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Molintonia

La filla

No muy lejos de donde concluye la calle Fillas –a menos de tres kilómetros— encontramos el cauce del río Ebro.  Son recordadas las excursiones en bicicleta hasta las choperas que abundan en la ribera.  Muchos chicos cursaron en ellas sus primeras clases visuales de sexualidad sin saber que podrían haber sido acusados de "voyeuristas".

Pero las choperas del Ebro no pertenecen a Montemolín.

Es sabido que el ser humano se sumerge en la contradicción como símbolo genuino de su condición imperfecta (a pesar de algunas opiniones particulares en contra).  De acuerdo con este principio, los mayores añoran los tiempos felices de la infancia, aludiendo a la ingenuidad, tan cómoda, y a la falta de entendimiento.  Gran paradoja cuando la mayoría de edad y subsiguientes épocas tampoco facultan por sí mismas para la asunción responsable de la madurez y de la inteligencia (?)...  Más disculpable parece la pretensión del niño que desea crecer para convertirse en creador de su destino.  Se trata de eludir la disciplina, supuestamente impuesta para lograr el progreso...  ¡Qué razón tienen los niños para querer gestionarse sus propias vías!  Abundando en la cuestión, son habituales las declaraciones de voluntad para convertirse, y viceversa, de casado en soltero, de soltera en casada, de jefe en subordinado, de dependiente en autónomo, de hijo en padre, etc., etc.

Las aguas del río, tan poderosas con su constancia, se filtran por cualquier resquicio que les permita demostrar su inconformismo.  Al igual que el hombre, se salen de su cauce cuando un descuido aparece en el camino.  El Ebro, a su paso por la ciudad, tiene algunas escapatorias.  La más famosa, junto al puente de Piedra, es el pozo de San Lázaro, "boca del diablo" que se ha tragado sin dejar rastro cualquier cosa que se haya acercado por sus dominios.  Menos cruel es "la filla" de Montemolín.

En los ratos de ocio e independencia, los chicos del barrio se internan por los confines de la calle Fillas, buscando el lugar donde los mayores que quieren ser niños no sean capaces de hacer llegar sus órdenes de control.  Y allí, desde el antiguo Reformatorio, con su torre cuadrada a modo de vigía, nace el terreno de "la filla".

La filla es un terreno semipantanoso por donde la escapada del río se convierte en delincuencia de sus aguas.  El caudal huido de su cauce se transmuta en un líquido negruzco que discurre entre dos riachuelos y una superficie blanda que le deja asomarse a la intemperie.  Los mayores no se acercan porque huele mal.  La filla recorre los aledaños de la CEFA y de la Giesa, y recoge sus desechos.  Entre otras causas naturales, por eso huele tan mal.

Sobre todo para el verano, los chicos buscan la libertad en posesiones escondidas dentro de ese terreno y forman límites imaginarios para cada pandilla.  En el interior de la filla, crecen árboles muy grandes, juncos y matorrales que se convierten en referencia para la segregación del terreno.

Las pandillas se componen de hasta cinco muchachos —y alguna muchacha—.  Los únicos rasgos comunes de estos grupos son la tenencia de un jefe de hecho y la diferencia de edades entre sus miembros.  Generalmente, el jefe es el mayor y nunca una mujer.

Dependiendo de la experiencia de este líder, cada pandilla sigue una u otra forma de pasatiempo.  Y todos los pasatiempos tienen como fin "ser como los mayores".

"Los H" suelen montar una calle comercial, donde instalan tiendas con un género variopinto: desde varas para el arreo de animales hasta neumáticos reutilizables para hacer señales de humo negro.  Las piedrecitas son monedas y los trozos de madera, billetes.

"Los X" han organizado un campamento militar.  Poseen un reglamento que marca la cantidad de tiempo para descansar y para comer, dejando a discreción las tareas propias de la formación guerrera.  Tienen prohibido matarse entre sí y quien lo hace está condenado a diez minutos de calabozo.

"Los C" lo pasan peor. Están unidos por su afición a desenterrar y juegan a creerse importante arqueólogos que buscan vestigios de la civilización anterior al barrio.  Casi siempre se encuentran con vetas malolientes del líquido negruzco, y alguna vez desenterraron trozos de plástico (CEFA) que atribuyeron al avance tecnológico que sus ilustres antepasados generaron en lo que hoy es Montemolín.

Uno de los grupos que reúne mujeres en sus filas presenta características especiales.  También quieren ser mayores.  También ejercitan actividades impropias de su edad.  También son chicos normales.  Pero nunca planifican sus juegos y nunca los repiten.  Para las vacaciones de verano, se reúnen a las diez de la mañana junto a la fuente de la plaza Utrillas.  Son cinco.  Sus nombres no importan, incluso es necesario mantenerlos en secreto.  Tres de ellos aportan bicicleta y los dos restantes se sientan en cualquiera de los manillares para iniciar la marcha hacia la filla.  Su terreno asignado se encuentra bajo el terraplén de Larrinaga y desde allí se alarga hasta el chopo más grande de la ciénaga.  Justo en el centro de su territorio, emergen unos juncos en círculo que esconden en su interior un espacio limpio de olor y vegetación.  Habitualmente, utilizan en exclusiva esta superficie.  Apartando los tallos verdes, acceden a su propiedad y nadie, desde ningún lugar, puede descubrirlos.  Así, han evitado las injerencias de las pandillas belicosas.  Se sientan en círculo alrededor de una piedra que ellos trasladaron de otro lugar de su terreno.  Nunca se les ha oído conversación alguna y, en cambio, cuentan que sus juegos son los más maravillosos que puedan inventarse.

Nada más tomar asiento se unen de las manos y conocen, desde la primera vez que jugaron así, qué deben hacer: guardar silencio, respirar muy hondo y pausado, eliminar los pensamientos y sonreír por dentro.  Pueden pasar así varias horas.

El líder de esta pandilla ("A") es un chico reconocido en el barrio por su sensatez y bondad.  No es un estudiante aventajado, pero tampoco suspende.  Para formar el grupo, no tuvo más que ir mirando a los ojos de los candidatos, y no necesitó de ninguna ceremonia para convencerles.  Tiene bicicleta.

En cierta ocasión, se supo el tipo de aventuras que esta pandilla corría por la filla.  Los del grupo "H" se extrañaron porque nunca los habían visto en sus cercanías.  El líder "A" contó una vez que toda su gente había jugado a construir una carretera en la selva amazónica, manejando una máquina que comprimía la vegetación en lugar de cortarla.  En otra aventura, se habían lanzado a vacunar contra la fiebre amarilla a una tribu de Biafra.  También habían pilotado una nave espacial que buscaba un planeta oculto donde sus habitantes no conocían el asfalto ni el cemento.  Y la última narración que puso en común antes de que se burlaran de él, contaba un viaje más allá de las nubes y con salida al espacio, en el cual sólo sentían sensación de libertad total.  El líder "A" ya no contó más aventuras.

Podría decirse que la filla guarda secretos.

Pero la filla es solamente un lugar pantanoso creado por las filtraciones del río Ebro, con juncos y choperas.

Habría que preguntar a la pandilla "A".

La pandilla "A" no querrá hablar.

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