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Reseñas

Reseña de Vivir a contratiempo (José María Ariño Colás)

Reseña de Vivir a contratiempo (José María Ariño Colás)

Estas líneas comienzan en el veterano bar Las Palmeras de la calle Doctor Iranzo de Zaragoza, la única que une o atraviesa los barrios de Las Fuentes y Montemolín.

El doctor Vicente Iranzo fue ministro en la Segunda República. La calle que lleva su nombre nace en el paseo de Echegaray y Caballero, dramaturgo y compositor, respectivamente, de la zarzuela Gigantes y cabezudos, emblema aragonés, y muere en la de Francisco de Quevedo, escritor conceptista, más conocido como poeta, emblema del Siglo de Oro español. Como puede comprobarse, Echegaray y Caballero con Francisco de Quevedo forman un pareado de arte menor en rima asonante. Y es que estas líneas van a continuar repletas de poesía. Poesía tan bucólica y estentórea como la Segunda República de Iranzo, que cambió un rojo por un morado. Bucólica porque nace en el mundo campestre de Aliaga, en Teruel ni más ni menos. Estentórea porque nace con el oxímoron de un grito en silencio desde lo más profundo del corazón. Corazón que también se pronuncia amor, como en los protagonistas de Gigantes y cabezudos.

José María Ariño Colás es amor. Y escribe tan desde allí que, cuando me iba mostrando uno a uno sus poemas, se detuvo varias veces para sujetar sus lágrimas.Y es que vive en la incertidumbre, como nos quiere transmitir con su poemario, su primer poemario, gestado suspiro a suspiro, desde sus dudas que no sabe que son certezas. Certezas del amor.En ese bar arriba citado, quedamos José María y quien suscribe para hablar de poesía, entre otros temas, rodeados de personajes escapados de las figuras negras de Goya, quizá alguno de Los olvidados y un par de Viridiana (Buñuel, que rima con Teruel, merece dos citas).Hablábamos antes de amor. Y no encuentro otro tema unificador en el poemario de mi buen amigo aliaguino.

“Cada uno escribe con lo que tiene”, me decía él entonces. Y qué mejor prueba que estos cincuenta poemas que dedica a su hijo Pablo y a su mujer, Nieves.

Todas las composiciones van encabezadas por una cita de los literatos que le han inspirado, Kavafis, Neruda, Lorca, Olga Bernad, Emilio Gastón…, pero uno de ellos, repetido por dos veces, es quien más asoma entre los versos, don Antonio Machado. 


Recuerdos de una infancia adormecida

allá en la sierra austera del Maestrazgo.

(De RECUERDOS, pág. 15)

¿A quién esos dos primeros versos no le evoca el Retrato del poeta sevillano? Sea Aliaga por Sevilla, el Maestrazgo por Andalucía, y una “enciclopedia amarillenta”, como la que un profesor, tal como Machado y Ariño lo fueron, hiciera leer a sus alumnos en algún aula helada de las estepas españolas, sean Soria o Teruel.


“Vino , primero, pura, / vestida de inocencia, / y la amé como un niño” (Juan Ramón Jiménez, en Eternidades)


No me hables del amor.

Prefiero que me muestres la dulzura

de tus ojos de luz,enamorados.

(De ODA A LA BELLEZA, pág. 24)


Transcribo esta cita y esos primeros versos del poema que le sigue, porque contienen ambos esa referencia al premio Nobel, otra de las principales influencias que contiene este poemario.  Belleza, amor, infancia, inocencia, que se unen al reiterado regreso a la naturaleza de su Aliaga, revisitada con nostalgia.


Por mucho que te alejes,

por mucho que te evadas,

sabes que volverás

a tus raícesal filo del otoño

en un rincón ameno

y apacible

(De TUS RAÍCES, pág. 46)


Y en esa humildad que transmite en su mirada, en esa introspección que demuestra en cada verso, Ariño nos invita a seguir leyendo tras el primer poema, en el que susurra:


Pensabas que el poema

era un acto sublime

inalcanzable

(De APRENDIZ DE POETA, pág.13)


y continúa con SER POETA “…o mendigo, …o bohemio, …un peregrino, …un hombre sincero”, ya que “Lo demás son postizos añadidos”. (De SER POETA, pág. 14)

Estos temas literarios —siempre con el propio autor como sujeto de cada poema, aunque hable a los demás como a sí mismo— se anclan con un lenguaje claro y directo, con la palabra sencilla y el sentimiento vivo.  Nos transporta en un velero sobre un mar calmo, en el que acaban de pasar las tormentas, y donde más allá del horizonte se vive con el pasado y se ve la orilla como esperanza del futuro que le atrae.  Escribe desde las emociones de un desengaño derrotado, desde el ambiente otoñal que peinan sus canas, pero haciendo hablar a un vibrante corazón que se llena de primaveras y veranos.


