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Molintonia

Cuando la luna quiso reinar - (fábula)

Hacía viento en el Universo.  La Luna se desperezaba de su descanso largo.  Había soñado que ya no era como ahora.  El Sol la aguardaba para el relevo mientras jugaba con las sombras alargadas y las nubes rojizas.

—Adiós, señora, ya me retiro –se despedía.

—No, no, espera, Sol, quiero hacerte una pregunta.

—Te escucho.

—¿Qué tengo que hacer para ser como tú?

—Oh, ¿quieres ser como yo?

—Creo que sí.

—Y ¿por qué ya no quieres ser como eres?

—Estoy cansada de dar poca luz, de enseñarme por partes, de alumbrar menos que una vela, de vivir siempre en la oscuridad.

—¿Es eso malo para ti?

—Ni malo ni bueno, sólo quiero que cambie.  También quiero ser reina.

—¿Qué harías si fueras reina?

—Dar el calor necesario para que haya vida, ser siempre entera para todos, enviar sonrisas de espiga y caricias de azucena…  Quiero que aguarden con ansia mi despertar, que me adoren como la diosa que seré.

—Tienes grandes ambiciones.

—Claro que sí, pero dime, ¿qué tengo que hacer?

—Qué difícil es contestarte…  Sólo puedo decirte lo que yo pasé para llegar a este trono… Y sé que todos los soles han pasado por las mismas etapas, son imprescindibles para reinar en el día.

—Dímelas, dímelas, por favor.

—Primero, tendrás que transformarte por dentro.  Surgirán explosiones en ti que te originarán erupciones y todo tu ser irá cambiando.

—Sigue, sigue…

—Tu corteza se estirará para dejar camino a la energía… y cuando haya salido, tu piel estará teñida de heridas candentes que tendrán que cicatrizar lentamente.

—Uf, parece duro.

—Lo es.  El crecimiento es sufrimiento.

—Y entonces ¿ya seré reina?

—No, por cierto.  Aún quedan pasos escabrosos.  En ese momento, habrás conseguido la capacidad de reinar, pero a partir de ese momento deberás encontrar a tus seguidores en el Universo.

—Ah, entiendo, debo conquistar mi reino.

—Algo parecido.  Tendrás que convencer a los astros para que quieran recibir tu calor y responder a sus demandas, crearles esperanzas de futuro, darles sus rutas que acompañarán con la tuya, ofrecerte como servidora para sus necesidades.

—¿Pero no debe ser lo contrario?  Tienen que ser ellos los que se pongan a mi servicio, ¿no?

—Si haces así, te quedarás sin súbditos, porque los otros Soles cumplen esa Ley del Universo, la que habla del servicio en el amor, y se llevarán a tus seguidores.

—Bueno, puedo aceptar a prestarles mi calor y mi luz.  ¿Qué más?

—Tendrás que aprender a cumplir con puntualidad tus compromisos sin faltar un día, un minuto, un segundo.  Aparecer por la mañana, recorrer el horizonte en la misma cadencia, llegar a tu cénit en la hora prevista, y tener la humildad de despedirte mientras tu color y tu calor se disipan.  Cada día morirás.

—Puede ser parecido a lo que hago ahora.  No me parece difícil.

—Soportarás a quienes te oscurecen sin luchar contra ellos, aceptarás con resignación que te obliguen a ocultarte y seguirás sonriendo para regresar con tu luz y calor.

—¿Cómo se puede hacer eso a una reina?

—Porque es una de las partes esenciales del compromiso.

—Bien, bien, querido Sol, ¿y cuándo podría estar en condiciones de reinar?

—Amiga mía, pasarían millones de años, millones…

Ella guardó silencio.  Y el Sol se marchó por el horizonte del oeste.  Esa noche la Luna estuvo pensando… pensando… si sería negocio cambiar su principado por un reino tan lejano… y duro de obtener.

José Antonio Prades

 

1 comentario

saira -

mmmmmmmmmmmmmmmmm
la neta no escriban tanto esta muy larga su fabula
buuuuuuuuuuuu