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Reseña de Alarma (VV.AA), Imperium Ediciones

Reseña de Alarma (VV.AA), Imperium Ediciones

En marzo de 2020, un día 16, lunes, iniciamos en España, casi a la par que en el mundo entero, un encierro en nuestros domicilios jamás llevado a cabo en la historia de la Humanidad.

Suena a comienzo de novela distópica. Pero la realidad siempre supera la ficción. Y ese arranque bien podría provenir de un libro histórico.

Poner de acuerdo a veintiocho personas independientes para iniciar un proyecto es verdaderamente difícil. Más aún si se trata de cumplir todas sus etapas en menos de dos meses. Quizá esta vez la ficción ha superado la realidad, porque de ficción se trataba el proyecto, y está terminado en menos de dos meses. Se llama Alarma y es un libro en el que veintiséis personas han creado textos con un sencillo lema: el confinamiento. Tres de esos autores, Alfonso, Pilar y José Antonio plantearon la propuesta a la que se unieron los editores Arancha y Raúl, para ir tejiendo esas historias que marcan la visión literaria de lo que provoca o inspira el estado de alarma.

La consigna fue crear un relato corto, de entre 500 y 2000 palabras, inspirado en ese momento excepcional en el que nos sumergimos de golpe, sin preparación ni pa-liativos ni anestesia, cumpliendo las recomendaciones de la OMS para frenar el con-tagio y la expansión de un virus de nombre similar al humanoide R2D2 de La guerra de las galaxias, que se había escapado de algún lugar de Wuhan, una ciudad relevante de China, que desde ahora será más recordada por su asociación con el SARS-CoV-2 que por ser donde cayó la dinastía Qing en 1911, o donde se encuentra la central eléc-trica con mayor capacidad de generación del mundo. Wuhan, murciélago y COVID-19 tardarán décadas o siglos en desasociarse en la memoria mundial.

En este entorno, que cada autor ha imaginado según su musa o vena creadora, se han desarrollado un prólogo y veinticinco historias de otras tantas autorías, de lo que se puede contar lo siguiente.

Entre ellos encontrarás cinco doctorados y un máster, cuatro miembros del pro-fesorado, tres artistas del grabado y/o de la pintura, un melómano, fotógrafo y exedi-tor, dos exgerentes de institución pública y empresa, un exdiputado, una poeta gatu-na... Y las distinciones: tres premios Imán, una doble ganadora en los premios Ciu-dad de Tudela, un Caballero de Ordo Sancti Michaelis in Hispania, un premio Vargas Llosa de relatos, uno de las Letras Aragonesas, dos Ciudad de Zaragoza, un premio

nacional de Periodismo Cultural, y un premiado más de 200 veces en menos de 20 años, todo un récord estilo Rafa Nadal.

Los relatos ─qué voy a decir yo─, son fantásticos, algunos en su doble significado y los demás deberían añadir adjetivos como crudos, críticos, románticos, divertidos, sensuales... Reitero que el requisito de extensión quedó entre 500 y 2000 palabras, y este es el encaje que hemos hecho los participantes en ese encorsetamiento a lo que tan poco dados somos la fauna escritora:

 

  • 1471 palabras es la extensión media, que se sitúa en el percentil 73,5. Es decir, nos vamos hacia cierta verborragia, apurando el permiso.
  • El rango, [771-2411], nos muestra que ninguno ha bajado del límite inferior, ni siquiera se ha acercado, y que uno (es sólo uno) lo supera en un 20%, lo que fue solicitado y autorizado.
  • Hay ocho relatos que están en el último percentil del rango y cinco presentan menor extensión de las 1000 palabras, punto medio del intervalo.

Disculpa los términos estadísticos, pero entenderás esta inclinación a lo numérico después de convivir con esas estadísticas diarias que machacan sin parar, con sus porcentajes comparados, avances, fases, ‘desescalada’, qué horror para quien viene de letras.

Respecto a características llamativas que atraen para la lectura, he detectado las siguientes:

16 relatos nos presentan argumentos con cierta, o consistente, crítica social: desunión, situación de los sanitarios, tratamiento de los ancianos, especial-mente en las residencias, violencia machista, inmigración, incomunicación, manipulación informativa...

  • Seis relatos dan protagonismo a los mayores
  • Cinco nos trae toques fantásticos o surrealistas
  • Cinco reseñan la ceremonia de los aplausos a las 20.00 horas
  • Cinco utilizan la técnica del paralelismo para crear comparaciones o metáforas que nos ayudan al vuelo de la imaginación o de la reflexión: con el movimiento de inmigración, con la guerra civil, con una ceremonia religiosa... o mencio-nando la similitud de términos de Cobi, la mascota de la Expo, con la COVID-19
  • Tres presentan estructura de diario y otros tres, epistolar
  • Tres son románticos, o muy románticos
  • Tres nos elevan la temperatura con toque erótico
  • Tres son jocosos, o incluso estrambóticos
  • Tres refieren distopías / utopías
  • Dos se remiten a la guerra civil española
  • Dos tienen a escritores como protagonistas
  • Dos nos presentan personajes muy prepotentes
  • Uno es una prosopopeya animalista
  • Uno hace referencia directa a una táctica futbolística: el catenaccio

Te vas a encontrar personajes como Leandro Merengue o Desiderio Picaporte, y vas estremecerte con un escuadrón de soldados que entra en una residencia. Leerás cómo un mal polvo (o hermoso para los implicados) provoca un incendio en un garaje, o cómo el incumplimiento del confinamiento da para un ligue esporádico que dispara la creatividad. Te irás de aventuras con Gene Hackman para salvarte del hundimiento de un transatlántico con nombre de dios, conocerás el caso de la mujer muerta que sigue enamorada de Jorge Mistral, te sorprenderás con una asesina y un ladrón que son descubiertos casualmente por los efectos de la pandemia, te morirás de amor con una parejita de mayores que como novios de su época se enamoran de balcón a balcón, o se convertirán tus pelos en alambre cuando imagines la distopía de un español que quiere saltar la valla... hacia Marruecos, y querrás saber cómo un pueblo consigue contener un maleficio desencadenado por concurso de pintura. Tendrás un subidón de esperanza aguardando que pueda cumplirse una utopía para dentro de cien años, o cuando te impulses al futuro próximo en el que recordaremos lo pasado como un mal sueño. Es probable que te alíes con un par de ancianas que van a cometer un delito para salvaguardar su derecho a la vida, y verás cómo es homenajeado a la vez que los sanitarios un veterano luchador contra el franquismo. Te sentirás con argumentos para defender que esta pandemia no es una guerra, que para guerra la de Siria. Podrás irte a Trijueque con nostalgia o recorrer el accionar diario de una poeta. Conocerás al amante de una cantante de moda... y a la madre del amante, escritor, por cierto. Te irás sobrecogiendo con un recién separado que debe cuidar a su padre mayor, y te aliarás con un loro para cantarle las cuarenta a un Presidente. Te confabularás con un severo personaje que le lee la cartilla a su amigo porque ya está bien de ser un meapilas, subirás a una bicicleta que recorre la ciudad de una forma diferente. Odiarás a un pedante que se mofa de sus asesinos, incluso después de muerto, y a unos herederos que rapiñan a una heredera por el coronavirus.

