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Entrevista en Letralia sobre mí y Los últimos catorce años

Entrevista en Letralia sobre mí y Los últimos catorce años

Aunque insista en que no posee una rutina determinada para sus tareas de rutina como leer y escribir, el español José Antonio Prades deja claro que es un autor bastante dedicado, riguroso, exhaustivo, y que cuando escribe lo hace con las tripas, pues sólo de este modo consigue crear historias memorables que le permitan atravesarles la mente y el alma a sus lectores.

Leer la obra de Prades es igual a realizar un viaje por sus recuerdos, por la necesidad de escribir.

Su definición de literatura es bastante clara: literatura es aquello que está escrito “desde las tripas”, dice, “es aquella que se introduce en alguna parte del cuerpo, o del alma, o de la mente, y nos muestra sin tapujos, sea dulce o amargamente, sutil o directamente, lo que viven adentro los personajes ante los hechos que aparecen en su vida”.

Fue así como escribió su novela de tipo autobiográfico Los últimos catorce años, en la que narra desde una perspectiva bastante íntima cómo fue para él y su familia vivir los últimos años del régimen franquista, en España. El libro, publicado en 2018 por el sello Adarve, fue el resultado de un proceso de creación que se extendió por casi diez años: siete de maduración y tres de redacción plena.

“Esta novela es una introspección y no sólo biográfica, también sentimental, también de creencias, también de enfrentamiento al subconsciente. Hoy después de tres años de haber colocado el punto final, puedo afirmar que gracias a esta escritura empecé a poner luz cerca de mi corazón, ahora incluso más cerca”, cuenta el autor.

En una nota anterior sobre este autor, ya habíamos declarado en esta Tierra de Letras que leer la obra de Prades es igual a realizar un viaje por sus recuerdos, por la necesidad de escribir. Ahora, en esta entrevista, la principal sensación sigue siendo la de viajar pero, esta vez, el recorrido será por espacios aún más profundos.

 

En su sitio web dice que, cuando le preguntan cosas como por qué escribe usted, no suele dar las respuestas “prefabricadas” que otros autores dan. En Letralia queremos ir más allá y preguntarle: alguna vez, mientras escribe, ¿se ha hecho usted esta pregunta?, ¿cuál es su secreto para superar el bloqueo creativo?

Creo que en todo momento que escribo está latente la pregunta del porqué. Y nunca encuentro una única razón. Es impulsivo, visceral. También podría contestar (hay tantas respuestas…) que quienes escribimos tenemos una impronta irrenunciable que nos obliga a expresarnos, es decir, quizá sea determinista con esa afirmación. Puede ser. ¿Escribo porque no tengo más remedio? Buen dilema.

Y superar el bloqueo creativo… Nunca lucho contra el bloqueo creativo. Si no puedo escribir, no escribo. Paro, me detengo, me dedico a otra cosa. Soy constantemente inconstante o inconstantemente constante. Sólo necesito escribir cuando estoy escribiendo. Si no lo estoy, la necesidad se diluye… y he aprendido a disfrutar de esos momentos de paréntesis saboreando el tránsito que va del entorno al interior. Luego llegará, qué más da.

Mi novela Los últimos catorce años es una introspección, y no sólo biográfica, también sentimental, también de creencias, también de enfrentamiento al subconsciente.

Nos llama mucho la atención su novela Los últimos catorce años, especialmente por todo el proceso de investigación familiar y muy personal que debió realizar para concretarla. En entrevistas anteriores ha comentado que el tiempo total de creación se llevó tres años, ¿qué fue lo más difícil al momento de avanzar en la novela? ¿Alguna vez sintió deseos de parar y abandonar?

Escribí la novela después de haberla pensado durante casi siete años. No sabría decir (apelo a personas expertas en teoría de la creación literaria) si hay que incluir ese proceso preparatorio en la elaboración de la novela. Porque ahí sí tuve deseos de parar y abandonar, de duda sobre si era necesario para mí esa escritura, si era necesario para los demás, si sería capaz de atravesar el túnel, si tendría lectores… Y precisamente gran parte del proceso de escritura, que paradójicamente resultó rápida y segura, se produjo en un momento personal muy duro, que me llevó a refugiarme en lo más sagrado para la mayoría de los seres humanos, los orígenes, la infancia, las etapas del crecimiento, como terapia para sanar del dolor que no curan los medicamentos. Esta novela es una introspección, y no sólo biográfica, también sentimental, también de creencias, también de enfrentamiento al subconsciente. Hoy, después de tres años de haber colocado el punto final, puedo afirmar que gracias a esta escritura empecé a poner luz cerca de mi corazón, ahora incluso más cerca. Por eso me sentiría extremadamente feliz si quien se decida a leer esta novela también puede transitar por ese proceso vital de hacer despertar al ser infantil que fue y puede abundar en el descubrimiento de su esencia.

