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Libro II - Cuentos de Luz, Prólogo

Libro II - Cuentos de Luz, Prólogo

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Creo que este libro tomó inicio el día en que me levanté de un confesionario cuando el cura me inquirió sobre mis costumbres sexuales.  Tenía 15 años.  Desde aquella separación con la doctrina oficial, la católica, hasta este libro ocurrieron circunstancias que culminaron con mi bajo estado anímico buscando respuestas, porqués, motivos a esas realidades que no entiendes en la melancolía o en la frustración.  En 1991 se rompió mi primer matrimonio y acababa de conocer a personas con inquietudes espirituales que cuadraban con mis intuiciones que nunca terminaba de investigar.  Conocí a Juanjo y a su grupo de Valdefierro, donde recibí una enseñanza impagable.  Con ese empujón, con muchas lecturas, con alguna revelación y con el descubrimiento de que mi amigo José Julián también andaba por estas vías (30 años juntos y no nos lo habíamos contado), sentado de nuevo ante el pupitre de mi habitación en casa de mis padres, aquel que había soportado el vuelo de mi bolígrafo para escribir los primeros intentos literarios, comencé a escribir relatos que iban surgiendo de las nuevas circunstancias.  Seguí durante algunos meses en el proyecto, recopilando de aquí y de allá, incluso añadiendo relatos que había escrito antes con otra motivación…  y me los llevé en diskette a Buenos Aires.

Estaba cerrando la publicación de Epistolario de un oficinista, y quería comerme el mundo literario.  Su editor, hombre comedido y centrado, no quiso abusar de la ebullición de mi ego, y me había preparado una edición digna, sencilla, de 500 ejemplares y 96 páginas.  En cambio, la editorial con la que contacté por un anuncio en el diario Clarín, se apoyó en mi crecida egolatría, me llenó de elogios y anticipó tales éxitos cercanos al Premio Nobel que pudo arrancarme una edición con portada a color y 2000 ejemplares.  Ellos me dijeron que era compartida porque editaban para sí mismos otros 2000 que distribuirían en el mercado hispano de Estados Unidos, en Chile y en el interior de Argentina.  A mí, por supuesto, me dejaban que distribuyera los míos en Capital Federal, en el Gran Buenos Aires, España, Europa y resto del mundo.  Para favorecer mi trabajo me presentaron a Enrique Santiago Rueda, un editor de origen español, que vivía de la fama y del fondo editorial adquirido por su padre.  El hombre me cobró por adelantado sus honorarios y se comprometía por dos años a distribuir los ejemplares por más de 100 librerías, de las cuales me habló de un listado que no me proporcionó después.  En fin, una estafa de la que pude recuperar algo de dinero (aunque no los ejemplares que se había llevado; ni importa, me quedan muchos aún) gracias a la intervención de Antonio Sempere, vecino mío en la casa de la calle Juncal al 1700 y con nombre reconocido y trayectoria respetada en el mundillo editorial porteño.

El editor no incluía la presentación en su contrato.  Intenté prepararla, pero la ocupación profesional no me lo permitió.  Aun así, transcribo aquí los apuntes que había preparado para mi intervención como un ser sorprendido por los nuevos enfoques que iba absorbiendo:

 

Cuando un escritor presenta una obra suya, la intervención debería iniciarse obligatoriamente con los agradecimientos.  Y no es casualidad ni buena educación…  Que en este momento un libro se vea saliendo de las manos del autor es un logro que a quien más satisface es sin duda a él mismo y por eso todos los pasos intermedios, desde el punto final hasta la llegada al lector, son producto del interés de otras personas o sociedades que han puesto su esfuerzo con una apuesta para que así sea.

Pero hay más en la elaboración de un libro, y es la génesis desde que surge como un chispazo en la imaginación del escritor hasta que está listo para iniciar el proceso comercial.

Creo que todo libro está iniciado mucho antes de que la primera letra se plasme en el papel. Un libro es inseparable de su autor y, por ello, sus vivencias se van acumulando, quizá sin premeditación, para un día estallar contra la hoja en blanco, y eso se descubre mucho después de haberlo escrito, cuando al releer con la reflexión sobre el progreso de esa época, el autor se sorprende con la comprobación de que gran parte de su vida y de su personalidad quedó impresa en esas hojas.

Cuentos de Luz nació como deseo literario en el año 1991.  Después de una etapa turbulenta en mi vida, intensifiqué el contacto con grupos de personas que se movían en otro ámbito de conocimiento espiritual del que yo estaba iniciado.  Y ahora lanzo una paradoja impactante: me sorprendí de que no me sorprendiera.  Dentro de las enseñanzas que había recibido, el golpe de información que me llegó de pronto debía haberme provocado rechazo, alucinación o admiración…  Cualquier estado menos el de escucha sin asombro.  Aquellas ideas sobre alma, espiritualidad, poderes sobrenaturales, guías, médiums, eran canalizadas por mi conocimiento de igual manera que se abre una compuerta de un canal y el agua fluye sin sobresaltos por el cauce ya preparado.  O como cuando repasamos con nuestros hijos las tareas escolares de primaria y nos decimos para adentro: “Pues esto ya lo sabía, pero no me acordaba”.

Y así, una vez que hube reflexionado y asumido lo que acabo de contar, me vino la impaciencia por saber, por confirmar esa sensación.  Llegué a esta confirmación: lo que por fe se comprende se convierte en axioma del espíritu, porque todas las lecturas y consultas que realicé no me aportaban más de lo que yo había intuido.  Entonces me envolvió el deseo de contar, de explicar, de hacer entender a mi mejor manera todo ese mundo que acababa de descubrir.  Empecé a escribir sobre experiencias personales, narraciones ajenas, intuiciones metafísicas, con la única intención de recrear literariamente un mundo que comenzaba a explorar.

Así ahora, vuelvo a los agradecimientos, esta vez refiriéndome a aquellos que van impresos en la página 5 del libro, porque gracias a esas personas me involucré en este camino hacia la Luz, un camino como otro cualquiera para descubrir ese mundo desconocido que habita en nosotros.

Pero me encontré con más sorpresas.  Haciendo mención a esa época que antes aludía de repaso sobre un tiempo transcurrido, releí escritos míos de años atrás.  Y allí, sin buscarlo, quizá menos explícitos, fui capaz de hallar y comprender los indicios de esos cauces que habían estado latentes, de esos cauces que ahora me traen al descubrimiento de una ebullición interior que no es nacida, que ya tenía en embrión y que desconocía por completo.  ¡Qué misterios nos depara la vida!

Ningún arte es casual.  Toda manifestación artística responde a unos cánones universales que pertenecen al patrimonio del género humano.  De ahí que las obras de arte sean propiedad exclusiva de la historia.  Y en mi modesto aporte hacia la creación, quiero entender que esta obra que presento tiende a postularse hacia ese patrimonio.  El objetivo es ambicioso, pero a partir de ahora ya no depende de mí, sino de que los lectores, convertidos en jueces, la hagan no subir a ese escalón.

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