A pesar de que el libro lleva el subtítulo de Relatos desde el confinamiento, no vas a encontrar ninguna cárcel ni querrás encerrarte... salvo en un M Mercedes-Benz GLB 200 azul metalizado, de 163 caballos con asientos de cuero...

Volarás desde el confinamiento, relatos (25).

 

 

NOTA RELEVANTE: el importe de los derechos de autor con una aportación de la editorial irá destinado a disminuir los efectos de esta pandemia.

20 años de Fábulas de Montemolín

20 años de Fábulas de Montemolín

Hace 27 años que terminé de escribir ‘Fábulas de Montemolín, por un ángel extraviado’, la publicación que me reencontró con el deseo, quizá misión, de llegar al público, después de siete años en silencio divulgativo, que no en creación. Es buen momento para recordar los sentimientos que me llevaron a su creación y cómo han sobrevivido a ese número mágico del cuarto de siglo o de las bodas de plata.

Nací en 1961, mis padres vivían en Miguel Servet, 97, bajo, y me crie en el corazón del barrio de Montemolín, de Zaragoza. Mi padre regentó una carnicería en tres locales, el susodicho arriba, después en el 89, al lado del kiosko de la Pilarín, y finalmente en el 85, compartiendo número con el bar de Los Madrileños, cuando arrendó el negocio al señor Hipólito. Sirva esta introducción para demostrar mis orígenes montemolineros y encuadrar adónde dirigí mi memoria para, en las mesas de mármol del Café Tortoni porteño, redactar las líneas de ese libro de relatos que contaba las andanzas reales y esotéricas de un muchacho de doce años que habitaba en otro plano por culpa del desencanto infantil.

Debo entonar un mea culpa. En mi crecimiento, presté casi nula atención al barrio, e in-cluso a mis orígenes familiares. Pudo ser cuestión de desidia o de falta de perspectiva, no sé. La mayoría de las veces valoramos poco lo que tenemos cerca, quizá porque no sabemos mirar a los lados, o nos llenamos de una visión con autoestima diminuta, o no sabemos encontrar elementos de comparación. No pongo más excusas. Tuve que irme a más de 10.000 km de distancia, a Buenos Aires, Capital Federal, para mirar con ‘ojos de ver’ a mi barrio y a mis orí-genes. Lo que llamo ‘ver’ podría definirse como ‘sentir desde el corazón’, expresión que suena a manida y hasta superficial, pero no me importa dejarla aquí porque refleja un sentimiento que alguien llama nostalgia, o morriña, o añoranza por lo que tuvo y no supo apreciar lo que se merecía. En ello entra el barrio de Montemolín.

Gracias a Héctor Varela, un hombre culto del entorno porteño, conocí a varios autores argentinos poco conocidos fuera del país o de la capital, como fue el caso de Alejandro Dolina, un hombre polifacético, agitador cultural, famoso por un programa de radio muy especial (tan especial que a su vez era retransmitido por televisión) y que había publicado ‘Crónicas del Ángel Gris’, un excelente libro de relatos que recoge aventuras del protagonista del título en el barrio porteño de Flores, con los Hombres Sensibles y los Hombres Refutadores de Leyendas. Su lectura me inspiró para crear mi Flores particular (o también mi Macondo) con el Ángel extraviado, los Hombres Encantados y los Hombres Razonables.

Como todo el mundo sabemos, hay sentimientos que no se pueden explicar, adhesiones o apegos que llegan a ser enfermizos por su obstinación en martillear a nuestra voluntad para dejarnos pegados a esas sensaciones que solemos disfrazar de amor. Inconscientemente, somos felices de amar así. Amar a Montemolín es casi como amar en Montemolín a la primera novia o primer novio, sobre todo si también tiene nacionalidad montemolinera (¿qué tal si nos pedimos el carné de identidad específico de estas tierras que llegan desde el bajo Huerva hasta el Ebro de Cantalobos y el escurridero del Canal, por lo menos?)

Ayer me contaron que hay un habitante del barrio, ya mayorcito y nada analfabeto, que no sabe que vive en el barrio de Montemolín. Supongo que hay más así. Qué dolor. ¿Hasta ese punto hemos llegado de indiferencia o descuido?

Existen varios dichos y refranes que pretenden pontificar sobre lo que nos marca la fija-ción de dónde somos. Me voy a quedar con el dicho que remarca ‘somos de donde vivimos la infancia’. Me ha dado por recorrer, con la mente fijada en el sentimiento, las distintas estaciones de mi vida para poder quedarme con ese ‘somos de…’. Infancia, matrimonio, residencia, trabajo, de todas ellas puedo marcar entornos diferentes que podrían ser el atributo de mi ‘soy de…’. Como ya puedes deducir, las tres últimas estaciones sobran, porque declaro solemnemente que ‘soy de donde viví mi infancia’, el barrio de Montemolín, en Zaragoza. Y debo explicar que mis padres no son originarios del barrio, aunque vivían cerca en su soltería, mi padre en la calle Heroísmo, rozando el larguero del barrio, y mi madre en la calle del Salvador (ahora San Luis de Francia), bocacalle de Privilegio de la Unión. Algunos expansionistas hasta podrían incluir ambos lugares dentro de los límites del barrio. En fin, que quiero decir que en mi casa no se vivía intensamente la pertenencia, más bien nada, y mis primeros atisbos para buscar una raíz se iban a la Torre Olivera, en los confines del barrio para no ser inexactos, cuna de la familia materna de mi padre, los Rodrigo, y después a Calamocha y aledaños por mi abuela materna Edmunda, e incluso a La Cartuja, adonde viven descendientes de mis ancestros Prades, de quienes nos desvinculamos familiar y emocionalmente por un típico problema de hurto de herencia, cosas que probablemente tengan que ver con deudas kármicas del transge-neracional (palabras de mi amiga Teresa Escartín, mejor pedir explicaciones a ella). Mi abuelo paterno, Bernardo, y parte de su rama familiar, está enterrado en el cementerio de La Cartuja Baja (o de la Concepción), enclave que los dichos expansionistas también colocan dentro del dominio del barrio de Montemolín (lo cual apoyo, ya que prueba irrefutable es que el polígono industrial frente al cementerio lleva el nombre del barrio).

En este momento, que es lo único que cuenta, confirmo: ‘soy del barrio de Montemolín’.

Viví mi infancia primigenia dentro de la plaza de Utrillas, en su diseño antiguo, con un hexágono abordillado que a su vez se abría en cuatro pasillos que, a modo de radios geométricos, te llevaban hasta la fuente de hierro central, a cuyo alrededor se abría un anillo que permitía deambular pegado a sus bordes, y que tenía otro paralelo unos metros hacia afuera, donde los pequeños teníamos permitido circular a nuestra gran velocidad sobre bicicletas, patines y patinetes, sorteando a los jugadores de marro-pañuelo o a los de chapas. Estos últimos se colocaban a horcajadas sobre los otros bordillos interiores, que delimitaban unos parterres que contenían algo de hierba y otros arbustos parecidos a los ombús con recias hojas verde oscuro. A las chibas se jugaba dentro de esos parterres, haciendo los guás con los tacones o con las uñas de los chicos más dotados de anchura y fuerza en los dedos. Al taco podía jugarse en cualquier entorno de la plaza, igual que a los montones o a la taba, para lo que se hacían círculos que podrían considerarse aquelarres. Por las afueras del hexágono, lugar que en mis primeros años era aparcadero de coches, lo que luego se prohibió, era el lugar para los partidos de fútbol, carrera de bicicletas para mayores de siete años, lanzamiento de caña… También recuerdo que jugábamos a Tarzán, a papás y a mamás, y, ¡ojo al dato!, a ‘Viaje al fondo del mar’ jugábamos en la acera que bordeaba el frontal del edificio de la estación, ya cerrado, como los edificios laterales de viviendas, que eran cuidados por el señor Benito, gastador de muy mala leche, sobre todo cuando rompíamos cristales a pedradas. Las barras de sodio que neutralizaban al reactor nuclear del submarino estaban dibujadas con tiza bajo los pretiles de las ventanas del edificio. Me gustaba ser el capitán Lee.

