Reseña de Volar alto (Jorge Sanz Barajas)
“Esta es la historia de un hombre y una mujer que se refugian tras la derrota en una ciudad donde aún se puede volar alto si sabes con quién saltar al vacío.
...
Cuando las cartas vienen mal dadas, lo mejor es volar alto”.
—En la nota final de Jorge Sanz Barajas—
Probablemente, la dictadura franquista (1939-1975) sea el tema más tratado por los españoles en los últimos cuarenta y seis años. Y lo seguirá siendo, creo, mientras no consigamos exorcizar el espíritu de una época que creó un abismo entre las dos Españas, una de las cuales ha de helarte el corazón, don Antonio Machado dixit. Si asumes este verso, estás colocado en una de las orillas. Y en una de ellas, quizá por convicción, quizá por casualidad o causalidad, Ciriaco Párraga y Amaya Hidalgo (nombre impostado no por razones del guion, sino de la persecución política con amenazas de torturas y muerte) se abren a la vida de nuevo, después de la Guerra Civil y la represión que les tocó, en Zaragoza.
Basada en hechos y personajes verídicos, Jorge Sanz Barajas, instigado por el olfato del periodista y escritor Antón Castro, se sumerge casi literalmente en la historia de amor y dolor de estos dos protagonistas: él, pintor especializado en retratos; ella, modista de buen estilo. Unidos por ese azar que debemos llamar destino, escapados ambos de las vejaciones que los vencedores de la guerra aplicaron a quienes no les bailaban el agua según su ritmo, se instalan en la capital aragonesa con el miedo a las espaldas y todo un futuro por construir.
Bucea el autor con una observación proclive a los derrotados, pero siempre respetuosa con los hechos y personajes, por los primeros meses de la década de los 40, haciendo protagonista no sólo a los personajes sino a la Historia misma que comenzaba a marcar los años más duros vividos en la época contemporánea de España. Con referencias a las tristemente famosas 13 rosas (13 jóvenes mujeres fusiladas el 5 de agosto de 1939 con una excusa inverosímil que escondía el deseo de instaurar el terror como forma de gobierno), inicio de la escapada de la “Tellito” (diminutivo del verdadero apellido de Amaya) desde Madrid a Zaragoza, y las innumerables cárceles que hacinaron a los vencidos y perseguidos, la de Bilbao, por ejemplo, desde donde llega Ciriaco, recomendado a un fotógrafo, Jalón Ángel, para ayudarle en su cometido como forma de ganarse la (nueva) vida... Pero la buena relación de este fotógrafo con dirigentes del régimen y la fama que cobra Ciriaco como excelente retratista, coloca en una difícil tesitura al dueño de los pinceles: pintar unos retratos de Franco.
Y ese es el impacto psicológico que deja la huella para que el autor, más que en una biografía, abunde en miradas profundas a cada una de las heridas que se desprenden de esa infamante existencia a la que fueron sometidos quienes etiquetaron los franquistas como enemigos suyos, “rojos de mierda”. Con excelente traza literaria, llena de frases y párrafos que se acercan a una prosa poética que logra encandilar, se van entretejiendo hechos reales y ficticios para atraparnos con la magia extendida de un escritor con oficio como Jorge Sanz Barajas. Aunque amarra la historia con firmeza, aprovecha los resquicios argumentales para crear “Soy tan delgada como la tenue silueta de mi sombra”, “Amaya siente que está viva a contracorriente”, “...un rescoldo de vida aún turbia, los cuerpos encendidos de muerte fresca...”.
Y además de esas perlas salpicadas, terminaremos la novela con un buen conocimiento de las técnicas pictóricas y fotográficas, regalo provechoso que se agradece para ir encuadrando a los personajes que desfilan: el citado Jalón Ángel, el polifacético José Camón Aznar, Pilar Bayona, Federico Torralba, Antonio Mompeón Motos, Pepín Bello, Pilar Franco... y su hermano Paco, “culón, pequeñito y feo”.
Como una premonición de que finalmente todo pasa, o quizá como el refrán ‘no hay mal que cien años dure (cuarenta en este caso)’, la novela concluye en un momento propicio para la esperanza, un nacimiento, Gregorio, bautizado en la iglesia de San Miguel de los Navarros, donde sonaba “la campana de los perdidos” hacia los descampados del barrio de Montemolín, bajo la protección del arcángel Miguel pisoteando al demonio, representado por la cara del liberal Jerónimo Borao (qué anécdota tan ocurrente).
“...los estorninos... danzan una música callada hecha de polvo, niebla, viento y sol...
—Nunca sabes adónde van o por qué giran de esa manera, pero saben que hay que acercarse a la tierra para tomar impulso.
—Son unos pájaros bastante feos.
—Quizá, pero cuando vuelan juntos, son hermosos.”
Parte 3, página 259
5 de noviembre de 2021
José Antonio Prades
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