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Literatura y fútbol

No es corriente encontrar estos dos términos tan juntos, literatura y fútbol, la primera considerada un arte mayor, de oficio refinado, intelectual y casi siempre solitario, en silencio creativo o contemplativo, mientras que el segundo es una actividad física, practicada en equipo, presentada ante masas enfervorizadas, de poco rigor para el intelecto y mucho que ver con las pasiones encendidas. 

Pero los caminos hacen extraños compañeros de viaje y como, ya desde el principio del artículo, me veo obligado a asegurar su relación para proseguir en la creencia de que transmito credibilidad, me permito incluir, a modo de prueba pertinente, una lista bibliográfica que los une, con el riesgo de que alguien me acuse de haber colocado la tirita antes que la herida.

 

  • Salvajes y sentimentales, de Javier Marías, por Editorial Aguilar
  • Los Cuadernos de Valdano, de Jorge Valdano, por Santillana 
  • El Fútbol contado con sencillez, de Alfredo Relaño, por Maeva
  • El fútbol a sol y sombra, de Eduardo Galeano, por TM Editores
  • Yo Soy el Diego, de Diego Armando Maradona, por Planeta
  • Me gusta el futbol, por Johan Cruyff, de  Edic. B
  • Cuentos de fútbol I y II, (Selección de Jorge Valdano), por Alfaguara
  • El Fútbol que Viví...... y que siento, de Adolfo Pedernera, por IPESA
  • Aquellos domingos de gloria, de varios autores, por La Esfera de los Libros - Marca
  • Gracias, Vieja, de Alfredo Di Stefano, por Aguilar
  • Locas por el Fútbol, de Eva Orúe y Sara Gutiérrez), por Temas de Hoy
  • Historia del fútbol, del juego al deporte, por Alfred Wahl, de  Editorial B
  • Ronaldo, un genio de 21 años, por Wensley Clarkson, de Cooperación Editorial
  • …Horacio Quiroga y su relato ’’Suicidio en la cancha’’
  • …Pablo Neruda, y su poema “los Jugadores”, en su obra Crepusculario
  • …Mario Benedetti  y su cuento ’’Puntero izquierdo’’
  • …Rafael Alberti y su ’’Oda a Platko’’, portero del Barcelona

 

El poeta brasileño Vinicius de Moraes escribió un célebre poema a Garrincha; el español Camilo José Cela, sus “Once cuentos de fútbol”.

Pero lo más conocido de todos es “El penal más largo del mundo”, de Osvaldo Soriano: la historia de un tiro desde los once metros que dura una semana entera, sobre lo cual se rodó una película en España hace tres años con el mismo título.

Estos datos sirven para avalar una realidad que se ha negado mucho tiempo: que la literatura y el fútbol están hermanados por un pacto de sangre, por algo más allá que un matrimonio.

Algunos intelectuales despreciaron este deporte y estimaron que no debía ser objeto de atención, como Rudyard Kipling, que inició esa mala relación en 1880, desdeñando al fútbol y “a las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”.  Y prácticamente, desde esa fecha, el desencuentro se mantuvo generalizado hasta los años setenta.

Jorge Luis Borges también se despachó: "Es feo estéticamente. Once jugadores contra once, corriendo atrás de un balón no son especialmente hermosos", expresó. Estaba claro que entre las letras y la pelota no había amor.

Borges abundó en ese desdén, influido o arropado por la idea de que el futbol es el opio de los pueblos, que engaña a millones de estúpidos, por cuanto se convirtió en arma de dictadores para despistar al pueblo, sobre todo en su país, con la celebración del Mundial de 1978 para mayor propaganda de la dictadura militar.  En ese sentido, Eduardo Galeano también afirma:  “El fútbol se parece a Dios en la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales. Su historia es un triste viaje del placer al deber. El fútbol y la patria están siempre atados y los políticos y los dictadores especulan con esos vínculos de identidad”.

Otra anécdota sarcástica de Borges sobre el fútbol sucedió precisamente en el Mundial citado, cuando Argentina venció a la magnífica selección holandesa y se proclamó campeona del mundo. Buenos Aires era un alboroto. Ese día Borges organizó una conferencia sobre Baruch Spinoza, el filósofo holandés. Los asistentes lo miraron con asombro y el maestro dijo: “¿Acaso alguno de ustedes piensa que ser de Argentina es mejor que ser de Holanda?”.

No voy a seguir contando ataques de los literatos al fútbol, que los hay, porque ya desde mediados del siglo XX, con setenta años de historia futbolística, cuando la literatura dejó de ser elitista y llegó al pueblo llano, tuvo la osadía de embarrarse en un campo de fútbol.

 

 

Le preguntaron a Valdano:  ¿Son incompatibles el fútbol y la literatura? 

Y Valdano contestó: “Leer un libro no sirve para jugar mejor al fútbol ni jugar un partido sirve para hacer mejor literatura. Son dos juegos (fútbol y literatura) que tienen diferentes modos de expresión y que resultan compatibles a fuerza de ser distintos”.