Aprovecha el momento

del amor,

de los sueños

(De MOMENTOS, pág. 79)


VIVIR A CONTRATIEMPO es un poemario creado a fuego lento, desde un interior que vibra con la poesía como forma de entender al mundo y de transmitir lo que su enseñanza proporciona. José María Ariño es maestro y nos lega su cátedra en cincuenta poemas con los que ha aprendido a VIVIR A CONTRATIEMPO.


José Antonio Prades

31 de octubre de 2023

SINESTESIA (Reseña de Todas las que fui - Ana Alcolea)

SINESTESIA (Reseña de Todas las que fui - Ana Alcolea)

TODAS LAS QUE FUI es una novela sinestésica. Sinestesia es un término que se define como una figura literaria por la que se le atribuye a un sentido las sensaciones de otro. En la novela de Ana Alcolea, escritora zaragozana premiada con el Cervantes Chico y con el galardón de las Letras Aragonesas, podemos escuchar mientras leemos. Leemos la historia de una diva derruida y escuchamos decenas de óperas sobre cuyos libretos se desarrolla una trama que nos lleva por todo el siglo XX, especialmente detenido en la Segunda Guerra Mundial y los fascismos italiano y alemán. Guerras y amores, mansiones, profesores, criados que parten desde Zaragoza y transitan por múltiples ciudades, como corresponde a una diva, al modo de Elvira de Hidalgo, a quien la autora homenajea dándole nombre y tarea en el personaje de donna Elvira. Elvira de Hidalgo fue profesora de María Callas, quizá alter ego de Georgina, nacida Escuer y convertida en Patti.

La voz que narra se ubica en una anciana que desde la residencia de mayores donde vive, rendida a sus cuidadoras y al olor de sus pañales, nos cuenta su vida artística y amorosa, entretejida por sus sensaciones de mujer dolida, derrotada y olvidada que ya sólo espera a morir sola mientras evoca su ascensión y caída.

No te pierdas esta novela si gustas de leer literatura con un estilo sencillo y fluido, de ritmo justo y personajes de carne y hueso que te envuelven sin darte cuenta, con un tránsito delicado, en el que puedes aprender o revivir historia o música, amor y dolor, triunfo y derrota.

Resultó finalista del Premio de Novela Ciudad de Barbastro y ha sido editada por Prensas de la Universidad de Zaragoza. 327 páginas.

QUÉDATE CON LA ÚLTIMA PALABRA (No te veré morir, de A. Muñoz Molina)

QUÉDATE CON LA ÚLTIMA PALABRA (No te veré morir, de A. Muñoz Molina)

QUÉDATE CON LA ÚLTIMA PALABRA

Comienzo esta reseña escuchando la suite nro. 1 para violoncello, de Bach, interpretada por Pau Casals en agosto de 1954, en la abadía de St. Michel de Cuxa, cerca de Prades (no la ciudad de Tarragona, sino la ubicada en los Pirineos Orientales con el mismo nombre y que ejerce como capital del territorio catalán en Francia).  Tiene que ver, precisamente, con el exilio de Pau Casals en tiempos de Franco.  Escúchala, son quince minutos evocadores y ayuda a sentir la profundidad de la novela.

Me acerqué a este libro por dos razones, su sinopsis de contraportada y un reto de Ana Segura: conversar sobre el libro, intercambiar opiniones, de lo que estas líneas serían el aperitivo.  Tal sinopsis expresaba que  íbamos a leer un reencuentro de dos antiguos enamorados que se separaron hacía unos cincuenta años.  Y ahí reside una razón personal, que viene poco a cuento, pero que explica el interés por leerlo y tan deprisa, en apenas tres tardes.  Abundando algo más en la trama, hallo que esos “unos cincuenta” son cuarenta y siete, y que quien rompió fue Gabriel Aristu, el protagonista, influido por terceros…  enormes coincidencias. Además, a las pocas páginas encuentro una referencia a Prades, ese pueblo que más arriba he citado, por ser la ciudad que mejor y más recuerda a Pau Casals, el gran cellista que tiene allí un homenaje cada año y que es la inspiración de Aristu, también intérprete de cello, instrumento no sin importancia con la historia y con la personalidad del protagonista.  Aún suena detrás de estas letras.