El recuerdo te lleva a lugares de tu entraña y te saca escalofríos o pelopuntazos, lágrimas o suspiros, te lleva a vaivenes del amor al miedo y del dolor al placer. Mirar al pasado sin esconderte del presente te garantiza un futuro más claro y una enseñanza en la que tú mismo eres el maestro.

Cuando mi universo infantil se amplió más allá de la plaza Utrillas, exploré lugares inéditos del barrio, como el escorredero, Pinarcanal, la filla, Cantalobos… con incursiones en bicicleta que simulaban carros de combate o cazabombarderos que dominaban los caminos y los espacios para salir vencedores, siempre vencedores, de batallas quijotescas que nos hacían mantener la imaginación despierta. Nos íbamos en avanzada hasta la ribera del Ebro para espiar a parejas que habían adelantado la revolución digital (dedos al ataque o a la defensa), para re-crear conquistas de castillos lejanos como la fábrica de cementos, o establecer partidas aven-tureras desde el apeadero de Miraflores, o buscar sin éxito la subestación eléctrica donde creíamos que podía fraguarse la invasión extraterrestre de la ciudad. También hurtábamos, con cierto permiso, regaliz de palo en la fábrica del camino del Junco.

Qué más da dónde pongamos la fantasía. Qué más da el contenido si lo que importa es el continente, preferiblemente de amplio volumen para que allí podamos meter más ilusiones, más sueños, más utopías, más esperanzas, más anhelos.

Ser del barrio de Montemolín es un orgullo. Montemolinero. Montemolinera. Los amo-res se cuelan dentro y, con la generosidad de su propia definición, debemos extenderlos para que ese chico que ayer me contaron que no sabía que vivía en el barrio más entrañable del universo universal (¡hasta el infinito y más allá!) se embadurne de la espuma histórica que rezumamos a rabiar y que se empieza a extender, todavía sigilosamente (aguarda, aguarda, que vamos sin freno), por los registros y las memorias de quien se atreva a escuchar.

 

En el barrio de Montemolín de Zaragoza, a 30 de julio de 2021

Sinopsis de Silvana, la puta, y otros cuentos

Sinopsis de Silvana, la puta, y otros cuentos

Silvana es una mujer de cuarenta y cinco años, con una buena posición social, dedicada al diseño de moda, que en cuanto acaba de morir su madre, intentando deshacerse de fantasmas enquistados, narra en primera persona su único amor, ocurrido en 1982, cuando contaba doce años de edad. Salvador fue su primer novio, el muchacho del primer beso, del primer tacto, que deja huella para toda la existencia. También está Beatriz, la íntima amiga que le acompaña muy de cerca en ese despertar adolescente. Silvana, Salvador y Beatriz formaron un triunvirato de consecuencias impensables

A partir del primer cuarto de la novela, aparece otra voz plana e insensible, incrustándose a modo de informe policial, que nos va narrando otra historia, en la que el lector se va encontrando datos que coinciden con lo que cuenta Silvana y que ocasionan el descubrimiento paulatino de ciertos hechos que tintan de terror los pasajes recordados. Ambos hilos narrativos se entrecruzan dejando señales de cómo se interrelacionan. Silvana está pasando por un crudo momento emocional y lo transmite con su forma de contar aquellos instantes tan románticos en su hallazgo del amor, mientras ese informe hace de contrapunto en estilo y contenido para ir moviendo la balanza de las sensaciones, sin llegar a equilibrarla en ningún momento.

Trata del amor y de la pasión en compañía del sexo, del abandono físico y emocional de los padres, del delito más execrable que puede producirse en este mundo y de la hipocresía social. Penetra en los bajos fondos y en las miserias del ser humano para desenmascarar un submundo con escenas escabrosas, unas de iniciación, otras repletas de un desprecio abominable. Denuncia cómo los estratos más poderosos son capaces de usar sin la menor empatía a otras personas para procurarse su bienestar.

En resumen, sus líneas revelan una historia intensa, desgarrada, que se sumerge en los impactos psicológicos que dejan unas relaciones familiares llenas de dureza, y en la que el lector vive con la protagonista su amor adolescente desde una viva y ágil narración que profundiza en la soledad y el dolor provocado por hechos lejanos que, aún treinta y tres años después, causan sentimientos contradictorios. Y el giro que le da a la historia la segunda voz deja huecos en la trama que deberán armarse en la propia imaginación de quien va bebiendo la historia…

Esta novela ha resultado ganadora del III Concurso Literario "El Trallo", convocado por la Comisión de Cultura y Juventud del Ayuntamiento de Grisén (Zaragoza), edición de 2016.

 

Y de los diez relatos adjuntos...

‘El lápiz de labios’ juega con la visión narrada en presente del amor de un tímido muchacho por una compañera de clase, un muchacho tierno, soñador, que vibra cuando puede verla cada tarde en la academia donde cursan estudios de administración. Un día hay un fiesta en la peluquería de al lado, a la que ambos son invitados…

Los secretos familiares cobran importante relevancia en ‘La cajita de latón’, donde el narrador, tras una pregunta curiosa de su hijo, nos cuenta los entresijos que cuarenta años atrás llevaron a una mujer a huir de pueblo en pueblo por un Aragón agreste. Un notario, una herencia, un asesinato, el qué dirán…

¿Puede ser tan cruel un hombre para citar a su amante, perdidamente enganchada al sexo con él, a las nueve de la noche el 24 de diciembre? ‘Cita en Nochebuena lo cuenta.

La venganza libera, y más si nada más tienes que hacer más que nombrar ‘La llave’. Un ser apestoso se humilla.

La liturgia católica en una ‘Misa funeral’ marca la escucha de un diálogo chismoso sobre una aventura de cuernos en un barrio antiguo y pacato, donde se desvela que las cosas no eran como parecía.

Hay amores que marcan a fuego, sobre todo si fueron de verano y en la playa, ‘En Salou, Eva’, durante la adolescencia y bajo un amparo mágico.

Un bar llamado ‘Espectros’ acoge un desquite contra unos políticos corruptos. La manera de contarlo denota el odio encubierto de quien preferiría pegarles un tiro.

‘Nada es onírico’ nos llena de poesía en el amor, con prosa poética y versos que narran cómo vuelve a hacerse muy palpable un sentimiento que se truncó, pero que el fuego reaviva como si un rayo luminoso lo provocara.

