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Molintonia

La obroliosis, o mal de la obra

Un cuento con chispazo

 

 

Corría el año 1987 y hacía dos que teníamos nuevo dueño y nuevo Director General.  Una de sus decisiones fue la reforma total del edificio de la sede central, reforma que veinticuatro años más tarde aún perdura.  Las obras se realizaron desalojando parcialmente el edificio, y moviendo las ubicaciones del personal según se iban terminando las áreas a ocupar.  Esta es una crónico jocosa de tal evento.

La Universidad de Levèreg (Liechtenstein) va a sorprender a la opinión hispana con la próxima publicación de un estudio exhaustivo y profundamente documentado, fruto de la colaboración entre las unidades sociológica y epidemiológica de su Dirección de Medicina y Prevención.  El objeto de las investigaciones parte del descubrimiento de una nueva enfermedad: la obroliosis –más adelante detallaremos al respecto, y de sus síntomas y consecuencia.  Gracias a nuestros contactos de nuestra corresponsalía en Vaduz, capital del pequeño estado alpino, podemos ofrecer a los lectores un avance de su contenido.  Si afirmamos que va a sorprender a la opinión española, no pretendemos diferenciarla por estimarle algún grado de susceptibilidad o superstición, sino porque el párrafo referido a la localización de los primeros atisbos epidémicos indica que los brotes más acusados se han detectado a través del Macizo Central de los Pirineos, en el eje Jaca-Huesca, y se están prolongando hasta la capital de antiguo reino aragonés, dejando entrever que podría extenderse hacia el sur de la Península, si las autoridades competentes no arrancan el mal de raíz.

Con un lenguaje marcadamente teórico, las conclusiones demostradas explican los síntomas de esta enfermedad contemporánea.  Hemos conseguido la colaboración de un cuadro de médicos que cultivan la pedagogía informativa y, gracias a sus amables traducciones, estamos en condiciones de presentar comprensivamente los estudios referidos.

Definiremos la obroliosis, o mal de la obra –que nadie traduzca al latín-, como un conjunto de síntomas que se aprecian tras la acumulación, en un edificio o habitáculo más o menos reducido, de actividades encaminadas a un cambio de imagen física.  Este mal se produce en aquellos individuos que por motivos laborales no pueden sustraerse a sus consecuencias.  Nace como efecto de una trasmutación del estrés al uso de los actuales ejecutivos, que pretenden conseguir resultados en un corto espacio de tiempo.  El apresuramiento ocasiona desorganización, descoordinación y sinlicencia, que son caldo de cultivo para el virus de la obroliosis.  ¡Ay de los subordinados, porque el portador de la mente impulsora se inmuniza con vacuna de despacho!

Creemos necesario describir y divulgar los síntomas que presenta esta dolencia, debiendo constatar el carácter aproximativo del estudio, pues los casos aparecidos no parecen suficientes para dejar atadas todas las causas.  Hay que advertir especialmente a aquellos individuos que observen a su alrededor un movimiento inusual de operarios de la construcción, aunque con anterioridad ya se habrá podido apreciar a topógrafos o topolinos, arquitectos o arqueólogos, en disposición de medir, remedir, medrar o remedrar, con una alegría inusitada.  Generalmente, suele transcurrir algún tiempo hasta la segunda fase.  En ella se comienza a divisar en las estancias una acumulación extraña de objetos: quits de andamiajes, continentes de escombros… y personas desconocidas que estudian la ubicación de enseres, muebles e individuos.  A partir de ahí, se precisa actuar contra el mal de la obra, porque a continuación de estos síntomas visuales, aparecen los síntomas acústicos, que producen consecuencias molestas como irritación, desconcentración y otitis aguda.  En caso de permitir el desarrollo de esta tercera fase, la evolución de la obroliosis es irreversible.

Reunidos los emisores de esta información, decidimos elaborar un análisis empírico de la exposición y, una vez convencidos de que el mal se contagia a través de las mentes impulsoras mencionadas y no a través del contacto directo con los sufridores, nos dirigimos al lugar que el estudio nombraba como último foco descubierto de la obroliosis.  Tal como hemos apuntado, no tuvimos que desplazarnos gran distancia: en Zaragoza, en el centro, en la calle de San Miguel, bendito diablo que le ataca, en el número diez, donde se sitúa un edificio en chaflán con Isaac Peral, Premio de Arquitectura “Arquitecto Magdalena”, 1964, se apuntaba el desarrollo de esta enfermedad.