Notamos que es usted un lector apasionado a quien le gusta la investigación y el deseo de contar historias que toquen la fibra de las personas. ¿Cómo es su proceso creativo? ¿Qué se necesita para ser un autor que de verdad genere impacto en quienes lo leen?

No me creo dueño de recetas mágicas ni salvadoras. Cada cual escribe a su manera, y para sí mismo es la más válida. Diré cuál es la literatura que más me atrapa ahora, tras más de cincuenta años de lector, y que por lo tanto es la que a mí, y ojalá que haya más lectores así, “me genera impacto”: la que está escrita “desde las tripas”, aquella que se introduce en alguna parte del cuerpo, o del alma, o de la mente, y nos muestra sin tapujos, sea dulce o amargamente, sutil o directamente, lo que viven adentro los personajes ante los hechos que aparecen en su vida.

Así pues, mi proceso creativo es muy de interpretación empática y con muy poca planificación. Soy intuitivo, me introduzco casi a modo de posesión en los personajes y dejo que con ellos fluya la historia. Raramente, he terminado una novela o relato tal como lo había pensado, por lo cual ya dejo actualmente de generar ni siquiera raíles de dirección. Ciertamente, trabajo en profundidad previamente, pero sin anotaciones ni esquemas ni organigramas, sólo con la imaginación, la creatividad y la intuición. Si lo que imagino se posa, se ancla en la memoria, es válido, y cuando me decido a escribirlo ya no hay discusión alguna para corregirlo.

Mis lectores favoritos son aquellos que buscan una literatura que enriquezca su crecimiento interior.

Entre todas sus obras, ¿existe alguna que sea la más preferida entre otras? ¿Puede un autor querer a una de sus obras por encima de las demás?

Tengo tres hijos, tres varones maravillosos. ¿Quiere usted que les ponga preferencias? No, mon dieu. Igual me ocurre con las obras literarias… porque las he escrito con el corazón. Supongo que quien escribe a modo de cadena productiva podrá elegir entre un modelo u otro de los fabricados. En mi caso, cada novela, cada relato, cada poema ha nacido con el amor prendido que no es ni más ni menos cuantioso o profundo o transparente que el de cualquier otro escrito así.

Nos gustaría conocer su opinión en cuanto a la literatura en España y el trabajo literario que se está ejecutando actualmente (una muestra: los libros que ocupan lugares en las vitrinas y estantes de las librerías), ¿cómo es la literatura española actual? ¿Cuáles son sus lectores favoritos?

Soy poco proclive a seguir u observar modas. En España, al igual que en el panorama internacional que puedo conocer, se está creando una ola de ignorancia colectiva, entiéndase analfabetismo intelectual y emocional, que va impregnando todos los estamentos sociales, incluso los de la literatura. Esa ola se crea con un viento sutil que lleva venenos casi indetectables: el adocenamiento y la alienación, herramientas de educación que erradican paulatinamente los valores que nos hacen seres humanos más llenos de amor, léase solidaridad, fraternidad, unión, compasión, arte, cultura… y que enriquecen la convivencia entre todos. Esa ola quiere llenar la sociedad de placeres superficiales que se queden en la piel sin llegar al alma. De ahí, que cada vez más vayan siendo los libros fáciles, de entretenimiento, de trama y no de lenguaje, de hechos y no de personajes, lo que llenan esas vitrinas y estantes. No juzgo, ni siquiera valoro. Sirva lo anterior para contestar a la segunda pregunta: mis lectores favoritos son aquellos que buscan una literatura que enriquezca su crecimiento interior, sea por lenguaje rico, sabroso, artístico, y por la creación de personajes con alma y expresión profunda de los valores universales que dan sentido a existir aquí y ahora.

¿Cuál es la forma ideal en la que usted disfruta de la experiencia de leer? ¿Así como mantiene una rutina para escribir, mantiene también un ritual para disfrutar de un libro?

Siento defraudarle, no tengo ningún ritual para leer (ni rutina para escribir), y más ahora que es tan fácil hacerlo con las tabletas o los teléfonos móviles. Si acaso diré que mi ritual de lectura comienza cuando paso de la primera frase de lo que leo. Es el detonante para poner mi actitud al servicio de mi sensación. Y leo con atención, con relax, con profundidad, con arte o con ligereza… A veces, y eso es el síntoma más veraz para entender la huella que me está dejando esa lectura, llevo mi libro junto a mi pecho, cierro los ojos y repito mentalmente esa frase o revivo la sensación recibida dando millones de gracias a quien la ha escrito por provocarme tan profunda emoción.