Blas Carnicero se escapó de ‘La cajita de latón’ para morir en la cárcel un día de Semana Santa por ‘Causas sobrenaturales’. Es la historia de un asesino reconvertido en visionario tras un acto de contrición.

Es tierno leer cómo ‘El ictus y el amor’ son relacionados como causa y efecto del descubrimiento de la capacidad de cuidado esencial que un marido tiene para atender a su esposa enferma. Sí, es un ejercicio de ternura y un homenaje.

 

Entrevista en blog Ed. Adarve sobre Los últimos catorce años

Entrevista en blog Ed. Adarve sobre Los últimos catorce años

¿Cuándo y por qué decides crear tu novela?
Generalmente, mis lecturas me ayudan a encontrar inspiración para la creación literaria.  En este caso, ocurrió con El mundode Juan José Millás, novela que recibió el premio Planeta de 2007 y que contiene, sobre todo en su primera parte, referencias autobiográficas a sus primeros años de vida.  Leerla me movió algo por dentro, que se fue confirmando después por otras lecturas y otras vivencias personales hasta que a fines de 2013 me puse definitivamente a escribirla.
¿Es entonces autobiográfica?
 Así es.  Y no solo de sucesos, sino de pensamientos y sensaciones.  Describiendo los hechos, pretendí dar conocimiento de cómo vivía una gran parte de España en esa época, he querido dejar un documento ‘intrahistórico’ que abarca desde 1936 a 1975.  Por otro lado, va salpicada de reflexiones muy íntimas sobre temas que me asaltaron en una  lectura posterior varios meses después de la primera versión.  Esas reflexiones van referidas a visiones de los personajes, otras son preguntas sin responder sobre la vida, o sobre la muerte, o sobre la espiritualidad, o sobre el amor... que, después de escribirlas, ya que no la creé con esta intención, creo que ayudarán a quienes las lean en la búsqueda interior del sentido de su existencia.
¿Por qué elegiste ese título?
La dictadura de Franco nos marcó, y todavía nos marca, a todos los españoles.  Llevamos unos meses en que ha vuelto a ser noticia, y lo seguirá siendo durante muchos años.  ‘Los últimos catorce años’ van de 1961 a 1975, los dos septenios finales de esa dictadura, que coinciden con los catorce primeros años de mi vida. 
¿Cómo reuniste la información para poder escribirla?
El proceso creativo, con dos etapas diferentes, duró más de tres años.  Al ser su contenido autobiográfico, la información venía del recuerdo, a impulsos, a veces tan fuertes, que no podía parar.  Aprendí a utilizar la aplicación de Notas del teléfono móvil, y ahí iba apuntando lo que me llegaba desde el fondo de mi memoria, o de mi nostalgia, para ir desarrollando después. Pregunté a mis hermanos, a mis primos, tíos y amigos y, sobre todo, a mi padre, con el cual me fui a recorrer sus lugares de infancia y adolescencia.  Ese viaje nos devolvió sensaciones de mucho tiempo atrás, tanto por evocar su historia como por palpitar los dos juntos, solos, por horas y horas, en una cercanía que se llenaba de sensaciones amorosas que antes no nos atrevimos a mostrar.  Ese viaje marcó el tono de la novela.  Así terminó la primera etapa.  En la segunda, varios meses después de darla por culminada, una relectura me llevó a escribir los párrafos de reflexiones que he citado, y que surgieron como borbotones y que apenas tuve que corregir. 
¿En qué ingrediente reside la fuerza de esta historia?
Me atreveré a decir que la ternura y la calidez son las sensaciones más duraderas que ha provocado la novela, incluso aún bastante tiempo después de su lectura.  Al ser una novela con testimonios personales de época y lugares muy concretos, quienes lo vivieron se sienten identificados y reciben impactos de su propio recuerdo.  Y los más jóvenes seguro que reconocen las andanzas que les han contado sus padres o abuelos, y se sienten con más datos de esas experiencias vitales que, en realidad, han influido, y no poco, en ser como son ahora. Por otra parte, las píldoras de pensamiento íntimo pueden ser disparadores de un propio camino del lector para dentro de sí mismo, como así lo fue para mí en el momento de su creación.
¿Cómo describirías tu estilo?
Soy muy ecléctico, mezclo, diluyo, añado, cambio...  Creo que no tengo un relato o novela que se parezca a otro u otra, porque siempre he buscado renovarme, disfrutar creando en diferentes entornos literarios: estructuras, argumentos, tramas, recursos, intenciones...  En el caso de ´Los últimos catorce años’ apliqué un estilo absolutamente intuitivo, no hubo racionalidad, salvo en las correcciones (que fueron muchas o, mejor dicho, muchas fueron sus relecturas, algunas sin cambiar una coma).  Y ese estilo se basa en una encadenación de hechos muy veloz, incluso vertiginosa, que pretende fijar en el papel esos movimientos de la mente cuando se nos va de una lugar a otro, buscando no sé sabe bien que ruta seguir. Recuerdo que un profesor de técnicas de estudio nos enseñó un modo de potenciar la memoria: parar los pensamientos y recorrer hacia atrás cómo habíamos llegado al último.  Cuando lo hacíamos, nos reíamos con gana porque la conexión era precisamente inconexa, sin razón aparente alguna, y podía ser infinita, sobre todo en quienes disfrutaban de esa cualidad en forma destacada.  Pues bien, cada párrafo de la novela lleva ese movimiento, en cierto modo circular.  Además, está escrito en segunda persona, es decir, la voz que narra se dirige a quien quiere recordar (yo, con perdón de la autorreferencia), a modo de Pepito Grillo, o ser interior que te ofrece tu propia película.  En cambio, los párrafos de reflexión están redactados en primera persona porque no necesitan esa distancia, nacen desde dentro hacia afuera, sin necesidad de un notario interpuesto que suavice las emociones.  Otro aspecto algo llamativo es el uso del punto y coma, que actualmente se está perdiendo por esa tendencia a la frase corta y directa, oraciones simples que no obliguen a pensar demasiado.  Como esta novela pretende estimular, entre otras sensaciones, el pensamiento, he usado mi recurso favorito, que es la frase larga y rítmica, casi a modo de mantra.
¿Qué parte te resultó más complicada de escribir?
Todo y nada.  En realidad, su elaboración escrita surgió muy fluida...  Pero no es fácil vivir la creación de una autobiografía, y mucho menos en el momento personal en que me encontraba.  Esther, mi mujer, a quien dedico la novela, estaba enferma de cáncer.  Mi acompañamiento y su propio proceso, no el de la enfermedad, sino el personal que envuelve a la presencia de la muerte, abrieron unas puertas que difícilmente podrían haberse abierto de otra manera.  En el caso de la creación de la novela, supuso ese camino al interior que se suele iniciar por un episodio duro en tu vida y que vas jalonando de vivencias que pretenden poner luz en el tránsito.  Puedo decir que lo conseguí, y que me sentiría muy feliz si puedo despertarlo igualmente en quien lo lea, porque no hay nada más reconfortante en nuestro proceso vital que saber quién eres, sobre todo dando la mano a ese niño interior que, en mi caso, volví a revivir al escribir esas páginas
¿Quién o quiénes fueron los primeros en leer este libro? ¿Cuál fue la primera impresión?
Primero fue mi familia, que la valoró muy emotivamente, se sintieron muy reconocidos y se permitieron algún que otro lloro. Luego la pasé a leer a amigos y conocidos ajenos a la historia, y me hicieron unas devoluciones muy reconfortantes, me sentí muy bien con esa repercusión.  Por ejemplo, un lector muy ‘leído’ me dijo que le había recordado a ‘Nada’, de Carmen Laforet, y a los primeros capítulos de ‘La ciudad de los prodigios’, de Eduardo Mendoza.  Otro dijo que le parecía haberse sentado a la mesa de esos personajes, de esa familia, y haber vivido personalmente todos los acontecimientos narrados.
Si tuvieras que presentar este libro a nuestros lectores, ¿con qué palabras lo harías?
Es una historia que te hará vibrar de dos maneras, por el recuerdo o conocimiento desde dentro de la historia española del siglo XX, y por otro lado, con unas reflexiones que van a parar directo al corazón y te harán pensar sobre sentimientos profundos.
¿Por qué crees que nuestros lectores debiesen leer tu libro?
Para no perderse una experiencia diferente por varias razones; por el contenido, que te lleva de la mano en un paseo testimonial; por el estilo, que te transporta suavemente por los hechos sin casi darte cuenta; y por el fondo emotivo, que remueve sensaciones sólidas y extraordinarias.

