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Reseñas

Reseña de El silencio resquebrajado (Carlos Manzano)

Reseña de El silencio resquebrajado (Carlos Manzano)

Hay quien puede escapar libremente de los fantasmas de su vida y hay quien lo logra de una forma tan fluida que pareciera que el destino alfombrara el devenir para premiarle, o. quizá confirmarle, con la obtención del premio merecido, después de haber expiado cualquier culpa o haber superado (o escondido bajo sa alfombra) cualquier dolor.

Antonio es el nombre de varón más habitual en España.  El protagonista de El silencio resquebrajado, novela de Carlos Manzano, se llama Antonio, primera señal para conseguir el paso de puntillas por algún lugar, o como por ejemplo en el tránsito de la madurez a la tercera edad.  Así expone el narrador, el propio Antonio, la intención que le mueve al huir de su vida anterior tras una jubilación anticipada, después de una trayectoria laboral como cajero en un banco.  Le aparece de pronto, por encantamiento, una posibilidad de comprar una casa alejada del mundanal ruido, incluso del pequeño pueblo que la alberga en su municipio, y se lanza a por ella para cumplir ese sueño de vivir en paz, con sus libros, su música y su cine, fuera de cualquier contacto humano no deseado.

Tras conocer en la voz de Antonio su visión tan doliente de lo que pretende asumir, casi como eremita, para proyectar sus años venideros, aparece otra casita allá a lo lejos que empieza a tomar protagonismo, o mejor dicho, antagonismo, frente a las horas tranquilas llenas de Yoshimatsu, Mahler, Chaikovski, Bruckner, Beethoven, Shostakovich... o con las letras de Graham Green, de Bryce Echenique, de Stanislav Lem... soledad buscada que se trunca por los diferentes ocupantes de esa casa, especialmente una mujer misteriosa arrebatadoramente atractiva por la que cualquier hombre sería capaz de traer la Luna a la Tierra. Natalia.

Aparecen personajes que se acercan y se alejan de aquella casa y de Antonio, dejando y trayendo velada información que nos crea inquietud hasta confabularnos con el insulso protagonista para ponerle algo de sal a su vida, para empujarle a saborear lo desconocido, para sacarle de su insípido anonimato que termina haciéndose mentecato y cansino.

Es Carlos Manzano hábil en crear historias con protagonistas despreciables, de los que en lugar de crearte la imagen de héroe, la trastocas con deseos de meterte en las páginas para baquetearlo, ya sea estimularlo o abofetearlo o escupirle a la cara o pegarle un tiro. Y en torno a ellos, se incardinan otras historias de personajes que profundizan en aspectos humanos que nos desestabilizan.  Aquí Antonio se relaciona con jóvenes adolescentes que viven al límite, con un empresario pedante y prepotente, con integrantes del lumpen.

Pero toda novela que se precie contiene giros, a veces tiernos, a veces duros, a veces detestables, y aquí El silencio resquebrajado se precia atrapándote con sorpresas de trama o de voces nuevas, o de una historia que te moviliza emociones que se han ido al otro extremo de las anteriores. 

Manzano estructura su novela en capítulos que saltan en el tiempo sin avisar, que piden al lector un apreciado esfuerzo para reiniciar la acción o rellenar el hueco con la propia imaginación.  Al usar siempre la primera persona, nos convertimos en acompañantes cercanos de Antonio, como amigos, amantes, hijos... y con sus correspondientes conflictos en los que deseamos intervenir, valor que sólo puede dar un buen escritor.

El personaje más deleznable se llama Josán.  Me permito contar algo de mi historia personal, y es que en mi adolescencia mis primos me llamaron así, y así siguen llamándome.  No ha habido nada peor para el estremecimiento en la boca de mi estómago que leer y vivir cómo un tal Josán puede resultar tan infame.

Esta novela resultó finalista en el VIII premio Onuba de novela en 2012, y qué bien que La Fragua del Trovador la edite tan cuidadosamente nueve años después.

 

Noviembre 2021

José Antonio Prades

 

El silencio resquebrajado

Carlos Manzano

237 páginas

La Fragua del Trovador, 2021

Reseña de Volar alto (Jorge Sanz Barajas)

Reseña de Volar alto (Jorge Sanz Barajas)

“Esta es la historia de un hombre y una mujer que se refugian tras la derrota en una ciudad donde aún se puede volar alto si sabes con quién saltar al vacío.

...

Cuando las cartas vienen mal dadas, lo mejor es volar alto”.