Seguí leyendo tras un comienzo que me resultó algo arduo, difícil, ya que se trata de una frase que ocupa setenta páginas, a modo de mantra que hipnotiza y subyuga para prepararnos otros dos tercios suaves en el estilo y contundentes en el argumento mientras nos vamos hacia el amor, la muerte, la memoria, los hijos, el pasado…  Sí, es una historia de amor, pero, como era de suponer, no es sólo eso. Muñoz Molina juega con las voces, que son tres, dos omniscientes que no son la misma, y una en primera persona como observador, que relata bajo su punto de vista lo que el protagonista le va contando en sus encuentros de confianza, satinado de sus interpretaciones y de una historia personal que repite varias veces, como si el autor quisiera que quien lo lea le dé la importancia que requiere para entender precisamente esa interpretación que aporta a los hechos.

Crea Muñoz Molina una novela en su justa dimensión, lo que se agradece frente a las novelas (y películas) río que nos invaden, como si la inversión de esos euros se suponga mejor aprovechada cuanto más papel y tinta contenga el libro.  Son 238 páginas, con mucho espacio en blanco y letra grande, llenas de tal salpicado de beldades que también se me queda pequeña la inversión, pero por este otro motivo.  Debo confesar —algo he anticipado— que debí aplicar cierto esfuerzo para continuar tras las primeras diez páginas, pero leer Prades (el pueblo) y Villanueva (la calle) me hizo darle una cancha que ahora agradezco (perdón).

Da cuenta de su oficio, con maestría y a la vez con humildad, sin alharacas ni estridencias, con un lenguaje sencillo, pero no simple, con construcciones que nos dejan infinidad de huecos para re-crear la historia, mientras disfrutamos de paseos por California, Virginia, Nueva York y Madrid, con alguna referencia a Suiza.  Pocos personajes, muy bien perfilados, con su arista que se interna en esa historia de amor, que no es sólo de amor (ya lo he dicho), sino de varias situaciones entrelazadas, de varias visiones superpuestas.  Con suavidad, pero con hondura, se inmiscuye en la realidad española anterior a 1967 (año de la separación de Gabriel y Adriana), recovecos de la dictadura vivida a pie de calle, donde más dolió.  Juega con ambivalencias de los personajes, sobre todo de Aristu, hombre culto y cultivado, pero manso… aunque en las dos páginas finales quizá podamos entender que ha superado con creces la penitencia, que se ha lucido como gran seductor, aprobando la asignatura pendiente de aquel día cuarenta y siete años antes. 

Lee hasta el final y quédate, sobre todo, con la última palabra.

(fotografía de Paula Argüelles, en eldebate.com)

Reseña de El silencio resquebrajado (Carlos Manzano)

Reseña de El silencio resquebrajado (Carlos Manzano)

Hay quien puede escapar libremente de los fantasmas de su vida y hay quien lo logra de una forma tan fluida que pareciera que el destino alfombrara el devenir para premiarle, o. quizá confirmarle, con la obtención del premio merecido, después de haber expiado cualquier culpa o haber superado (o escondido bajo sa alfombra) cualquier dolor.

Antonio es el nombre de varón más habitual en España.  El protagonista de El silencio resquebrajado, novela de Carlos Manzano, se llama Antonio, primera señal para conseguir el paso de puntillas por algún lugar, o como por ejemplo en el tránsito de la madurez a la tercera edad.  Así expone el narrador, el propio Antonio, la intención que le mueve al huir de su vida anterior tras una jubilación anticipada, después de una trayectoria laboral como cajero en un banco.  Le aparece de pronto, por encantamiento, una posibilidad de comprar una casa alejada del mundanal ruido, incluso del pequeño pueblo que la alberga en su municipio, y se lanza a por ella para cumplir ese sueño de vivir en paz, con sus libros, su música y su cine, fuera de cualquier contacto humano no deseado.

