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Reseña de Ciudades dormidas (Amparo Sanz Abenia)

Reseña de Ciudades dormidas (Amparo Sanz Abenia)

Ciudades dormidas y una mujer poética

“Dentro del espíritu de nuestra poeta hay un silencio en llamas aislándola de las trampas del ruido.  Ella sabe muy bien que lejos de tráfago mundano se ponen en pie el misterio.”

—Ángel Guinda, en el prólogo a Ciudades dormidas

 

Qué delicado es equiparar la muerte a un sueño, un sueño plácido y eterno que se configura con los panteones, monumentos funerarios, nichos y losas, como ciudades dormidas, así emerge la metáfora que Amparo Sanz Abenia nos ofrece de los cementerios. Es reconfortante y tranquilizadora, circunda y sana temores, enciende esperanzas...

Es Amparo una mujer poética o, mejor dicho, un ser poético, que vive en la poesía como quien habita en un palacio o un castillo, entre esos poemas en lo que cada verso es como una ventana al sentimiento o a la comprensión del mundo, al descubrimiento de los arquetipos a través del verbo elevado, al aumento sutil de la vibración de las cosas con la declamación de las inspiraciones.  Bajando a la tierra, en la presidencia de su Asociación literaria, trabaja lo imposible para expandir la esencia de cada poema, alentando presentaciones de libros, recitales, creaciones conjuntas, viajes poéticos...  Cree ella, no sé si por razón o intuición, que la poesía hace mejor al mundo porque promueve personas libres, más sensibles, más conscientes. Me adhiero.

Regresando a las Ciudades dormidas, ahora como título de ese singular poemario que Amparo nos ofrece, con sus fotografías transidas de una naturaleza muerta que pretende envolver a los vivos, y no para llevárselos con ella, sino para darles vida, porque son naturaleza, como la Tierra, como la tierra, misma.

Pasea la autora por cinco cementerios, Torrero (Zaragoza), Salzburgo (Austria), Maguncia (Alemania) y Linz (Austria), todas ellas unidas por el reguero de grandes ríos: Ebro, Danubio y Rin, analogía imponente de los versos de Jorge Manrique:

 

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar en la mar,

que es el morir:

...

y llegados, son iguales

los que viven por sus manos

y los ricos.

 

Además del proemio, van veintidós (número maestro) poemas de siete (número mágico) versos, cada cual con una dedicatoria, varias a sus familiares dormidos, y otras tan sentidas y profundas como ‘a los suicidas’ (Abismo, pág 37, ...En ascensión eres vapor de alma...), ‘a los ultrajados por el fanatismo’ (Holocausto, pág. 51, ...en este valle de lágrimas arden las guerras...), ‘a los que esperan en la otra orilla’ (Aleluya, pág. 57, ...brotan / en desordenadas sepulturas de aleluya... ).  Transitamos por la música de Mozart en Salzburgo, por el horror del Holocausto en Maguncia y por la cercanía de las almas propias en Torrero.

Mariana Enríquez, escritora argentina, en su libro Alguien camina sobre tu tumba, también como el de Amparo inspirado en sus visitas a los cementerios, dice que les ha dicho a sus amigos que arrojen sus cenizas sobre una tumba del elitista cementerio de La Recoleta, en pleno centro de la capital porteña.  Intuyo que lo pide para desquitarse de que la belleza funeraria de los suntuosos mausoleos sólo pueda ser de visión perpetua para una clase social, refiriéndose, quizá, a los últimos versos de aquella estrofa de Manrique.  Ciudades dormidas nos iguala en procedencia, en geografía, en alma y corazón.

Zaragoza, 31 de octubre de 2021

José Antonio Prades

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