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...sobre mis cosas

Gregory, 3: el portalápices

Gregory, 3: el portalápices

7 de febrero de 2014

Llega el último del grupo, junto con Hamsa.  Hoy toca en primer lugar una charla con mis compañeras de Recursos Humanos para explicarles aspectos de los contratos de trabajo y cómo hacer un currículum.  Lo recibo en el hall, nos saludamos, pero enseguida entran a la sala.  Me quedo unos minutos compartiendo la experiencia de este proyecto con Marisa, otra compañera mentora.

Salen una hora después.  Parece ser que Hamsa no ha elegido el sector de interés, así que Julio y él se vienen con nosotros para ver el área donde se revisan los contadores eléctricos.  También veremos una subestación, así que llevamos los cascos de protección.  En un aparte, Gregory me sorprende: "Te he traído un regalo.  Bueno, os he traído un regalo a Julio y a ti".  "¿Sí? ¿Qué es? ¡Qué ilusión!".  De la cartera que lleva colgada saca una cajita de madera, muy bien construida, muy bien barnizada.  "Es un portalápices, me dice".  Es preciosa. 

Tenemos que desplazarnos hasta otro edificio no muy lejano.  En el camino, paramos en un bar para tomar algo y así empezamos informalmente la charla de inicio de la sesión con nosotros.  Hablamos algo de fútbol, porque Hamsa tiene sueños de futbolista.  Lo han querido fichar de Tercera División, pero su actual equipo no le da la baja federativa.  Le cuento un poco mis peripecias futboleras.  Gregory no ha leído mi libro aún, pero dice que lo hará.  Le había dicho que se lo contara a Hamsa, pero no.  Han tenido una semana algo dispersa.

Llegamos a las instalaciones.  Julio empieza a explicar muy detalladamente lo que es y para qué sirve cada aparato que vemos.  Hamsa pregunta mucho.  Gregory mira, pero no parece muy interesado.  Pasamos al departamento de contadores.  Estaban avisados y nos reciben de maravilla, muy atentos con los chicos y ya tienen preparado todo para enseñarles lo que se hace allí.  El profesor es Miguel Ángel, al que conozco desde que teníamos siete años porque es compañero mío de La Salle Montemolín.  Hamsa sigue interesado.  Gregory, menos.  Pasamos al almacén, y José Luis le explica cómo se maneja la mercancía.  Aprovecho para charlar con Miguel Ángel; recuerdo que me dijo hace tiempo que tiene bien guardadas las Memorias escolares de cuando éramos críos.  Se las pido.  Me dice que sí, que me las traerá. Me vendrán muy bien para la novela que estoy escribiendo.  Ya me había dejado hace unos años los ejemplares de la revista escolar en la que participamos los dos.  Charlamos de aquellos tiempos, mientras los chicos visitan el almacén.

Nos volvemos al edificio central.  Insisto a Gregory para que le diga a Julio lo que le tiene que decir.  Pero no se atreve.  Siente vergüenza.  Le insisto. Nada.  Al final, tengo que decírselo yo: "Gregory te ha traído un regalo".  Lo saca y se lo da. Le felicitamos todos por lo bien hechas que están esas cajitas.  El chico se siente orgulloso.

Nos metemos los dos en una sala de reunión para estar más cómodos y empezamos una charla informal.  Pero pronto le lanzo las preguntas que tocan.  Le noto al principio algo distante. Volvemos a la charla informal, y en unos minutos ya entra en materia algo más locuaz que antes.  Lo noto algo disperso.  Le pregunto si ha pensado en qué le gustaría ser cuando tuviera 30 años.  "Tener una familia y un trabajo".  Ha hablado de ello con su padrastro.  Me dice que le gusta cocinar, como su padrastro, que es cocinero, y que quizá pueda trabajar con él en un establecimiento que va a llevar pronto.  Pero después me dice que también le gustaría ser militar.  Sigue saltando de un tema a otro lanzando frases sueltas.  Parece que se protege un poco al hablar conmigo, pero no se siente cohibido.  Le pregunto por su curso de carpintería y me contesta que también le gusta.  "Bien, Gregory", le digo, "ya tenemos tres posibles objetivos de oficio: militar, cocinero y carpintero, más dos aficiones: la pintura y el huertecito".  "Sí, me gustan las cosas manuales".  La conversación deriva un poco por la lectura, le hablo de poesía, y me dice que es muy romántico, que le gustaría escribir cosas bonitas para las chicas, que le gusta la música romántica.  Volvemos al tema propio y me suelta: "Lo que no sé es por qué no me salen bien las cosas".  "Veo que has reflexionado esta semana".  Me sonríe bajando la mirada. "¿Tú que crees que te pasa, Gregory?".  "Que no termino los estudios, no terminé la ESO.  Y en mi país, pasaba los cursos sin suspender, pero...".  "Para ser militar, necesitas la ESO".  "Sí, lo sé".  Tras un instante de silencio, aprovecho para ir trabajando con él su compromiso de hacer la ESO.  Y finalmente, me dice: "Hablaré con Begoña, la orientadora, para ver cómo podría hacer la ESO".

