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Las verdaderas historias de amor son pasajeras (Pilar Aguarón), reseña

Las verdaderas historias de amor son pasajeras (Pilar Aguarón), reseña

Las verdaderas historias de amor son pasajeras  es un intrigante título para un libro con quince relatos que nos llevan por las recreaciones de ensueño a las que accede la buena literatura.  Y además del título, es la portada lo primero que nos atrapa, con ese contraste de observar un rostro angustiado rodeado de colores alegres, festivos, vibrantes.  También la cuidada edición de Luis Sanz (La Fragua del Trovador) nos incita, nos atrae.  Título, portada, hechura... tres imanes que se unen al tirón que como autora Pilar Aguarón Ezpeleta está alcanzando en el panorama narrativo.

Pilar Aguarón, destacada pintora, como demuestra con las ilustraciones que acompañan a los relatos de esta obra, comenzó tardíamente su andadura como escritora, en 2008, con un libro de relatos breves titulado precisamente Relatos breves.  Su especialidad literaria se ha asentado en esa brevedad, aunque ha tenido una incursión en la novela con Hueles a sándalo (2010, Editorial Certeza).

Su anterior entrega, La casa de los arquillos, como confirmación de que se ha convertido en la autora fetiche de la Editorial La Fragua del Trovador, dentro de la cual dirige la colección Palabras Contadas, puede considerarse un híbrido entre libro de relatos y novela, porque conjuga una visión conjunta de argumento global con la estructura y técnica del relato corto.  En Las verdaderas historias de amor son pasajeras, hay suspiros de novela en algunos de los relatos largos, que presentan pie para elaborar una historia de gran calado, como por ejemplo en Triunfos de guerra, El mundo de Luisi, o La viuda del divisionario.

Pilar crea sus narraciones desde la austeridad y nos las presenta a golpe de frases, que redondea un hecho.

  • “Lo que tía Luisi escondía era su vida”.
  • “La guerra nos derrotó a todos”.
  • “Nunca tuve un orgasmo, sólo los fingía, era fácil, igual de sencillo que enmascarar los sentimientos”.

Trabaja con el lenguaje ahorrando palabras, como buena economista que es, haciendo  una auténtica poda y rebaje de lo superfluo hasta dejar su estilo tan directo como vertiginoso, con muy pocas concesiones al relax del lector.  Atrapa enseguida, generalmente por donde duele, y resulta muy difícil desengancharse de sus historias.  Por suerte, no se alargan nunca y podemos extender el esfuerzo hasta el punto final sin sufrir desgarros graves.

Hay varias constantes en los relatos de este libro, que además podrían definir las querencias habituales de la autora, en las que poco a poco, quienes la seguimos, vamos observando que adquiere la maestría de los literatos de renombre:

-       Se mueve como pez en el agua, delfín diría yo, cuando salta de época sin que nos demos cuenta, maestra que es Aguarón en el manejo del tiempo.

-       Recrea con pericia el mundo rural o de barrio de las ciudades.

-       Se mueve con habilidad entre las décadas de los 30 a los 70 del siglo XX, dejando muestra del dominio de la historia o, mejor dicho, de los acontecimientos y su significado, que sabe aplicar como recurso de metáfora o comparación

-       Aparece a menudo la Guerra Civil o sus consecuencias.

-       Los relatos transcurren con protagonistas convencionales sumergidos en trasfondos escabrosos y generalmente ocultos a simple vista.

-       Hay mayoría de mujeres como personajes y como protagonistas, y casi siempre entregadas a varones despreciables.

-       Coloca la acción en Aragón, preferentemente en Zaragoza.

-       Describe amores locos, desenfrenados, sin medida.

-       Incrusta también películas o canciones con gran naturalidad para transmitir dataciones o sensaciones de una forma muy original

Son quince relatos, cada uno con su impronta, a veces punzante, a veces trágica, que se sumergen en hechos vividos por mujeres sometidas a una relación sentimental.  Sí, sometidas.  Y casi siempre con amargura, con dolor o con melancolía.  Hay relatos muy duros, como el último, Chesterfield sin filtro; eróticos, como Love me tender; jocosos, como El mundo de Luisi; simbólicos, como Azul ultramar; o devastadores, como La viuda del divisionario... y todos ellos, tan variados, que se unen por unas voces que miran cada historia con naturalidad, como si lo estrambótico fuera lo que nos ocurre cada día, como si nuestra realidad estuviera fuera de la normalidad, porque la normalidad sería la que nos cuenta esa voz, a veces en primera persona, muy involucrada en el argumento, o a veces desde lejos, a modo de notario implacable.