—En la nota final de Jorge Sanz Barajas—

 

Probablemente, la dictadura franquista (1939-1975) sea el tema más tratado por los españoles en los últimos cuarenta y seis años.  Y lo seguirá siendo, creo, mientras no consigamos exorcizar el espíritu de una época que creó un abismo entre las dos Españas, una de las cuales ha de helarte el corazón, don Antonio Machado dixit.  Si asumes este verso, estás colocado en una de las orillas.  Y en una de ellas, quizá por convicción, quizá por casualidad o causalidad, Ciriaco Párraga y Amaya Hidalgo (nombre impostado no por razones del guion, sino de la persecución política con amenazas de torturas y muerte) se abren a la vida de nuevo, después de la Guerra Civil y la represión que les tocó, en Zaragoza.

Basada en hechos y personajes verídicos, Jorge Sanz Barajas, instigado por el olfato del periodista y escritor Antón Castro, se sumerge casi literalmente en la historia de amor y dolor de estos dos protagonistas: él, pintor especializado en retratos; ella, modista de buen estilo.  Unidos por ese azar que debemos llamar destino, escapados ambos de las vejaciones que los vencedores de la guerra aplicaron a quienes no les bailaban el agua según su ritmo, se instalan en la capital aragonesa con el miedo a las espaldas y todo un futuro por construir.

Bucea el autor con una observación proclive a los derrotados, pero siempre respetuosa con los hechos y personajes, por los primeros meses de la década de los 40, haciendo protagonista no sólo a los personajes sino a la Historia misma que comenzaba a marcar los años más duros vividos en la época contemporánea de España.  Con referencias a las tristemente famosas 13 rosas (13 jóvenes mujeres fusiladas el 5 de agosto de 1939 con una excusa inverosímil que escondía el deseo de instaurar el terror como forma de gobierno), inicio de la escapada de la “Tellito” (diminutivo del verdadero apellido de Amaya) desde Madrid a Zaragoza, y las innumerables cárceles que hacinaron a los vencidos y perseguidos, la de Bilbao, por ejemplo, desde donde llega Ciriaco, recomendado a un fotógrafo, Jalón Ángel, para ayudarle en su cometido como forma de ganarse la (nueva) vida...  Pero la buena relación de este fotógrafo con dirigentes del régimen y la fama que cobra Ciriaco como excelente retratista, coloca en una difícil tesitura al dueño de los pinceles: pintar unos retratos de Franco.

Y ese es el impacto psicológico que deja la huella para que el autor, más que en una biografía, abunde en miradas profundas a cada una de las heridas que se desprenden de esa infamante existencia a la que fueron sometidos quienes etiquetaron los franquistas como enemigos suyos, “rojos de mierda”.  Con excelente traza literaria, llena de frases y párrafos que se acercan a una prosa poética que logra encandilar, se van entretejiendo hechos reales y ficticios para atraparnos con la magia extendida de un escritor con oficio como Jorge Sanz Barajas.  Aunque amarra la historia con firmeza, aprovecha los resquicios argumentales para crear “Soy tan delgada como la tenue silueta de mi sombra”, “Amaya siente que está viva a contracorriente”, “...un rescoldo de vida aún turbia, los cuerpos encendidos de muerte fresca...”.

Y además de esas perlas salpicadas, terminaremos la novela con un buen conocimiento de las técnicas pictóricas y fotográficas, regalo provechoso que se agradece para ir encuadrando a los personajes que desfilan: el citado Jalón Ángel, el polifacético José Camón Aznar, Pilar Bayona, Federico Torralba, Antonio Mompeón Motos, Pepín Bello, Pilar Franco... y su hermano Paco, “culón, pequeñito y feo”.

Como una premonición de que finalmente todo pasa, o quizá como el refrán ‘no hay mal que cien años dure (cuarenta en este caso)’, la novela concluye en un momento propicio para la esperanza, un nacimiento, Gregorio, bautizado en la iglesia de San Miguel de los Navarros, donde sonaba “la campana de los perdidos” hacia los descampados del barrio de Montemolín, bajo la protección del arcángel Miguel pisoteando al demonio, representado por la cara del liberal Jerónimo Borao (qué anécdota tan ocurrente).

 “...los estorninos... danzan una música callada hecha de polvo, niebla, viento y sol...

—Nunca sabes adónde van o por qué giran de esa manera, pero saben que hay que acercarse a la tierra para tomar impulso.

—Son unos pájaros bastante feos.

—Quizá, pero cuando vuelan juntos, son hermosos.”