Tras conocer en la voz de Antonio su visión tan doliente de lo que pretende asumir, casi como eremita, para proyectar sus años venideros, aparece otra casita allá a lo lejos que empieza a tomar protagonismo, o mejor dicho, antagonismo, frente a las horas tranquilas llenas de Yoshimatsu, Mahler, Chaikovski, Bruckner, Beethoven, Shostakovich... o con las letras de Graham Green, de Bryce Echenique, de Stanislav Lem... soledad buscada que se trunca por los diferentes ocupantes de esa casa, especialmente una mujer misteriosa arrebatadoramente atractiva por la que cualquier hombre sería capaz de traer la Luna a la Tierra. Natalia.

Aparecen personajes que se acercan y se alejan de aquella casa y de Antonio, dejando y trayendo velada información que nos crea inquietud hasta confabularnos con el insulso protagonista para ponerle algo de sal a su vida, para empujarle a saborear lo desconocido, para sacarle de su insípido anonimato que termina haciéndose mentecato y cansino.

Es Carlos Manzano hábil en crear historias con protagonistas despreciables, de los que en lugar de crearte la imagen de héroe, la trastocas con deseos de meterte en las páginas para baquetearlo, ya sea estimularlo o abofetearlo o escupirle a la cara o pegarle un tiro. Y en torno a ellos, se incardinan otras historias de personajes que profundizan en aspectos humanos que nos desestabilizan.  Aquí Antonio se relaciona con jóvenes adolescentes que viven al límite, con un empresario pedante y prepotente, con integrantes del lumpen.

Pero toda novela que se precie contiene giros, a veces tiernos, a veces duros, a veces detestables, y aquí El silencio resquebrajado se precia atrapándote con sorpresas de trama o de voces nuevas, o de una historia que te moviliza emociones que se han ido al otro extremo de las anteriores. 

Manzano estructura su novela en capítulos que saltan en el tiempo sin avisar, que piden al lector un apreciado esfuerzo para reiniciar la acción o rellenar el hueco con la propia imaginación.  Al usar siempre la primera persona, nos convertimos en acompañantes cercanos de Antonio, como amigos, amantes, hijos... y con sus correspondientes conflictos en los que deseamos intervenir, valor que sólo puede dar un buen escritor.

El personaje más deleznable se llama Josán.  Me permito contar algo de mi historia personal, y es que en mi adolescencia mis primos me llamaron así, y así siguen llamándome.  No ha habido nada peor para el estremecimiento en la boca de mi estómago que leer y vivir cómo un tal Josán puede resultar tan infame.

Esta novela resultó finalista en el VIII premio Onuba de novela en 2012, y qué bien que La Fragua del Trovador la edite tan cuidadosamente nueve años después.

 

Noviembre 2021

José Antonio Prades

 

El silencio resquebrajado

Carlos Manzano

237 páginas

La Fragua del Trovador, 2021

Reseña de Volar alto (Jorge Sanz Barajas)

Reseña de Volar alto (Jorge Sanz Barajas)

“Esta es la historia de un hombre y una mujer que se refugian tras la derrota en una ciudad donde aún se puede volar alto si sabes con quién saltar al vacío.

...

Cuando las cartas vienen mal dadas, lo mejor es volar alto”.

—En la nota final de Jorge Sanz Barajas—

 

Probablemente, la dictadura franquista (1939-1975) sea el tema más tratado por los españoles en los últimos cuarenta y seis años.  Y lo seguirá siendo, creo, mientras no consigamos exorcizar el espíritu de una época que creó un abismo entre las dos Españas, una de las cuales ha de helarte el corazón, don Antonio Machado dixit.  Si asumes este verso, estás colocado en una de las orillas.  Y en una de ellas, quizá por convicción, quizá por casualidad o causalidad, Ciriaco Párraga y Amaya Hidalgo (nombre impostado no por razones del guion, sino de la persecución política con amenazas de torturas y muerte) se abren a la vida de nuevo, después de la Guerra Civil y la represión que les tocó, en Zaragoza.

Basada en hechos y personajes verídicos, Jorge Sanz Barajas, instigado por el olfato del periodista y escritor Antón Castro, se sumerge casi literalmente en la historia de amor y dolor de estos dos protagonistas: él, pintor especializado en retratos; ella, modista de buen estilo.  Unidos por ese azar que debemos llamar destino, escapados ambos de las vejaciones que los vencedores de la guerra aplicaron a quienes no les bailaban el agua según su ritmo, se instalan en la capital aragonesa con el miedo a las espaldas y todo un futuro por construir.