Desde el taller del escritor (sobre Los últimos catorce años)

Desde el taller del escritor (sobre Los últimos catorce años)

¿De qué va la novela?

El argumento se nutre de los recuerdos de la voz narradora, que cuenta sus vivencias de los primeros catorce años de vida, y que coinciden con los catorce últimos de la dictadura en España del general Franco.  No obstante, sus evocaciones a la vida de sus padres y abuelos le lleva hasta la Guerra Civil de 1936/39.

Los personajes pertenecen a una familia de clase baja, que llegó a Zaragoza, la capital de Aragón, entonces cercana al medio millón de habitantes, proveniente del mundo rural, y que, gracias al esfuerzo personal, lograron avanzar social y económicamente en esos últimos años del franquismo.

Con los antecedentes de sus padres y abuelos, aparecen sucedidos durante la contienda bélica, pinceladas de las relaciones sentimentales reprimidas incluso por la presión policial y relatos de una emigración temporal buscando nuevos horizontes en otros lares.

El padre fue carnicero, por lo que gran parte de la novela transcurre en torno a ese oficio y a sus características, presentando la interpretación de un muchacho que va creciendo en ese entorno con una madre disconforme con la profesión, pero conformada con el papel que le ha tocado vivir.

Aparecen las relaciones familiares de aquella época, los comienzos colegiales, los apodos a los profesores, y las anécdotas que van diseñando la apertura que se produciría en la Transición.  Se describe el ambiente propio de alguien que observa importantes limitaciones, que se las toma con cierto tono irónico y que dejan preparado el terreno para superarlas en un futuro próximo.

Destacan entre sus líneas:

  • la descripción de la carnicería y del oficio de carnicero: la visita al Matadero, el sacrificio de un conejo, el corte de la carne con diferentes herramientas.
  • el entorno sombrío, cerrado, que se dibuja en torno a un barrio pequeño, con el agobio de sentir un territorio que no da de sí para la inquietud que el protagonista despliega.
  • los perfiles educativos en los colegios, con los castigos físicos y las formas de enseñar, en las que se aprecia el cambio evolutivo que marcaba el nuevo sistema.
  • los juegos infantiles y sus lugares, que son característicos de esa época y que van avanzando en la muestra de crecimiento del protagonista.
  • las relaciones con los primeros amigos y su entrañable compañerismo; amistad de infancia y adolescencia, vista desde un sentimiento de compartir la vida.
  • los avances sociales de la familia y su crecimiento gracias al esfuerzo, ejemplo de un momento histórico que permitía avanzar a pasos grandes
  • el despertar paulatino a la libertad de unas formas que ya no se van a repetir: la infancia en los 60, la adolescencia en los 70, épocas con costumbres y formas que quedarán como únicas y de las que es necesario dar fe.
  • los sentimientos de un adolescente que quiere mirar por encima del muro; aparece un muchacho con miras que superan a su ecosistema, y que, con timidez, va elevando en la búsqueda de un ideal palpable.

 

¿Cómo se estructura?

Se divide en tres capítulos, que corresponden cada una a un tercio aproximadamente de los años narrados.  Cada una, si bien no se produce un salto abrupto, viene marcada por el punto de cambio hacia más autonomía y libertad de un muchacho que crece. 

En la primera parte, la acción depende siempre de los padres o familiares mayores. 

En la segunda, queda enmarcada por el ambiente colegial de primaria, junto con los juegos en la calle. 

En la tercera, surge la autonomía y se atisba la evolución adolescente en mentalidad y relaciones; terminará con la primera novia.

Cada uno de los párrafos, sin puntos y aparte, comienza narrando un hecho concreto y después avanza o retrocede en el tiempo hasta reencontrar el hilo del comienzo.  No obstante, los hechos iniciadores surgen de forma cronológica. 

Entre párrafos, la propia voz, ahí en primera persona, comparte reflexiones que fluctúan entre los hechos narrados, la onírica del pensamiento, o las visiones filosóficas de la existencia, con incursiones en lo emocional y espiritual.

 

¿Cuál es su estilo?

Comienza con un guiño a Antonio Machado, específicamente a su poema “Retrato”.

Está narrada en segunda persona.  He querido utilizar este recurso con el fin de generar cierta distancia de la voz a los hechos, sin llegar a la lejanía de la tercera persona.  La posición ha sido como si el protagonista se hablara a sí mismo, como si se contara su propia historia figurándose otra persona.  Este recurso plasma la continua búsqueda del otro yo, el que esa voz fue en el pasado, para indagar así en el origen de quién es en el momento de escribir esos párrafos, con todos los dolores y alegrías que provoca mirar atrás. 

Presenta una prosa ágil y directa que provoca una lectura absorbente.  Los hechos están contados con la intención de despertar recuerdos y sensaciones con la mera narración, sin descripciones extensas, basándose en una exposición de hechos elegidos y relacionados en función de cómo observa el narrador.  Ese tipo de observación es fundamental para darle el tono a la novela, que transita por la ternura, la nostalgia, la denuncia, la ironía y la fidelidad a un origen familiar, emocional y geográfico.

Es preponderante la frase larga, a veces muy larga, e incluso con enumeraciones que transmiten una sensación de mantra para envolver aún más con la lectura.  No se trata de una forma secuencial de contar.  Se concatenan los hechos -también sensaciones, aunque no son dominantes-, que van y vienen en el tiempo dentro del mismo párrafo, creando derivaciones narrativas que se incluyen así adrede, imitando al fluir de la mente en procesos de pensamiento, fluir que es fácilmente observable en las diferentes técnicas de meditación pasiva.  Personalmente, denomino esta técnica como de ‘pensamientos encadenados’.  Este uso es mayor en la primera parte; se atempera en la segunda; y es menos vertiginoso en la tercera.

Otra característica de estilo es la puntuación, utilizando signos poco habituales actualmente.  Predomina el punto y coma, con el deseo de reivindicar su uso.  También son numerosos los paréntesis y guiones.  Apenas se producen diálogos y las literalidades se indican entre comillas.

