viento, un desafío al Creador

25º Bocadito de cine - Remando al viento, un desafío al Creador

En este día que brilla en el calendario como una estrella gigante,  hablaremos, siguiendo a nuestro colaborador Alfredo Moreno, de  una de las mejores películas españolas de todos los tiempos, la espléndida Remando al viento, dirigida en 1988 por el cineasta Gonzalo Suárez, director atípico del cine español, y sin duda el más literario, con títulos como Epílogo o Don Juan en los infiernos

Este guión se basa en la famosa reunión que mantuvieron en Villa Diodati, Ginebra, los escritores Lord Byron, John Polidori, el matrimonio Shelley y el filósofo William Godwin, en una noche de tormenta cuya consecuencia fue el nacimiento de la famosa novela Frankenstein, de Mary Shelley. Esa reunión se toma como punto de partida  del trágico destino que tuvieron todos los personajes que se involucraran en la forja del nuevo Prometeo.

Después de la derrota de Bonaparte y finalizado el Congreso de Viena, Europa se ve inmersa en una época de cambios sociales y políticos: se intenta profundizar en los conceptos de la Revolución Francesa en detrimento del Antiguo Régimen, comienzan a sentarse las bases de las reivindicaciones obreras y también empiezan a despertar las conciencias nacionales que tantos desastres traerán en un futuro no muy lejano. Al mismo tiempo, el Romanticismo se encuentra en pleno apogeo.

En este marco se desarrolla la historia, inspirada en hechos reales, que cuenta las jornadas que estos personajes compartieron en Villa Diodati. El estupendo vestuario, la escenografía, las magníficas localizaciones naturales y los exteriores escogidos dotan a esta película de un magnetismo misterioso, repleto de poesía y al mismo tiempo cercano a la puesta en escena teatral. Las secuencias rodadas en exteriores profundizan en la estética romántica como forma de mostrar las firmes convicciones de quienes pertenecían a esta corriente:

Una noche de tormenta, de esas que en Villa Diodati transcurren leyendo poesía a la luz de una vela o jugando una partida de billar, Shelley, Byron, Polidori, Mary y Clara se entretienen leyendo y contando historias de fantasmas en un entorno lúgubre. Entre ellos apuestan a ver quién es capaz de escribir la mejor historia de terror.  De ahí nació El vampiro, de John Polidori, y por supuesto, Frankenstein o el moderno Prometeo.

Pero la película, que está contada a modo de flash-back por una solitaria Mary que es pasajera de un barco que surca aguas árticas en busca de la Criatura que ella misma había creado (remedando así el director el principio y final de la obra literaria, que Mary Shelley situaba en las heladas superficies árticas) realiza el seguimiento de las vidas de estos personajes que coincidieron aquella mágica noche y los desgraciados avatares que les sucedieron a ellos y a quienes los rodearon, y para ello utiliza como vehículo al monstruo, la Criatura ideada por Mary Shelley, el Prometeo de su obra (al que por cierto, todo el mundo identifica como “Frankenstein”, olvidando que éste no es su nombre, sino el de su creador; el monstruo no tiene nombre) cuyas espectrales apariciones tienen lugar siempre como anuncio de la catástrofe que está a punto de sobrevenir. 

Esas apariciones se rubrican además con sus frases de diálogo, apenas pronunciadas, y que rememoran palabras dichas por los propios personajes en momentos anteriores de la película y que parecían estar presagiando, sin darse cuenta, su propio desgraciado final. De este modo, se nos muestra la Criatura, no como un espectro o una presencia ajena a los personajes, sino como una proyección de su propia alma que cobra vida, como un reflejo del lado oscuro de cada uno de ellos en el espejo de un futuro fatal.

Película de admirable factura, de fotografía y localizaciones espléndidas, de estupendo pulso narrativo, de encanto literario absoluto y fantástico guión que ensambla historia, literatura, realidad, ficción e imaginación, además de algún problema de ritmo y quizá excesiva recreación en determinadas tomas o situaciones, encuentra quizá su punto flaco en los actores. Hugh Grant interpreta a Byron, antes de convertirse en actor de una sola cara y un solo papel, en la experiencia cinematográfica más extraña de su vida, como él mismo ha dicho. Valentine Pelka, que más tarde aparecerá en cintas como El pianista, de Roman Polanski, interpreta a Shelley, Lizzy McInnerny es Mary, y una irreconocible Elizabeth Hurley, pareja de Grant entonces, es Clara (antes de convertirse en una siliconada y frívola actriz de escaso talento y más que discutible encanto, paraíso de los cirujanos plásticos). Junto a ellos, algunos actores españoles, como el gran José Luis Gómez como Polidori, la Criatura interpretada por José Carlos Rivas (más cercana en su caracterización al monstruo descrito en la obra literaria que al recreado sobre Boris Karloff con cicatrices y tornillos en la película clásica), un José María Pou como aduanero italiano que come a dos carrillos mientras realiza una quijotesca criba entre los libros que los Shelley llevan en su equipaje al penetrar en Italia, y una jovencísima Aitana Sánchez-Gijón como joven e idealista amante de Byron.