 

Parte 3, página 259

 

5 de noviembre de 2021

José Antonio Prades

Reseña de Un cuento para Petronila (Cris Bernadó)

Reseña de Un cuento para Petronila (Cris Bernadó)

ARAGÓN NACIENTE PARA SU PRIMERA REINA 

El subgénero novela histórica une dos términos que marcan un contenido especializado, a veces de trazo gordo para alguno de los dos.  Un cuento para Petronila, de Cris Bernadó, usa el nombre de la primera reina que tuvo la unificación del reino de Aragón con varios condados catalanes bajo un mismo gobierno monárquico que más adelante se dio por denominar Corona de Aragón.  Nos situamos en el Medievo, a lo largo del siglo y medio inicial de la llamada Baja Edad Media, cuando en el hoy territorio europeo salíamos del oscurantismo que siguió a la caída del Imperio Romano, 600 años nada menos.  En ese inicio, año 1035, por dar la fecha en que Ramiro I, considerado como primer rey aragonés, toma el liderazgo de tierras y gentes del condado de Aragón, agregándole los de Sobrarbe y Ribagorza por la muerte de su hermano Gonzalo sin herederos, podemos localizar el comienzo temporal de la novela de Cris Bernadó, aunque le dedica más atención a los hechos que suceden desde el reinado Sancho I (1063-1094), sucesor del anterior nombrado, en adelante (hasta 1157).  Es decir, la trama se desarrolla en los cien años anteriores a su reinado; el título precisamente hace referencia a la narración que Petronila pudo recibir como parte de su formación para vivir el difícil rol que el destino le puso por delante.  Petronila matrimonió con el conde de Barcelona, Ramón de Berenguer IV, intitulado por ello Príncipe de Aragón, de tal manera que se produjo esa unión territorial, expandida durante casi seis siglos (hasta la guerra de Sucesión finalizada en 1711) por el Este peninsular llegando más allá de la actual Grecia (esos dominios mediterráneos se repartieron entre las naciones que ayudaron a Felipe V de Borbón para ganarle el trono al archiduque Carlos).

La novela que nos ocupa es esencialmente una narración de intrigas palaciegas, disputas, guerras y conquistas en ese tiempo del Medievo, con el inusual hecho histórico en la Iberia del enfrentamiento entre cristianos y musulmanes en la llamada Reconquista.  Este argumento narrativo ha sido habitualmente protagonizado por hombres: los reyes, nobles y señores, dirigentes y dominantes de los territorios en aquella sociedad feudal.  En esta novela, siguen siendo los hombres los protagonistas oficiales de esas peripecias porque así se contó en los documentos y, probablemente, así fuera en realidad.  Además, Cris demuestra fidelidad a esa Historia para confirmar esa segunda pata del sintagma ‘novela histórica’.  Pero cuando entramos en la primera, los hombres se quedan en un segundo plano, y salen a cumplir un rol predominante las mujeres, en especial Sancha y Talesa, de existencia auténtica, y Orosia y Ava, de configuración ficticia, licencia que esa palabra de ‘novela’ concede a la autora para llenar huecos en la intrahistoria no contados en los oficialismos y que se nutren del imaginario de quien dibuja la narración.  Ahora bien, todos los personajes, incluso los supuestos antagonistas, incluso los hombres también, son tratados con un respeto máximo y delicado, estableciendo perfiles que responden, paralelamente, a investigaciones y apuntes creativos, tal cual hacen los buenos ejemplos del género.

Entrando en materia, recorremos desde una visión escrupulosamente femenina el crecimiento de los hombres que fueron llamados a protagonizar esa incipiente historia de Aragón, con sus avatares familiares, vividos como hijos, maridos y padres, y personales, más psicológicos, que siempre son mejor observados desde un balcón de mujeres, ya que saben encontrar con más profundidad las ternuras, los dolores y los amores, sin que por ello muestren ninguna de las protagonistas cobardía o distancia ante los duros hechos de gobierno o guerra que son contados en sus páginas.

Utiliza Cris Bernadó una estructura combinada de voces, principalmente de Talesa y Orosia, con una narración delicadamente omnisciente que muestra a los personajes sin dominarlos.  Talesa es sobrina carnal del rey Sancho Ramírez, y Orosia, su amiga, una dama de la Corte.  Sus puntos de vista detallados nos van relatando especialmente las intrigas de Sancha, viuda, también tía de Talesa por ser hermana del rey, que parece ser quien verdaderamente gobierna en el interior del reino, protegiendo los intereses familiares con uniones matrimoniales y ciertos actos nada glamurosos.  Acompañamos episodios de amor, maternidades truncadas y atenciones personales entre los protagonistas, que demuestran la sensibilidad de la autora para encontrar entre esos hechos bélicos y oscuros una muestra de que los seres humanos siempre somos regidos por las emociones y sentimientos hacia los allegados.

Demuestra la autora gran pericia en el manejo de los recursos narrativos que utiliza para dejar la huella que pretende: una visión diferente, propia, de un pedazo de la Historia de su tierra que ha sido contado muchas veces, pero nunca como ella nos lo presenta.

Las últimas cincuenta páginas, en voz de la entonces ya viuda Petronila, recluida en ese hoy idílico enclave gerundense de Besalú cuando su hijo Alfonso había tomado las riendas del reino, contienen una reflexión sentida y sutil  puesta en boca de aquella mujer que a los trece años se convirtió en una reina y se supo fiel cumplidora de su destino.

