El contrato psicológico
Cada persona es un ser social; al incluir sus objetivos en un grupo, busca metas de socialización: sentir la propia valía, pertenecer a un equipo triunfador, realizar aportaciones importantes, etcétera.
En la medida que esos objetivos se cumplan, la identificación con el grupo y con sus resultados crece, y con ella, el deseo de trabajar para él. Cuanto mayor sea el cumplimiento del contrato psicológico, mayor satisfacción y mayor productividad.
Tradicionalmente, las empresas han basado sus políticas para las personas en normas y en procedimientos cuya lectura subliminal trasluce la mayor probabilidad de que casi nadie quiera trabajar, o que quien desee hacerlo sólo quiera ganar más. Por tanto, es necesario asustar con el posible castigo, así será lo explícito; sin embargo, lo implícito también existe.
Seguro que cada uno sabe cómo debe comportarse para caer bien a quien decide sobre él, ya sea para que no le despidan, para que le renueven el contrato, para que lo promocionen, para conseguir un trabajo más cómodo o para ocupar una mesa con bonitas vistas al parque.
Recuerdo que un jefe de cocina del restaurante de unos grandes almacenes me dijo: “Y tú no sabes lo agradable que es encontrarte por la mañana con alguien que te abre la puerta, que te da los buenos días, que te va a buscar un café y que te pregunta: ¿desea usted alguna cosa más?”.
Estamos en un periodo de cambio, donde las nuevas generaciones han crecido en un entorno social cada vez más distinto. Centrándonos en nuestro país, los actuales dirigentes crecieron en entornos autoritarios, donde la disciplina, el silencio y la sumisión eran los valores implícitos imperantes; pero los nuevos actores del mercado de trabajo han crecido en la libertad, en la protesta y en la autonomía.
Actualmente, los primeros hacen de jefes, y los segundos, de subordinados. Me pregunto, ¿es posible que un elefante y un tigre se entiendan?
Son necesarias nuevas prácticas para los nuevos tiempos. Cada vez más, los jóvenes talentos tendrán la posibilidad de elegir a qué organización quieren pertenecer según les satisfagan las cláusulas del contrato psicológico.
Entonces, quien quiera ser una empresa puntera, o quizá, quien simplemente desee sobrevivir, deberá proponer cláusulas que se ajusten a los valores de esta generación que no tiene miedo, que sabe que la movilidad laboral existe y que asume la polivalencia; que quiere autonomía y no un jefe pesado, inflexible y autoritario; que espera aprender y crecer, además de poder conjugarlo con una adecuada calidad de vida.
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