La música de Mozart sirve de marco para la acción, mientras que el inicio de la película nos introduce en el inquietante mundo de sueños, ilusiones, amores y pesadillas que vamos a presenciar con los mágicos y sublimes acordes y melodías de la Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis, compuesta por el músico inglés Ralph Vaughn Williams (1872-1958), extraordinaria composición, emocionante, lúgubre y majestuosa, sensible y bellísima al mismo tiempo, que se corresponde perfectamente con la narrativa y la estética de esta gran película.

Remando al viento es una película que hará las delicias de quienes aman la literatura y a sus autores, pero de la que deberán abstenerse quienes esperen acción, sexo o historias banales y prescindibles. Una obra cumbre del cine español que escapa de las fórmulas tan manidas y repetidas hasta la náusea, y que por eso se ha revalorizado con el transcurso del tiempo.

Este espacio cuenta con el respaldo de la Escuela de cine Un perro andaluz y la colaboración de la tertulia Habladores de cine,

Te deseo paz y alegría serena.

24º Bocadito de cine - Eyes wide shut, sexo y ocultismo

24º Bocadito de cine - Eyes wide shut, sexo y ocultismo

En este día que brilla en el calendario más que los ojos de Elizabeth Taylor, hablaremos de una película misteriosa y magnética, Eyes Wide Shut (Ojos bien cerrados en algunos países hispanoamericanos), el último trabajo del enigmático director Stanley Kubrik.

Ya hablamos aquí de mensajes ocultos de otras películas, una de ella también de Kubrik, 2001: odisea del espacio, y hoy retornamos a esas visiones diferentes como las que incluye este film que algún crítico considera entre las mejores de la historia del cine.

Se estrenó en 1999.  Está protagonizado por Tom Cruise y Nicole Kidman, pareja de moda en los años previos  Dura 159 minutos narra las reacciones de un matrimonio marcado por los celos producto de infidelidades recíprocas, ya sean figuradas o reales. Pero hay mucho más, mucho más.  Ya en la mayoría de las críticas o estudios, se encontraron referencias al psicoanálisis de Freud.  Siguiendo a Cristian Campos en su blog, coincido con él en interpretar que hay más piezas añadidas por el propio Kubrik.  Podríamos ver tres cauces para el visionado: uno psicológico, otro político y otro esotérico.  Y por cada uno de ellos, podríamos dar diversas interpretaciones a la multitud de símbolos que aparecen en las escenas.

La meticulosidad de Kubrik, largamente probada y comprobada, hace suponer que la infinidad de detalles que incluye la escenografía y el desarrollo de la acción no es ni casual ni baladí.  Según Cristian Campos, en la primera escena ya tenemos todos los signos que se van a desarrollar en la película.  Aparece Alice desnuda, de pie, de espaldas, en una habitación de su casa, con unas cortinas rojas, unas columnas que formarían un arco y unas raquetas en el suelo.

El color rojo representaría lo psicológico, se refiere al sexo y sus implicaciones, que es de lo que fundamentalmente trata el lado superficial de la película.  Las raquetas harían mención a lo político, como un juego en el que Alice sería el objeto que pasa de un campo a otro de los hombres.  Y lo esotérico quedaría reflejado por ese portal entre columnas como paso hacia lo desconocido o lo sagrado.

Como pretendo incentivar al visionado de la película a quien no la haya visto, voy a contar muy poco del argumento y me centraré, en las claves a observar para entender determinadas cuestiones que se encierran en este film.

Primero los colores.  El rojo y el azul se van alternando en la escenas, o se solapan con determinados significados para la historia que en ese momento se representa. Serían antagónicos; el rojo es el símbolo del sexo, la infidelidad y los celos; el azul lo es del hogar, la inocencia y el amor conyugal.  Como ejemplo del manejo de estas gamas cromáticas, referiré que el Club Sonata Café, donde Nick, el amigo de Bill, le revela datos del ceremonial, tiene dos rótulos, uno rojo y otro azul, lo que podría simbolizar que Bill va a tener un dilema sobre si optar por el desenfreno rojo o volver al azul de su casa.

Segundo, el arco iris.  La luces multicolor aparecen en casi todas las escenas, la mayoría de las veces amparándose en que es época navideña.  El arco iris representa la banalidad de la vida cotidiana, las mentiras que el neón oculta.  En todas las casas hay árboles de Navidad con luces arco iris, excepto en Somerton.  Lo opuesto al arco iris es lo subterráneo, lo oculto.  Y las dos jovencitas que le asaltan con lascivia en la primera fiesta le dicen que las acompañe “allí donde termina el arco iris”, que sería la mansión de Somerton y lo que sus paredes encierran.