Noviembre de 2021

José Antonio Prades

Reseña de Ciudades dormidas (Amparo Sanz Abenia)

Reseña de Ciudades dormidas (Amparo Sanz Abenia)

Ciudades dormidas y una mujer poética

“Dentro del espíritu de nuestra poeta hay un silencio en llamas aislándola de las trampas del ruido.  Ella sabe muy bien que lejos de tráfago mundano se ponen en pie el misterio.”

—Ángel Guinda, en el prólogo a Ciudades dormidas

 

Qué delicado es equiparar la muerte a un sueño, un sueño plácido y eterno que se configura con los panteones, monumentos funerarios, nichos y losas, como ciudades dormidas, así emerge la metáfora que Amparo Sanz Abenia nos ofrece de los cementerios. Es reconfortante y tranquilizadora, circunda y sana temores, enciende esperanzas...

Es Amparo una mujer poética o, mejor dicho, un ser poético, que vive en la poesía como quien habita en un palacio o un castillo, entre esos poemas en lo que cada verso es como una ventana al sentimiento o a la comprensión del mundo, al descubrimiento de los arquetipos a través del verbo elevado, al aumento sutil de la vibración de las cosas con la declamación de las inspiraciones.  Bajando a la tierra, en la presidencia de su Asociación literaria, trabaja lo imposible para expandir la esencia de cada poema, alentando presentaciones de libros, recitales, creaciones conjuntas, viajes poéticos...  Cree ella, no sé si por razón o intuición, que la poesía hace mejor al mundo porque promueve personas libres, más sensibles, más conscientes. Me adhiero.

Regresando a las Ciudades dormidas, ahora como título de ese singular poemario que Amparo nos ofrece, con sus fotografías transidas de una naturaleza muerta que pretende envolver a los vivos, y no para llevárselos con ella, sino para darles vida, porque son naturaleza, como la Tierra, como la tierra, misma.

Pasea la autora por cinco cementerios, Torrero (Zaragoza), Salzburgo (Austria), Maguncia (Alemania) y Linz (Austria), todas ellas unidas por el reguero de grandes ríos: Ebro, Danubio y Rin, analogía imponente de los versos de Jorge Manrique:

 

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar en la mar,

que es el morir:

...

y llegados, son iguales

los que viven por sus manos

y los ricos.

 

Además del proemio, van veintidós (número maestro) poemas de siete (número mágico) versos, cada cual con una dedicatoria, varias a sus familiares dormidos, y otras tan sentidas y profundas como ‘a los suicidas’ (Abismo, pág 37, ...En ascensión eres vapor de alma...), ‘a los ultrajados por el fanatismo’ (Holocausto, pág. 51, ...en este valle de lágrimas arden las guerras...), ‘a los que esperan en la otra orilla’ (Aleluya, pág. 57, ...brotan / en desordenadas sepulturas de aleluya... ).  Transitamos por la música de Mozart en Salzburgo, por el horror del Holocausto en Maguncia y por la cercanía de las almas propias en Torrero.

Mariana Enríquez, escritora argentina, en su libro Alguien camina sobre tu tumba, también como el de Amparo inspirado en sus visitas a los cementerios, dice que les ha dicho a sus amigos que arrojen sus cenizas sobre una tumba del elitista cementerio de La Recoleta, en pleno centro de la capital porteña.  Intuyo que lo pide para desquitarse de que la belleza funeraria de los suntuosos mausoleos sólo pueda ser de visión perpetua para una clase social, refiriéndose, quizá, a los últimos versos de aquella estrofa de Manrique.  Ciudades dormidas nos iguala en procedencia, en geografía, en alma y corazón.

Zaragoza, 31 de octubre de 2021

José Antonio Prades

Reseña de Historias de tres mujeres con sombrero rojo

Reseña de Historias de tres mujeres con sombrero rojo

Historias de tres mujeres con sombrero rojo, de Pilar Aguarón Ezpeleta, Marta Navarro García y Ana Rioja Jiménez, Huerga y Fierro Editores / 2020

 

El sombrero es un factor diferenciador. No sólo es funcional, quiero decir. Sirve para proteger la cabeza del sol, de la lluvia o del frío, pero también marca un status en quien lo porta, o quizá un origen o una preferencia. ¿Y si es rojo el sombrero? Atendiendo a la sugerente portada del libro Historias de tres mujeres con sombrero rojo, con fotografía del gran artista zaragozano Luis Simón Aranda, nos podríamos adentrar por ese pasillo/túnel de árboles que nos invita a transitarlo, previa tentación de que nos engalanemos con un distinguido sombrero de fieltro rojo. ¿Y si aceptamos? Me tomo la contestación en positivo y nos supongo entonces como dos seres elegantes (usted y quien suscribe) que cubren su cabeza por estética con un tocado cuyo color carmesí nos llena de fuerza superior para encontrar en cada hueco del sendero una historia de mujer. Edward de Bono, en sus “Seis sombreros para pensar”, nos anima a usar el de color rojo para aplicar la intuición, el instinto; nos dice que expresa emociones y corazonadas. Qué mejor acompañamiento, ¿no?

