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Libro IX - Jugué al fútbol... historia de una ilusión, Reseña

Libro IX - Jugué al fútbol... historia de una ilusión, Reseña

(puedes descargar esta novela en epub desde https://literaturame.net/libro/jugue-al-futbol/ y en formato papel desde www.bubok.es/libros/212548/Jugue-al-futboll-historia-de-una-ilusion )

Para introducir esta novela, qué mejor que incluir las palabras de la presentación.  Hay párrafos que volverás a leer en el Prólogo, pero no los elimino para ser fiel al momento, en el Restaurante Bahía de Zaragoza, el día 1º de abril de 2008. Ahí van.

Empezaré por los agradecimientos.

En primer lugar, el agradecimiento es a Salvador, que se empecinó en que esta novela viera la luz… y la luz ha visto. 

También a Xavi (Aguado), porque creyó en esto desde el principio y hoy está aquí, que es la mejor manera de demostrarlo.

A José Antonio Parra, de Gráficas Parra, por su dedicación en la confección del libro.

A Sandra y a Breaking Time, por esta portada tan maravillosa.  Por cierto, que muchas personas me han preguntado si soy yo el chiquillo que aparece ahí, y no, no lo soy, pero ya empiezo a decir que sí, porque casi nadie se cree que no sea yo.

Sigo agradeciendo… a mis compañeros del fútbol, entrenadores y directivos, porque con ellos he crecido y me han dado las experiencias para contar lo de la novela y mucho más.  Especialmente, quiero destacar entre ellos a los componentes de los últimos equipos de Madrid en los que jugué, que fueron leyendo la novela conforme la escribía y me dieron sabios consejos que mejoraron el relato. 

A mi familia, que me apoya en este oficio/afición de escribir que tanto tiempo les roba…

Y seguro que de alguien me olvido, por lo que pido disculpas y alargo mi agradecimiento a todas aquellas personas que me han ayudado a ser como soy.

Esta novela ve la luz gracias a una de esas casualidades que parece improbable que sucedan.  Conocí a Salvador (Macías) en los años en los que transcurre el argumento, allá por 1975-76, más o menos, cuando su padre era presidente del C.D. Santo Domingo de Silos, y él se apuntaba como entrenador de alevines.  Ya él se marchó de Zaragoza para iniciar sus estudios, yo seguí otros caminos, y perdimos el contacto hasta que hace tres años recibí un mail en el trabajo, entonces en Madrid, en el que me contaba cómo me había localizado.  Los avatares de la vida nos habían hecho desembocar casi en el mismo camino profesional y estaba suscrito a la revista en lo que yo colaboro con artículos sobre recursos humanos y desarrollo directivo.  Inmediatamente, le llamé al teléfono que me ponía a pie de texto, y ya seguimos en contacto intermitente hasta que me invitó a una cena solidaria primero, y luego a reuniones en las que empezaba a gestarse ASDES.  En una de ellas, en el restaurante Trier, con su habitual habilidad para involucrar en proyectos humanitarios a cualquiera que se le cruce por la acera, propuso una ronda de intervenciones para que cada uno expusiéramos lo que podríamos hacer por esa causa.  A mí no se me ocurría nada, hasta que recordé que el último cajón del último armario de mi estudio guardaba el ejemplar de una novela que tenía que ver con lo que Salvador había expuesto que le gustaría que ASDES impulsara: el deporte como escuela de valores.  Así que ahí que lo lancé, Salvador lo cogió al vuelo, y Xavi Aguado, que también andaba por allí, remató la jugada como alguno de los cabezazos suyos que terminaban en la red, ofreciéndose para presentarla, como así hizo en abril pasado. 

Pero quiero irme un poquito para atrás en el tiempo y compartir con vosotros la génesis de esta novela.  Hace ya varios años, viviendo en Buenos Aires, veía en televisión una serie titulada “Ricardo Rojas, D.T. (Director Técnico)”, que narraba las peripecias de un jugador de alto nivel convertido en entrenador de un equipo base.  Hubo una escena en la cual un representante de futbolistas hablaba con un muchacho adolescente.  Después de alabarle sus virtudes, el hombre  le comunicaba:

–Mirá lo que te conseguí, ché…. que te acepten para una prueba en las inferiores de River.

Recordando mis tiempos en los que pude vivir una conversación parecida,  estuve a punto de soltar una lágrima que acompañara al escalofrío de la espalda.

Este fue el punto de partida de la novela.