Otra pregunta: ¿A qué cree debida esa relación de amor-odio entre ambas disciplinas?

Contestación de Valdano: “Es la desconfianza  que siempre ha tenido la mente con respecto al cuerpo. Los intelectuales se desmarcaron del fútbol por considerarlo una expresión popular menor, por deducir que era, como la religión, "el opio del pueblo", por desconfianza hacia la masa y, finalmente, por snobismo. Por su parte, el mundo del fútbol presumía de hombría en el peor sentido, esto es, desde la exhibición de la brutalidad”.

Sigo haciendo constar opiniones, ahora la  de Juan Sasturain (1945), periodista editor de la sección Deportes del diario Página 12, de Buenos Aires, sobre los contactos entre el fútbol y la literatura:

 

 Tanto la práctica del fútbol como el ejercicio de la literatura, llevados a su grado de excelencia y respeto por los medios y posibilidades, pueden (aunque no suelen) alcanzar el grado de la artisticidad: pueden ser un arte, no sólo una actividad reglada por la eficacia o un trabajo marcado por la recompensa. El manejo de la pelota como el del lenguaje -puestos en buenos pies y manos- son un desafío a la creatividad y de ahí, de esa tensión por encontrar una forma original, cada vez única, para resolver dificultades expresivas, puede saltar la belleza. Ambas actividades tienen en común su condición de juego en tanto desafío, actividad en el fondo inmotivada, asunción de un riesgo y entrega personal. Las habilidades que requiere el fútbol (saber golpear una indócil pelota con cualquier parte del cuerpo que no sean las manos) no sirven absolutamente para nada... Para nada que no sea el fútbol. De ahí su equívoca grandeza.

 

Resulta evidente que Juan Sasturain es un apasionado del fútbol.  Curiosamente, se da entre algunos intelectuales el deseo de justificar la unión de la literatura y el fútbol, como si se sintieran necesitados de ligar externamente esas dos pasiones que les producen cierta incomodidad en su conciencia.  En cambio, Miguel Pardeza, interpelado en una entrevista televisiva sobre sus gustos literarios, contestó a la cuestión de si el fútbol es un arte, después de pensar largamente para medir sus palabras, algo así: “El fútbol requiere de habilidad corporal y, en su intento por agradar al público, se provocan acciones estéticas, pero de ahí a calificarlo de arte queda mucho trecho”.

Me gustaría destacar una obra, cuya principal originalidad es que trata de futbol escrita por dos mujeres, las periodistas españolas Eva Orúe y Sara Gutiérrez y que fue publicada por primera vez en Internet.  Se titula “Locas por el fútbol” y habla de un deporte, el fútbol, inventado por y para hombres, y que fue durante muchos años un terreno vedado a las mujeres. No sólo eso: el fútbol se convirtió en un rival, y miles de novias y esposas cantaron convencidas, durante años, aquel pegadizo por qué, por qué los domingos por el fútbol me abandonas. Sin embargo, poco a poco, las mujeres han saltado al campo para convertirse en protagonistas del espectáculo. ¿Qué tiene el fútbol que las vuelve locas?  Ese es el argumento de esta novela tan divertida.

Eduardo Galeano, escritor uruguayo, es el autor de esta definición tan aguda y repleta de sarcasmo y calidad literaria: “el árbitro es arbitrario por definición. Este es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera. Silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula los golpes. Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación: el amarillo que castiga al pecador y lo obliga al arrepentimiento, y el rojo que lo obliga al exilio (...) A veces, raras veces, esa decisión del árbitro coincide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias, los hinchas tendrían que inventarlo si él no existiera. Cuanto más lo odian, más lo necesitan”.

Tras un partido entre Junior y Millonarios, Gabriel García Márquez declaró: ’’No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago públicamente a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien’’.

Mario Vargas Llosa llegó a ser columnista deportivo en “El País” durante el Mundial de 1982.  Ha expresado su amor por el fútbol en reiteradas ocasiones y en su artículo “El corazón goleador” se expresa así:

El fútbol (muy de vez en cuando) no es una operación matemática de resultados previsibles, sino un encuentro de seres vivos que juegan más para divertirse y gozar que para un salario o una copa. Esas tardes, en las que el corazón mete los goles y no los pies, se recuerdan después como una de esas experiencias que nos reconcilian a nosotros, los hinchas pobres diablos con la vida".

Otras referencias al fútbol por artistas y literatos, recogidas por Hernán Bienza, son:

Javier Marías dijo que ’’el fútbol es la recuperación semanal de la infancia’’ y ha escrito varios artículos sobre fútbol, especialmente uno que habla de Zinedine Zidane, autor de un “gol sobrenatural”.

El intelectual comunista Antonio Gramsci lo definía como ’’el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre’’.

Con cierto tono meloso, el checo Milan Kundera escribía que ’’tal vez los jugadores tengan la hermosura y la tragedia de las mariposas, que vuelan tan alto y tan bello pero que jamás pueden apreciar y admirarse en la belleza de su vuelo’’.