Vamos a mi mesa para cumplimentar la ficha de la sesión. Le pido que saque el portalápices, me lo da y pongo mis bolígrafos a esa cajita de madera.  Me cuenta orgulloso cómo la hizo. Llamo a Julio y me dice que va algo retrasado en la charla con Hamsa, que al menos una hora más, así que le sigo hablando a Gregory de cosas para crecer personalmente.  Entramos en el autoconocimiento.  Le suelto algo de rollo sobre tema, pero escucha atento.  "¿Te gustaría hacer algún test para conocerte mejor?".  Asiente con la mirada.  Busco en internet y encuentro uno que parece sencillo.  Son nueve preguntas y debe elegir una entre cinco opciones.  En la resolución, le dice que es firme de convicciones, que es muy creativo y que necesita expresar más su sentimientos.  Se asombra algo del resultado, que acepta.  "¿Haremos alguno más largo el próximo día", le propongo.  "Sí", responde interesado.

Siguiendo el consejo de Paloma, una compañera a quien le he ido contando esta experiencia, le cuento que estoy escribiendo un diario en mi blog sobre cada sesión de las que tenemos.  Parece que se protege un poco, pero le noto una mirada intensa: "¿Y qué pones?"  Sin responderle, entro en el blog y le abro las entradas sobre las dos sesiones.  Las lee.  Le veo sonreír.  "Me gusta", dice.  No sé cómo sale en la conversación que tiene cuenta de Facebook.  Le pregunto si quiere ser amigo mío en Facebook.  "Sí".  Entro y le agrego.

Gregory se lleva tareas para la próxima sesión, que será dentro de dos semanas.  Se las apunto: hacer el currículum, hablar con Begoña sobre cómo hacer la ESO, hablar con su tutor, Antonio, para ver cómo puede conocerse mejor, leer mi libro... y hacerme un dibujo.

Gregory, 2: goyas y picassos

Gregory, 2: goyas y picassos

30 de enero de 2014

Habíamos quedado a las nueve de la mañana y llega puntual con Hamsa (se escribe así, lo pregunté para confirmarlo o corregirlo), quizá más arreglado que la otra vez.  Sonríe al verme y nos damos un fuerte apretón de manos.  Hamsa también.  Teníamos un cambio de fecha, porque el viernes previsto iban a celebrar en su centro el Día de la Paz, así que lo adelantamos al jueves. Vienen dos chicas y otro chico más con ellos porque se trata de enseñarles o explicarles la empresa, lo que vamos a hacer en conjunto, para que al final elijan un sector que les haya gustado más y así profundizar en él para la siguiente sesión.

En principio, cada uno de los mentores nos llevamos a nuestro mentorizado para charlar en privado.  Le enseño el edificio y me cuenta que nunca había estado dentro de una oficina así, de tantas mesas y personas trabajando.  En su país, estuvo mirando uno parecido desde fuera, pero no entró.  Presento a Gregory a mis compañeros y se siente un poco cohibido, pero no pierde la sonrisa.  Le invito a sentarse en la silla de confidente que hay delante de mi mesa, me coloco en mi silla y comenzamos a charlar.  Me cuenta que su madre ve bien que haga estas cosas, que tiene que mirar al futuro.  Le pregunto qué le parece y me contesta que sí, que también piensa lo mismo, pero no lo noto muy convencido.  Espero que vaya cambiando, porque ésa es la meta.  Rellenamos una ficha en la web de la Fundación, donde me doy cuenta que aún no le he contado a qué me dedico yo.  Lo hago y me dice: "Es bonito trabajo el tuyo". Le pregunto si ha presentado el relato al concurso y me responde que no.  "¿Por qué?".  Balbucea algo que entiendo como que le echa la culpa a su tutor en el centro.  "No será por eso", le digo riéndome.  Y se calla riéndose también.