Breves son ocho relatos, de una a tres páginas:

  • La casa del molino, donde presenta un misterio sin describir para que sea el lector quien pueda imaginar lo que de verdad se oculta.
  • Love me tender, con título de esa canción suave de Elvis Preysler para ambientar en cambio un acto lleno de fuerza, descaro y vitalidad.
  • Azul ultramar, en el que Gauguin, simbólicamente, busca el color del título.
  • Ni una palabra, con un descaro inmoral.
  • El mar en otoño, melancolía de un amor que se fue, ambientada con una canción de Los Beatles.
  • Los amores de Cleofé, una alocada mujer que fracasa: “El dolor de Cleofé es más intenso que el miedo a la propia muerte”.
  • Un verano en San Aventín, quizá el único relato sin dolor, casi romántico.
  • Y Los ojos azules de Frank Sinatra, donde se vuelca toda la maestría en brevedad de la autora para entregarnos una historia en una página que contiene entero el Hollywood de los años 50.

Son siete los relatos que podríamos considerar largos, aunque de extensiones e intensidades dispares:

  • En El mundo de Luisi, con un lenguaje cercano y directo, sobre todo en los diálogos, por momentos jocosos, se nos descubre poco a poco una vida oculta, impensable en los primeros párrafos, de una mujer aparentemente convencional para su época.
  • La viuda del divisionario es el relato más extenso, con material suficiente para generar una novela.  Narrada en primera persona por la protagonista, una mujer casada con despecho, que cuenta sin tapujos al final de sus días lo que verdaderamente fue su matrimonio. Es en este relato donde Pilar Aguarón nos muestra el manejo de uno de sus recursos más brillantemente aplicados: el desarrollo paralelo de dos hechos aparentemente sin relación, pero que responden al mismo sentido narrativo, en este caso, entre una tormenta y un parto.  Los hay en otros relatos de este libro, como plantear el sexo dominador y extremo frente a una epidemia de cólera, o el desembarco de Normandía con el destino prefijado de la protagonista.
  • Los Rabanera es el ejemplo de relato en el que la autora mezcla la apariencia normal con los hechos resonantes.  Aquí, el hijo de Mariela, la protagonista, nos cuenta con un tono condescendiente cómo su madre, de presencia intachable, sostuvo comportamientos insospechados, especialmente para esa época, que, de haberse sabido, habrían acabado con su honorabilidad para toda la vida.
  • En Cólera aparecen prácticas sexuales al límite, pero me gustaría reflejar aquí como ejemplo, la descripción de un lugar localizable en Zaragoza, la estatua de Rubén Darío y cercanías en el Parque Grande, que me subyuga particularmente con esos bancos semicirculares bajo la verticalidad de los cipreses, semejando un lugar para rituales diabólicos en torno a una hoguera.
  • Trofeo de guerra es el título de dos relatos que nos cuentan las madres sobre sus hijas; una misma historia ambientada en una tienda textil, con cierto recuerdo a la sedería de la tía Luisi del primer relato, vista desde la altura de una ricachona o desde la de una mujer de pueblo que se traslada a la ciudad para hacer fortuna.
  • Llegamos al último relato del libro, Chesterfield sin filtro, para mí el de mayor valor emocional, el que más me ha atrapado con Jovita, una profesora de Literatura que ha desarrollado su función siempre dentro de la dictadura franquista, y en la que, con el tabaco como apoyo narrativo para ir presentando desmenuzada su destrucción interior, quiere transmitir a sus alumnas no sólo el amor por su asignatura, sino también por la libertad y la democracia, que en este caso final no es un amor pasajero.

Las verdaderas historias de amor son pasajeras no permanece después de leerlo como una obra baladí.  Está lleno de impactos emocionales que se cuelan por los recuerdos, sensaciones y sentimientos más recónditos del lector.  Quedan ganas al terminar de volver a este o aquel relato del que nos ha quedado poso, y de ese relato iremos a otro, y así sucesivamente para releer y releer, que es lo más loable que se puede decir de un libro.

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