Los libros que he leído más veces: Cien años de soledad, de García Márquez; Don Quijote de la Mancha, de Cervantes; Crónica del rey pasmado, de Torrente Ballester; La metamorfosis, de Kafka, y El lobo estepario, de Hesse.

Háblenos de sus planes para 2019 y 2020.

Cada vez estoy haciendo menos planes y me dejo llevar por el fluido del tiempo, que no deja de ser una ilusión (el tiempo, digo, no el fluido). Llevo varios meses empezando y abandonando la escritura de una historia de amor que cuenta un hijo sobre los recuerdos de un padre viudo que está ya agonizando. Llevo años empezando y abandonando una trilogía sobre el tránsito hacia la luz de un hombre que quiere dirigir a la gente de su barrio hacia un mundo mejor. Llevo aún más años haciendo espirales con el argumento de una novela que hable de un Cristo en los tiempos actuales. Y dos libros de relatos, uno sobre el amor, otro sobre la muerte… Supongo que todo esto va más allá del 2020, perdón.

¿Podría hacernos una recomendación de sus cinco libros favoritos? (esos que nunca le faltan en su biblioteca).

Debería pedirle que modificara su pregunta añadiendo un cero o multiplicando por veinte esa cifra de cinco, algo escasa. Pero voy a ser obediente y contestaré de forma algo menos rebelde, ya que no voy a poner los favoritos, sino aquellos que he leído más veces, por diferentes razones y en diferentes épocas de mi vida: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes; Crónica del rey pasmado, de Gonzalo Torrente Ballester; La metamorfosis, de Franz Kafka, y El lobo estepario, de Hermann Hesse.

 

Datos biográficos para Los últimos catorce años

Datos biográficos para Los últimos catorce años

Vivo en Zaragoza (España), ciudad en la que nací en 1961.  También residí varios años en Buenos Aires y en Madrid

Cuando me marché, por motivos laborales a más de 10 mil kilómetros de mi casa, a Buenos Aires, comencé a darme cuenta de dónde venía. La añoranza remueve las entrañas y me di cuenta de lo profundo que se arraigaba mi origen, tan adentro de mi corazón: mi barrio de Montemolín, mis lugares de juego, mi familia, mis amigos… que solo echas en falta cuando no los tienes.  Así que en 1993, con 32 años, encontré mis raíces y ya no fui el mismo porque me latían sobresaltos de Aragón, la jota, el Ebro, el tomate de Zaragoza, las migas a la pastora, el ternasco y la longaniza que vendía mi padre, y ese reconocimiento con dolor de que no supe apreciar mi entorno cuando estaba tan a mano.

He tenido en mi vida muchas ilusiones, todas maravillosas, que me han hecho como soy: jugar al fútbol, mis parejas, mis hijos, los objetivos profesionales, los amigos, el descubrimiento de la consciencia, enfoques renovadores de la espiritualidad…  Mi obra literaria está muy teñida de mis vivencias personales, sobre todo a partir de 1993, lo que antes me parecía de «paleto» porque aspiraba a ser «hombre de mundo».  Y precisamente, siendo ese «hombre de mundo», volví a lo que tan provincianamente consideraba provinciano.  En Fábulas de Montemolín recreé mi infancia, en Jugué al fútbol cuento mis peripecias como futbolero de cantera, en Mujeres que llenan mis noches se remueve mi adolescencia, en Hábiles o Inútiles directivos hay autobiografía profesional y en Los últimos catorce años fluye como catarsis una tejida historia de mis abuelos y mis padres conmigo, a través de las cuatro décadas centrales del siglo XX español.

Vista nocturna de la Basílica del Pilar, Zaragoza

Vibro cuando recuerdo mi actividad como tutor de jóvenes con potencial, o como secretario general del Comité de Empresa más grande de Aragón, o como presidente de la Cátedra de Innovación Educativa Juan de Lanuza, o como vicepresidente de la Asociación del Deporte Solidario, o como integrante del grupo 3d3 Literatura y Arte…  Pero nada me hace reivindicar más mis sueños que aquellas vivencias como futbolista de cantera, como capitán del equipo, como promesa que se visualizaba con las camisetas del Real Zaragoza y de la Selección Española.  Me gusta volar porque sé aterrizar muy suave y porque aprendí a mirar el horizonte con esperanza.

Empecé tres carreras porque no sabía por dónde tirar, fui un adolescente desencantado al que le costó encontrar su ruta.  Empresariales y Derecho se quedaron a medias.  Pero con 26 años me conciencié de la necesidad de tener una carrera (hoy lo discutiría, pero en fin…) y me saqué de un tirón, mientras trabajaba, la carrera de Graduado Social, con tan buenas notas como en la EGB.  Luego, los incentivos y motivaciones profesionales me llevaron a varios máster y postgrados: dirección de empresas, dirección de recursos humanos, consultoría organizacional, gestión integrada…  Y con horas robadas al sueño y al tiempo libre, escribía.

