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Reseñas

La mala luz (de Carlos Castán), reseña

La mala luz (de Carlos Castán), reseña

No es un thriller en el sentido que la reseña de contratapa plantea, porque hasta la página ‘ytantos’ no se destapa el asesinato y el proceso de investigación (?) no comienza hasta la página ‘bastantemásdeytantos’.   Por lo tanto, quien espere encontrar en esta novela una historia de vértigo con trama sofisticada ya puede ahorrarse su lectura.

Conocí a Carlos de la mano de los hoy Galgo Cabanas (Sipán-De los Santos) en un taller literario donde comentamos su entonces recientemente reeditado libro de cuentos “Museo de la Soledad”.  También nos dio una charla sobre la locura en los artistas… y nunca mejor tema para cuadrarlo con este autor, por su aspecto de profesor despistado (es profesor, de Filosofía) y su capacidad para imbricarse en los más escondidos vericuetos del alma.  Saliendo del taller, me comentó que no era probable que escribiera una novela… porque le daba pereza enfrentarse a la tensión creativa en un esfuerzo más largo que el provocado por la escritura de un relato.  Agradezco que haya cambiado de opinión, lo que ya se atisbaba con su “Polvo en el neón”, relato largo o novela breve según quien lo defina.

Aun así, Carlos Castán es un escritor de tiro corto.  Me explicaré.  Ha escrito una serie de capítulos relacionados en torno a un argumento (casi sin trama), con mucho de su peculiar manera de introducirse en el cuento.  ¿Se puede llamar novela a “La mala luz”?  Narra una historia y tiene 215 páginas netas, pero nunca un hilo argumental se ha supeditado tanto a un estilo narrativo, un estilo personal que puede relacionarse con varias referencias literarias, pero que a la larga configuran el estilo Castán.   Sus libros de relatos son una delicia, un abuso de la belleza literaria que provoca adicción.  A mí me la ha provocado, al menos, y varias personas que he introducido en sus páginas están siguiendo mis derroteros.

¿Por qué engancha este autor si apenas cuenta cosas, y mucho menos nuevas?

Estoy seguro de que Carlos sería (si no lo es) un excelente submarinista.  Hace muchos años, la Psicología era tratada como rama de la Filosofía, en materia universitaria.  Él es filósofo, ergo podría derivar en psicólogo.  Un psicólogo submarinista entra en esas profundidades que van más allá de la mente y se inmiscuyen en terrenos tan foscos (con mala luz) como el alma humana.

Los grandes artistas tienen acceso al inconsciente colectivo o al mundo platónico de las ideas.  Probablemente, ni lo sepan ni lo intuyan ni lo busquen.  A mi entender, una obra de arte conjuga calidad, trascendencia y divulgación cuando ha sabido conectar con esa esencia que nos une a todos, ahora más fácilmente entendible desde el descubrimiento del bosón de Higgs.  Carlos Castán conecta.

Carlos Castán conecta con esa realidad humana, de casi todos los seres humanos, que es la soledad existencial, el dolor interno que no se evidencia por ninguna terminación nerviosa, sino que desde lo más profundo de la entraña se extiende por el aura hasta concentrarse en las cercanías del plexo solar para provocar, si acaso, el llanto por desesperación.  Cuando lo lees, eres tú, tu monólogo interior, el de la parte de tu ser que se siente sola, atrapada, dolida, necesitada de una compasión que tampoco quieres ir a buscar.

En “La mala luz”, el protagonista -a la sazón un alter ego del autor, sin duda-, de quien no sabremos nunca el nombre, se sumerge en ese mar interior para relatarnos, con una voz que raya en un suspiro agónico, las vicisitudes que le provoca su vida.  Sí, su amigo Jacobo ha muerto, pero no es el motivo único, si siquiera el principal, de su introspección, sino que se convierte en otra excusa más para mostrar su sentir (¡su sentir!) sobre lo que va apareciendo en su entorno, hasta incluso moverse, en un paralelismo magistral, hasta la residencia donde está acogida su madre, verbigracia… o incluso a contarnos, en un capítulo que quizá sobra, aspectos biográficos de su musa Marguerite Duras.

