Párrafos de Nadine, l'amour
Me arrebataron mi libertad y aquello quizá fue lo peor que me ha tocado vivir. Gracias a Dios, si en París aprendí a llorar y curarme del desamor, en mil novecientos ochenta, en Irlanda recobré el dorado rincón donde saludar al cielo sobre aquellas verdes praderas entre azules y grisáceos paisajes, donde pasaba las tardes enteras paseando con un libro en las manos, para terminar sentada sobre el impermeable en lo alto del camino divisando el mar, quince años después.
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Una poderosa carga de sensualidad atrae hacia mí lo más lujoso. La gente habla mucho del sexo, del morbo, de lo erótico y algunos se atreven a hablar de la sensualidad. Me río en su cara, porque son deseos que tienen como si fuesen animales irracionales. La sensualidad empieza por uno mismo y se prolonga horas e incluso días intensamente y jamás desaparece. Se percibe a través de los sentidos, de todos los sentidos conocidos y algunos más. No tiene verjas ni muros infranqueables, llega hasta el límite del infinito, al menos para mí. La conocí muy joven y he aprendido a acrecentarla. La sensualidad está en todo, desde el primer paso con el que amaneces en el suelo, un pie desnudo que te trae un escalofrío apasionante de deseo hacia no sé qué parte alta de tu cuerpo, pasando por una barra de labios y una sonrisa ante las cosquillas que el vaporizador de tu perfume favorito hace vibrar en tu pecho; está en introducir la llave con dulzura en la cerradura de la puerta del despacho, en levantar las persianas para que se ilumine la estancia; en la sonrisa de tus manos cuando bebes acariciando la copa; en la caricia a una muñeca de trapo en la estantería de la sección de juguetes, en el tacto de la tapa suave de ese libro que compras y huele a tinta; en la mirada de la noche cuando llegas a casa y enciendes las velas para darte un largo y cálido baño, en la esencia del detalle cuidado; en la paciencia, en la danza, en el vestido suave, incluso en el vientre del cemento: la Tierra.
No quiero aprender a vivir como tú, es imposible. Quiero aprender a sentir como tú, que es una forma de vida, pero para vivir como tú se necesita ser como tú, con tu pasado, con tus circunstancias, con tu cuerpo, con tu alma. Quiero aprender a leer tus detalles, a mirar y ver, a tocar y sentir, a no pensar en pasados ni futuros cuando miras un velero. Quiero aprender a recordar como recuerdas tú, con sensaciones que sobrepasan la memoria, con tu mirada lúcida.
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Solo si vas sin nada eres capaz de sentir gusanitos en tu vientre. Sentir que el metrónomo de tu corazón se acelera hasta vivir sin más hora que la existente fuera del reloj de aquellos "tiempos modernos" que un cómico genial dejó para los que viven el primer segundo en el sonido de una gota de agua.
Yo también te quiero, David, pero ¿estás seguro de que puedes entenderme? ¿Quieres seguir? Carpe diem, los poetas muertos, ¿no volverás a tener miedo?, ¿podrás volar sobre mis alas?
¿Estás seguro de amarme?
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Hace años, una amiga me dijo que estaba hecho de algodón.
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Una amapola azul emana incienso
bajo la tentación de los frutos
sobre la ultratumba,
donde Babel suplica
que no hurtemos de la vida
el amor de los mortales.
Tus alas cubren mi sombra
en el camino del álamo
y siento dolor en la espina,
olor a mi propia sangre
que se ahoga en mi desmayo
bajo tu manto de ángel.
Son mis alas
que brotan del tuétano,
y me elevan, redimida,
sobre el crepúsculo de los huesos.
***
El viento puede ser la magia
donde la realidad semeja irreal
y la luz se convierte en nube.
Busco palabras para subirme al viento,
pero como ya será magia,
me obliga a unirme a ti una y otra vez como la orquídea a la tierra,
aunque la fingida placidez,
la traidora calma del pasado que se ancla hoy en los miedos y en las rutinas
te lleve de regreso al penal del desamor.
Y me uno a ti porque el amor es invencible,
como la pura esencia de los dioses,
la que llevas dentro
para entender que tu libertad mira hacia los valles de la ventura,
donde me he alojado para esperarte
como a un rayo que ilumine de golpe las quimeras,
y que solo brilla cuando te has cambiado de ropa y sonríes al mundo.
Ninfa mágica,
musa de la armonía,
carisma de los mortales que acarician la muerte
hasta dominarla en un ritual de vida,
tanta savia como inunda tu cuerpo cuando la unión está cerca,
tanta humedad suculenta que nace de la presencia,
de la presencia.
Los tactos de los cuerpos enteros,
las vibraciones del deseo en los instantes,
cada momento de fuerza como caballo desbocado,
y tú buscándome como amada,
como quien ama,
oculta en la penumbra del miedo,
aparecida en el mundo tras entornar la puerta de la farsa.
Ciérrala contigo fuera,
arroja la llave al foso incandescente de Mordor,
gira sin volver atrás
...sin volver atrás,
y arrójate dulce y tierna en el amparo del sentimiento.
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