Se trata de veintitrés historias, cortas, pura literatura en breve, que configuran tres capítulos, uno por autora, para llevarnos de la mano por su mundo interior a través de la creación artística, una aventura que nos ofrecen con la garantía de experiencia y oficio.

Pilar Aguarón Ezpeleta anticipa que sus seis relatos tienen que ver con lo que más me conmueve: la doble moral, el paso del tiempo, la muerte y la libertad. Una de esas historias da título a su sección, El almacén de las vidas robadas. Es Pilar una escritora de estilo propio, contundente, aguaroniano, sin concesiones. Ya en su primer relato, una mujer que va a tener extraña suerte en la vida, se presenta de esta manera: “Mamá, no te preocupes, ya sé que acabaré siendo un ornitorrinco”. Quizá la chica se había dado un paseo por Macondo. Nos dice Pilar que sus protagonistas son mujeres fuertes dueñas de su destino. Y las tiñe de soledad existencial, de mirada a la muerte, a veces lenta, sin temor, con la ojeada lúcida al pasado que enmarca una vida casi siempre escondida.

Marta Navarro García, cuyas protagonistas toman las riendas de su vida —también—, nos hace quitar el sombrero cada vez que sus relatos dan el giro que atornilla la vida, con una tarta y un diamante, por ejemplo, o llamándonos la atención con una tierna imagen de un padre muy cambiado o, sobre todo, contándonos cumplidas venganzas de dos niñas acosadas por ancianas o de un neonazi engañado hábilmente por una joven arriesgada. El pasado, ese impostor que nos regala recuerdos embadurnados de mentiras piadosas, envuelve miradas que van y vienen para frenar y acelerar en la carrera de la vida, hasta que seamos incapaces de ayudar al inmigrante ilegal, en la frontera, donde cualquier defecto inventado en sus papeles, le devuelve día tras otro a los sueños oscuros: “Mañana es nunca. Mañana es un dulce de morfina”.

Ana Rioja Jiménez ofrece un paseo en bajel por un río calmo que esconde algunos rápidos en su cauce. Desde sus recuerdos de infancia y adolescencia —qué delicia para sus coetáneos (¡yo, yo, yo!) recordar la colección Historias Selección de la Editorial Bruguera, los gemelos Zipi y Zape o Lucecita, la última radionovela que logró competir con la televisión—, asistimos a las idas y vueltas de las vocaciones tempranas, a los grupos inolvidables de amigas inseparables que se separan, al dolor de las pérdidas

antes de tiempo, a unas vacaciones en San Leonardo de Yagüe, encantadora villa de Soria, en las que aprendes a montar en bicicleta o a enamorarte del chico más guapo del pueblo. Llegará la tele en color a la vez que la Constitución y resultará muy difícil esconder una lágrima cuando descubramos que una carta de amor secreta es la causante de un remedio equivocado. “La vida iba tan en serio que nos arrolló”.

Son tres escritoras de esa generación que mira desde la madurez un camino recorrido con esfuerzo y afán, con ilusiones donde los devenires de la vida se ofrecen con más generosidad y con más responsabilidad, de esa generación que mira desde su atalaya un camino por recorrer con el deseo de dejar huella, como la de estos relatos que son capaces de provocarnos piedad, sonrisas, amarguras, esperanzas...

La coda del libro es nada menos que un poema de Gil de Biedma que habla de los sueños de juventud, de envejecer y morir como verdad desagradable y único argumento de la obra. Estas Historias van de esto, pero no sólo de esto. Compruébelo y me lo cuenta, por favor. Estoy seguro de que después ya no será lo mismo.

Reseña de El hombre de camisa blanca y pies descalzos, de Pilar Aguarón Ezpeleta

Reseña de El hombre de camisa blanca y pies descalzos, de Pilar Aguarón Ezpeleta

RESEÑA

El hombre de camisa blanca y pies descalzos, de Pilar Aguarón Ezpeleta.  Editorial La fragua del trovador, Zaragoza, 2020 

152 páginas 

  

La distancia entre los aeropuertos más cercanos de Sydney (SYD) y de Zaragoza (ZAZ) es de 17.446,80 km. Corresponde a un tiempo de vuelo aproximado de 21h 1min.” (Información obtenida en la web es.distance.to).  La ciudad más próxima a las antípodas de Zaragoza es Castelpoint, en Nueva Zelanda, 257 kilómetros del punto exacto, en el océano Índico todavía (muy cerca ya del límite con el océano Pacífico).   Y Castelpoint está a 2.347 km. de Sídney, atravesando el mar de Tasmania. 