No es una novela.  O seré diplomático con el editor: no es una novela al uso.  Apenas sin trama, salvo en el desenlace, también magistral, pero que sabe a final de cuento breve: rápido y desconcertante.  Con solamente dos o tres diálogos de dos o tres renglones.  Pocos personajes. Con una estructura desestructurada (¿o no tiene estructura?), donde hay dos partes descompensadas, veinte capítulos que casi podrían funcionar como cuentos independientes, con un planteamiento rebasado que ocupa un porcentaje desmedido, un nudo que aparece y desaparece, un desenlace abrupto…  En fin, con esas imperfecciones técnicas que también denota el autor en sus relatos, pero que aún añaden más encanto a esa sensación de haber asistido a un aquelarre de hechizos literarios.

¿Qué domina entonces técnicamente Carlos Castán?

La frase larga, subyugante, letárgica (quizá de fuente proustiana), llena de esquinas gramaticales que no terminan de encuadrar una idea y ya han pasado a la siguiente y a la siguiente y a la siguiente, en una cadencia mágica que atrapa y que me ha hecho parar infinidad de veces para cerrar los ojos, suspirar, cerrar el libro, suspirar, abrir el libro, releer una, dos, tres veces esa frase, ese párrafo, que ha definido lo cotidiano de esa manera tan bella a punto de provocar el sollozo.

Los paralelismos, de lo que ya he contado un ejemplo y añado otro: el segundo plano se compone de la descripción de una película de cine que el protagonista ve en televisión, cuyo desarrollo acompaña la narración en primer plano del parlamento relevante que está teniendo por teléfono con Nadia y con la que comienza la poca trama, vertiginosa, tan ponderada en la reseña.

Las comparaciones y las metáforas… espléndidas …pero con un lenguaje asequible, cercano, que se acerca sutilmente a la sustancia poética o, mejor dicho, a las sensaciones que provoca la poesía.

La mala luz es una historia con tres temas (voy a hacer caso a mi profesor de literatura en el bachillerato: ¿cuál es el tema?) tan universales como la pasión amorosa, la amistad y la muerte, salpicado por otros menores que no quiero desvelar porque provocaría anticipos innecesarios de alguna sacudida que merece la pena vivir sin esperarla.  Es una exposición sombría, muy interior, que me ha recordado las sensaciones que me provocó Ernesto Sabato con su “Informe sobre ciegos”, donde la oscuridad, la angustia opresora, te expulsa para buscar tu luz propia porque la historia te la está quitando.

Es pura literatura, puro arte, esencia que te abandona con la sensación de haber sido baqueteado por una tortura lenta, una tortura dulce que quieres que se repita, o que no acabe nunca.

ISBN: 978-84-233-4724-7

Editorial: EDICIONES DESTINO

Nº páginas: 230

Año de edición: 2013

Reseña de Historias de sujetadores, de Anabel Consejo

Reseña de Historias de sujetadores, de Anabel Consejo

Es el primer libro que publica en solitario mi socia en 3d3 LiterArt Anabel Consejo Pano, y así os lo cuento.

 Siempre he dependido de la amabilidad de los extraños, dice Blanche Dubois en “Un tranvía llamado deseo”

 Imaginar un sujetador promovería, al menos, dos interpretaciones, según sea evocado por un varón o por una mujer.  A través de un varón, las dos copas y el cierre presentarían un escenario erótico, un anticipo, quizá, de una intensa sesión amatoria.  En la recepción de una mujer, convengamos que la imagen se alargaría, antes que por el erotismo, por las vicisitudes del mundo femenino, exclusivamente femenino, como prenda práctica y cotidiana.

 ¿Será Historias de sujetadores un libro erótico o un libro de mujeres? Hay contestación a las dos opciones, aunque no sólo a ellas.