Bucea el autor con una observación proclive a los derrotados, pero siempre respetuosa con los hechos y personajes, por los primeros meses de la década de los 40, haciendo protagonista no sólo a los personajes sino a la Historia misma que comenzaba a marcar los años más duros vividos en la época contemporánea de España.  Con referencias a las tristemente famosas 13 rosas (13 jóvenes mujeres fusiladas el 5 de agosto de 1939 con una excusa inverosímil que escondía el deseo de instaurar el terror como forma de gobierno), inicio de la escapada de la “Tellito” (diminutivo del verdadero apellido de Amaya) desde Madrid a Zaragoza, y las innumerables cárceles que hacinaron a los vencidos y perseguidos, la de Bilbao, por ejemplo, desde donde llega Ciriaco, recomendado a un fotógrafo, Jalón Ángel, para ayudarle en su cometido como forma de ganarse la (nueva) vida...  Pero la buena relación de este fotógrafo con dirigentes del régimen y la fama que cobra Ciriaco como excelente retratista, coloca en una difícil tesitura al dueño de los pinceles: pintar unos retratos de Franco.

Y ese es el impacto psicológico que deja la huella para que el autor, más que en una biografía, abunde en miradas profundas a cada una de las heridas que se desprenden de esa infamante existencia a la que fueron sometidos quienes etiquetaron los franquistas como enemigos suyos, “rojos de mierda”.  Con excelente traza literaria, llena de frases y párrafos que se acercan a una prosa poética que logra encandilar, se van entretejiendo hechos reales y ficticios para atraparnos con la magia extendida de un escritor con oficio como Jorge Sanz Barajas.  Aunque amarra la historia con firmeza, aprovecha los resquicios argumentales para crear “Soy tan delgada como la tenue silueta de mi sombra”, “Amaya siente que está viva a contracorriente”, “...un rescoldo de vida aún turbia, los cuerpos encendidos de muerte fresca...”.

Y además de esas perlas salpicadas, terminaremos la novela con un buen conocimiento de las técnicas pictóricas y fotográficas, regalo provechoso que se agradece para ir encuadrando a los personajes que desfilan: el citado Jalón Ángel, el polifacético José Camón Aznar, Pilar Bayona, Federico Torralba, Antonio Mompeón Motos, Pepín Bello, Pilar Franco... y su hermano Paco, “culón, pequeñito y feo”.

Como una premonición de que finalmente todo pasa, o quizá como el refrán ‘no hay mal que cien años dure (cuarenta en este caso)’, la novela concluye en un momento propicio para la esperanza, un nacimiento, Gregorio, bautizado en la iglesia de San Miguel de los Navarros, donde sonaba “la campana de los perdidos” hacia los descampados del barrio de Montemolín, bajo la protección del arcángel Miguel pisoteando al demonio, representado por la cara del liberal Jerónimo Borao (qué anécdota tan ocurrente).

 “...los estorninos... danzan una música callada hecha de polvo, niebla, viento y sol...

—Nunca sabes adónde van o por qué giran de esa manera, pero saben que hay que acercarse a la tierra para tomar impulso.

—Son unos pájaros bastante feos.

—Quizá, pero cuando vuelan juntos, son hermosos.”

 

Parte 3, página 259

 

5 de noviembre de 2021

José Antonio Prades

Reseña de Un cuento para Petronila (Cris Bernadó)

Reseña de Un cuento para Petronila (Cris Bernadó)