Existen algunos toques estilísticos que dan novedad y frescura a la narración.  Hay toques irónicos referidos con socarronería aragonesa.  Aparecen aragonesismos cuyo significado se indica en notas a pie de página.  Igualmente, algunas expresiones coloquiales propias de la época o del lugar también son explicadas en otras notas.

Esta novela está creada desde la exposición personal a un espejo interno, sobre el cual se han ido proyectando recuerdos a modo de catarsis, con lo cual el protagonista encuentra un conocimiento, un reconocimiento, una aceptación y una remisión al futuro.  Se adivina una búsqueda de respuestas, cuyo hallazgo se convierte en una terapia literaria que se trasluce en cada párrafo, con su reflexión correspondiente y, más aún, al terminar la lectura.

 

 Los personajes

Dada la situación biográfica del protagonista, cobra especial relevancia el entorno típico de relación: familiar, colegial y amigos.

 

  • Edmunda, Isidra, José y Bernardo, los abuelos, de los que destaca la presencia matriarcal de ellas, y la ausencia de ellos, a modo de inspiradores nostálgicos.
  • Josefina y Gregorio, los padres, con la breve narración de su  historia personal, así como la de su noviazgo.  Van cediendo protagonismo conforme crece el protagonista.
  • Los profesores, con un tratamiento diferenciado en razón del propio avance cronológico de la época y de madurez del protagonista.
  • Los amigos, desde los primeros contactos de mero juego, hasta los compañeros de ligue, pasando por los compinches de aventuras excepcionales.
  • Las amigas, que dado el entorno de la época aparecen como relaciones iniciáticas de pareja antes que como amistad o compañía.

 

También los lugares tienen su parte protagonista: el propio barrio, sus edificios emblemáticos -el Matadero Municipal, el palacio de Larrinaga y la estación de Utrillas, con su plaza-, la carnicería y los edificios de los colegios.

Sinopsis de contraportada de 'Los últimos catorce años'

Sinopsis de contraportada de 'Los últimos catorce años'

Los últimos catorce años de la dictadura franquista son los primeros del narrador de esta historia; su voz entrañable te sumergirá en la vida de los familiares y amigos que influyeron en su crecimiento. Entraremos de su mano en habitaciones que quisieron ser iluminadas con un sol de ida y vuelta, llenos de esperanzas que le llevaron al lugar donde no hay tiempo, sino horas... y horas...

Con esta obra en tus manos, estás invitado a sentarte a la mesa de unos personajes que, inconscientes de su relevancia,  tejieron el devenir de un país; serás testigo de un documental intrahistórico que te convertirá en acompañante de un testimonio notarial de cuarenta años de la historia español; asistirás, desde el propio escenario, a la representación de la realidad social de una época, desde ese barrio pequeño cuyos límites quiere superar el protagonista para conquistar el exterior con la aventura.  Vivirás los juegos infantiles, los sistemas educativos, las relaciones con los amigos, los avances de la familia... es decir, el despertar paulatino a la liberación con unas condiciones que ya no se van a repetir:  la guerra civil, los años del racionamiento, la infancia en los años 60, la adolescencia en los 70... épocas irrepetibles que quedaron como únicas y que es necesario contar.

Acepta la invitación, entra al recuerdo y a la reflexión en estas páginas salpicadas con perlas de un pensamiento de ternura y sensibilidad que aspira a cambiar las cosas.

El proceso creativo de 'Los últimos catorce años'

El proceso creativo de 'Los últimos catorce años'


Leyendo la reseña de contraportada de la novela ‘El mundo’, de Juan José Millás, sentí por dentro una llamada inhabitual.  Dice así:


“Hay libros que forman parte de un plan y libros que, al modo del automóvil que se salta un semáforo, se cruzan violentamente en tu existencia. Éste es de los que se saltan el semáforo. Me habían encargado un reportaje sobre mí mismo, de modo que comencé a seguirme para estudiar mis hábitos. En ésas, un día me dije: «Mi padre tenía un taller de aparatos de electromedicina.» Entonces se me apareció el taller, conmigo y con mi padre dentro. Él estaba probando un bisturí eléctrico sobre un filete de vaca. De súbito, me dijo: «Fíjate, Juanjo, cauteriza la herida en el momento mismo de producirla.» Comprendí que la escritura, como el bisturí de mi padre, cicatrizaba las heridas en el instante de abrirlas e intuí por qué era escritor. No fui capaz de hacer el reportaje: acababa de ser arrollado por una novela.”


 La compré, inevitablemente, bajo esa ínfula de un premio Planeta, y la disfruté con paciencia, sobre todo su primera parte.  Corría el mes de diciembre del año 2007 y acababa de reconvertirme en habitante de Zaragoza después de catorce años residiendo lejos, en Buenos Aires y en Madrid. Volver a casa remueve aguas profundas, cuya claridad depende de los aconteceres, o más bien de las sensaciones, que te provocaron la salida y el regreso.  En lo referente al germen de la novela, pretendí hacer luz en un pasado que volvía -que debía volver- para fijar mi nueva posición en mi antiguo entorno desde un mirador que no era tan conocido como yo creía.  Ni aquella Zaragoza ni aquellas gentes eran las mismas de tantos años atrás.  Y yo quería que lo fueran.  O eso sentía, que no es garantía de verdad irrefutable.Entré en vaivenes interiores movidos por acontecimientos inesperados y sobre todo indeseados.  Y esos vaivenes fueron aprendizajes que marcaron mis caminos dejando muescas muy reconocibles.

Pero no me puse de inmediato a redactar lo que aquellas páginas de Millás me inspiraron.  Pasó mucho tiempo y corrieron varias influencias para llegar a la novela a la que se refieren estos párrafos. A los meses, cayó en mis manos, como por ensalmo, ‘Autos de choque’, de Rodolfo Notivol, con quien comparto edad, orígenes y recuerdos aventureros de barrio.  ‘Autos de choque’ es una reunión de relatos relacionados casi a modo de novela, ambientados en el entorno de ese barrio que Rodolfo y yo compartimos, y en el que había localizado mis ‘Fábulas de Montemolín’ (nuestro barrio) como fogonazo de nostalgia desde mi Buenos Aires querido.  Por medio de Rodolfo conocí a Félix Romeo, un incansable agitador cultural, algo más joven, pero perteneciente a nuestra generación, originario del barrio de Las Fuentes, allí donde se ubicaba mi club de fútbol de toda la vida, Santo Domingo de Silos, en cuyo colegio Félix estudió y en torno al cual ambienta su novela ‘Dibujos animados’.  La leí. Otro aviso para navegantes de mi barco.

Atravesé una crisis creativa de más de tres años que ocupé en reunir mi obra escrita. Esa inmersión en mi pasado literario removió dulzuras y amargores en el recuerdo de quién había sido, esa persona que había decidido escribir por tantos motivos y por tantas intenciones.Mientras tanto, mi entorno familiar iba llenándose de una necesidad de fortaleza que sólo puedes encontrar si la iluminas con amor.  Y amor tuve caminando por un sendero repleto de maravillas dolorosas que seguían orientándome hacia un destino incierto.  Es decir, la introspección fue imprescindible y substancial.