La autora se sumerge de lleno en el universo de la mujer; mujeres son las protagonistas principales de todos los relatos del libro, aunque en todos menos uno, “La ciega”, aparece replicando un hombre como parte importante en la acción.  El mundo de Anabel en este libro es dual, sí, del yin frente al yan, movido por las remembranzas eróticas que a los varones nos puede despertar el título y que resultan atractivas desde las fantasías femeninas que iremos encontrando: el jardinero musculoso o un amante esporádico, hacerlo en el baño de un tren o en la trastienda de una panadería, contratar un prostituto o seducir a un becario…

Pero con el encanto de lo erótico sutil, dulce erotismo blanco, este libro de catorce relatos no solamente aterriza en el mundo sensual.  A lo largo de sus páginas, nos llevamos también muestras para reflexionar sobre las mujeres prisioneras que se enfrentan a su destino, ya sea un matrimonio hundido en la rutina, un marido humillador, el avance de la edad, el abandono del amante o el síndrome de la cuidadora.  También nos enfrentaremos al equívoco, escandalizándonos en la primera página del relato y riendo al final cuando comprobemos cómo las palabras juegan malas pasadas, sobre todo si somos curiosos impertinentes.

Y por cambiar de ambiente en un ejercicio que requiere poco esfuerzo, podremos sentirnos en una sala de cine reviviendo películas especiales que la autora nos trae con un guiño cómplice: nada menos que el gran Hitchcock con “Rebeca”, o la escena tan recordada de “El cartero siempre llama dos veces” entre unos apasionados Jack Nicholson y Jessica Lange, o esa historia sublime de Tita, no tanto con su amado Pedro, sino en la relación con su madre María Elena, en “Como agua para chocolate”, de Alfonso Arau.

A mí me gusta Ingrid, sueca tenía que ser, esa señora que se la juega frente a su marido bobo, insulso, superficial, asumiendo la nostalgia de lo que fue, pero ya no es, y así se sobrepone a su realidad enfrentándose a los convencionalismos y prefiriendo su dignidad a la vida cómoda después de su último intento por recuperar un tiempo mejor. 

Anabel apenas se escabulle de lo cotidiano, se siente vital dentro de unos entornos de la intrahistoria que crean episodios relevantes, o que se hacen relevantes porque la autora los coloca en el escenario literario; tanto monta, monta tanto.  Se atreve con la mirada ingenua de una niña narrando la aventura de su padre con una prostituta.  Se atreve con aventuras electrizantes de amas de casa o ejecutivas de postín.  Se atreve con la mujer madura y el joven transformado.  Se atreve con insinuaciones de zoofilia.  Se atreve con la grafología.  Se atreve con el amor.  Se atreve. Porque es valiente no le teme a una hoja en blanco ni a lo que en ella crea.

 Se arriesga y gana.

 

Sólo entre las hojas del libro hallé restos de su aroma, en “Azules, no grises”, de Anabel Consejo

Hueles a sándalo, de Pilar Aguarón (www.aguaron.net)

Hueles a sándalo, de Pilar Aguarón (www.aguaron.net)

Ella me daba la mano y no hacía falta más...  Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y eso era amor.

 

(de La tregua, por Mario Benedetti)

 

 

 

Las grandes historias de amor siempre están de moda y nunca caducan: Marco Antonio y Cleopatra (ah, Julio César); Calixto y Melibea, con su Tragicomedia; Diego e Isabel, los Amantes de Teruel; Romeo y Julieta, Montescos y Capuletos; Oliver y Jenny, de “Love Story”; Florentino y Fermina, que amaron en los tiempos del cólera; Rick e Ilse, a los que siempre les quedará París; el conde Laszlo y Katherine, de “El paciente inglés”… Casi todos los escritores incluyen sensaciones de amantes en sus creaciones. Las pasiones amatorias son ingredientes que provocan atracción en el lector, quizá porque quien las ha vivido es capaz de revivirlas, o quizá porque quien no las ha vivido puede vivirlas con el transcurrir de la historia.