Tercero, la figura de Alice.  La postiza imagen rayana en la ingenuidad de Alice oculta una postura hipócrita.  Se pasa media película frente al espejo, símbolo de vanidad y coquetería, pero también de su dualidad.  Ella está en el paro y es sostenida económicamente por Bill.  Así, su única actividad conocida en ese momento sería acicalarse como una mujer florero para convertirse en un objeto sexual como trofeo erótico para quien pone el dinero: su marido.  Un forma bien vista de prostitución. 

Cuarta, las mujeres de la película.  Hay dos tipos: las intrascendentes y las prostitutas.  Éstas últimas son todas pelirrojas y sus cuerpos son casi idénticos, serían indistinguibles, incluso Helena, la hija, que en algún momento de la película parece que está siendo iniciada también para una suerte de prostitución, ya sea legal o ilegal.  Estas similitudes se interpretan psicológicamente como que Bill continuamente busca la misma mujer.  Pero políticamente podría pensarse que son meros objetos intercambiables y fácilmente reemplazables al servicio del sexo masculino.

Quinta, la última frase de la película, en la que Alice le propone literalmente follar a Bill como mejor resultado al momento que allí han llegado.  Los que optan por el análisis psicológico opinan que la epopeya de Bill le ha llevado a la vuelta a casa y a la seguridad del sexo conyugal.  Los esotéricos dice que Bill ha sido iniciado, al igual que en paralelo, aunque no se ha visto, lo ha sido Alice y entonces, lo que verdaderamente le propone en regresar al ritual del sexo, sólo follar, incluyo con otros, tal como ella hizo en su sueño.  Los políticos ven que Alice, en realidad, no tiene nada más que ofrecerle, sus únicas opciones son la irrelevancia o la prostitución.

Otras claves indicadas en el blog Las monedas de Judas se dirigen hacia la sociedad secreta, quizá remedo de los Iluminati, que utiliza los rituales relacionados con la energía física, la kundalini, como forma de alcanzar un estado de elevación frente a fuerzas opuestas como la vida y la muerte, la lujuria y el dolor, lo masculino y lo femenino, la luz y la oscuridad, cuyo enfrentamiento acaba en un gran momento orgásmico de la iluminación, lo que curiosamente, nunca ocurre en el película, es decir, observamos muchos contactos sexuales pero, en ningún momento, ningún personaje obtiene el culmen sexual.  Quizá el mensaje de Kubrick sea que nuestra sociedad todavía no está preparada para la auténtica unión de las esencias masculina y femenina.  Es decir, que todavía tenemos los ojos bien cerrados.

Kubrik murió justo cuando entregó la película.  ¿Muerte provocada por los Iluminati?

Este programa cuenta con el respaldo de la Escuela de Cine Un perro andaluz y la colaboración de la tertulia Habladores de Cine.

Te deseo paz y alegría serena

Hasta pronto.

23º Bocadito de cine - Entrevista a Vicky Calavia sobre ProyectAragón

23º Bocadito de cine - Entrevista a Vicky Calavia sobre ProyectAragón

Escuchar audio en:

http://www.ivoox.com/bocadito-cine-n-23-entrevista-a-audios-mp3_rf_3840079_1.html 

22º Bocadito de cine - Los desastres de la guerra: Los girasoles

22º Bocadito de cine - Los desastres de la guerra: Los girasoles

En este día que brilla en el calendario como un lucero en el alba, hablaremos, con la visión profunda de Alfredo Moreno, de una de esas películas cuyo visionado te deja tocado, con una fórmula narrativa absolutamente efectiva desde lo emocional que hace pasar por alto las pequeñeces técnicas e interpretativas más discutibles, que atrapa, arrastra, conmueve y te suelta en un estado de desequilibrio anímico difícilmente subsanable, que propicia la reflexión, con argumentos no solo racionales, sobre cómo los grandes conflictos (reales o ficticios, entiéndase aquí nacionalismos de cualquier signo) alteran, siempre para mal, las vidas cotidianas de la gente corriente. Vittorio De Sica, antaño genio del neorrealismo italiano, ofrece un buen exponente de lo que puede llegar a significar la forma en el cine, de cómo una determinada estructura narrativa puede edificar una historia que contada de manera lineal podría seguramente hacer aguas.