Fui directivo en una empresa de relevancia, aprendí la gestión de las personas y de la diversidad, entendí que es mucho más reconfortante crear valor que ganar dinero —o mejor dicho, ganar dinero creando valor—.  Mi experiencia profesional me llevó a levantar la vista al modo de pájaro que visualiza horizontes de crecimiento para las personas que movilizan los proyectos.  Aprendí a amar más a la gente, a entender sus ideales y acompañarles en su avance hacia los sueños. Y de todo, lo verdaderamente importante, es que me fui reconociendo en mi interior a base de tropezones, fracasos, incoherencias, errores que me sacaban de mi zona de fatuo convencimiento de que todo iba bien.  Es cierto, iba bien tanto cuando iba bien como cuando iba mal, porque ambos resultados son la cara de la misma moneda, y precisamente las cruces te aportan mucho más que las caras.

Ahora me dedico a que nuestro entorno sea más sostenible y me reconforta mirar hacia los lados para entender, o sentir, que cuidar a mamá Tierra nos dará más satisfacciones que cubrir de plásticos y aceites los océanos. (joseantonioprades.com)

Aficiones: Me gusta observar a la gente, intentar adivinar sus sueños y sus sentimientos, así que leo y veo cine para aprender y vivir muchas vidas, camino para movilizar mi alma y escribo para buscarme, escribo, escribo, escribo.

Rasgo más sobresaliente de mi personalidad: La gente me dice que soy creíble, quizá sea porque me propongo cumplir mi palabra, tender a la constancia y transmitir serenidad.  A veces me han asignado cualidades que no me interesaban del todo y que no voy a nombrar, pero me siento especialmente orgulloso de mi capacidad comunicativa que se nutre también de mi capacidad de escucha.

Por qué decidí ser escritor: Creo que no se decide ser escritor, o en mi caso no lo decidí, fue.  Un poema sobre el Mío Cid redactado en clase de Lengua cuando tenía doce años, una redacción pastelosa para una chica, buenas notas en Redacción, un apoyo del profe de Lengua y Literatura y un certamen ganado en primero de BUP confirmaron el impulso interior para seguir escribiendo…  Mis dudas internas no consolidaron la tendencia hasta quince años después, cuando terminé mi primera novela.  Desde ahí, con diversas sensaciones, me fluye la creación literaria y cada vez le pongo menos fijación e interés, no fuerzo nada, las musas vienen y se van.  Disfruto. Ya sufrí antes.  Aprendí.

Julio Cortázar

Mis autores preferidos y por qué: Soy ecléctico, que queda muy bien llamarse así cuando eres variable/variado o no tienes referencias concretas. Supongo que mi evolución de vida me lleva a todos estos autores que voy a indicar: Julio Verne, Enyd Blyton, Emilio Salgari, Karl May, R.L. Stevenson (en la infancia), Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Antonio Machado (poetas en la adolescencia), Unamuno, Kafka, Valle Inclán, Herman Hesse, García Márquez, Cortázar y Carlos Castán.

De todos bebí por diferentes razones, pero nombraré porqués de los que más me atraparon: Julio Verne, por su fantasía; García Lorca, por su frescura; Kafka, por la tortura interior de sus personajes; Valle Inclán, por su manejo del lenguaje; Hesse, por su entrada en las filosofías orientales; García Márquez, por su magia; y Carlos Castán, porque encarna mi aspiración a transmitir sensaciones con la forma de contar más que con la historia que cuenta.

Mi obra favorita de otro autor: Hay tantas… Por salir de los autores mencionados anteriormente, nombraré dos: Belver Yin, de Jesús Ferrero y Nada, de Carmen Laforet.

Mi obra favorita de las que has escrito: ¿Quién puede elegir entre uno de sus hijos? Pues eso.  Los últimos catorce años es la que más me ha removido, la que ahora está viendo la luz, la que necesita mi atención. Recuerdo con cariño mi primer relato con conciencia de escritor: Rosa Roja, mi primera novela: El embrujo de una rubia platino; y Silvana, la puta, con la que recibí el último premio literario.

Mi estilo literario: Como soy tan ecléctico, no sé qué decir sobre mi estilo literario.  Puedo hablar de mi intención, y es que la forma de contar signifique más que el argumento o el tema de la obra.  Por eso me gusta el relato corto, incluso el microrrelato, porque elegir determinados recursos, composición de frases, elección de palabras, es fundamental para transmitir sin mostrar.