También coincidía en ese momento que mi hijo Raúl comenzaba sus andanzas futbolísticas, y se mezclaron la nostalgia del recuerdo con el amor de padre para provocarme una sensación agridulce entre lo que fue, pudo ser y podría suceder.

El fútbol, su práctica, ha formado parte importante de mi vida, pero no sólo como afición y entretenimiento, sino como crecimiento y evolución en este mundo de cuerdos y locos.  No sé si me llevó hacia la cordura o hacia la locura, pero sí estoy seguro que me trajo hacia el lado donde hoy me encuentro. 

Después de aquella emoción frente a la pantalla, comencé a escribir unas líneas para dejar constancia a mis hijos de aquellas peripecias, logros y fracasos, que me dio la pelota, su gente y su entorno. 

Lo titulo “Jugué al fútbol”, porque así fue, y le añado “... historia de una ilusión” porque así lo sentí.  En la mayoría de las ocasiones, cuando vivimos el crecimiento de un sueño, es difícil percibirlo tal como se produce porque no tenemos perspectiva.  Con el paso del tiempo, se haya cumplido o no, su recuerdo se acerca más a las sensaciones que a los hechos y entonces sí es una ilusión.  Dice García Márquez, en el prólogo de su autobiografía, que la propia historia no se escribe tal como ha sido sino tal como la recordamos, que quizá no tenga nada que ver con los hechos verdaderos sino con esos sentimientos y sensaciones que hemos guardado, tan tergiversados a veces que testigos de nuestra vida serían incapaces de reconocerlas si las leen tal como las contamos. 

El fútbol, como práctica, se convierte no sólo en un deporte, es también un estilo de vida que genera formas de relacionarse, pautas de comportamiento, metas personales, valores de actuación... que marcan la evolución de una existencia.

Así, como futbolista, he vivido esas influencias que sólo son perceptibles con el paso y el poso del tiempo.  Mientras he escrito estas páginas me he preguntado: ¿sería yo de otra manera si no hubiera jugado al fútbol?, ¿cómo respondería ahora a las situaciones de mi vida si en mi época de crecimiento no hubiera jugado al fútbol?... ¿sería mejor, peor o distinta persona?  Son preguntas retóricas, no hay respuesta posible, pero gracias a ellas he sido capaz de entender esa gran influencia que hoy siento sobre mi realidad.

He aprendido del fútbol, no sólo técnicas de dominio de balón, estrategias, tácticas, reglamentos o normas.  He aprendido a situarme dentro de un equipo, a reconocer la autoridad, otorgada o no, a relacionarme con los demás en momentos de presión, a conocerme más en el esfuerzo o en la pereza, a saber discernir maneras de actuación según el momento, a ser líder ante iguales, a negociar, a dirigir.  He aprendido las sensaciones de logro, de triunfo y fracaso, de envidia, de orgullo, de pertenencia, de equidad o inequidad, de recompensa.

Fueron años que coincidieron con el despertar de una sociedad que no quería estar dormida, el salto a la democracia, a la esperanza… Momentos en los que se gestaban logros que sólo somos capaces de ver treinta años después.  José Antonio Marina, un filósofo reconocido, dice que para educar a un niño hace falta toda la tribu.  Mi tribu se configuró, entre otras influencias, con las carreras burlando a los “grises”, con los coletazos de la gente del régimen que se resistía a desaparecer, con las lecciones de democracia de los que volvían de la clandestinidad… y con mis amigos del fútbol.  Una época con campos de tierra y piedras, con equipajes de algodón y números en skay, con vestuarios precarios, con redes que había que quitar después de los partidos porque si no te las robaban, con las botas y los árbitros todos de negro… con el Zaragoza Deportiva en lunes para saber qué había pasado el domingo en la liga, porque Estudio Estadio se transmitía los lunes por la noche (no daba tiempo antes)…

En fin, es una novela que tiene un poso nostálgico como cualquiera que se adentra en los años de atrás.  Además, todas las generaciones creemos que la nuestra es la mejor, siempre decimos cuando ya no somos jóvenes “es que estos chicos de ahora…”, y no es verdad, cada época es diferente, ni mejor ni peor… pero la mía me sirve a mí y es la que defiendo, la que viví y la única que puedo enseñar a la generación siguiente.