Visto desde hoy, el camino se ilustraba de hitos y etapas que dejaban pistas de lo que alguien, no supe quién, quizá el universo, me señalaba como objetivo: escribir esta novela.La confirmación llegó consistente cuando asistí a la presentación de ‘Entresuelo’, una autobiografía del escritor aragonés Daniel Gascón.  Más o menos, diciembre de 2013.  Y se precisó con la lectura de ‘Informe del interior’, de Paul Auster.  En ambas obras, los autores hacen su recorrido personal por la memoria del propio crecimiento que marcó sus vidas.No había vuelta atrás.Comencé a escribir la novela a principios de 2014, con la intención de mostrarme y mostrar qué hubo en mis años de infancia.  Antes, había buceado en tono autobiográfico con ‘Jugué al fútbol’, con ‘Fábulas de Montemolín’ y con ‘Mujeres que llenan mis noches’, ejercicios prodigiosos que no llegaron a ser plenos.  Revisar esas tres experiencias creadoras me ayudó a visualizar lo que en su momento no supe, o no pude, o no quise, reflejar del todo, porque las encontré cubiertas de esa pátina de ocultamiento que a veces nuestra mente nos obliga a colocar en la expresión de la memoria para evitar dolores del ego o del corazón.  Comprendí y descubrí todas mis excusas y quise enjugarlas con ‘Los últimos catorce años’.

Elegí pronto el título, que nació de varias influencias muy diferentes entre sí.  Las dos más relevantes fueron: una por mimetismo con ‘El último encuentro’, de Sandor Marai, que leí en esos días, y otra por enlace con el primer cuento (La mora) de ‘Mujeres...’, que termina con la muerte del dictador Franco, en 1975, con mis catorce años de edad, hito que siempre mis padres marcaban como clave para otorgarme autonomía y responsabilidades.  Relacioné ambos hechos y así surgió esa mixtura entre el período final del régimen y mis años de acercamiento hacia la madurez.

El contenido debía partir de mi memoria, ese almacén maldito que juega a iluminar más o menos sus estanterías, según criterios que algunos llaman el inconsciente.  Hubo compulsión creativa, como debe ser cuando quieres narrar desde las entrañas, y aprendí a usar el bloc de notas de mi teléfono móvil, donde apuntaba esos recuerdos que aparecían con escasa angulación y movimiento giratorio.

Di a leer esas secuencias y sensaciones a mi familia cercana, indagué más en hechos que no conocía al detalle, viajé con mi padre a sus lugares de infancia... Escribí el primer capítulo sin entender de dónde me llegaba esa composición estilística que los párrafos desprenden: continuas idas y vueltas en el tiempo, con un movimiento elástico que dispara los recuerdos, que los repliega después hasta ese centro del momento, intemporal que se va gestando desde el pasado y el futuro.  Llegué a creer que el tiempo es biunívoco, que quizá no es lineal, o no existe, o se condensa, o nos lo inventamos nosotros para poder ordenar lo que debemos vivir.  Puede ser debido a que en aquella época había comenzado mis prácticas de meditación, en las que aprendes a leer tu mente y concluyes que toda su vorágine es absolutamente innecesaria.  Llamé a mi herramienta aplicada como de ‘pensamientos encadenados’.

Y en esas estaba cuando llegó a mis manos el ‘Informe del interior’ citado.  Paul Auster remarcó el uso de la segunda persona para escribirse a sí mismo en ese trayecto para adentro, usando esa voz casi ajena, casi propia -de su otro yo parece ser-, desde la que construye su observación reflexiva.  Rehíce  el primer borrador de mi novela de principio a fin y quedé satisfecho de la impresión que supuse provocaría a quien se atreviera a leerla.

A 17 de noviembre de 2014, cumpleaños de mi padre, di por finalizada esa versión inicial.

Reposó. La leyeron algunos familiares y amigos más, recibí varias sugerencias y benevolentes críticas, algunas muy agradecidas, como la de quien le recordó a ‘Nada’, de Carmen Laforet, o los primeros capítulos de ‘La ciudad de los prodigios’, de Eduardo Mendoza.

Casi un año después de aquella primera culminación, falleció Esther, a quien le dedico esta novela, porque la leyó con un interés lleno de cariño y me dio los mejores consejos para hacerla, y hacerme, más comprensible.  Hay revoluciones del destino que son acicates para entender que estamos aquí con una misión ineludible, y que nuestra felicidad depende de que, consciente o inconscientemente, la descubras y la lleves adelante.  No me importa la duda, no sé si lo que sigue nació de ahí o de un retortijón de mis intestinos... la cuestión es que cuando la releí para enviarla a una editorial, cada párrafo me inspiraba una reflexión que surgía como lava que pugnaba por salir al exterior.  De ahí nacen esas líneas tan intimistas, llenas de mis preguntas o respuestas que pueden ser duda, mentira o verdad, no me importa, y que se derramaron ineludiblemente entre cada punto y aparte de mi historia para nutrirla, o nutrirme, de una percepción más consciente del mundo, o de mi mundo.

Ça y est.  Es para ti.

Sobre No es cierto que las madres son maravillosas

Sobre No es cierto que las madres son maravillosas

Preparé este libro en el verano de 2014, con la única meta de tener a mano los relatos que leo en los recitales de narrativa. Los revisé, los pulí, los podé... y me gustó el resultado. Posteriormente, quise dar alguna forma conjunta a los más que variados y eclécticos relatos que componen este libro.  Pensé en agruparlos por estilos o temas o sensaciones o entornos…  Trabajé varios días sobre el asunto y resultó difícil porque no responden ni a un patrón ni a una idea ni a una época en común. Finalmente, me quedaron cuarenta relatos de alrededor de mil palabras cada uno, unas tres páginas, que agrupé en cinco unidades temáticas, tituladas: Caricias, Desgarros, Ensueños, Añoranzas y Alegorías. 

Abriendo la tapa nos vamos a encontrar con cuarenta relatos agrupados de a cinco, según las unidades temáticas indicadas.  En cada una de ellas he querido incluir una cita de entrada; son versos de poemas o de canciones, frases destacadas de personajes relevantes o un diálogo de película.  Quizá cada relato pudiera pertenecer a más de una unidad, pero no se trata de clasificar, sino de unir para dar más fuerza a los impactos que suponen cada narración.


1.- El análisis transaccional nos dice que una caricia es cualquier tipo de manifestación de una persona, ya sea verbal o no verbal, que implique el darse cuenta de la existencia de otra. Son formas de reconocimiento de los demás y son vitales para sobrevivir. 

El prefacio de las Caricias se compone de dos versos del poeta mexicano Jaime Sabines,  de su poema Entresuelo, incluido en el libro Horal (1950), como preludio de una fuerza que sólo se puede transmitir como un tacto sutil. 

Mi corazón desde hace días quiere hincarse

bajo alguna caricia, una palabra.

Incluyo aquí los siguientes relatos: 

  • Que corto se me hace el viaje

  • El aura del bosque

  • A la vez que tú

  • Después de los negocios asiáticos

  • El estanque dorado

  • En San Siro

  • Esfumato

  • Sólo mira la paloma 

Esencialmente, son cuentos de amor, de un amor reencontrado, o perdido, o imposible, o raro, o surrealista.  Transitan desde el regreso del novio de la adolescencia hasta la caricia poética de una paloma; o el amor que mata, o el amor que espera la muerte, o el amor que tergiversa los sentidos.


