La liebre y la tortuga
Érase una vez una tortuga que durante años había vivido satisfecha, pero ahora no estaba contenta. Su problema eran las competiciones deportivas; la tortuga quedaba bien en los concursos de baile y en las pruebas de escondite, pero no en las de velocidad, donde llegaba siempre la última, al contrario que la liebre, que siempre vencía.
Y la tortuga acudió a una firma de consultores, que escuchaban atentamente las preocupaciones de la tortuga. La examinaron profundamente. También tuvieron varias entrevistas, largas y profundas, con otras tortugas y otras liebres.
Finalmente, presentaron a la tortuga sus diagnósticos y recomendaciones. La razón de que la tortuga perdiera en las competiciones radicaba en que las tortugas eran más lentas que las liebres. Sin ninguna duda esto se probaba de forma concluyente.
Los consultores añadieron que la tortuga no podía correr más que la liebre porque sus patas eran cortas y su cuerpo voluminoso. La liebre tiene las patas mucho más largas y, además, una complexión más ligera.
Después de esta explicación la tortuga no cabía en sí de gozo. Estos profesionales no eran como algunos consultores que lo único que hacen es aconsejarte con la información que uno mismo les ha dado.
Los consultores presentaron sus recomendaciones. Enseñaron a la tortuga la foto de un jaguar. La elegancia de sus patas gráciles y de su cuerpo ligero dejaron a la tortuga sin respiración. Lo que la tortuga tenía que hacer era convertirse en un jaguar. La cortedad de las patas sólo era una manifestación superficial del problema de aquélla. El verdadero obstáculo para que triunfara era que estaba confinada a los límites de su imaginación. En el entorno actual, muchos seres vivos, añadieron los consultores, también tenían esta deficiencia; y eran muchos también los que habían sido asesoradas por Boston, McBainey y Butterson (el nombre de los consultores) para superarla.
Al ver la factura, la tortuga concluyó que era un dinero bien gastado. Sin embargo, pasados unos días, algunas dudas empezaron a penetrarle. Finalmente, se armó de valor y telefoneó a Boston, McBainey y Butterson: “¿Cómo puedo convertirme en jaguar”?, les preguntó. La tortuga sintió alivio cuando los consultores le dieron una respuesta inmediata. Le ofrecieron los servicios de su equipo para la gestión del cambio, equipo formado por unos consultores entrenados para explicar a cada parte del cuerpo la importancia de convertirse en jaguar.
A la tortuga le atrajo la propuesta, pero antes de enviar la carta de aceptación a Boston, McBainey y Butterson, decidió tener una charla con una vieja y sabia lechuza. Y lo que la vieja y sabia lechuza le dijo fue: Las tortugas y las liebres han evolucionado para adaptarse a entornos muy diferentes. Las liebres están más aclimatadas a los espacios abiertos en los que la velocidad les proporciona una ventaja competitiva. Las tortugas viven muchos años en territorios hostiles porque sus caparazones las protegen de los depredadores y de la climatología. Ésta es la razón por la que, aunque la llanura pueda aparecer como más atractiva, lo es para las liebres pero no para las tortugas; esto explica también por qué no es sensato que las liebres vivan en las marismas. Una criatura feliz es aquélla cuyas características se adaptan al entorno en el que vive y eso es lo que ayuda a hacer realidad el proceso de la evolución biológica gradual.
La tortuga pensó que este consejo era sabio y se volvió a sus marismas, decisión que, como pronto pudo constatar, fue muy sensata: unas semanas más tarde una manada de leones invadió la llanura y devoró todas las liebres. La tortuga siguió viviendo en los manglares, lenta pero felizmente, casi para siempre.
Autor; John Kay.
Resumen de una fábula contenida en el primer capítulo de su libro “The hare and the tortoise, an informal guide tu business strategy”
Traducción de Carlos Herreros de las Cuevas
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