ARAGÓN NACIENTE PARA SU PRIMERA REINA 

El subgénero novela histórica une dos términos que marcan un contenido especializado, a veces de trazo gordo para alguno de los dos.  Un cuento para Petronila, de Cris Bernadó, usa el nombre de la primera reina que tuvo la unificación del reino de Aragón con varios condados catalanes bajo un mismo gobierno monárquico que más adelante se dio por denominar Corona de Aragón.  Nos situamos en el Medievo, a lo largo del siglo y medio inicial de la llamada Baja Edad Media, cuando en el hoy territorio europeo salíamos del oscurantismo que siguió a la caída del Imperio Romano, 600 años nada menos.  En ese inicio, año 1035, por dar la fecha en que Ramiro I, considerado como primer rey aragonés, toma el liderazgo de tierras y gentes del condado de Aragón, agregándole los de Sobrarbe y Ribagorza por la muerte de su hermano Gonzalo sin herederos, podemos localizar el comienzo temporal de la novela de Cris Bernadó, aunque le dedica más atención a los hechos que suceden desde el reinado Sancho I (1063-1094), sucesor del anterior nombrado, en adelante (hasta 1157).  Es decir, la trama se desarrolla en los cien años anteriores a su reinado; el título precisamente hace referencia a la narración que Petronila pudo recibir como parte de su formación para vivir el difícil rol que el destino le puso por delante.  Petronila matrimonió con el conde de Barcelona, Ramón de Berenguer IV, intitulado por ello Príncipe de Aragón, de tal manera que se produjo esa unión territorial, expandida durante casi seis siglos (hasta la guerra de Sucesión finalizada en 1711) por el Este peninsular llegando más allá de la actual Grecia (esos dominios mediterráneos se repartieron entre las naciones que ayudaron a Felipe V de Borbón para ganarle el trono al archiduque Carlos).

La novela que nos ocupa es esencialmente una narración de intrigas palaciegas, disputas, guerras y conquistas en ese tiempo del Medievo, con el inusual hecho histórico en la Iberia del enfrentamiento entre cristianos y musulmanes en la llamada Reconquista.  Este argumento narrativo ha sido habitualmente protagonizado por hombres: los reyes, nobles y señores, dirigentes y dominantes de los territorios en aquella sociedad feudal.  En esta novela, siguen siendo los hombres los protagonistas oficiales de esas peripecias porque así se contó en los documentos y, probablemente, así fuera en realidad.  Además, Cris demuestra fidelidad a esa Historia para confirmar esa segunda pata del sintagma ‘novela histórica’.  Pero cuando entramos en la primera, los hombres se quedan en un segundo plano, y salen a cumplir un rol predominante las mujeres, en especial Sancha y Talesa, de existencia auténtica, y Orosia y Ava, de configuración ficticia, licencia que esa palabra de ‘novela’ concede a la autora para llenar huecos en la intrahistoria no contados en los oficialismos y que se nutren del imaginario de quien dibuja la narración.  Ahora bien, todos los personajes, incluso los supuestos antagonistas, incluso los hombres también, son tratados con un respeto máximo y delicado, estableciendo perfiles que responden, paralelamente, a investigaciones y apuntes creativos, tal cual hacen los buenos ejemplos del género.

Entrando en materia, recorremos desde una visión escrupulosamente femenina el crecimiento de los hombres que fueron llamados a protagonizar esa incipiente historia de Aragón, con sus avatares familiares, vividos como hijos, maridos y padres, y personales, más psicológicos, que siempre son mejor observados desde un balcón de mujeres, ya que saben encontrar con más profundidad las ternuras, los dolores y los amores, sin que por ello muestren ninguna de las protagonistas cobardía o distancia ante los duros hechos de gobierno o guerra que son contados en sus páginas.

Utiliza Cris Bernadó una estructura combinada de voces, principalmente de Talesa y Orosia, con una narración delicadamente omnisciente que muestra a los personajes sin dominarlos.  Talesa es sobrina carnal del rey Sancho Ramírez, y Orosia, su amiga, una dama de la Corte.  Sus puntos de vista detallados nos van relatando especialmente las intrigas de Sancha, viuda, también tía de Talesa por ser hermana del rey, que parece ser quien verdaderamente gobierna en el interior del reino, protegiendo los intereses familiares con uniones matrimoniales y ciertos actos nada glamurosos.  Acompañamos episodios de amor, maternidades truncadas y atenciones personales entre los protagonistas, que demuestran la sensibilidad de la autora para encontrar entre esos hechos bélicos y oscuros una muestra de que los seres humanos siempre somos regidos por las emociones y sentimientos hacia los allegados.

Demuestra la autora gran pericia en el manejo de los recursos narrativos que utiliza para dejar la huella que pretende: una visión diferente, propia, de un pedazo de la Historia de su tierra que ha sido contado muchas veces, pero nunca como ella nos lo presenta.

Las últimas cincuenta páginas, en voz de la entonces ya viuda Petronila, recluida en ese hoy idílico enclave gerundense de Besalú cuando su hijo Alfonso había tomado las riendas del reino, contienen una reflexión sentida y sutil  puesta en boca de aquella mujer que a los trece años se convirtió en una reina y se supo fiel cumplidora de su destino.