2.- Hablando de personas, se dice que es un desgarro el efecto de dolor provocado por el apartamiento, separación o huida de la compañía de otros.  Hablando de sucesos se dice que es desgarrado aquello que causa gran pena o compasión.

El bloque dos se titula Desgarros y se ilustra con estos versos de la canción “Calles de Filadelfia”, una obra maestra del Boss, Bruce Springteen, premiada con el Óscar a la mejor canción original en 1993, ya que es el tema principal de la película “Filadelfia”.

Por la noche yo podía oír la sangre en mis venas

Así negra y susurrante como la lluvia

 

En este segundo bloque van estos ocho relatos: 

  • No es cierto (en el que se incluye la frase que da título al libro)

  • El supervisor

  • A mesa puesta

  • A tiro fijo

  • El diamante

  • El lápiz de labios

  • Pasan cosas, ya sabes

  • Ramón Luna Gutiérrez    

Estos relatos nos traen personajes que nos piden compasión porque están desgarrados: un hijo dolido con su madre, un operario explotado, una madre que sufre a un hijo violento, una muchacha destrozada por la droga, una anciana en una residencia, una novia maltratada, un muchacho dominado por su hermano y un asesino que renuncia a su condición antes de morir.

 

3.- Ensueño es la palabra que describe el proceso de soñar, y es sinónimo de sueño. Se ha comprobado que sólo sueñan los seres humanos.  Desde la mitología griega tenemos noticias del interés de la humanidad por los sueños.  Hipnos, dios del sueño, es el gemelo de la muerte no violenta, Tánatos, así como hermano de la muerte violenta, Keres, y de las diosas del destino, las Moiras.  También se le creía el hijo de la noche, Nyx, que a su vez nace del Caos.  Todo un preludio del viaje que en la historia humana nos lleva por los sueños a mundos fantásticos. Soñar es misterioso, hay tantas interpretaciones sobre el proceso de soñar.  Tiene que ver algo con lo irreal, o con lo surrealista.  ¿Qué nos quieren decir los sueños? 

Cito a Kafka en el prefacio de los Ensueños, una anotación en su tercer cuaderno en octava (apuntes encontrados tras su muerte):

La desgracia de Don Quijote no fue su fantasía, sino Sancho Panza.

Los ocho integrantes de la inmersión en los Ensueños son: 

  • El caballo de la Luna

  • ¡Qué genio!

  • Sin reflejo

  • El pajar de las afueras

  • El señor H

  • La madre

  • Los guardaba por casualidad

  • Pepa es mi amor 

Vamos a viajar por ocho itinerarios de ensueño, desde un entorno rural para el caballo de la Luna, hasta la casa de Pepa, que vive ahí encima.  Los sueños que confunden lo que los sentidos nos enseñan nos van a llevar por historias que se alejan de la razón porque ya la razón sirve cada vez menos para encontrar la realidad, la sabiduría o la verdad.

 

4.- La memoria puede ser una traidora porque nace de la mente, esa grandiosa fabricante de trampas que aceptamos para vivir la vida que queremos. La memoria mira al pasado y nos llena de añoranzas, otro dolor como los desgarros, otro dolor que sólo se cura con la redención de penas, con el carpe diem, con la sabiduría de entender que estamos inmersos en el gran teatro del mundo.

Una de las mejores películas de los últimos tiempos es “La gran ilusión”, en la que Jep es un escritor caústico y vividor, que tiene como amante ocasional a Ramona, una streaper hija de un antiguo amigo suyo y que regenta el local de prostitución donde ella actúa.  De ahí extraigo este diálogo (el guión es de Paolo Sorrentino y Umberto Contarello):

Ramona: ¿Qué tenéis en contra de la nostalgia, eh?

Jep: Es la única distracción posible para quien no cree en el futuro.

 

Éstas son las ocho Añoranzas que elijo para el libro: 

  • Por una esperanza

  • Niñas con abrigo

  • El grito de un milano

  • El regreso

  • Querida yaya

  • Severiano, el tenor

  • Mirando atrás

  • Volver al adiós 

Echar de menos con dolor en el alma es lo que cada voz de estos relatos siente cuando nos presenta su caso.  Una añoranza sobre tiempos mejores, o diferentes; una añoranza sobre estados de las cosas o de las cualidades que antes tuvimos y ahora ya no…  Dolor porque ellos no están o porque no los tengo… y algunos dolores tontos con una pizca de humor a modo de mejor medicamento, antes que el Prozac o el Diazepam. 

 

5.- Una alegoría es una metáfora continuada; Aristóteles dice  que una metáfora es la transferencia del nombre de una cosa a otra.  Y de su maestro, Platón, del diálogo Timeo, elijo una frase que contiene una analogía o comparación que se podría convertir en metáfora.

 El tiempo es una imagen móvil de la eternidad

Una alegoría busca generar enseñanza a través de una estimulación creativa.  No te lleva directamente al aspecto, sino que te recrea una situación que favorece su visualización. Pretende dar un encuadre diferente al concepto expresándolo en un entorno narrativo,  más didáctico.

Los relatos que califico como alegóricos son: 

  • La Casa Digna

  • Eros equivocado

  • La metamorfosis de un capullo

  • Animals

  • Cuando la Luna no quiso reinar

  • El árbol y Raúl

  • Indecisión

  • Sobre tu tumba   

Dentro de cada uno de ellos se encierra una alegoría como forma de parábola que incita a la reflexión mediante lo que se esconde entre líneas.  Puede navegarse desde una referencia a las ‘puertas giratorias’ del poder hasta la obsesión por una filia sexual, transitando por el amor, la pederastia, los símbolos psicoanalíticos de un sueño, la renuncia al esfuerzo, la cárcel en la tecnología… uuuuuu

 

Me siento cómodo en la forma literaria que supone el relato, sobre la que he indagado para buscar las diferentes maneras de acercamiento que a ella han tenido los autores universales, entre ellos Kafka y, sobre todo, Gabriel García Márquez, a quienes doy homenaje con un relato dedicado al primero y dos al segundo.  Fueron mis primeros maestros. Luego, en su tierra natal, me imbuí de Borges, Cortázar y Bioy Casares. Últimamente me he llenado de Javier Tomeo, este paisano de Quicena que unos cuantos entusiastas llegaron a proponer para el premio Nobel…

Aquí van cuarenta de mis aportaciones al relato breve, que desde la asociación 3d3, con Pilar Aguarón y Anabel Consejo, delimitamos con una extensión entre 333 y 999 palabras (no somos estrictos).  Ya después pasaríamos a los relatos cortos… y largos…  Van enmarcados en el más puro eclecticismo porque son producto de una búsqueda que aún continúa, o porque son productos de mi irredento objetivo de tender a la variedad donde me lleva la intuición, o porque no soporto la rutina.  ¿Quién sabe?  Doy cabida a un amplio abanico de gustos y recomiendo que no leas más de uno cada día, son aperitivos, no comidas copiosas, aunque alguno es denso y muy consistente.

 Estoy a tu disposición…