Los girasoles (I girasoli, 1970), convenientemente fragmentada, cuenta distintas fases de la relación sentimental de Giovanna (Sophia Loren) y Antonio (Marcello Mastroianni), que se extiende desde los primeros tiempos de la intervención italiana en la Segunda Guerra Mundial, hasta finales de los años sesenta. Con maestría, De Sica, construye un relato a saltos que nos lleva del primer encuentro amoroso de la pareja, entre unas barcas en una playa idílica, hasta el doloroso peregrinaje de Giovanna por oficinas y registros militares en busca de noticias sobre el paradero de Antonio, desaparecido en el duro invierno del frente ruso. A medida que el inicio y el aparente final de su matrimonio, a cada cual más repentino, se va entrelazando en la narración, se van cubriendo los huecos que permiten aventurar un desenlace al enigma que representa el destino de Antonio: reclutado a la fuerza para formar parte de las tropas italianas de apoyo al Afrika Korps de Rommel en Libia, conoce a Giovanna unos días antes de incorporarse a filas. Dándole vueltas a la cabeza para escurrir el bulto, encuentran una forma adecuada y oportuna de, al menos, retrasar lo inevitable: si se casan, el permiso por matrimonio evitará de momento la entrada en combate. De modo que en la relación de Giovanna antes es el sexo, luego el matrimonio y, por último, el amor. Sobrevenido para ambos después de la boda y de la noche de bodas, con una divertidísima secuencia la de la gigantesca tortilla de decenas de huevos, remedio familiar de Antonio para recuperarse de las resacas, los diversos medios que emplean para disfrutar de su amor sin que la guerra se interponga en su camino resultan fallidos, especialmente los intentos de Antonio por fingirse demente, así que el remedio termina siendo peor que la enfermedad: el ejército italiano lo destina a Rusia, y no a Libia, y allí, en el crudo invierno, Antonio desaparece junto a miles, decenas de miles de camaradas, tragado por el hielo, la nieve y el olvido. Aunque Giovanna, que no cree en su muerte hasta poder contemplar el cadáver, se empeña una y otra vez en averiguar qué ha sido de él, pregunta en las oficinas, habla con veteranos, aguarda a los trenes que retornan cargados de tropas derrotadas, sigue los historiales de los prisioneros retenidos por los rusos y, finalmente, viaja a la Unión Soviética para visitar los lugares que Antonio frecuentó, a recorrer los cementerios militares italianos en busca de su sepultura (impresionantes son las imágenes de interminables llanuras sembradas de cruces), hasta toparse con un desenlace sentido, deseado, y al tiempo esperado, inesperado y desesperado.

La virtud de la cinta radica principalmente en el guion y en la sabia forma en que De Sica y sus colaboradores humanizan a los protagonistas, una de las más gloriosas parejas de hecho de la historia del cine, les dan dimensión, cuerpo, sentimientos, para luego subsumirlos en el caos de la guerra y en el catálogo de desesperaciones que provoca (desde las privaciones del frente hasta el peso de la ausencia y la viudedad de hecho). El amor de Giovanna nace y crece en la ausencia; el de Antonio se cubre de nieve hasta quedar diluido, con contornos apenas distinguibles, enterrado. Ambos comparten carencias, afectivas y materiales, cada uno a su modo, y sufren una situación de abandono a su suerte que confían que acabe con la guerra, pero que continúa tras ella. Algo más descuidada en lo visual, con tomas cargadas de fuerza y simbolismo, otras de una profunda y sutil riqueza plástica, una mezcla no del todo bien engarzada de imágenes de archivo de combates y bombardeos en el frente ruso, introducidas, seguramente, para paliar una precariedad de medios que hacía imposible la recreación dramática de las batallas en las que interviene Antonio, imágenes documentales de la realidad contemporánea de la Unión Soviética en el momento del rodaje, y unas cuantas apoteosis románticas y dramáticas, algunas no exentas de alta comedia, como la inicial en la playa o la mencionada de la tortilla; otras emotivamente devastadoras, como el clímax junto a la vía del tren o el epílogo ya de vuelta en Italia), el poder de la historia vuela con soltura y suficiencia por encima del acabado técnico y artístico, constituyendo, junto a El jardín de los Finzi Contini (l giardino dei Finzi-Contini, 1971), la cima de la última época de De Sica como cineasta, una imprescindible dupla sobre los efectos de la contienda mundial en Italia y los italianos, que viene subrayada por la magistral, conmovedora, inolvidable, partitura compuesta por el gran Henry Mancini.

Además, la película se erige como toda una lección de cine, el poder de una narración fragmentada excepcionalmente bien construida, que no decae en ningún momento, que crece continuamente hasta un estallido final que solo es un pico para la auténtica conclusión real. Una película importante, devastadora, significativa, obligatoria, que te congela la sonrisa en el rostro, y cuyo dramatismo no resulta incompatible, a la vista de la foto, con los buenos ratos.

Muchas gracias a Alfredo Moreno por su colaboración

Te deseo paz y alegría serena.

Hasta pronto.