Cómo mandar bien
Aprendemos a mandar desde la infancia, nada más nacer, y cada ejemplo de autoridad que pasa por nuestro lado deja una huella. Estas marcas, junto con la propia personalidad, definen nuestro estilo potencial para ejercer el mando. Pero la realidad no se ve hasta que lo aplicamos...y lo sufren nuestros mandados.
Tradicionalmente, una posición jerárquica se ha relacionado con la superioridad total del que tiene el poder, debido a la influencia de los modelos autoritarios de la sociedad, esencialmente de los gobiernos y de los ejércitos. No es hasta la llegada de las democracias y de las libertades individuales cuando ese estilo de mando va evolucionado.
La profundización psicológica encauzó el cambio. Desde ese momento (en la década de los años 50) se entendió que ‘saber mandar’ es una cualidad, a veces innata, siempre asumible y, por supuesto, perfeccionable; pero ‘mandar bien’ es un arte que se nutre de la habilidad, de la técnica y de un poquito, sólo un poquito, de talento.
Así, ‘mandar’ es un aspecto complejo porque requiere hacer confluir las personalidades múltiples del que manda y del que es mandado. Un ‘buen mando’ debe conocerse primero a sí mismo y después propiciar desde la modestia su mejora en los defectos.
La perfección utópica se alcanza cuando esa modestia llega a comprender que cada ‘mandado’, en cada momento, requiere su propia manera de ejercer ese mando.
Ahondar en sistemáticas complejas para ‘mandar bien’ es llenar la cabeza de conceptos que caen en saco roto.
El aprendizaje no es cuestión de una charla o de un curso o un master, y menos en esa materia; puesto que en cada momento es necesario aplicar un estilo, la teoría viene bien sólo para conocer cada uno de esos estilos.
Sin embargo, aplicarlo es otro cantar porque requiere la modificación de actitudes que se han adquirido desde la más tierna infancia; y ahí encontramos el ‘quid’ de la cuestión.
No pretendo dar soluciones a la pregunta del título de esta columna, sin embargo, quizás ahora lo de ‘mandar bien’ tenga relación con el ‘aprender a aprender’; es decir, que ahora es el momento de que adquiramos a través de la práctica aquellas habilidades que nos permitan dirigir efectivamente.
Si queremos mandar bien, necesitaremos esta dosis de disciplina, de paciencia y de sudor (al menos mental) que requiere la rehabilitación.
Y la mejor metodología para saber qué músculo estirar o encoger es exageradamente sencilla: hablemos con nuestros mandados, preguntémosles desde el interés sincero sobre cómo quieren ser coordinados y apoyados y sobre cómo quieren ser enseñados... dejemos que nos contesten, analicemos sus sugerencias, cumplámoslas, comprobemos su efectividad... y continuemos cambiando…
(Publicado en ForoRH nº 16, 10/5/2007)
0 comentarios