Son las nueve y media y vamos al Centro de Control de la empresa, un departamento impactante desde el que se controla todo el suministro eléctrico mediante grandes ordenadores y pantallas y cuadros inmensos.  "Es como el que sale en Los Simpson", dice Carlos, nuestro anfitrión.  Todos se muestran muy interesados y atentos.  En una sala anexa, nos recibe una operadora que nos cuenta su trabajo diario.  Al ver que es mujer, las dos chicas le preguntan más interesadas.  Gregory observa en silencio, a veces bromea con Hamsa y me consulta alguna cosa.  Salen muy impresionados.

Luego nos metemos en una sala y dos ingenieros les explican cómo son las telecomunicaciones de la empresa, cómo y para qué se utilizan.  Las chicas hablan del uso del móvil, y cuentan que no podrían vivir ahora sin él, que se ponen nerviosas cuando no hay red o no tienen batería o se lo olvidan.  Bromeamos un rato con ellas y Gregory me dice que él no está enganchado al móvil, un poco quizá a la videoconsola, que juega mucho con un amigo.

Después de esta explicación, tenemos una hora libre para irnos a tomar algo y seguir los dos solos por la empresa o por donde queramos.  Nos vamos hasta los nuevos Espumosos, en la calle San Diego.  Le invito a una cocacola y un mini.  Yo pido otro mini y un café con leche.  Me dice que él no toma café, que no le gusta, que no tomará nunca.  Me cuenta cosas sueltas de él y de su familia, a veces porque le pregunto, a veces por él mismo.  Me habla un poco a golpes, se le nota algo cortado en este bar.  La gente nos mira un poco extrañados.  Se lo digo y nos reímos.  Me habla de su hermana bebé, que la cuida muchos días él, cuando su madre se va a trabajar. Ah, y que también cocina algo en casa, que le gusta cocinar.  Que su hermana mayor trabaja de camarera en Suiza y que quiere ir a verla, aunque hablan bastante por whatsapp y por skype.  Que no sabe la edad de su madre y que ella no se la quiere decir.  Que su padrastro le ayudará a encontrar trabajo cuando termine de estudiar y que le pide que piense en su propia vida cuando sea mayor.

Vemos unos cuadros en la pared, con fotografías de Zaragoza antigua y me dice mirando uno de ellos: "A mi me gusta pintar... Con pincel, no con brocha.  He ganado un concurso en el centro".  Me intereso en ello, le pregunto más directo, pero explica poco, aunque sigue la conversación sobre la pintura.  Salimos del bar.  Me habla de Picasso y de Goya, de que le gustan los museos, de que se fija mucho en cómo están hechos los cuadros.  Le gusta pintar con pintura de bote.  "Óleo".  "Eso, con paleta".  Se me ocurre que podríamos ir a la Junta Municipal del Centro en la avenida César Augusto, para ver si hay cursos de pintura.  Me dice que sí, algo más ilusionado que en toda la mañana.  Ese edificio está cerrado cuando llegamos.  Le digo que buscaré en internet.  Volvemos caminando despacio.  En la entrada, nos paramos a mirar unos  contadores de los nuevos.  "Yo quise trabajar poniendo contadores", me dice, "en mi país, pero no me cogieron porque era joven".  Le sonrío y me quedo con este detalle para más adelante.  Le explico por encima cómo son esos nuevos contadores y luego vamos a mi mesa.  Buscamos en internet los cursos, pero no aparece mucha cosa.  Preparo y envío un mail al Servicio de Inmigrantes para que me digan algún curso gratuito, becado o subvencionado.  Gregory me observa sonriente, callado.

A las doce vamos a la gran sala donde se enseña la actividad de la empresa a los chicos de los colegios.  Nos recibe la gente del área de Comunicación y empiezan a explicar con una presentación las cosas genéricas de la empresa.  Los chicos atienden bien, pero se nota que no es un tema de su interés, aunque se ríen porque el ponente es muy divertido y les sabe relacionar los temas con cuestiones que ellos dominan.  Después de esa presentación, pasamos a un lugar donde mediante maquetas y juegos puede verse todo el proceso de la empresa.  Ahí van más contentos y participativos.  A Gregory le gusta darle a una manivela que produce electricidad y enciende unas luces.  También aprieta botones para ver los diferentes tipos de luz que dan varias bombillas.  Se lo pasan bien en esta sala y ya parecen más distendidos. 