Noviembre de 2021

José Antonio Prades

Reseña de Ciudades dormidas (Amparo Sanz Abenia)

Reseña de Ciudades dormidas (Amparo Sanz Abenia)

Ciudades dormidas y una mujer poética

“Dentro del espíritu de nuestra poeta hay un silencio en llamas aislándola de las trampas del ruido.  Ella sabe muy bien que lejos de tráfago mundano se ponen en pie el misterio.”

—Ángel Guinda, en el prólogo a Ciudades dormidas

 

Qué delicado es equiparar la muerte a un sueño, un sueño plácido y eterno que se configura con los panteones, monumentos funerarios, nichos y losas, como ciudades dormidas, así emerge la metáfora que Amparo Sanz Abenia nos ofrece de los cementerios. Es reconfortante y tranquilizadora, circunda y sana temores, enciende esperanzas...

Es Amparo una mujer poética o, mejor dicho, un ser poético, que vive en la poesía como quien habita en un palacio o un castillo, entre esos poemas en lo que cada verso es como una ventana al sentimiento o a la comprensión del mundo, al descubrimiento de los arquetipos a través del verbo elevado, al aumento sutil de la vibración de las cosas con la declamación de las inspiraciones.  Bajando a la tierra, en la presidencia de su Asociación literaria, trabaja lo imposible para expandir la esencia de cada poema, alentando presentaciones de libros, recitales, creaciones conjuntas, viajes poéticos...  Cree ella, no sé si por razón o intuición, que la poesía hace mejor al mundo porque promueve personas libres, más sensibles, más conscientes. Me adhiero.

Regresando a las Ciudades dormidas, ahora como título de ese singular poemario que Amparo nos ofrece, con sus fotografías transidas de una naturaleza muerta que pretende envolver a los vivos, y no para llevárselos con ella, sino para darles vida, porque son naturaleza, como la Tierra, como la tierra, misma.

Pasea la autora por cinco cementerios, Torrero (Zaragoza), Salzburgo (Austria), Maguncia (Alemania) y Linz (Austria), todas ellas unidas por el reguero de grandes ríos: Ebro, Danubio y Rin, analogía imponente de los versos de Jorge Manrique:

 

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar en la mar,

que es el morir:

...

y llegados, son iguales

los que viven por sus manos

y los ricos.

 

Además del proemio, van veintidós (número maestro) poemas de siete (número mágico) versos, cada cual con una dedicatoria, varias a sus familiares dormidos, y otras tan sentidas y profundas como ‘a los suicidas’ (Abismo, pág 37, ...En ascensión eres vapor de alma...), ‘a los ultrajados por el fanatismo’ (Holocausto, pág. 51, ...en este valle de lágrimas arden las guerras...), ‘a los que esperan en la otra orilla’ (Aleluya, pág. 57, ...brotan / en desordenadas sepulturas de aleluya... ).  Transitamos por la música de Mozart en Salzburgo, por el horror del Holocausto en Maguncia y por la cercanía de las almas propias en Torrero.

Mariana Enríquez, escritora argentina, en su libro Alguien camina sobre tu tumba, también como el de Amparo inspirado en sus visitas a los cementerios, dice que les ha dicho a sus amigos que arrojen sus cenizas sobre una tumba del elitista cementerio de La Recoleta, en pleno centro de la capital porteña.  Intuyo que lo pide para desquitarse de que la belleza funeraria de los suntuosos mausoleos sólo pueda ser de visión perpetua para una clase social, refiriéndose, quizá, a los últimos versos de aquella estrofa de Manrique.  Ciudades dormidas nos iguala en procedencia, en geografía, en alma y corazón.

Zaragoza, 31 de octubre de 2021

José Antonio Prades

Reseña de Historias de tres mujeres con sombrero rojo

Reseña de Historias de tres mujeres con sombrero rojo

Historias de tres mujeres con sombrero rojo, de Pilar Aguarón Ezpeleta, Marta Navarro García y Ana Rioja Jiménez, Huerga y Fierro Editores / 2020

 