Una cita de un autor que me guste: «El tiempo es la eternidad en movimiento», de Platón.  Con ella ilustro la portada de mi web.  Para mí significa que nada es como lo vemos, que todo se concentra en el instante de ahora mismo. Tú y yo somos uno y somos eternos.

Obra en la que te encuentras trabajando en la actualidad: Estoy preparando una historia de amor. Va a ser una novela corta inspirada en mis padres, pero no biográfica, sino fabulada sobre sucesos de los que me fui enterando cuando hablaba con mi padre y con mi tía para documentarme en la creación de Los últimos catorce años, sucesos que pudieron ocurrir con ellos y que no cuajaron.  Quizá sea una forma de reescribir una vida.

Algo sobre mi manera de entender este mundo: Soy un optimista irremediable, sin vuelta atrás. Creo en el ser humano como esencia de amor, pero no ese amor meloso y romanticón o impulsivo y erótico que nos venden en los anuncios de perfumes.  El amor no se puede definir porque solo se siente, es una onda, una irradiación que se impregna en quien lo quiere recibir para darnos cuenta de que nada nos diferencia. Somos uno. El bien y el mal no existen, es un juicio sin ley determinada que nos agita de un lado a otro para que nos centremos en la bondad, en la benevolencia, en la compasión, en la solidaridad. Me gusta despedirme diciendo «te deseo paz y alegría serena». Sea ese mi estado.  Ojalá.

Mis proyectos inmediatos: Lo literario forma parte de mi proyecto personal.  Crear literatura es una forma de comunicar para dar a conocer mi mundo como compañía de quien lea mis escritos, tanto en los momentos de lectura como en la evocación de lo leído. Y es que mi proyecto personal es contribuir a que todo el mundo esté con paz y alegría serena.  Incluso yo.

Con Miguel Delibes

Con Miguel Delibes

 

No soy proclive a contar mis modelos literarios, porque he tenido una formación autodidacta, ecléctica, heterodoxa. Pero hoy desayunaba con la noticia del fallecimiento de Miguel Delibes, leía los artículos sobre su biografía, su obra… y he sentido la necesidad de ponerme a escribir estos párrafos removido por la llamada del maestro.

Delibes no fue un autor sobre el que mis profesores de Literatura hicieran especial hincapié.  Fue el éxito de la recreación teatral de su novela “Cinco horas con Mario”, sobre 1980 ó 1981, cuando la estrenaron en Zaragoza, junto con el otorgamiento del Premio Príncipe de Asturias lo que me llevó a interesarme por el escritor.  De antes, recuerdo sobre él la película de Antonio Mercero, “La guerra de papá”, basada en su novela “El príncipe destronado”, que gozó de cierto tirón comercial, y de la que mi memoria adolescente me hizo parodiar con mis amigos aquella escena en la que el pequeño mira por debajo de la falda a la criada y dice “que está mirando a Pamplona”.  Además, supe que Delibes ejercía de profesor de Derecho Mercantil en la Escuela de Estudios Empresariales, estudios que yo cursaba en ese momento, una coincidencia que me motivó hacia la emulación.

Comencé por “La hoja roja”, con un ejemplar editado en la famosa colección de la Biblioteca Básica Salvat RTVE, que mi tía exponía en su librera con orgullo y buen criterio.  Me atrapó la metáfora de aquel anciano que identificaba la salida de la hoja roja en su estuche de papel de fumar como señal de que ya quedaban pocos papelitos, metafóricamente pocos días de vida después de la jubilación.  Me supo amargo, duro, una muestra de la soledad en una época también exenta de luz, los años 50 en la España franquista.

Tardé algún tiempo en regresar a Delibes, quizá por ese poso amargo, triste…  Pero en la Historia de la Literatura Española, publicada por Orbis, incluyeron “Mi idolatrado hijo Sisí”, que, sin saber su contenido, me recordó a la película de Mercero (aunque nada tienen que ver) y decidí leerlo.  Aquel padre, fabricante de váteres, tan absorbente, tan agobiante, tan permisivo y condescendiente, me sobrecogió ante la muerte fatal de su hijo, Añado mi sorpresa al encontrar un trío amoroso entre el padre, su querida y el hijo, el cual la deja embarazada en una relación intempestiva…

Y aparece Mario Camus con “Los santos inocentes”.  Aún guardo los escalofríos y los odios y rencores contra los señoritos andaluces gracias a la magistral película, de la que gocé antes que la novela.  Raramente, una película me llevó a la novela que ha inspirado el guión, porque es muy extraño que la calidad coincida, pero en este caso sí, me llegaron las mismas sensaciones, a pesar de que ya los actores de la película habían puesto cara y cuerpo a los personajes de la novela mientras la leía.  Ahora me estremezco recordando a la niña chica.