Zacarías, el protagonista principal de la última novela de Pilar AguarónEl hombre de camisa blanca y pies descalzos, tiene esos datos como referencia cuando huye desde Zaragoza a Sídney, Nueva Gales del Sur, Australia.  ¿Por qué se escapa este muchacho a sus antípodas de nacimiento sin querer regresar jamás?   

Hace doce años que Pilar Aguarón Ezpeleta irrumpió en el panorama literario con un libro de relatos breves.  Esta es su undécima obra individual, cuarta novela, lo que nos da suficiente bagaje para comprobar cuál es su propuesta narrativa.  En esta última obra puede apreciarse un resultado de autora ya confirmada en su estilo y en su temática.  De hecho, cuando me envió el texto, me dijo: “Es una aguaronada”.  No hay mejor atributo para definirlo.  Quien haya seguido su trayectoria, no se va a sorprender con estas 152 páginas, porque en ella no hay nada técnico ni argumental (evito citar un par, al menos, de sorpresas muy agradables) que no podamos encontrar, y disfrutar, en otras obras de su firma. 

Es también Pilar una excelente pintora y en estas páginas acredita el conocimiento del mundillo de los marchantes y las exposiciones.  Uno de los personajes, sobre el que gira la mayor parte del argumento, Abel Arteaga, es un artista reconocido al más alto nivel internacional.  Y variode sus cuadros son el apoyo estratégico para encauzar mensajes narrativos que la autora quiere enviarnos, por ejemplo un pequeño cuadro de hortensias en poder de la reina Isabel II del Reino Unido, un gran cuadro, titulado Desechos y cotizado en diez millones de dólares, que muestra una vieja maleta junto a un contenedor de basura, y La huida, cuyo contenido da título a la novela. 

Al mejor modo de los Buendía en Cien años de soledad, obra y autor fetiches de Pilar Aguarón, los Arteaga, en cinco de sus generaciones, nos muestran, con dosis perfectamente medidas, sus secretos más ocultos.  El estilo aguaroniano viste con su pluma esas historias truculentas, de idas y vueltas físicas y emocionales, pluma que depura el lenguaje para que nada sobre y nada falte, golpeándonos de vez en cuando con sentencias que hacen vibrar las carnes: 

 

  • “Morir forma parte de la vida” 

  • “Yo vivía sola contra el mundo”. 

  • “Sublimaba la belleza de la derrota”. 

  • “El amor es un lujo que pocos se pueden permitir”. 

  • “Éramos una familia de alimañas sin sentimientos”. 

  • “Todos pertenecemos a nuestra infancia”. 

  • “La nostalgia debería estar prohibida”. 

 

La autora ya ha demostrado, y aquí la reitera, su maestría en el uso de varios recursos literarios que definen su estilo:  

 

  • ...el manejo del tiempo, por el que nos traslada con ritmo vertiginoso en unos momentos como en el primer capítulo, y en otros pausado y melancólico como en el último;  

  • ...el uso de varias voces en primera persona, donde aquí pasan a ser cuatro frente a las once de su anterior novela La vida que vendrá 

  • ...la inclusión de objetos que se convierten en personajes, verbigracia: un caserón, como ya incluyó en su excelente relato El caserón de las higueras, y en la para mí la mejor de sus obras hasta el momento, La casa de los arquillos, y que en esta novela forma parte especialmente del desenlace tierno y dulce, con un torreón pentagonal y una escalinata de mármol; los cuadros citados; un automóvil tan romántico como un Lincoln Continental de los años 30;  

  • ...la referencia a acontecimientos relevantes para fijar la fecha de ocurrencia de cierto hito del argumento, como la final del Campeonato Mundial de Fútbol de 2010, la subasta del mítico guante de Michael Jackson o la edición del LP SgtPepper’s, de Los Beatles.   

  • ...y no quiero olvidarme de citar esa llamada a temas musicales, como hace con Anthem (Himno), de Leonard Cohen para ambientar el estado de la casa matriz de la familia: “Hay una grieta en todo, así es como entra la luz”, y a My Sweet Lord, de George Harrison (“que sea esta la canción que suene en mi funeral”), o a películas como Driving Miss Daisy. 

 

Siguiendo así a Pilar, diré que una ambientación perfecta como banda sonora para la película que se base en esta novela puede ser Hacia lo salvaje, de Amaral: 

 

“Ha elegido caminar hacia lo salvaje 

No tenéis ni idea de lo alto que puedo volar”. 

