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Molintonia

Ramón Luna Gutiérrez

Confieso que he matado.

He matado con premeditación y alevosía a Ramón Luna Gutiérrez.  El asesinato se produjo a las dos de la madrugada del día 13 de febrero de 1995.  No puedo precisar la hora de la muerte, porque cometí el hecho y quedé como alucinado, sin consciencia de lo que después acontecía.  El arma utilizada, y que ustedes han sacado del cadáver, fue el cuchillo de cocina que había comprado en el Supermercado Altax, sito en calle Almazor, nº 275.  Lo introduje en la cavidad torácica buscando el corazón, y creo que lo encontré, pues el estallido de sangre fue impresionante.

Ramón Luna Gutiérrez era un hombre indeseable.  Mi relación con él se pierde en el tiempo y nunca congeniamos.  Su carácter exageradamente violento se mezclaba con un tono burlesco y arrogante muy difícil de soportar.  Por razones de proximidad, me vi obligado a convivir con él, pero nuestro distanciamiento se fue acrecentando por diferencias difíciles de salvar hasta que con el asesinato he quedado totalmente liberado de su influencia.

Aquel día yo lo había pasado bastante sereno, pero a la hora de acostarme, sobre las once y media de la noche, me llegó su presencia de una manera agobiante.  Tuve que soportar una especie de sueño dirigido –aclaro que me encontraba totalmente despierto, en el que todas sus andanzas que yo había despreciado me venían una detrás de otra provocándome ahogos intermitentes.  Así aguanté como pude hasta alrededor de dos horas.  Entonces me levanté, fui hasta la cocina y saqué el cuchillo de sierra.  El impulso me sorprendió y paseé bastante rato por la casa, de aquí para allá, durante esa media hora que falta hasta las dos de la madrugada.  Pude así haberme arrepentido, pero, al contrario, el paso de los minutos me iba confirmando el empeño, por lo que le clavé la hoja en el corazón.

A decir verdad, aquella noche no fue la primera vez que me invadió ese deseo de matarlo.  Recuerdo el inicio de todo, allá cuando teníamos quince años y Ramón le dio una paliza injustificable y extremadamente cruel al podiosero que dormía a la entrada del parque.  Actuó con total impunidad porque fue de noche, en invierno y bajo la farola que siempre estaba fundida.  Creo que ésto les resolverá aquel caso, ¿verdad?  Puedo asegurarles que yo soy el único que lo sabe.  Desde entonces, me fue creciendo su desprecio por él hasta el punto dicho de asesinarlo.

Antes de ayer, Ramón incendió la casa de los nigerianos.  Sí, también fue él, por el solo motivo –muy razonable, decía– de que esos "negros de mierda" no tienen derecho a invadir un país del primer mundo.  Ramón se apuntaba a la limpieza étnica y hacía apología hitleriana.  Roció todo con gasolina y arrojó la cerilla.  ¿No me digan que esto no es ya delito suficiente para la pena capital?

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Me reventó a la primera novia de un bofetón.  Le abrió las narices y le partió el labio.  Yo no estaba presente, pero me dijo que iba vestida con minifalda y escote, y que daba un aspecto de "puta barata".  Ahí sí le amenacé con matarle, pero no me creyó capaz y se lo tomó a broma.  Ramón hubiera merecido morir empalado y puesto al sol.

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El año pasado se me llevó todo el dinero que Antonia, mi esposa, guardaba en la jarra de la alacena para jugárselo en una partida de póker especial que habían preparado los tahúres del barrio.

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El día que estrené mi primer coche, me lo robó y se estrelló contra un poste.  Repararlo costó muchos meses de ahorro, pero se reía cada vez que yo se lo recriminaba.

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Quizá hayan pasado más de tres años desde que Ramón asaltara la farmacia de La Romareda solamente por diversión.

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La noche de mi boda violó a mi mujer.

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Confieso que he matado a Ramón Luna Gutiérrez.

 

          

 

Firmado: Ramón Luna Gutiérrez

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