Y el multifacético Pier Paolo Pasolini dejó la mejor definición que la literatura pudo hacer de este deporte, que remite a los juegos circenses de la Roma antigua:

 

’’El fútbol es un sistema de signos, por lo tanto es un lenguaje. Hay momentos que son puramente poéticos: se trata de los momentos de gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código: es una ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad.  Igual que la palabra poética.  El goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año. El fútbol que produce más goles es el más poético. Incluso el dribling es de por sí poético (aunque no siempre como la acción del gol). En los hechos, el sueño de cada jugador (compartido por cada espectador) es partir de la mitad del campo, driblar a todos y marcar el gol. Si, dentro de los límites consentidos, se puede imaginar en el fútbol una cosa sublime, es ésa. Pero no sucede nunca. Es un sueño’’.

El periodista recopilador de estas definiciones, un apasionado argentino, después de transcribir las palabras del cineasta italiano, se siente obligado a rendir pleitesía a su dios con esta expresión: “Pasolini, obviamente, no había visto jugar a Diego Maradona. A pesar de desmentidas por el segundo gol del ’’Diez’’ a los ingleses, sus palabras están llenas de verdad poética. Pero de eso podría tratarse este desencuentro entre las letras y la pelota: Maradona tampoco había leído a Pasolini”.

Es conocida también la anécdota del Bryce Echenique colegial que jugó en la selección infantil de Universitario contra el Independiente argentino. Bryce entregó a cero su portería en la primera parte, pero en el segundo tiempo pidió jugar por el cuadro rival. Según ha explicado el escritor, quería sentir lo que sentía el otro, sentir lo suyo, ponerse en su lugar. A Bryce lo botaron a patadas del estadio y hubo quien le gritó “traidor a la patria”.

Se sabe que Albert Camus fue igualmente portero juvenil en la Universidad de Argel (Heraldo de Aragón, en “Hace 50 años”, publica el pasado 7 de Enero: El escritor francés Albert Camus… fue un excelente guardameta; una lesión pulmonar le hizo abandonar el fútbol); también, que Rafael Alberti, hincha del Barcelona, tuvo un duelo en verso con Gabriel Celaya, fanático del Real Sociedad.  Vladimir Nabokov jugó de portero y una vez, tras parar un balón en el césped, recibió tal cantidad de patadas en la cabeza que sufrió una conmoción.  Günter Grass ha dedicado un poema al Friburgo, el equipo de sus pasiones.

Jugué al fútbol durante treinta años, lo que me ha proporcionado experiencia y conocimiento para saborear sus cualidades y entender sus defectos, pero además me dio base para entender que la literatura y el fútbol se unen tal como se convierten en una pasión doble, la del hincha, forofo, profesional o estudioso de ese deporte con la del escritor que la reverbera en sus páginas a modo de catarsis expresiva.

En mi búsqueda para documentar este artículo, encontré un relato de un escritor argentino nacionalizado español, Andrés Neuman, ganador del último premio Alfaguara de novela, que me trajo sensaciones muy parecidas a las que me invadían en mi época futbolera.  Por eso, quiero finalizar transcribiendo unos párrafos de ese relato que creo muy especiales:

 

“Mi infancia son recuerdos de un patio con gravilla. Gritos desaforados. Mucho viento. La inminencia de un timbre. Los zapatos demasiado justos. Y algo más. Qué. Una pelota. De plástico anaranjado, o de cuero muy frágil, casi descosida.

Yo no sabía, por entonces, que a la pelota debía llamársela balón. Además, como estudiaba francés en el colegio, semejante mote me habría parecido una blasfemia o una concesión algo afeminada. Y en la escuela, señores, había que ser macho. Había que ser tan macho, tan rabioso y tan bestia, que el balón, no sé si me comprenden, de ningún modo podía ser masculino.

A mí, qué quieren que les diga, el fútbol me salvó de muchas cosas. De ser el púber tísico, aspirante a poeta, al que todos martirizan en el patio. De no poder intercambiar más de tres o cuatro gruñidos vagamente sintácticos con la mayoría de la especie masculina; esa especie brusca y hermética con la que rara vez conseguía encontrarme cómodo. El fútbol me salvó, también, del riesgo de ignorar el cuerpo, tendente como era a elucubrar y a soñar despierto. El fútbol me enseñó que, en la vida, si uno echa a correr debe hacerlo hacia adelante. Que a la belleza, casi siempre, le ponen zancadillas. Y me enseñó, desde luego, que no conviene hacer la guerra solo, y que el enemigo, ay, es siempre demasiado parecido a nosotros. Cada vez que me preguntan qué habría sido de mí de no ser escritor, cuando estoy a punto de responder que nada en absoluto -un escritor de veras, como sabía Rilke, es incapaz de imaginarse un destino distinto a la escritura-, me viene a la mente un sueño infantil que duró algunos años. De modo que carraspeo, sonrío y replico: quizás habría sido futbolista.”

 

Publicado en revista Imán, núm. 3, de la Asociación Aragonesa de Escritores

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