Blogia
Molintonia

Maribel, abogada en la poesía

Maribel, abogada en la poesía

Este artículo, basado en una entrevista a Maribel bajo guion de Joaquín Sánchez-Vallés, se publicó en el Dossier nº 8 de la revista Imán, dedicado a Rosendo Tello, en su número 32, de junio de 2025.  Maribel es la viuda de Rosendo, abogada y filóloga.

 

Maribel Sánchez nunca quiso ser poeta ni me confirma que alguna vez escribiera un verso, si acaso una redacción en la asignatura Preceptiva Literaria, en su cuarto de Bachillerato Elemental, que le valió elogios de su profesora: “Tienes que dedicarte a escribir”.  Escribió, sí, pero textos jurídicos, demandas y defensas, en su profesión de abogada, que ejerció desde 1981, aunque entonces ya se hubiera licenciado (también) en Filología Hispánica.  Y es que Maribel era la esposa de Rosendo Tello, ese muchacho convertido en catedrático que admiraba a Gil-Albert y departía en el Niké con Miguel Labordeta y otros poetas sobre asuntos varios poéticos y similares.

Pero ella no se estrenó en la poesía con el que fue su marido: “Entré en la poesía siendo muy pequeña.  Mi padre tenía en su biblioteca Las mil mejores poesías de la lengua castellana y ahí me tenías recitando de memoria La canción del pirata, la Sonatina, Era un jardín sonriente, etcétera, etcétera, en cuanto aprendí a leer; eso por no contarte que a los nueve años les recitaba a las monjas el Romance de Antoñito el Camborio, de García Lorca.  Cuando fui ‘mayor’, leía a Antonio Machado, a San Juan de la Cruz, a Juan Ramón, a Pedro Salinas y a otros muchos poetas. Pero sí que con Rosendo conocí a los grandes poetas europeos y americanos”.

Sonríe algo pícara cuando cuenta que aquellas monjas no conocían bien la historia de Antoñito, que si no, para rato le dejan recitarlo del todo, “con lo recatadas y adictas al régimen que eran”.  Y se anima a recitar una estrofa, con un estilo personal y profundo, lo que le lleva a recordar cuánto le gustaba oír a Rosendo declamar sus poemas.

Maribel vive enfrente de la iglesia del Portillo, cuna de héroes, y cerca de dos tiendas míticas en Zaragoza, Ciclos Albacar y Ciclos Cabrera, y es que esa manzana es conocida en la ciudad por todos los niños que alguna vez soñamos con tener una bicicleta de carreras.  Es 29 de abril, día después del “apagón”, que le obligó a subir las escaleras a pie, lo que cuenta sin agobios.  Gran presencia la de Maribel, como siempre, impecable y ahora con una sonrisa que no termina de instalarse en sus labios.  Y es que vamos a hablar de Rosendo, que se convirtió en luz, o en memoria, casi un año atrás.

Con un guion que me proporcionó otro gran poeta que se considera hijo suyo, Joaquín Sánchez-Vallés, nos proponíamos en esta ocasión fijar la entrevista en la figura femenina que acompañó por más de setenta años a una personalidad como la de Rosendo Tello.

Entramos al salón, tramo corto del pasillo a la derecha y, antes de sentarnos, no sin ligero debate sobre qué lugar tomamos, me ofreció un café, lo acepté, y allí que fue a prepararlo.  Pero no me dejó solo, había puesto en mis manos el manuscrito (y nunca mejor expresado, escrito a mano, y me confesó que, como hacíamos en los primeros años escolares, pasado a limpio varias veces) de la entrevista, con la compañía de Tinita, una preciosa gatita que se acurrucó junto a mí después de que le regalara unas cuantas caricias.  Para presentármela, me contó algo de su historial, como que se la había regalado Inés Ramón, gran poeta argentina afincada en Alcañiz.

Me dio tiempo a leer algo más de la mitad del texto que había preparado, a pesar de que Tinita requería mi atención con ronroneos y alcances de sus patitas. 

Con el sabor de ese café, comenzó la charla sobre sus textos, con aclaraciones y extensiones, en un tono que empezó amistoso, para ir avanzando en calidez y profundidad, mientras marcaba en su rostro el recuerdo sereno, pero emotivo, del que fue su marido y compañero por tantos avatares de la vida.

En Maribel, al hablar de Rosendo, no se aprecia seguidismo ni pleitesía.  Desde su gran personalidad, destila amor y admiración, pero no tanto como poeta, sino como persona que fue respetuosa y entregada a una vida llena de poesía, y también de convivencia, de compartir contactos y aventuras, como aquella de su primer domicilio alejados de su origen, en Huesca, donde aprendieron a ser pareja con independencia y sin apegos:

“Huesca fue en aquellos años mi Arcadia particular.  Por primera vez, Rosendo y yo estábamos solos en una ciudad en la que no conocíamos a nadie y en la que nadie nos conocía.  Era un inicio de vida en libertad absoluta, algo que nos congratuló en gran manera.  Hicimos grandes amigos en el Instituto y nos reuníamos en nuestra casa en animadas tertulias.  Vivimos tres años que no olvidaré nunca. Como anécdota contaré que el primer año de nuestra llegada, el Ayuntamiento convocó unos Juegos Florales, y Rosendo ganó el primer premio con un librito ad hoc, titulado Elegía a la piedra, que se publicó en la revista Argensola”.