 

Y es que se trata de una historia de huida para la búsqueda de sí mismo.  Zacarías emprende un viaje de 40 años, en el que nunca olvida su origen y al que mira ineludiblemente con la esperanza dentro de su corazón y a su lado, personificada en su nieto Samuel que, además, pone la última voz narradora, llena de mesura y paz, con el reconocimiento de su estirpe y de sus raíces.  Entre medio, nos encontraremos a unas mujeres odiosas (frías, orgullosas y opresoras, ariscas, presuntuosas y desabridas, cerradas, duras y enfermas de resentimiento”), a unos hombres buenos, especialmente, Abel, que prefería la soledad a la fama”, con el contrapunto del padre Céspedes, “un bicho de cuidado, rencoroso, sádico, lascivo e hipócrita”. 

Toda novela tiene un corazón y un alma; cada cual podemos elegir.  Me quedo para el corazón con el personaje de Juanito, que recuerda a la “niña chica” de Miguel Delibes en Los Santos Inocentes entre los brazos de su padre Paco.  Y sí, el alma es Dorotea, una mujer baqueteada por la vida en esa función que su madre le impone rompiéndole el futuro de manera tan desalmada; y le adjudico ese rol porque en ella se sustenta la gran moraleja de la novela —“el rencor es un veneno que consume el alma”, una mujer que de “hosca, antipática y atormentada” se convierte en un ser adorable que asume la aceptación y el perdón como sanadores de su existencia, salpicando el recuerdo con el amor que no pudo ser. 

Esta novela nace, como en su prólogo nos cuenta Ana Rioja, de un relato publicado en la antología Oleaje. Relatos de mujeres que escriben de hombres, el año pasado, que se titula La estirpe de los malditos.  En el tiempo pasado desde su creación hasta la de esta historia, algún hado ha intervenido para que, liberando la maldición familiar, los Arteaga puedan mirar al mundo con filtros s luminosos. 

 

 

“...me atreví a preguntar a mi padre que cómo había podido intimar con una mujer tan hosca. Él, que siempre fue un hombre de pocas palabras, me miró y dijo solemne: 

—Para tener un hijo como tú.” 

Página 92 

 

Informe para una academia (teatro) - F. Kafka y J. Arnas

Informe para una academia (teatro) - F. Kafka y J. Arnas

Javier Arnas es un enamorado, quizá adicto, del teatro. Actor, director y profesor, formado en varias escuelas europeas y orientales, decidió entrar al escenario con todas esas facetas en acción (añadiendo las de productor, escenógrafo y adaptador de texto), para ofrecernos un ‘completo’ de teatro con una gran obra literaria, Informe para una academia, de Franz Kafka, relato muy representativo del mundo de este autor, que tanto utilizó la fábula para mostrar las miserias del ser humano.
En esta ocasión, Arnas se acerca al universo kafkiano vestido de mono humanizado para dar fe de su evolución frente a un auditorio que se convierte por casi una hora en un elenco académico... no se sabe muy bien de qué disciplina.
Metido en el cuerpo del actor, y nunca mejor expresado, el simio nos lanza su discurso desde un escenario que se queda pequeño para un deambular escénico que llena, y no sólo de presencia, las tablas. Desde el estrado que se nos ha concedido como privilegio a los espectadores, escucharemos los halagos, diatribas, aventuras y reflexiones de un ser viviente que nos arroja metáforas envenenadas, en una alegoría a cada momento más consistente, para removernos las entrañas mientras nos agarramos a los brazos de la butaca.
Espléndido texto, repleto de matices para diferentes interpretaciones, que se mantiene vigente y que podríamos adaptar a nuestra época para ilustrar, quizá, esa expresión tan de moda ‘inmunidad de rebaño’.
Pero no se trata de descubrir a Kafka ni de lucubrar sobre cuál es la interpretación más acertada de su alegoría. Descubramos qué hay, quién hay debajo de Pedro, el Rojo, nombre y apodo aplicado a un ancestro de nuestra rama evolutiva que, desempeñando ya su trabajo como fiera de circo en oficio aceptado como digno, es obligado a relatar su experiencia, probablemente con la amenaza de que de no hacerlo sufra condena o castigo.
Bajo ese personaje simiesco, nos asomará un hombre que se transforma con pasión actoral en una mimesis humana para estremecernos. Y lo consigue con recursos dramáticos, antes de movimiento, gestuales, de silencios, tonos y timbres, que de contenido textual, el cual usa de principio a fin para lanzarnos su presencia. Arnas es Pedro, el Rojo, durante esa hora que detiene el tiempo. ¿O quizá Pedro es Javier? Convengamos que en el escenario sí, al menos ahora, porque estoy seguro de que, para llegar a esa atracción que nos conmueve, lo tiene que ser de alguna medida en su alma, tras las inevitables horas y horas de creación, ensayo e interpretación.
Como Javier Arnas nos cuenta en su amable diálogo al final de la función, es especialista en biomecánica y cuasi atleta, calificaciones absolutamente imprescindibles para ese desempeño y que demuestra sin paliativos en un ejercicio de simpleza y austeridad que facilita la conexión pretendida con el menú de emociones ineludible, porque surgen como bocanadas desde el aura de ese mono, mientras se nos hace pedante, antipático, simpático, alegre, tierno y gracioso, gracias al trabajo actoral —hago loa inmensa al vestuario y maquillaje—. Y así nos movemos por un mapa emocional que, tras apagarse una pantalla al fondo del escenario acabando de recordarnos uno de los finales más impactantes del cine, nos mantiene por varios segundos encogido el corazón, hasta que decidimos emular a nuestra compañía de butaca y nos ponemos a aplaudir, aplaudir, aplaudir...
Ficha artístico-técnica de la obra:
PEDRO EL ROJO: Javier Arnas
VOZ EN OFF: Manuel Alcaine
ESPACIO ESCÉNICO: Javier Arnas
REALIZACIÓN DE ESCENOGRAFÍA: Ramón Fernández
DISEÑO DE ILUMINACIÓN Y AUDIOVISUALES: José Castelltort
ESPACIO SONORO: Carlos Estella
ARREGLO MUSICAL: Oscar Carreras
CARACTERIZACIÓN COMPLETA : Paco Martínez, Ángel Laín y Cristina Morales
FABRICANTE DE POSTCERÍA: Harpo
ASESORA DE VESTUARIO: Ana Benedicto
DISEÑO GRÁFICO: Antonio Saz
DOSSIER: Jesús Javier “Jota” Pueyo
FOTOGRAFÍA CARTEL Y PROGRAMA: Estudio Mi6 Photo.com ( Guillermo Arroyo y José Orusco )
FOTOGRAFÍA DEL ESPECTÁCULO: Julio Marín, Ramón Fernández y Eduardo Valdés
PRODUCCIÓN: Javier Arnas y Ramón Fernández
ASISTENTE DE ESCENA: Natalia Artajona
AYUDANTE DE DIRECCIÓN: Ramón Fernández
DIRECCIÓN: Javier Arnas

