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Molintonia

Sombras de corrupción

 Nadie sabrá si es proclive o no a la corrupción hasta que la posibilidad de ser corrupto haya pasado delante suyo y haya tomado partido por poner ante ella la palma o el dorso de la mano.  Gestionar grandes presupuestos públicos es una tentación que conjuga poder y dinero para crear un fuerte imán hacia el desvío de fondos, el tráfico de influencia o el nepotismo.  La mayoría de los cargos públicos suelen vencer esa tentación y mantienen su honestidad impoluta.  Otros en cambio, se enfangan engordando sus cuentas ocultas o favoreciendo a personas de su entorno.

Ahora están saliendo a la luz pública más casos de corrupción que de costumbre, probablemente por la cercanía de las elecciones y para empuercar cada vez más al enemigo.  Me pregunto qué ocurre por los entresijos del poder cuando no hay elecciones a la vista: la corrupción ¿se esconde bajo una cáscara?, ¿se va de vacaciones?, ¿gana el partido la honradez?... si no hubiera elecciones, ¿no habría corrupción?

Y en este tornado de informaciones que pululan de uno a otro lado de la cancha, los políticos toman actitudes sorprendentes (participio activo del verbo sorprender, que viene de sorpresa):

§   Investigan hasta la saciedad un presunto otorgamiento gratuito de unos cuantos trajes de caballero, lo que me transmite el celo con el que la corrupción es perseguida, que hasta incluso un calzoncillo o tanga comprados fraudulentamente con fondos públicos serán perseguidos, y me alegro tanto...

§   Callan cuando en sus alrededores se destapan pozos fétidos de sus colegas permanentes o temporales, lo que da idea de cómo esos pérfidos compañeros los han engañado y han traicionado su lealtad y me llenan de pena.

§   Elevan la protesta hasta decibelios dañinos para la salud, exigiendo honestidad y buenas formas en el otro, lo que me provoca una sensación de alta estoicidad en los protestantes que casi me salta las lágrimas.

§   Se alían con el imputado o imputada (en el texto queda mejor ‘imputado’, ¿verdad?) entendiendo que el enemigo es una mala persona que se inventa las acusaciones para conseguir unos cuantos votos más, lo que me incita a pensar en lo leales que son los políticos con su gente, y me emociono.

§  

Pongo solamente cuatro ejemplos porque me preocupa más lo que no hacen que lo que sí hacen.

 ¿Qué no hacen?

Ningún político ejercita la política de prevención, ni siquiera con hechos consumados, pues siempre apelan a la justicia y a la presunción de inocencia. Amigos y enemigos sobreactúan mirando con asco el destape de la corrupción… y gran cantidad de ellos emite cantos de rechazo que suenan a músicas de hipocresía.  Los mentideros de calle alargan rumores, algunos verdaderos, que se basan en lo que cuenta quien ha visto a un alcalde conducir como propio un vehículo muy muy caro, en quien ha visto cómo un concejal vive en un castillo remozado, en quien han visto cómo la mujer del diputado  (o el marido de la diputada) recibe trabajos para su empresa, o cómo la/lo han colocado “por sus méritos” en un cargo bien remunerado, en quien ha visto cómo una alcaldesa pagaba con billetes de 18 centímetros (500 €) la manutención y cuidado de sus caballos pura sangre…  Pero quienes ven estas acciones son ciudadanos aquejados del síndrome de la queja o del pecado de la envidia, que perjudican la percepción y, como los políticos están sanísimos, su vista no permite alcanzar estos panoramas.

Debe haber algún otro mal desconocido que evita investigar y/o denunciar a tu compañero político cuando observas que su patrimonio o su nivel de vida supera lo esperado para sus ingresos conocidos.  Será un mal para el que no se ha encontrado vacuna y por eso se contagia desde el poder y lo van padeciendo quienes se sientan tras una y otra y otra elección en los mismos sillones.  Es probable que se contagie por el culo (con perdón), también llamado pompis, nalgas o posaderas, entre otros.

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