La buena literatura arranca sensaciones dentro del mundo irreal que se crea por arte y magia de unas palabras, ya sean narrativa, poesía, teatro o guión de cine.  La pasión amorosa es uno de los altercados humanos que más intensas sensaciones produce porque nos arrastra fuera de la razón y nos provoca el vuelco de los sentidos.  Cuando la literatura se involucra en ese frenesí de locura y, convertida en arte, nos trasmite sus conmociones, llegamos al estado de lectores catalépticos… y sentimos.  Oh, maravilla.

Hueles a sándalo” es una novela que sólo, nada más y nada menos, es una historia de amor, una historia de amor por sí misma, sin otra intención que mostrar cómo Fernanda y Rubén se aman, cómo se conocen, cómo se desean, cómo se divierten, cómo se separan, cómo se añoran, y cómo son capaces de amar el amor sin saciarse.  Dos muchachos que maduran sin alejarse de su corazón juvenil para conservar las brasas del incendio sentimental que casi los destruye.  Es una historia de ida y vuelta, con diferentes rutas y paradas, que se mueve por un trayecto repleto de peripecias inesperadas.  El episodio de las tarjetas es tanta delicia como encontrarse cincuenta higos abiertos, jugosos, sabrosos, dulces, eróticos… recién caídos de la higuera.

Y es también una novela histórica, aunque solamente sea así clasificada para encuadrarla en el género más mediático, que refleja una época reciente, nuestra época, desde los años 80 hasta hoy, treinta años de clamor, porque describe, tomando partido, los avatares de la historia internacional en esas décadas que acompañan a los protagonistas en su amorío.  Sin la Segunda Guerra Mundial, “Casablanca” no habría existido tal como es (quizá Ilse aún viviría con Rick en París).

Tengo la misma edad que Fernanda, catorce años cuando murió Franco, y vivo en la misma ciudad que ella, Zaragoza…  Conocí “Cancela”, la cafetería donde se ven por primera vez, me sentí indefenso en las artes del ligoteo cuando disputaba una chica a un cadete uniformado como es Rubén, supe de algunos de estos muchachos forasteros que se aprovechaban de las chicas zaragozanas para tener desahogo pasajero mientras cursaban en esa ciudad los tres años de Academia, y tuve mal (y bien) de amores juveniles por las mismas calles que ella transita: Paseo de Sagasta, Dato, Gran Vía, Plaza de Aragón, Independencia, César Augusto...  ¿Quizá por eso he disfrutado con esta novela?  Quizá.  Pero no sólo por eso.

Para mí, Rubén es el malo. Sí, ni siquiera me lo parece el padre de Fernanda, que también interviene lo suyo, o el del propio Rubén.  Este chico se lleva mi etiqueta de malo, que debe existir en cada relato que fabrique vida para el lector.  Y creo que opino así porque Fernanda me ha cautivado como debe cautivar cualquier protagonista de una buena historia para sumergirse en sus páginas y no parar hasta el desenlace… que, por cierto, es muy inteligente, así que más loores para la autora.  Probablemente, a otra persona le cautive Rubén, es lo que tiene la vida, que nada es negro ni blanco, sólo lleno de tonalidades de gris que, en la paleta de Fernanda, se llenan de color para cubrir de pinceladas su eterna desazón, la que refleja en los ojos de su cuadro “Moreno de verde luna”, sin saber que ahí va a residir el imán que mantendrá viva la atracción.  Misterio en el frenesí.

Además, es una novela que nos hace viajar, no se queda en Zaragoza, su lugar de origen, sino que, como vuela una pluma de paloma, nos pasea por Florencia, Madrid, París, Nayaf y Diwaniya (Irak), Herat (Afganistán), de la mano de dos rutas paralelas que no terminan de encontrarse, casi ni siquiera al final… Pero no cuento más.

He sonreído.

Me he enfadado.