Después leí su primera novela, un poco a destiempo, pero como ya había conocido Ávila, viví aquel drama encerrado también entre sus murallas.  Me estremeció mucho más la primera parte que, de por sí, vale cien premios.

También me llego en desorden y a destiempo “Cinco horas con Mario”, tras haber visto la obra en su segunda época con Lola Herrera y conocer hasta qué punto el personaje se había apoderado de ella.  Y nada más abrir el libro, recibí una sensación agridulce.  Esta novela comienza con la esquela del marido.  En la mía “Olor a Varón Dandy” también empiezo con una esquela, la del protagonista … y pensé en su momento que había sido muy original.  Pero, en cierto modo, me sentí reconfortado por haber tenido la misma idea que el maestro Delibes, aunque…

Y mi relación con Delibes se cierra con “El hereje”, disfrutando de la guinda que la tarta literaria de este buen castellano nos ofreció.  Qué buen maestro abriendo camino para esta moda de novela histórica, tal como fue pionero de otras técnicas y temas literarios.

Me apasionó saber hace poco que en su labor periodística habló mucho de fútbol, y que fue admirador de Lerín, el portero de los “alifantes”, el primer gran equipo del Real Zaragoza.

Inmortal Delibes.

Semblanza personal (leve autobiografía)

Nací en marzo, todavía en invierno, aunque a tiro cercano de la primavera, el día 9, en el primer año de la década revolucionaria, 1961.  Mi padre era dependiente de una carnicería, y mi madre, modista retirada del oficio por su matrimonio, ambos huérfanos de padre casi a la misma edad, en la adolescencia, época en la que comenzaron su relación como novios.  Soy el hijo mayor de tres y mis hermanos son María José, un año menor, y Andrés, cuatro años y medio menor.

Ejerzo como español, aragonés y zaragozano, de los que vinimos al mundo en un macrohospital que se llama Miguel Servet (o la Casa Grande) en honor al famoso aragonés librepensador.  Casualmente, mis padres vivían en la calle Miguel Servet, número 97, en esos momentos, aunque en la otra punta de la ciudad, en el barrio de Montemolín, en un bajo con un gran corral en la trasera y el local de la carnicería en la delantera.

Y el barrio de Montemolín se convirtió en ese idílico escenario que adorna las infancias de los niños sensibles a su crecimiento…  Se convirtió en el Macondo privado que arropó a mis fantasmas y fantasías..

Estudié maternales durante dos años con las hermanitas de Santa Ana en su colegio de la calle Numancia.  Allí tuve mi primera novia y mi primera pelea por un amor que no quería compartir.  Ella se llamaba Mariasun, y era morena.  A mi rival se le conocía por su apellido: el Galisteo.  Después de esas peleas, no me servía ser un chico listo en los estudios para librarme de los castigos de rodillas cara a la pared… aunque la hermana Teresa, llena de pecas, me apartaba algunas veces hacia el piso de arriba para enseñarme cuentos ilustrados.

Empezaba a ser parte de mi territorio infantil la plaza de Utrillas, configurada por una estación abandonada, dos largos edificios, un pretil de piedra y un hexágono repleto de árboles y baldosas con hierbajos en los ribetes…  Las gárgolas vigilantes de la entrada me impresionaban.  Algunos abuelos cuidadores declararon ver en mí algo especial, quizá una cara de chico bueno que me servía para salvarme de castigos por mis travesuras.

Para cursar Párvulos (1966), me mudé a La Salle Montemolín, situado en los principios del barrio, casi en la plaza de San Miguel, a tal distancia de mi domicilio que a veces tomábamos el tranvía para llegar hasta sus puertas, la línea 1, llamada del Bajo Aragón.

En aquel entonces comencé a disfrutar de cierta autonomía por la manzana limitada por las calles del Sol, Belchite, Higuera (Tomás) y Miguel Servet.  Mis amigos José Julián y Juan Antonio compartían aquellas aventuras que culminaban en el kiosco de la Pilarín, comprando cromos, o caramelos, o algún tebeo de Bruguera (Tiovivo, Pulgarcito, DDT..), mientras nos miraba con ternura alguna señora que iba a cambiar las novelas de Marcial Lafuente Estefanía para su marido, o de Corín Tellado para ella.