Una vez observado el estado del edificio, no fue difícil obtener la primera conclusión: estaban claramente reflejados todos los síntomas que el equipo de Levèreg informaba.   Algunos detalles introducirán al lector en el análisis: exceso de polvo depositado en todas las superficies horizontales, maderas apiladas en torno a muros desconchados, deambular de obreros con objetos propios de los gremios de la construcción, apiñamiento de sufridores en habitáculos restringidos, material de trabajo archivado en cajas de cartón propias de otro menester, exceso de contaminación acústica, golpeo de martillos, arrastre de mobiliario, gritos de capataz, protestas del colectivo sufridor…  La comunicación con este colectivo nos confirmó las premisas enunciadas con anterioridad, verbigracia: topógrafos o topolinos, arquitectos o arqueólogos, midiendo, remidiendo, medrando o remedrando, en una época no muy lejana.

Al comprobar las bases de la epidemia con una exactitud tan abrumadora, nuestro siguiente paso se dirigió a la observación y comprobación directa de las posibles consecuencias de la enfermedad.  Antes de enumerarlas, creemos necesario informar de las condiciones especiales en que se desarrolla la obroliosis en este edificio.  La estructura antigua y caduca va a ser sustituida por una distribución acorde con las circunstancias de una nueva empresa.  Dicha distribución se fundamenta en el aprovechamiento de espacios, creando balconadas panorámicas, escaleras transparentes y decoración agradable y económica.  Esto se consigue mediante el cubrimiento de un patio con una cúpula transparente, sin goteras y sin parasol, lo que facilita la eliminación de ventanas, antaño tan discretas, y la prolongación de las soleras sobre el anterior espacio abierto; en el interior, desaparecen las tabiques para animar la comunicación silenciosa y evitar el cabeceo matutino; se mejora la iluminación con pantallas difusoras y rejillas reflectantes, que dan un ambiente jocoso mediante sus destellos multicolores, y se cubren los suelos con moqueta desinfectada y antipolvo (¡ejem!) que impide el repiqueteo taconil de las señoras.  Ya sentadas estas bases y, sin dejar de observar que son parciales en tanto que esta filosofía se mantiene con diferentes modificaciones por otras estancias, estamos en condiciones de enumerar las consecuencias reales y probables de esta grave epidemia:

 

a)    Alto nivel de alergia

Se aprecia en el inicio de la segunda fase y queda reflejado por estornudos atípicos e irascibilidad del personal.

 

b)    Heridas inciso-contusas

El traslado de enseres laborales provoca pequeños accidentes en los miembros superiores e inferiores, como arañazos, cortes y quemaduras por frotamiento… sin olvidar el agotamiento físico en individuos poco habituados a estas tareas.

 

c)     Desarraigo

Las nuevas ubicaciones ocasionan nostalgias y abatimientos, aumentadas por el desconocimiento de cuánto durará el nuevo emplazamiento, cuál será la instalación definitiva y si mejorará su anterior situación.

 

d)    Congestiones pulmonares

El desarrollo simultáneo de los trabajos modificativos con la actividad laboral, en general sedentaria, provoca alteraciones de la temperatura idónea para dicha actividad, a causa de corrientes de aire a través de pasillos y grietas, incluso, adicionalmente, averías de los sistemas de acondicionamiento.

 

e)     Ansiedad

El avance imprevisible de las modificaciones incide en un desconocimiento del estado puntual de las instalaciones, por lo que los individuos presentan una actitud inestable ante la incertidumbre de su seguridad: ascensor instalado provisionalmente, peldaño sin ajuste, bandado tambaleante, pintura fresca, agujero sin señalizar.

 

 

f)     Claustrofobia

El achique de espacios útiles ocasiona un apiñamiento humano y material en las estancias disponibles, lo que conlleva situaciones de agobio e indiscreción, cultivo de la rumorología por conversaciones mal escuchadas sin deseo expreso y con motivaciones censurables.  Todas estas consecuencias desembocan en una sensación de impotencia, presión o abatimiento, según los casos particulares.

 

g)    Riesgo de embolias

El descenso de las señoras vestidas a la antigua usanza o a la moda postmoderna por los descritos peldaños transparentes provoca avidez o sonrojamiento.  En el primer caso, el estiramiento de las vértebras cervicales y, en el segundo, el agolpamiento instantáneo de sangre en el rostro, presentan el riesgo de crear coágulos que desembocarían en situaciones críticas.

 

h)    Pesimismo

Aquellos individuos que logran superar las consecuencias anteriormente expuestas se lanzan a una cuestión espeluznante, no exenta de implicaciones posteriores: ¿y todo esto tendrá fin algún día?

 

Con esta exposición no pretendemos ser agoreros, pero en cualquier caso creemos necesario informar de esta neófita epidemia a los lectores, para que en la observancia de los indicados síntomas irreversibles tomen la precaución de someterse a los cuidados de un psicoanalista, o médico de cabecera, para aplacar con garantía sus secuelas inevitables.

Sirva como esperanza la confirmación de que no se ha contabilizado por obroliosis ningún desenlace mortal.

 

 Incluido en la revista “Al corriente”, número 12/1987

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