Me he emocionado…

He vuelto a sentir escalofríos de hombre enamorado…

Ars Mágica, de Nerea Riesco (www.nereariesco.com)

Ars Mágica, de Nerea Riesco (www.nereariesco.com)

Me sedujo la portada: colores ocres para una joven desnuda de espaldas y a su lado estanterías con libros encuadernados en cuero, muy antiguos… y en letra blanca, casi de tarjeta de visita, una leyenda: Siglo XVII, norte de España: un inquisidor, una bruja… y algunos hechizos. El aperitivo se completa con la reseña de contraportada, que hace pensar, después de ver a la mujer desnuda, en una posible aventura del inquisidor con ella… Figuraciones atractivas, que animan a iniciar la lectura.

Así me introduje en el auto de fe del 7 de noviembre de 1610, en la Plaza de Santiago, en Logroño, hecho histórico, narrado a modo de prólogo y que da pie a la historia protagonizada por Alonso de Salazar y Frías, un inquisidor de grado medio que quiere aumentar su fama de justo y ecuánime valorando la certeza de unas acusaciones de brujería con la compañía de dos jóvenes frailes: Íñigo de Maestu y Domingo de Sardo. Alonso duda de la existencia del diablo y se afana en descubrir pruebas que describan la falsedad de las denuncias, incluso duda de sí mismo y de su formación teológica para justificar, por ejemplo, un embarazo de soltera, del cual se acusa al demonio (¡oh!).

Comencé el paseo literario con buenas perspectivas que se confirmaban con pequeños detalles, como el título de cada capítulo (descripciones de fórmulas mágicas, recordando a Como agua para chocolate con sus recetas mexicanas) y unos iconos que acompañan principio y final de los capítulos (el dibujo de una bruja preparando sus mejunjes y una cruz que parece tomada de la tapa de un escapulario).

La novela se desarrolla en dos planos que confluyen al final: las peripecias del inquisidor, convirtiéndose también en policía que investiga una muerte extraña relacionada con su trabajo, y las de Mayo de Labastide (quizá la joven de la portada), que deambula con su burro (ella está convencida de que es un hombre embrujado) en la búsqueda de su aya, Ederra, un personaje que nunca aparecerá en el plano real de la novela, aunque la autora le da una vida primorosa.

En los primeros capítulos, sufrí algunos resbalones porque el lenguaje se escapaba por derroteros periodísticos más que novelísticos, y podría tratarse igual de una novela ambientada hoy que en el imperio maya… pero recuperé el paso sin llegar a caer, y me iban subyugando muchos elementos de la obra.

Nerea Riesco navega con pericia sobre las aguas turbulentas de la novela histórica. Se palpa una excelente documentación, pero los textos apenas contienen referencias que pudieran hacerla indigesta. Mezcla sus personajes inventados con históricos de relevancia, como Felipe III, el duque de Lerma, la reina Margarita, Rodrigo de Calderón, secretario del duque, de una forma acertada y verosímil.

Por el género en que se encuadra, deberían primar los hechos antes que los personajes, el ambiente histórico antes que las profundidades psicológicas… en cambio, el mayor valor de esta novela es la perfilación de sus protagonistas, a veces con delicadas pinceladas, siempre con ternura, jugando con magia, ficción, historia, calor… apartándose de una visión omnipotente, dándoles la mano para acompañarlos y desde esa posición, dar fe de los sucesos que les ocurren, sin juzgar, incluso confabulándose con sus creencias ingenuas. Me quedo con Ederra, pero Mayo es una delicia, Íñigo cautiva con su candidez y Alonso, con sus dudas metafísicas y su amor platónico.

La Inquisición es una época oscura de nuestra historia… pero “Ars Mágica” no pretende darle luz, ni mucho menos, sino convertirla en una excusa para imbuir a sus personajes… Hay amor, hay tutelas, hay corrupción, hay vicisitudes universales de hombres y mujeres que con acierto la autora ha insertado en un ambiente que le sirve como contrapunto de terrorismo de estado, de fuego y tortura, para que los personajes aún parezcan más humanos.

Es una novela interesante, que se lee con fluidez, que no agobia con el ritmo, sino que marca pautas de lectura cadenciosa, a veces necesariamente atenta para disfrutar, sobre todo, de la ternura.