Cuando se conocieron, Rosendo había publicado en la colección Orejudín, de Miguel y José Antonio Labordeta, Ese muro secreto ese silencio, su primer libro, del cual Maribel todavía no intuyó que “constituía el exponente de una pasión vital, su propia naturaleza”.

Y expresa sobre la unión de la poesía y la música, dos pasiones:

“Es imposible imaginar a Rosendo sin un libro en las manos o sin escribir poesía o prosa.  El aprender el oficio de poeta llevaba consigo un estudio constante de formación.  Como dice en su libro de memorias Naturaleza y poesía, ‘tenía yo muy claro que el cuidado del verso es esencial para el poeta (…) El verso es el instrumento de la poesía y así como no existe musico sin dominio del instrumento, no hay poeta sin dominio del metro, medida artificial, y del verso, medida natural artística del poema’. Es cierto que la música fue su otra pasión, sobre todo interpretar al piano ya fuera a sus músicos preferidos, ya a sus propias improvisanciones.  Sin duda, sus conocimientos musicales influyeron en la musicalidad de sus versos.

Maribel no diferencia al poeta del hombre, reafirma que tuvo con esas dos figuras una relación única, y no podría haber sido de otra manera, ya que, recalca, “la poesía era su propia naturaleza”

Quizá esa consistencia en la realidad que impregna el mundo jurídico hace que no se crea haber sido una musa, “palabra que por otra parte, en este sentido, me resulta más bien cursi”.  Pero Rosendo le dedicó muchos poemas y nunca la poesía fue un motivo de conflicto, probablemente porque nunca hizo apología de su éxito ni tampoco buscó involucrarse en “capillitas en las que se encumbran unos a otros”.  Esa independencia, ese “compromiso total con la Poesía sin atenerse a ninguna corriente o moda”, con el alejamiento de las modas o novedades, es probable que le alejara de más reconocimientos que se han quedado en los cajones, más merecidos que para algunos de los poetas actuales ‘laureados’ con un menor fundamento.

Independencia que también recalca cuando responde a la pregunta de cómo la vivió dentro de su matrimonio, en una época en la que no era habitual que las mujeres desempeñaran puestos profesionales.

“Siempre he considerado que la independencia es fundamental para la mujer y, obviamente, para mí.  Desde que siendo muy pequeña vi la película De ilusión también se vive, en la que la protagonista Maureen O’Hara era una abogada, madre de Natalie Wood, sentí que mi futuro era la abogacía.  Si es verdad que existe la vocación, eso sentí yo al ver la película. Estudié Derecho y, aunque ya con nuestros dos hijos me licencié en Filología Hispánica, en cuanto finalicé esa carrera, volví a mi verdadera vocación y me colegié como abogada.  Una de las cosas mejores de nuestra convivencia es que nunca invadíamos nuestras respectivas individualidades.  Vivir con Rosendo ha sido muy fácil porque jamás él se metió en mis cosas ni el las del día a día que yo pudiera hacer o deshacer”.

Se hace muy evidente que le gusta hablar de su profesión, que fue vocacional y que ejerció con la pasión propia de alguien que se entrega.  Justo le cambió la expresión del rostro al contar esta anécdota demandada en el cuestionario de Joaquín y que enlaza su dedicación a la abogacía con la relación entre poetas, en este caso con el inefable y buen amigo de la familia, Ángel Guinda.

“Tendría multitud de anécdotas para contar, pero el despacho de un abogado, abogada en este caso, es como un confesonario con su secreto de confesión.  Cuento lo de Ángel Guinda porque él lo ha contado mil veces.  Sí, lo defendí en su juicio por supuesta blasfemia, algo, lo de la blasfemia, impensable en estos tiempos.  La principal anécdota, al menos para mí, fue que, al terminar la vista, me llamó la jueza en un aparte y me dijo: “Ay, Isabel, lo siento mucho, pero tengo que condenar a tu marido”.  La pena fue mínima, se trataba de un juicio de faltas, y cuando presentamos el recurso de apelación, la Audiencia lo absolvió y quedó libre de culpa.  A partir de ese momento, y una vez aclarado que yo no era bígama, Ángel me llamó siempre “la abogada del diablo”, espero que los dioses no me lo tengan en cuenta cuando pase a la otra orilla”.

No se siente cómoda al hablar de la última parte de la vida de Rosendo.  Castigado por un ictus y una fractura de cadera, Maribel se hizo imprescindible como compañía de su marido, a quien siguió admirando por su capacidad de trabajo, imaginación y deseo de llenarse de poesía.

“Sí, el ictus, con las secuelas que conllevó, fue el palo más fuerte que nos dio la vida.  Rosendo lo llevó con enorme fortaleza y, pese a sus numerosas limitaciones, escribió cuatro libros de poesía después del ictus; dos se los publicó Prames y otros dos Gara d’Edizions.  En cuanto a mí, me niego a volver a ese recuerdo”.

En el manuscrito, la última pregunta está respondida de forma directa, concreta y libre de emocionalidad

—¿Cómo enfocas tu vida en estos momentos?

—Mi vida en estos momentos es una línea plana, no tengo enfoque alguno.

Pero Maribel miraba a Tinita y sonreía con ternura. Estoy seguro de que escribió esas palabras en una tarde ya oscura, con poca luz, porque esa mañana primaveral, con los ventanales a pleno sol mirando al sur, aparecía una mujer plena de vida, interesada precisamente por la continuidad de la vida, llena de sabores en los que es imprescindible llegar a la dulzura con el aprendizaje del camino.

 

 

José Antonio Prades

0 comentarios