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El coronavirus y el amor

El coronavirus y el amor

A veces silencio la palabra amor. A veces la cambio por cariño, afecto, solidaridad. Y lo hago porque mi pudor responde todavía a la educación masculina ancestral de que lo sentimental pertenece al mundo femenino y no al mío. Y es verdad, pertenece al mundo femenino, pero no a las mujeres. He aprendido a diferenciar a lo masculino de los hombres y a lo femenino de las mujeres, pero no voy ahora a hablar de esto. Sirva de introducción para hablar de amor.

Quizá debiera escribirlo con mayúscula: Amor. Así podría diferenciarse de la acepción más común que usamos en nuestro lenguaje cotidiano, el amor de pareja.

Alguien (gracias) me aclaró que el amor (Amor) no es un sentimiento, es un estado. ¿Estás o no estás... en el amor? Y también me aclararon que el amor no es enamoramiento, y que el amor no es posesivo, ni violento, ni empieza o acaba... Me costó entenderlo porque estaba lleno de creencias impuestas por nuestra sociedad, que, consciente o inconscientemente, nos programa para quedarnos en nuestra superficie y enfocar nuestros comportamientos hacia la supuesta realidad que vemos, oímos, palpamos, olemos o gustamos. No creo que la realidad sea lo que nuestros sentidos externos perciben; está demostrado científicamente, pero los realistas lo discuten, es decir, la realidad que los realistas defienden está refutada por la Ciencia en que apoyan sus argumentos. Quizá el sexto sentido, la intuición, aparece como herramienta más idónea para percibir el mundo, la existencia.

La intuición me dice que vamos a salir del coronavirus con una dosis de amor en vena tal que superará en porcentaje inconmensurable la que ahora sabemos expresar. Estoy dispuesto a escuchar ¡iluso!, ¡romanticón!, ¡sentimental!, ¡feminoide! Ya con oídos esquivos, intentaré explicar a qué refiero.

Sé que no hace falta una referencia a los aprendizajes directos que estamos adquiriendo con la crisis, porque vuelan por la red cientos de mensajes que con más o menos enfoque práctico nos los expresan a diario. También mi amiga Pilar Aguarón Ezpeleta se ha referido a los científicos como los salvadores del momento. No voy a negarlo, por supuesto, pero nada en nuestra especie humana puede consolidarse si no evidenciamos el amor (Amor). Evidenciar es hacer consciente, dejarlo salir de nuestra costra interna con el conocimiento de que su tránsito discurre porque lo deseamos así. También vale si es inconsciente, pero entonces el nivel de aprendizaje es chiquitín. Alcanzar la sabiduría no es llenarse de conocimientos intelectuales, es comprender desde la intuición (algunos dicen 'desde el corazón') que todo lo adquirido por la mente sólo sirve para la vida en la Tierra si lo aplicamos con amor. El amor como estado actúa de catalizador para enfocar las acciones al objetivo supremo que tantas teorías filosóficas o espirituales nos ha mostrado con relativo éxito: 'vivir en la unidad', 'ser uno', ''no hagas al otro lo que no quieras para ti', 'ama al prójimo como a ti mismo', 'haz el bien y no mires a quién', 'ama y haz lo que quieras'...

Vuelvo al coronavirus. Que tengan que trabajar los científicos (incluye mujeres) para superar esta crisis y lograrlo gracias a ellos es fundamental para eliminar el miedo. El miedo es el opuesto del amor. Hay quienes nos dicen que solo hay dos estados: el miedo y el amor. Cuanto más miedo sentimos, menos amor desprendemos... y viceversa. A esta crisis, los psicólogos la están llamando 'la crisis del miedo', que nos hace ser irracionales, egoístas, agresivos. Y por otro parte, son infinitos los actos que se van oponiendo a ese sentimiento, actos de amor, que son los de una sociedad sana, abierta, comprometida, auténticamente humana (y valga la extensa significación del término).

Seamos conscientes de que cuando la crisis acabe, si mantenemos conscientemente los actos de amor y los aplicamos para que desaparezca el dolor del mundo, habremos entendido lo que ese pequeñajo tan feo ha venido a enseñarnos, después de que hayamos despreciado tantos avisos: que si el otro ser está bien, nosotros estamos mejor... y la Tierra también.

Namasté.

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