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Reseña de Los últimos catorce años, por Fernando Gracia, en Heraldo

Reseña de Los últimos catorce años, por Fernando Gracia, en Heraldo

Los años a los que se refiere el autor son, curiosamente, los primeros catorce años de su vida, los que van desde su nacimiento a la muerte de Franco.  Pero no es una novela política, sino un ejercicio de memoria para recordar y contar a los demás lo que fue la vida de un muchacho normal y corriente, uno de esos que se mueve entre nosotros, uno que podría haber sido cualquiera de sus lectores.

Es en la verdad que desprenden todas y cada una de las páginas de este libro donde el lector encuentra el mayor de los méritos de esta hermosa novela.  Con una prosa aparentemente sencilla, el autor-protagonista se desdobla y por un lado nos cuenta sus andanzas y por otro lado –utilizando la letra cursiva- sus reflexiones.

De esta guisa podría decirse que con lo primero se convierte en narrador y con lo segundo hace literatura.  Todo ello sin ponerse demasiado exquisito, pegado a la tierra aunque nunca descendiendo a lo vulgar.

Como poeta que es José Antonio, lo que he podido comprobar en más de una ocasión, su libro destila poesía, una poesía sencilla, pero no facilona y, en todo momento, humanidad.

Su barrio, Montemolín, que ya fue el escenario e incluso el “leit motiv” de obras anteriores, está presente a lo largo de la medida duración de libro.  A la manera de los grandes escritores que reflejaron el mundo de la infancia y primera adolescencia, consigue trascender el aparente carácter localista de sus andanzas y hacer que en muchos momentos de la lectura nos sintamos identificados con el autor, a pesar de que nos puedan separar unos cuantos años de edad.

José Antonio Prades maneja estupendamente el vocabulario de la época, pone a prueba su magnífica memoria para contar cómo se vivía en aquella España de no hace tanto tiempo, y en todo momento mantiene una mirada amable, comprensiva y siempre humanista hacia un tiempo que, como dijo el poeta, constituye la auténtica patria de cada uno.

Con buen criterio coloca en la portada una hermosa fotografía de sus padres en la plaza del Pilar.  Su familia aparece retratada con precisión, sin acritud, en una palabra: con amor.  Porque en el fondo, este libro no ha parecido sino un acto de amor hacia sus progenitores, un acto que mucho podemos suscribir, porque en muchos aspectos, el leerlo es muy probable que el lector esté viendo a los suyos propios.

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