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Molintonia

El infante travieso

En Miguel Servet, 36, se erige la "fuente de cultivo a mi intelecto y la cuna de mi despertar ético", además de los patios de recreo.  Todavía hoy, en la Secretaría, presta bondad y ternura el hermano Adolfo que, por encima de papeles y recibos, nos restaura con dulzura torceduras, arañazos, heridas y estados de ánimo confusos.  Hablo de La Salle Montemolín, pesebre de buenos baloncestistas y refugio del cariño de una congregación.

Habita en él un Infante Travieso.

Cuando cumplía 3º de Bachiller, un estupendo chaval decidió escaparse a los mundos de aquí arriba.  Eligió como punto de partida el pabellón que acogió su entrada.  Nada más cruzar la enorme puerta de acceso al Colegio se alzaba a la izquierda un enorme cobertizo, con más de seis metros de altura, casi hueco si no fuera por los cinco habitáculos a modo de piezas de rompecabezas que se repartían en su interior; la Casa del Alumno, con juegos de recreo a cargo del Hermano Pepe, un almacén y tres clases alargadas de Párvulos y Primero; y sobre ellos, nada más que aire hasta las vigas, vigas metálicas repletas de tornillos gigantes, triangulares con base superlativa, que se apoyaban cada una en columnas gemelas.  Por la superficie libre se esparcían colchonetas, caballos, que no de montar, plintos, potros, que no de tortura, y... cuerdas de escalar.  Olía a polvo húmedo...  Con el aroma extraño, con una maroma lisa, el infante castigado, un chico alegre, gracioso, hecho para vivir y hacer vivir a los demás, se vino a buscar por estas alturas las traducciones de latín, los problemas de matemáticas, las valencias de los metaloides y un poco de amor.  Escapó con el recuerdo de cuando el Hermano Adolfo le regalaba hasta siete barritas de regaliz Zara por ser el primero de la clase.

El infante obtenía Matrículas de Honor y en Ingreso fue distinguido por la Jefatura de Estudios, junto con otros cuatro estudiantes entre los setecientos del colegio.  Don Antonio, su profesor de Párvulos ya le auguró: "Podrás conseguir lo que tú desees".  La señora Marta, cocinera especial, le llamaba "el hijito del Bautista", por el patrón del colegio, y doña Asunción, la matrona del antiguo internado, decía de él que era como un cielo en una tierra de extraños, calificativo merecido por su continua dulzura y aplicación en servir.  Pintaba copias de Miguel Ángel cambiando los personajes por pequeños duendecillos voladores.  A los profesores seguidores de Los Hombres Razonables les parecía sacrilegio, pero el Hermano Vicente le apoyó, le ayudó y convenció a toda la Comunidad de que eran cuadros metafóricos de un artista infantil, que no debían temer la herejía, que el chico rezaba todos los días y que su confesor, el padre Mainar, no le había comentado nada escandaloso en su proceder.

En tercero de Bachiller suspendió Matemáticas el primer trimestre porque algún duendecillo le hizo perder el cuaderno de ejercicios, y el profesor, adicto al orden y a la disciplina, mediaba nota entre la pulcritud de los cuadernos y el examen final.  El infante dio calificación en este último sumando de nueve y medio, cuya media aritmética con cero daba nada más que cuatro con setenta y cinco, es decir, Suspenso.  Aquella nota roja en el Boletín le impactó, pero en vista de la causa no le dio importancia, concluyendo que en el segundo trimestre debería ser más cuidadoso con sus cuadernos.

La tragedia se gestó en casa, donde el color rojo no sentaba nada bien.  No podía existir indulgencia ante tamaña afrenta y más tratándose de Matemáticas, reina de las asignaturas, basamento de los ingenieros...  Y ahí el infante tembló:

—¿Ingeniero has dicho, papá?

—Ya lo creo, ¿o es que pensabas elegir otra carrera?

—Hombre...

—Serás ingeniero, como tu tío.

El infante siguió temblando, y no por el castigo, un mes sin propina y sin ir a jugar con Marito y Esperanza, sino porque, de acuerdo con el Hermano Vicente, ya había planeado su formación en la Escuela de Artes y Oficios.  Ni siquiera los regalos de Reyes le consolaron.

Y queriendo ir muy arriba, no pudo subir más allá del tejado del pabellón.

El infante deambula por el Colegio, casi siempre detrás del Hermano Vicente, que nota como una presencia extraña a su lado, una presencia cálida, pero angustiada, y se asusta cuando, al ponerse a pintar, los colores se le mezclan formando tonos muy parecidos a los frescos de la Capilla Sixtina.

Desde que ocurrió el percance se hace difícil explicar algunos sucesos ocurridos en el Colegio y en sus inmediaciones:

Don Pascual, el señor de Cara Negra, tiene un genio espantoso y reparte bofetadas a todos aquellos muchachos que no cumplen el reglamento,  el cual nadie conoce escrito.  Cuando es Marito el implicado, don Pascual siente que su palmada rebota y que el chico se le escapa.

En el mes de Mayo, a la entrada a clase los viernes, hay misa en honor a la Virgen María.  Hace años que no se utiliza el coro.  Cuando todos han terminado "Con flores a María", se oye una voz lejana que continúa la canción, y se oye desde allí arriba, desde el coro.

En los futbolines de la Casa del Alumno, los "chicos chulillos" no pueden ganar.  Se hacen campeones los que peor juegan, aquéllos de los que se burlaban los prepotentes.  Nadie se lo explica: a veces la bola rebota en una red invisible que cubre la portería de los inferiores en juego, y en cambio, cuando éstos disparan, se rompen todas las leyes físicas y geométricas a favor de que la bola caiga en el cajón de los "chulillos".

El profesor de Matemáticas de tercero de Bachiller ha dejado de puntuar la pulcritud y el orden.

El Hermano Jeremías ha nombrado a un chico pequeñote capitán del equipo de fútbol.  Ese chico nunca había destacado, pero como estaba marcando goles inverosímiles, ahora es titular.  Ese chico se llama Marito.

En el patio de brea se producen muchas menos lesiones que antes.  Y el Hermano Adolfo se alegra y, en realidad, es al único que no le asombran estos fenómenos.  Cuando se comentan a la hora de la comida en el salón de la Comunidad, sonríe y nunca expone teorías propias para explicar los aconteceres extraños.  Es feliz por haber rebajado el gasto en esparadrapo y mercromina, y ha sugerido al Jefe de Estudios que se intente evitar la imposición en materia de vocaciones.  El Hermano Adolfo es bueno y ha visto al infante travieso.

Este año pasado se convocó un concurso de pintura promovido y preparado por el Hermano Vicente.  Se instauraron tres premios dotados con útiles de dibujar, diplomas y becas para cursar estudios en la Escuela de Artes y Oficios.  Ganó el primer premio Marito García, el cual nunca dibujó bien y que se puso a crear la obra ganadora sin saber por qué.  El cuadro representaba los frescos de la Capilla Sixtina repletos de duendecillos, Eva como hada y Adán como ángel.  Al Hermano Vicente le sonaba.

Desde la ceremonia de fin de trimestre, la víspera de Nochebuena, con la entrega de premios al concurso de pintura, han cesado los fenómenos, ya considerados travesuras, con un repente categórico.  El Hermano Adolfo, aunque tendrá que elevar el gasto de esparadrapo, sonríe muy feliz, más feliz que antes.

 

 NOTA: Marito decidió no aprovechar la beca, porque había aprendido tanto a jugar al fútbol que esperaba llegar a Primera División. Marito fue el mejor amigo del infante.

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