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LA CONTROVERSIA SOBRE LA IDENTIDAD DE GÉNERO

LA CONTROVERSIA SOBRE LA IDENTIDAD DE GÉNERO

Hay quienes afirman que somos más que cuerpo, incluso más que mente o cerebro. Los cientificistas se aferran al conocimiento empírico y rechazan, a veces contundentemente, cualquier otra aproximación a la realidad, como por ejemplo la alquimia o la intuición.  Carl Jung trabajó con la imaginación activa, que da resorte a una creación visualizada de imágenes que, sin conocer de dónde provienen, nos dan información de nuestro inconsciente.
Y ya nombrado Carl Gustav Jung, continúo en su cercanía nombrando una de sus teorías más consolidadas como herramienta aplicada en sus terapias: el anima/animus, que sirve de introducción a esta intención de acercamiento analítico —muy somero— a la identidad de género.  El anima (alma en latín) es el aspecto femenino del inconsciente del hombre. El animus (mente o espíritu en latín) es el aspecto masculino del inconsciente de una mujer.  Dijo Jung: “Todo hombre en su interior lleva la eterna imagen de la mujer... una imagen femenina definida...  Lo mismo puede decirse de la mujer; ella también tiene su imagen innata del hombre”.1 Jung defiende que las tensiones internas que llegan a derivar en enfermedades mentales pueden provenir de la falta de aceptación de ese hombre-mujer en nuestra identidad de mujer-hombre.
El yin yang nació como filosofía oriental para explicar la forma por la que dos fuerzas opuestas se convierten en complementarias para el equilibrio del mundo.  El yin se asocia a lo femenino, a la oscuridad, a la pasividad, a la tierra; el yang a lo masculino, la luz, lo activo, el cielo.  Su propio símbolo se representa como un círculo blanco y negro a partes iguales, separadas por una línea central en ese, en las cuales se inserta un punto blanco en la negra, y viceversa, para indicar que nada hay puro en esas esencias.
Nuestro mundo se nutre de la dualidad.  Nos movemos de un extremo a otro para buscar los equilibrios que den paz a nuestra vida.  Según el budismo, nuestro objetivo es eliminar el sufrimiento que provoca esa dualidad.  Antropológicamente, el ser humano se ha debatido en los enfrentamientos que marcan los fundamentalismos sobre la dualidad.  Y como en un eterno retorno, los conflictos finalizados vuelven a abrirse una y otra vez, parece que como confirmación de que los cambios se producen para seguir como antes.
Hace unas décadas, surgió la llamada identidad de género, presuntamente para superar esa dualidad entre el sexo masculino y el femenino y, también presuntamente, para anular la supremacía del primero sobre el segundo. Se asignó al término género el significado en idioma inglés de gender, que va referido, con diferentes definiciones teóricas, a una construcción cultural o social sobre los comportamientos o sentidos de inclusión del ser humano, yendo así mucho más allá del concepto clásico de sexo como hombre y mujer.  Se han llegado a definir más de treinta tipos de género.  Asignarte a uno o más de ellos supone activar tu identidad de género.  Dentro de esa asignación van incluidos los comportamientos sexuales, que pueden determinarse desde la heterosexualidad, la homosexualidad y la bisexualidad.  No tengo claro si la asexualidad puede integrarse dentro de estos encuadres.
La tradicional asignación de roles y expectativas de comportamiento a hombres y mujeres en esta clasificación dual ha determinado, incluso,  cuerpos legislativos que iban más allá de la denigración moral de quien no respondiera a los cánones establecidos, con castigos que llegaban hasta la pena de muerte.  Estas circunstancias han provocado influencias psicológicas y grave persecución social en quienes han sentido una asignación diferente a uno de esos dos tipos sexuales.Resulta complejo decidir dónde colocarnos sobre el segmento que separa la dualidad de identidad de género o identidad sexual.  Tiendo a la creencia de que hay colectivos que viven azuzando los enfrentamientos dentro de esa dualidad, y más en este asunto que conlleva ese morbo de los comportamientos íntimos tan proclives al chafardeo y crítica acerada en los foros promovidos por los más bajos instintos.  Y también tiendo a la conciliación y acercamiento de posturas para evitar las agresiones y violencia que suelen derivarse de esas posturas enconadas.  Así, en esta línea, intento explicarme, y explicarle a usted, mi aportación al debate desde esa óptica del entendimiento.
De lo expuesto hasta aquí, propongo la atención a la existencia de dos energías interiores del ser humano, que serían las denominadas como femenina y masculina y que tradicionalmente se han ajustado a la diferenciación sexual entre hombres y mujeres.  Pero fijándonos en esas sucintas exposiciones de la filosofía oriental sobre el yin yang y sobre el anima/animus de Jung, con más de dos mil años de distancia histórica entre ellas, podríamos colegir que todos los seres humanos contenemos las dos energías, con mayor preponderancia de una u otra según variadas razones, no sólo biológicas, sino también, y quizá más importantes, de imposición de creencias, fundamentalmente desde lo moral religioso.  Esto quiere decir que un hombre puede estar lleno de energía femenina y viceversa, hasta que podamos completar un ciclo de evolución humana en el que, independientemente de los rasgos físicos, se unan en equilibrio en un mismo ser ambas energías, con sus comportamientos correspondientes.  Y no me refiero solo al comportamiento sexual, tan manido y manipulado para clasificarlo moralmente como faltas o pecados que nos condenen o nos salven.
No tengo ninguna duda sobre la constitución diferenciada de ambos sexos, pero tampoco la tengo sobre los comportamientos orientados hacia uno y otro rol, que pueden intercambiarse entre sí y enriquecer las posibilidades del ser humano hasta conseguir esa completitud que Platón llamó la unión de las almas gemelas.

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