 

La tregua, de Mario Benedetti

La tregua, de Mario Benedetti

Mario Benedetti murió el pasado 17 de mayo.  Había nacido en Montevideo, en 1920, y en 1960 publicó su primera novela, “La tregua”, donde recrea unos meses de la vida de un contable, Martín Santomé, imbuido en la rutina más extrema salvo durante unas semanas (lo que sería esa tregua entre dicha rutina) para atender a un nuevo amor en su vida, Laura Avellaneda.

Benedetti fue un oficinista desde 1934 a 1938 en una empresa de repuestos de automóviles, así que el ambiente no le era nada desconocido, y con su arte y su experiencia consigue una de las mejoras obras de la literatura sudamericana.


Me he sumergido en sus páginas a modo de recuerdo… y escribo aquí de la novela porque he podido disfrutar de sus descripciones sobre aspectos de la gestión de las personas.  Todo un lujo.  .
 
“La tregua” es una novela corta, de lenguaje directo, escrita en primera persona como entradas en un diario que escribe Santomé en los meses previos a su jubilación.  Me gustaría que esta reseña sea una recomendación veraniega de lectura, así que, como aperitivo, ahí van unas “aceitunas”:

 Viernes, 15 de febrero… sobre el placer en el trabajo: “…debo confesarlo, me provoca placer el trazado de algunas letras como la M mayúscula o la b minúscula, en las que me he permitido algunas innovaciones.  Lo que menos odio es la parte mecánica, rutinaria, de mi trabajo: el volver a pasar un asiento que ya redacté miles de veces…. Ese tipo de labor no me cansa, porque me permite pensar en otras cosas y hasta… soñar.

 Viernes, 1º de marzo… sobre la supervisión del rendimiento: “El gerente llamó a los cinco jefes de sección.  Durante tres cuartos de hora nos habló del bajo rendimiento del personal.  Dijo que el Directorio le había hecho llegar una observación en ese sentido, y que en el futuro no estaban dispuestos a tolerar que, a causa de nuestra desidia (cómo le gusta recalcar “desidia”), su posición se viera gratuitamente afectada.  Así que de ahora en adelante, etcétera, etcétera… Todos sabíamos hoy que la arenga iba para Suaréz, pero entonces ¿a qué llamarnos a todos? ¿Será que el gerente sabe, como todos nosotros, que Suárez se acuesta con la hija del presidente? No está mal Lidia Valverde.

 Jueves, 18 de abril… sobre el auditor: “Vino el inspector: amable, bigotudo.  Nadie hubiera pensado que fuese tan cargoso.  Empezó pidiendo datos del último balance y terminó solicitando una discriminación de rubros que figura en el inventario inicial.  Me pasé acarreando viejos y destartalados libros desde la mañana hasta última hora de la tarde.  El inspector era un primor: sonreía, pedía perdón, decía “mil gracias”.  Un encanto el tipo.  ¿Por qué no se morirá?”

 Jueves, 1º de agosto: … una opinión sobre el jefe: “ Me llamó el gerente.  Nunca lo pude tragar.  Es un tipo maravillosamente ordinario y cobarde.  Alguna vez he tratado de representarme su alma, su ser abstracto, y he conseguido una imagen repulsiva.  Allí donde normalmente va la dignidad, él solo tiene un muñón: se la amputaron.”

 Sábado, 17 de agosto:…sobre los accionistas: “Esta mañana estuve hablando con dos miembros del Directorio.  Cosas sin mayor importancia, pero que alcanzaron, sin embargo, para hacerme entender que sienten por mí un amable, comprensivo desprecio.”

Y como último contenido del aperitivo previo al excelente almuerzo que será la lectura de la novela, le presento, amigo lector, este diamante literario:

 Lunes, 3 de febrero: “Ella me daba la mano y no hacía falta más.  Me alcanzaba para sentir que era bien acogido.  Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y eso era amor.”

Que usted lo lea bien.

Publicado en ForoRH nº 111, del 4 de julio de 2009