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Molintonia

El pasillo del recuerdo

La entrada a la calle Fillas es un corredor estrecho desde la esquina con Miguel Servet hasta la casa de los ultramarinos Cenis.  A partir de ahí se ensancha hasta desembocar en las tapias de Giesa y en la filla (génesis de su nombre).

La entrada a la calle Fillas es un espacio esotérico.

Hay ciertas personas, adictas a los Hombres Encantados, que han contado episodios inexplicables, sucedidos mientras caminaban por el corredor indicado.

Pilar, la pescatera, narró su experiencia de la siguiente manera: "De pronto me vi muy desorientada.  Sabía que estaba en ese lugar, pero en cambio me sentía viviendo un sueño algo difuso, en el cual mi hijo era mi hermano y yo una mujer joven de una familia pescadora.  Las imágenes me llegaban entre neblinas y como si me pusieran postales en un proyector.  Todo terminó cuando entré en la tienda de los Cenis".

Elías, el panadero, se tomó muy en serio su caso.  Pensó ser un hombre afortunado y, por lo tanto, hay que valorar su narración con la justa medida de subjetividad: "Resultó algo maravilloso.  Yo veía todo como un ángel desde el cielo.  Iba descendiendo poco a poco y aterricé cerca de una casa que me parecía conocer... y estoy seguro que es la que me corresponderá cuando muera.  Allí había una familia encantadora y yo me convertía en el hijo mayor.  Después de sentirlo como si lo estuviera viviendo, volví a ascender envuelto en una nube majestuosa que emitía destellos rojos y amarillos".

Juanito contó: "Yo no era yo.  Yo no era como soy ahora, pero era yo, más alto y más mayor.  Estaba disfrazado con ropas de teatro, ropas antiguas y llevaba una capa y una espada.  Me parecía que era un alguacil, porque me veía mandando como un jefe y todos me hacían caso".

Estos tres sólo son ejemplos, pues hay gran variedad de casos y muy variopintos.  Incluso alguna persona repetía experiencia con asiduidad, unas veces con historias parecidas y en otras totalmente distintas e inconexas con las anteriores, de lugares y épocas dispersos.

Podía parecer que eran sueños por alucinación.

El testimonio más escalofriante salió por los labios de don Abel, un viejecito encantador que, con una buena jubilación, se dedicaba a ayudar a las familias necesitadas.  Como vivía en el número 4 de la calle Fillas, estaba obligado a atravesar el corredor todos los días.  Sufrió una experiencia repetitiva por una semana, de tal manera que al llegar el viernes no se atrevió a salir de su casa.

Don Abel contó que él mismo, con unos veinte años, con unas facciones tremendamente idénticas a las que tuvo en esa edad, se veía atado a un pilar, vestido con una túnica blanca y rodeado de guerreros que lo custodiaban.  Al frente suyo se alzaba una gran piedra lisa, manchada de rojo seco por los costados.  Uno de los guerreros le agarraba del cabello para que no moviera la cabeza mientras sucedía la ceremonia.  Cinco mujeres fueron colocadas en hilera junto al altar y una a una las acostaron sobre él, entre gritos espeluznantes.  El que parecía Gran Sacerdote les clavaba un cuchillo en el corazón.  Cuando la última mujer dejó de respirar, lo desataron y seis guerreros lo elevaron sobre sus cabezas para trasladarlo a la piedra del sacrificio.  Cuatro guardianes lo sujetaban de pies y manos.  La túnica se le empapaba de rojo caliente.  El Gran Sacerdote se acercó hasta él y, poniéndole la mano abierta sobre el pecho, miró al cielo, susurró algo así como una rogativa y elevó la otra mano que asía un puñal dorado para clavárselo en el corazón.

Don Abel sufrió esta experiencia como un recuerdo propio durante cinco días hasta cuatro veces diarias.  Cuando el lunes, doña Antonia, la practicante, pudo convencerle para que saliera de su encierro y bajara como siempre a la calle Fillas, el recuerdo cambió por una experiencia más gratificante y ya no se repitió más la historia cruenta.

Al cabo del tiempo, este corredor de la calle Fillas fue llamado "El Pasillo del Recuerdo".  Hoy, ya abierta toda la entrada con la casa de los Cenis derribada, no se producen casos de este tipo.

No todo el barrio entiende por qué se le llama "El Pasillo del Recuerdo", si bien se le conoce por siempre como tal.  El análisis de los hechos llevó a diferentes interpretaciones.

Unos afirmaban que se producían debido al exceso de cables eléctricos que cruzaban la calle.  El campo magnético creaba ondas excesivamente fuertes que influían en los pensamientos de las personas más sensibles, distorsionando la capacidad de raciocinio y de adecuación a la realidad.  Esta hipótesis no podía explicar la cadencia de los "sueños", ni su repetición, o su variedad, o su contenido...  Pero era un razonamiento científico.

Un gran grupo de mujeres estaba convencido de que se trataba de un conjuro dirigido por brujos malignos a quienes eran capaces de vivir en paz consigo mismo, tratando de volverlos locos para inclinarlos al mal y entorpecer la buena marcha del barrio.  Según alguna de estas mujeres, podría evitarse con trabajos de magia blanca.  Se contrató a un parasicólogo visionario que no logró evitar el fenómeno.  Además, según esta teoría, no se daba explicación a casos como el de Elías, el panadero, que consiguió una gran quietud interior y un mejor humor para con sus vecinos.

Se llamó a un radiestesista especializado en detectar vetas internas de energía negativa, y encontró un ramal de desagüe atascado que de no haberse descubierto podría haber provocado una gran inundación.  El alcalde pedáneo se puso muy contento.

Realmente, el nombre de "El Pasillo del Recuerdo" se adjudicó por una razón muy obvia que, intuitivamente, pero lejana de aceptación racional, entendió la mayoría del barrio.

"Estamos de paso aquí, en una etapa finita, regresando de un camino anterior hacia una misión infinita".  Parece ser que este lema salió de Valero evacuando una consulta sobre el tema que nos ocupa.  Nadie lo comentó, pero muchos lo aprendieron para reflexionar en la soledad de la noche.

El corredor de entrada a la calle Fillas estaba habitado por espíritus superiores que debían actuar influyendo en personas determinadas para lograr en ellas un mayor progreso durante su vida actual.  Aprovechando un espacio reducido de tránsito habitual y continuado, ejercieron allí una de sus tareas: hacer despertar la sensación de eternidad provocando el recuerdo de experiencias importantes.  Es decir, los episodios de otras vidas, latentes en la memoria espiritual, eran reactivados para que su conocimiento ayudara a encontrar actitudes positivas en cada ser.

"El Pasillo del Recuerdo" no tiene otra explicación.

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