El sombrero es un factor diferenciador. No sólo es funcional, quiero decir. Sirve para proteger la cabeza del sol, de la lluvia o del frío, pero también marca un status en quien lo porta, o quizá un origen o una preferencia. ¿Y si es rojo el sombrero? Atendiendo a la sugerente portada del libro Historias de tres mujeres con sombrero rojo, con fotografía del gran artista zaragozano Luis Simón Aranda, nos podríamos adentrar por ese pasillo/túnel de árboles que nos invita a transitarlo, previa tentación de que nos engalanemos con un distinguido sombrero de fieltro rojo. ¿Y si aceptamos? Me tomo la contestación en positivo y nos supongo entonces como dos seres elegantes (usted y quien suscribe) que cubren su cabeza por estética con un tocado cuyo color carmesí nos llena de fuerza superior para encontrar en cada hueco del sendero una historia de mujer. Edward de Bono, en sus “Seis sombreros para pensar”, nos anima a usar el de color rojo para aplicar la intuición, el instinto; nos dice que expresa emociones y corazonadas. Qué mejor acompañamiento, ¿no?

Se trata de veintitrés historias, cortas, pura literatura en breve, que configuran tres capítulos, uno por autora, para llevarnos de la mano por su mundo interior a través de la creación artística, una aventura que nos ofrecen con la garantía de experiencia y oficio.

Pilar Aguarón Ezpeleta anticipa que sus seis relatos tienen que ver con lo que más me conmueve: la doble moral, el paso del tiempo, la muerte y la libertad. Una de esas historias da título a su sección, El almacén de las vidas robadas. Es Pilar una escritora de estilo propio, contundente, aguaroniano, sin concesiones. Ya en su primer relato, una mujer que va a tener extraña suerte en la vida, se presenta de esta manera: “Mamá, no te preocupes, ya sé que acabaré siendo un ornitorrinco”. Quizá la chica se había dado un paseo por Macondo. Nos dice Pilar que sus protagonistas son mujeres fuertes dueñas de su destino. Y las tiñe de soledad existencial, de mirada a la muerte, a veces lenta, sin temor, con la ojeada lúcida al pasado que enmarca una vida casi siempre escondida.

Marta Navarro García, cuyas protagonistas toman las riendas de su vida —también—, nos hace quitar el sombrero cada vez que sus relatos dan el giro que atornilla la vida, con una tarta y un diamante, por ejemplo, o llamándonos la atención con una tierna imagen de un padre muy cambiado o, sobre todo, contándonos cumplidas venganzas de dos niñas acosadas por ancianas o de un neonazi engañado hábilmente por una joven arriesgada. El pasado, ese impostor que nos regala recuerdos embadurnados de mentiras piadosas, envuelve miradas que van y vienen para frenar y acelerar en la carrera de la vida, hasta que seamos incapaces de ayudar al inmigrante ilegal, en la frontera, donde cualquier defecto inventado en sus papeles, le devuelve día tras otro a los sueños oscuros: “Mañana es nunca. Mañana es un dulce de morfina”.

Ana Rioja Jiménez ofrece un paseo en bajel por un río calmo que esconde algunos rápidos en su cauce. Desde sus recuerdos de infancia y adolescencia —qué delicia para sus coetáneos (¡yo, yo, yo!) recordar la colección Historias Selección de la Editorial Bruguera, los gemelos Zipi y Zape o Lucecita, la última radionovela que logró competir con la televisión—, asistimos a las idas y vueltas de las vocaciones tempranas, a los grupos inolvidables de amigas inseparables que se separan, al dolor de las pérdidas

antes de tiempo, a unas vacaciones en San Leonardo de Yagüe, encantadora villa de Soria, en las que aprendes a montar en bicicleta o a enamorarte del chico más guapo del pueblo. Llegará la tele en color a la vez que la Constitución y resultará muy difícil esconder una lágrima cuando descubramos que una carta de amor secreta es la causante de un remedio equivocado. “La vida iba tan en serio que nos arrolló”.

Son tres escritoras de esa generación que mira desde la madurez un camino recorrido con esfuerzo y afán, con ilusiones donde los devenires de la vida se ofrecen con más generosidad y con más responsabilidad, de esa generación que mira desde su atalaya un camino por recorrer con el deseo de dejar huella, como la de estos relatos que son capaces de provocarnos piedad, sonrisas, amarguras, esperanzas...

La coda del libro es nada menos que un poema de Gil de Biedma que habla de los sueños de juventud, de envejecer y morir como verdad desagradable y único argumento de la obra. Estas Historias van de esto, pero no sólo de esto. Compruébelo y me lo cuenta, por favor. Estoy seguro de que después ya no será lo mismo.