Al terminar, ya nos toca nuevamente sesión en pareja para sacar conclusiones.  Volvemos a mi mesa y, mientras, vamos charlando de lo que le ha gustado, sobre todo vuelve a hablarme de los contadores.  Le recuerdo que él ha dejado de cumplir su promesa con el relato... pero que he cumplido yo la mía.  Le entrego un ejemplar firmado de mi libro "Jugué al fútbol", pero "quiero otro compromiso, ¿vale?".  Asiente, mientras mira el libro. Le recuerdo lo que me ha dicho de su padrastro, así que le pido que "tienes que verte para cuando cumplas los 30. ¿Qué te gustaría ser cuando tengas 30 años?".  Se me queda mirando y me dice, serio:  "Pintor, me gustaría ser pintor.  "No me digas nada ahora, piensátelo y me lo dices el próximo día".  Sigue mirando el libro.  "Ahora tenemos que decidir los departamentos de la empresa que te gustaría conocer mejor".  Se queda pensativo y, al final, me dice: "Me gusta lo del Centro del Control y los contadores".  Indago un poco más en ese interés y, como lo veo firme en ello, le anticipo que le prepararé visita a los dos departamentos para el jueves que viene.

En ese momento, recibo una llamada, contesto y Gregory sigue leyendo el libro.  Cuando termino de hablar, él me enseña una página, señala una frase y me dice: "Esto me gusta mucho"... y me lee:

"Siempre he pensado que uno de los mayores tesoros del ser humano es la ilusión, especialmente si esa ilusión la comparte con los demás.  Y es que sin ilusión no existirían los sueños y, sin sueños, no habría metas que alcanzar".

Gregory, 1: el Pilar a lo lejos

Gregory, 1: el Pilar a lo lejos

24 de enero de 2014

He conocido a Gregory.  Habíamos quedado a las 12:30 en la granja escuela donde estudia y allí estaba, dentro de una clase, en la que veían la película Invictus.  He acudido con mi compañero Julio, que también tiene allí su chico tutorizado, y han salido los dos, el suyo se llama Hammar (no sé si se escribe así), nos los han presentado.

Gregory no es muy alto, medirá 1,65, es moreno de piel y tiene un pelo de rizo muy pequeño, lo lleva cortito, más recortado por el final de la frente, parece que quiere evitar que se ledespliegue en ese modo de grandes cabelleras abultadas.  Sonríe con delicadeza, tiene la mirada muy variable, entre triste y alegre.  Hará 18 años el próximo mes de marzo, dos días después de mi cumpleaños; se lo dije, bromeamos y así tomamos algo más de confianza.  Somos Piscis.

Se trataba de que los chicos nos enseñaran su lugar de estudio.  Hemos ido cada pareja por nuestro lado.  Gregory me ha llevado directamente al taller de carpintería, lo que estudia desde principios de curso.  Lleva casi dos años en España, adonde llegó desde una gran ciudad latinoamericana, con su hermana, un poco mayor que él, y siguiendo a su madre, que ya llevaba aquí varios años.  Hasta entonces lo había criado su abuela.  En un momento del paseo, casi sin venir a cuento, me dice que ha vivido 8 años con su abuela y 8 años con su madre.  Me dice que con su abuela se llevaba mejor. Le digo que las madres son más duras porque tienen la obligación de educar y, en cambio, las abuelas nos miman mucho más.  Sonrió, parece que lo acepta.

En el taller me explica con voz suave, pero cada vez más ilusionado, cómo y dónde trabajaba, los bancos, las máquinas, las herramientas.  Me enseña una cajita no muy grande, muy bien hecha, con la tapa suelta y me dice orgulloso que la ha hecho él.  Me cuenta que le falta poner unas bisagras y barnizarla.  Me lleva a que vea otras cajitas.  Quiere que me dé cuenta de que la suya está mejor hecha, aunque me dice que le resultará difícil colocar esas bisagras tan bien puestas como la muestra que les ha pasado el profesor.

Vamos a la parte de los mayores, los de segundo año, y me dice que le gustaría seguir ahí, que le gusta este oficio de trabajar con la madera.  Sigue enseñándome el taller  y otros trabajos más complicados que hacen los mayores: una puerta, unos muebles de cocina, un tallado de medio capitel…  Le digo que si le gustaría más hacer al año que viene ese capitel o una puerta como la de enfrente.  Se queda pensando un poco, mira las dos cosas, coge la talla, y me dice: “Esto”.  “Eso quiere decir que eres creativo, Gregory”.  Vuelve a sonreír.