Mi tía Pili me regaló “Un capitán de quince años” cuando yo tenía nueve… y me trajo la afición por Julio Verne, de quien tuve una antología que leí decenas de veces.  Mi tía Paca trajo en su bolso dos libros: uno de los cinco pesquisidores y otro de los siete secretos, ambos de Enyd Blyton, suficientemente atractivos para luego comprar más y más con la misma firma.  Añadí a mis aventuras grandes relatos que editaba también Bruguera, con un página de tebeo, a modo de resumen, cada cuatro de letra algo pequeña… “Robinson Crusoe”, “Mujercitas”, “Las aventuras de Gulliver”, “La Flecha Negra”… Emilio Salgari y Sandokán, Karl May y Sitting Bull, Robert Stevenson y Tom Sawyer (también Huckleberry Finn)…  Mis padres se hicieron socios del Círculo de Lectores y recibimos el Rey y la Reina de madera como sujetalibros que luego reconocí en tantas y tantas casas…  Así recuerdo: “Maravillas de mundo”, “Cien obras maestras de la pintura”, “Proyecto Apolo”, “Grandes acontecimientos de nuestra historia”…

Y por tomar una fecha de referencia para el cambio de ciclo, me voy a la caída de la Dictadura (1975), que me encontró con 14 años.  Hasta entonces deambulé como un infante soñado, que leía hasta los prospectos de los medicamentos, según mi madre, que quería jugar al fútbol y que empezaba sus experiencias literarias en una revista colegial, llamada La Tortuga por los retrasos en su salida a la luz en cada número.  En sexto de EGB, en la clase de Literatura, escribí en versos pareados un resumen que nos pidió el profesor sobre el Cantar del Mío Cid.  Es mi primera toma de consciencia literaria.  La segunda ya llegó a los quince, en primero de BUP y escrita en clase de Francés, mientras un profesor nos leía algún pasaje de “Le petit prince”.  Se tituló “A ella” y surgió como respuesta a una poesía titulada “A él”, que escribió una amiga, Cristina.  No se la di a ella, la chica no me gustaba mucho, pero la escribí en formato reducido, la metí en mi cartera junto a una foto de mi padre vestido de torero, y me servía para ligar (o eso creía yo).  Mis amigos siempre se metieron conmigo por esos objetos que en cualquier momento enseñaba pretencioso con el deseo de despertar admiración.

La transición a la democracia me llegaba a oleadas de información que aún me costaba entender y que, ya en línea casi literaria (tenía mi cuaderno personal lleno de poesías y reflexiones), observaba con asombro e interés intermitentes.  Iban los amores de chicas llenando huecos, unas veces más que otros para inspirar las composiciones en ese cuaderno que aún conservo como un documento adolescente de súbitos enfrentamientos con la vida. En 1977, escribiendo en prosa poética sobre las agresiones a la Madre Naturaleza, gané mi primer premio literario, 1000 pesetas en libros que nunca recibí.  Quizá por ello aún me creí más futbolista que escritor…

Con la inspiración de mi primera novia de verdad, a las puertas del cierre sentimental que ella provocó, se gestó, a fines de 1981, mi primer relato largo, de 10 páginas, escrito en una máquina Olivetti Lettera que me prestó mi tío Julián, y que luego repetí en la mía, de la misma marca, aunque portátil y de letra más sencilla, modelo Dora.  Meses después, acepté la tentación del éxito y presenté ese relato, “Rosa Roja”, al premio Santa Isabel de Portugal.  Como no gané, la soberbia juvenil me hizo despotricar contra todos y cada uno de los miembros del Jurado.  Oh, vanidad.

Además, en todo este período, logré jugar al fútbol (motivo de una novela autobiográfica en la madurez) como un chico promesa que buscaba más la afirmación de la personalidad que la práctica de un deporte de masas.

Hasta los 28 (1989), llené mis años con un matrimonio de final no deseado, dos hijos maravillosos, Raúl y David, una veintena de cuentos y algún poema que me daban certeza de mi vocación literaria.  Más relleno tuve con un trabajo aburrido, universidad tardía, militancia y cargo sindical, fútbol…  En ese año, una propuesta incumplida para publicar una novela por entregas en una revista, gestó mi primera obra larga: “El embrujo de una rubia platino”, lo que me dio confirmación de que podría llamarme escritor algún día venidero.

En la crisis de los treinta, sin pareja sentimental, acabados los sueños futbolísticos, y contactando con grupos de influencia espiritual, me dominaron los deseos de trabajar en los “Cuentos de Luz”, obra publicada cuatro años después en el Nuevo Mundo con una editorial despreocupada y una estafa del distribuidor.  Incluí en ellos mi primer relato, Rosa Roja, y la edición me costó un ojo de la cara.