No es una novela de hazañas deportivas ni de cotilleos de vestuario.  Leído como si no la hubiera escrito yo, encuentro una reflexión de un hombre maduro con la crisis de los cuarenta, en la que ve que pierde aptitudes físicas, se va a buscarlas en la nostalgia de su juventud y encuentra a unos cuantos maestros que le han ayudado a ser quien es… así que se lo toma como un antidepresivo para superar ese salto hacia años de menos músculo y más corazón.

Quise profundizar más en esas enseñanzas que aquella práctica del fútbol en esa época determinada me proporcionó.  Como decía antes, los años te dan una perspectiva diferente de las cosas.  Debido a mi experiencia profesional, aprendí a entresacar enseñanzas de los hechos que la vida te va presentando para que se conviertan como en un libro de texto que te hace reflexionar y acelerar tu crecimiento.

La intención de la novela fue contar a mis hijos mis andanzas futbolísticas, pero mientras la iba escribiendo, un compañero de trabajo que iba leyendo los capítulos, me aconsejó extraer “píldoras de conocimiento” que llaman los consultores para ir colocándolas conforme cada hecho de los que contaba me reportaba. Lo cierto es que vivimos muchas experiencias que sin querer nos van dejando una huella indeleble.  En mi rol de tutor de futuros directivos, siempre intentaba que los pupilos fueran buscando experiencias que les dieran enseñanzas, y trataba después de hacerles reflexionar sobre ellas, porque la verdadera experiencia, la que sirve para la vida, no se nutre de las cosas que vivimos, sino de las que reflexionamos.

Ahora tenemos un ejemplo muy reciente en Pep Guardiola, con el que dicen que ha demostrado que la experiencia no es imprescindible para ser tan excelente entrenador.  No estoy de acuerdo con quienes afirman esto, porque Guardiola es joven, pero tiene mucha experiencia, más que personas que le doblan la edad, porque estoy seguro que cada uno de los hechos que ha sabido vivir lo ha desmenuzado para aprender a sufrir y para aprender a crecer… además de otras cualidades muy deseables para ser líder, como la humildad, la constancia, y la exigencia.

Para terminar, os quiero leer otra opinión sobre este libro.  Además, me sirve para agradecer y homenajear a su autor, Javier Vázquez, que no ha podido estar hoy por aquí.  Javier ha escrito el prólogo de la novela, con un ejercicio de ternura que será calificado con Matrícula de Honor.

Prólogo

Siempre he pensado que uno de los mayores tesoros del ser humano es la ilusión, especialmente si esa ilusión la comparte con los demás.  Y es que sin ilusión no existirían los sueños y, sin sueños, no habría metas que alcanzar ni serían posibles esos pequeños logros cotidianos, esos escalones invisibles que conducen hacia la cima de un sueño.  A veces se alcanza, a veces no; pero en uno y otro caso es la ilusión la que mueve, la que da vida a la vida de cada uno.

Por eso este libro rezuma vida; porque es la historia de una ilusión, la de un sueño que se toca con los dedos.  Pero además es la historia de un sueño cercano, la aventura vital escrita en primera persona que podría cambiar de nombre y ser la de uno mismo; con sus esfuerzos, sus reveses, sus logros, sus sacrificios... 

Esta es una historia de fútbol, pero también una historia cotidiana; de sueños y de ilusiones.  De cómo el deporte se convierte en una escuela de valores para la vida y de cómo el auténtico fenómeno social del balón está lejos de las grandes estrellas mediáticas internacionales para hacerse mucho más reales en la base, en la dedicación desinteresada y la superación anónima.

Es la historia de Prades, de José Antonio; de un escritor valiente que se atreve a pensar a dónde pudo haber llegado y a dónde quiso llegar; de una ilusión que continúa treinta años después.  Una ilusión con el aroma a chocolate del primer balón de tiras de cuero; del color sepia de las primeras fotos junto a un patinete y con un balón de caucho bajo el brazo.  De los primeros fichajes; de los campos de tierra, la primera camiseta, la primera vez en la Romareda...  Una historia que habla de la pasión por divertirse con todas las caras del fútbol; de cómo un jugador puede ser entrenador, del valor del jugador en el banquillo, con su interés, con su ilusión, con el sufrimiento de la banda...  Del valor de la amistad y del trabajo en equipo, del deporte que construye sueños, sentimientos, superación, esfuerzo, coraje, iniciativa y compromiso. 

En definitiva, ésta es la historia de todos los que alguna vez jugamos al fútbol.  Pero más que eso.  Es la voz que reivindica el deporte como una escuela; como una enseñanza para la vida; como un revulsivo para volver a creer en la ilusión.

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