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Molintonia

Por una estrella

I

  

Una gota de luz cae hasta tus labios,

y de tu vientre nace una llamarada,

fuego de diosa, calor eterno,

que llega hasta mis labios, sedientos de ti,

se adueña de mi luz,

-tu luz-

y en el impacto sutil se unen dos almas

para rogar al cielo que nunca se apague,

fuego de diosa, calor eterno,

que muera jamás,

porque mi entraña se abre,

se cierran mis párpados... y sueño

con tu morada encendida,

con tu frescor de madrugada,

con tu luna blanca,

con un dios que, como tú,

me ocupa el alma,

conquista mi cielo,

y vuela, vuela,

entre destellos de amor y eternidad.

 

 

 

II

 

 Ojos de luz marina,

ojos de luz al amanecer,

labios abiertos, susurrantes,

piel de luna

y mirada clara,

ojos de luz marina.

Oigo tu voz, susurrante,

tu sonrisa, diáfana,

y mi cuerpo se convierte en un suspiro,

mi alma, en un sinfín de colores,

mi corazón, en un cielo enamorado.

Nacen palabras en el aire

que se tienen con hilos de seda,

y mis manos en tu espalda

se acurrucan en tu piel de luna:

calor, quietud, bendito placer de amar.

En el abrazo,

entornamos los párpados,

persianas de ilusión,

y la brasa crea fuego con lentitud,

como si no quisiera despertar,

crece y crece el beso suave,

tus manos, mi piel,

acarician, acarician

buscando un resquicio

deseando encontrar la puerta del amor

en el otro cuerpo, nuestro cuerpo;

y el amor no tiene puertas, ¿sabes?,

cada dulzura de tu piel,

cada latido de tu corazón,

son los peldaños

de la búsqueda inagotable;

y ahí surge el cielo, quizá edén,

porque tú y yo,

entendiendo los silencios,

nos unimos sin querer,

por pasión o por instinto,

convencidos de que somos alma,

alma pura, es decir, de Dios.

 

 

 

III

 

 

 

Con tu paz

mi entraña se despereza,

mi cuerpo busca las nubes,

mi puerta se deshace

y toda tú, princesa,

invades con sonrisas

la luna que miro,

la luna que busco.

 

Y esa transparencia,

diamante de bondad,

avanza hondo en mi alma,

como termita,

como hormiga,

en suave camino hacia el amor,

amor que dudas y tienes,

amor de hombre,

gota de Dios,

que no lastima jamás,

que siempre llena con dulzura,

que siempre regala sin respuesta,

gota de Dios

que habita en tu alma,

cielo de cariño,

que colma tu fe,

sendero de esperanza,

que habla de ti,

palabras benditas de amor.

 

Con tu paz

mi suelo desaparece,

mis ojos te sonríen,

mis dedos te recorren,

y toda tú, princesa,

invades mi corazón,

tal como deseé,

tal como deseo.

 

 

 

IV

 

 

 

Eres la caja de sorpresas, el sol,

como el arrullo de las olas, el mar,

como el cielo y un suspiro, el edén.

 

Esther, mujer, los ángeles te acercan,

tu ángel me sonríe, tu ángel,

y al oído me dice

amor, futuro, ventura, sólo dos,

dos y el mundo por conquistar;

y mi ángel, callado,

te acaricia con ternura

para que vueles y no escapes,

para que te dejes tomar,

para que muera el miedo

y contemples, feliz,

el camino en trazo corto

donde mano con mano, unidos,

podemos avanzar hacia la fe,

la fe en el amor.

Déjate llevar, mujer,

con el sentimiento, con la paz,

y mira hacia el destino

de saberte amada con dulzura,

con la pasión adolescente,

con la experiencia de quien quiere amar,

y olvídate del mundo,

que tu mundo está en gestación,

en semilla por nacer

y empieza hoy, cada día,

con cada beso, con mis abrazos,

con tu calor.

 

Y sabremos amar, porque...

eres la caja de sorpresas, el sol,

como el arrullo de las olas, el mar,

como el cielo y un suspiro, el edén.

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