Concretamente, el nuevo mundo se localizó para mí en Buenos Aires, donde, a los treinta y dos años, comencé una nueva etapa profesional, fructífera, con cambio de especialidad y repleta de retos, ya acompañado por Esther, mi musa desde un tiempo antes de aceptar temerariamente aquella oferta para cruzar el océano.  En el primer viaje intercontinental, volé para vivir en la lejanía durante tres meses, en los cuales se gestó el regreso literario a mis orígenes con “Fábulas de Montemolín”, varios de sus relatos escritos sobre las mesas de mármol del Café Tortoni o en la habitación 619 del Hotel Continental, que incluían mis recuerdos de chico en el barrio conjugándolos con gotas de fantasía y pinceladas de ternura (consecuencias de la añoranza, qué fructífero sentimiento).  Después de esos meses, la aventura argentina se prolongó por más de cinco años, época de crecimientos, época de grandes sueños, con la venida de Eduardo, mi tercer hijo, que nació exactamente dos años después del primer día en que aterricé sobre las pistas de Ezeiza.

Cuando finalizaba “…la rubia platino”, leí “La muerte de Iván Ilich”, del gran Tolstoi, y me inspiré para preparar unas pinceladas de una supuesta próxima novela.  Nueve años después, luego de haber publicado “Epistolario de un oficinista” y “Cuentos de Luz”, de haber cerrado con ilusión las “Fábulas…” de mi ángel extraviado, de haberme ilustrado con teoría literaria argentina, aquella idea tomó vida tras unos meses de creación compulsiva.  Primero se tituló “La muerte del abuelo”, y más tarde, le adjudiqué a la totalidad el título de la tercera parte: “Olor a Varón Dandy”, una novela de 300 páginas.

Estamos allá por 1998.  Siguiendo con el empuje compulsivo, tras dar por cerrada la susodicha novela, algún duende me sugirió escribir una novela erótica… y le hice caso.  Antes de terminar el año, nació “Pronto serás mía”, que envié a la que debió ser la última (o de las últimas) convocatorias del Premio La Sonrisa Vertical.  No gané.

Regresé a España (aunque a Madrid, no a mi Zaragoza natal) al año siguiente, con el deseo de publicar en mi tierra las “Fábulas…” que a ella pertenecían.  Lo hice en 2001, habiendo agregado a mi currículum el año anterior un primer premio de artículo profesional, convocado por AEDIPE la Asociación de mis colegas de oficio como experto en Recursos Humanos.  Gracias a este éxito, comencé a colaborar en revistas especializadas y a ser invitado a congresos y seminarios.  De estas actividades, conjugadas con mis experiencias profesionales, han surgido dos libros de relatos que aunaron mi profesión y mi afición: cuentos sobre recursos humanos y gestión empresarial, agrupados en los títulos “Qué cosas tienes, Ceferino” y “Hábiles o inútiles directivos”, el primero publicado en 2008 por el Grupo RHM.  Entretanto, otros cuentos infantiles, escritos en Buenos Aires, me dieron nuevas satisfacciones: el primer premio de La Salle Gran Vía y la selección como finalista en el concurso de la Fundación Cabana.

En el pasado mes de marzo, un buen amigo me ha involucrado en la Asociación del Deporte Solidario y ha publicado mi novela autobiográfica “Jugué al fútbol, historia de una ilusión”, en la que se unen tres de mis pasiones: fútbol, literatura y gestión de las personas.  Cedí a ASDES los derechos de autor y con los beneficios obtenido, unos cuantos niños sin recursos disfrutaron de un campamento deportivo en el Pirineo

Regresé a mis pagos zaragozanos en 2007. Mi primera acción fue asociarme con los escritores aragoneses para vivir de cerca sus ilusiones, que son parecidas a las mías.  En mi equipaje, guardaba páginas escritas que conformaban gran parte de mi historia.  He ido reordenándolas y cuatro años más tarde, han configurado la compilación de mis obras escritas hasta esa fecha, siete libros de relatos, cinco novelas, una recopilación de mis artículos profesionales y una miscelánea con poesía, canciones, teatro, reseñas…  Están siendo publicadas poco a poco en formato digital por la Editorial online Literatúrame.

Entusiasta que soy del trabajo en equipo, a pesar de su cierta incompatibilidad con la tarea del artista, en 2008, junto a mis socias Pilar y Anabel, configuramos la Asociación 3d3 LiterArt, desde donde estamos promocionando la querencia por el relato breve mediante lecturas, recitales y publicaciones.  Ya llevamos preparados tres libros en conjunto: TresdeTres, Tintas distintas y Cuentos de amor, desamor y otras reacciones químicas.

En este último año he finalizado otro libro intimista de relatos “Mujeres que llenan mis noches” (Siete cuentos de amor), que anda pululando por distintos concursos y editoriales, y me bullen varios proyectos más que no debo contar.

Exclamo con el profesor Keating: ¡Carpe diem!, vivo en el aquí y el ahora y te saludo: Namasté.