Reseña de El refugio de las golondrinas, de Paula Figols

Reseña de El refugio de las golondrinas, de Paula Figols

El refugio de las golondrinas, de Paula Figols

Ediciones Anorak (2014 y 2017)

210 páginas

Uno de los libros que he leído últimamente y que más me ha envuelto en esa burbuja mágica de la buena literatura es ‘El refugio de las golondrinas’, de Paula Figols, periodista zaragozana, editado por Anorak en 2014 y del que aparece una segunda edición.

Es una novela delicada, dulce, salpicada de matices que he apreciado con profundidad porque el conocimiento del entorno, la plaza de San Felipe en Zaragoza, me ha llevado a imaginar con solidez en los recuerdos.  En sus descripciones he revivido establecimientos como los que describe, y he vivido su desaparición tal como la describe.  También he coincidido en esos gustos de los protagonistas que aparecen a modo de mies en el campo: por ejemplo, la primera novela de Benedetti que leí fue ‘Primavera con esquinas rotas’, y también considero ‘La tregua’ como la más tierna historia de amor jamás contada.  Fui lector de Los Cinco, aunque me gustaban más los Siete Secretos y Los Cinco Pesquisidores de la misma autora.  Soy adicto a Casablanca, la película (‘Siempre nos quedará París’), volé con Atreyu (’La historia interminable’) y estoy enamorado de esa plaza de San Felipe (me casé en su iglesia), voy a menudo por la Hipólita, qué ricas tartas, y quise ser ese muchacho que mira al infinito sentado en el suelo. Ah, tengo como referencia de personaje a miss Lunatic (que ‘actúa’ en Caperucita en Manhattan, de Carmen Martín Gaite) para incluirla en mi proxima novela.

Llegué a esa novela a través de Inma Ceamanos, la bibliotecaria de Alfamén, quien me prestó el libro tras una tertulia especial, con cierto privilegio porque no tuve que rellenar la ficha obligada y no me dio plazo de devolución.  Me lo recomendó fervientemente, recordando otra tertulia que hizo por allí la autora. 

He disfrutado del encantamiento de la obra por varias causas, algunas mágicas, pero sobre todo porque me subyugó la voz narradora.  En realidas, son varios personajes los que cuentan, y se dan el testigo para cada capítulo... pero la voz es la misma, tan sugerente con ese cándido deambular por las historias.  Tiene un poso nostálgico y, como alguien puso en su blog, quizá podría haberse cambiado el final... pero no, cada cosa termina como termina, y no añado más para no destripar los cierres (me niego a escribir el palabrejo inglés de moda).

La plaza de San Felipe se quedó con ese chico con gorra, de tacto frío y mirada ausente, con la veleta oscura allá arriba, mientras cerraba el libro y lo acariciaba contra mi pecho, queriendo que su aura se uniera con la mía para sentir juntos el universo que habíamos creado en estos meses.  Éste es mi termómetro para calibrar la buena literatura.