Vamos paseando por las huertas, por los otros talleres, los de albañilería, el de agricultura… y me cuenta que en su país trabajó en muchas cosas, una vez con un hombre español, limpiando los canales de desagües; también había sido peón de albañíl, repartidor...  Y con su tía trabajaba en un huertito, me lo cuenta mientras me identifica lechugas, borrajas y acelgas, pero que no le gusta como trabajo habitual, sólo como hobby; le digo que está de moda alquilarse un huertito y que cuando trabaje podrá hacerlo para matar el gusanillo; “sí, sí, lo haré”. 

En el centro hay un torre de ladrillo, muy ancha, parece mudéjar, y pegada a mitad de ella, se alza una terraza.  Le digo que me la enseñe.  Subimos, hace mucho viento, casi se me lleva una gorra marinera que calzo hoy.  Me muestra las vistas, que son preciosas, hace mucho sol y es una zona de regadíos, se ven los campos verdes y un horizonte muy lejano.  Nos quedamos un rato mirando a lo lejos, callados.  Cuando empezamos a bajar, me para al tercer escalón y me dice: “Mira”.  Por el otro lado de la terraza se veía el Pilar a lo lejos.  Lo miramos unos segundos.  Le digo: “Si hubiera un cable largo, podrías deslizarte en él hasta casi tu casa”.  Vive cerca de la calle Alfonso.

Me enseña su clase de matemáticas y me lleva a que vea el futbolín.  Le reto a una partida y nos ponemos a jugar.  No juega mal,  me mete varios goles, le digo que hace mucho que no juego.  Quedamos empate al final.  Mientras salimos me cuenta que le gusta más el baloncesto que el fútbol, pero que ahí todos juegan al fútbol y él se pone de lateral, que le gusta el Barça, Alves.  Me pregunta por mi equipo y le digo que es el Zaragoza, pero que no se preocupe, no soy antiBarça ni antinada, así que podremos charlar tranquilos el día en que jueguen, cuando subamos a Primera otra vez.  No me lo discute.

Seguimos mirando la parte de juegos infantiles, donde se divierten un rato los niños pequeños cuando vienen a ver la granja escuela.  Me muestra los animales.  Me cuenta que en su país los cerdos son más grandes.  Miramos a una cerda preñada, que casi no puede andar.  Corretea alrededor de ella un cerdito que tendrá un año, y me dice que es el animal que le gusta más.  Me hace notar que acaban de traer pavos y comentamos el gran tamaño del espolón de los gallos.  Me habla un poco de ovejas y cabras, de conejos y gallinas.  Entonces, le miro las manos apoyadas en una verja baja y recuerdo que, al dársela en las presentaciones, había notado una piel recia, curtida, como de trabajador manual adulto.

Volvemos hacia el patio de la entrada y pasamos por delante de un tablón de anuncios en el que me enseña un cartelito promocionando el alquiler de huertos.  Nos miramos y sonreímos.  Al lado veo un anuncio de un concurso de microrrelatos.  Lo leo para mí y me dice; “Voy a mandar uno yo”.  Me muestro interesado en esa propuesta.  Le cuento que me gusta escribir.  Me empieza a contar un poco el argumento, sobre los sitios de Zaragoza y las luchas por La Seo, me dice.  Tiene que ser menor a 1500 caracteres, un folio a doble espacio más o menos.  Le digo que me gustaría leerlo cuando lo tenga. “Mira, Gregory, vamos a hacer un trato.  Presenta ese relato, me lo dejas leer y, a cambio, el próximo día te traeré el libro que escribí contando mis años de futbolista, y te lo dedicaré”.  Sonríe un poco más intenso que las otras veces y creo escucharle, hace mucho viento: “Vale”.

Ya llega la hora de despedirnos.  Me da la mano, otra vez mano recia, grande antes de tiempo, y nos despedimos hasta el próximo sábado, donde los mentores les enseñaremos nuestra empresa. 

Hablo un rato con sus profesores, les cuento y me miran un poco entre sorprendidos y escépticos.  “Quizá es porque el chico ha querido quedar bien el primer día”, me dice uno.  “¿Quién sabe?  Al haber venido tú de fuera, es posible que se haya abierto más contigo”, le rebate el otro.