Un amigo te guarda III - (PÁJARO AZUL)
Sucedió un día que no recuerdo de un mes de vacaciones. Estaba atardeciendo después de unas horas exageradamente calurosas que ni la brisa del mar pudo suavizar. Aquella mañana había aguantado al sol demasiado tiempo; el sopor y el murmullo de las olas aniquiló mi voluntad y dormité sobre la hamaca casi tres horas. Supongo que sufrí una insolación terrible, porque apenas pude comer y pasé toda la tarde en una siesta larguísima. Me dolía la cabeza y salí a la terraza para despejarme con el próximo frescor de la noche. Ocupé la mecedora de la terraza y me dispuse a disfrutar del recorrido del sol descendente sobre las lomas cercanas y de los cirros de barro recalentado que dibujaban figuras fantásticas. Jugaba a imaginar historias increíbles con aquellos monstruos de algodón sucio que poblaban el cielo cada vez más oscuro. En su otro extremo, la luna les retaba presuntuosa; sabía que iba a suplirlos por unas horas en su reinado. Casi en el horizonte, los últimos pescadores dirigían sus barcos hacia el puerto y, sobre ellos, las gaviotas revoloteaban como cruces móviles buscando un trozo de pescado sobre las cubiertas.
Bandeaba la mecedora tratando de vencer mi aturdimiento con la mínima brisa que producía el movimiento, pero mis párpados caían con su peso y las pestañas me distorsionaban la mirada hasta prestar vida a las brujas y ogros anaranjados del cielo. Las gaviotas se convertían en animales gigantes que picoteaban a las ballenas; sus chillidos triunfantes me herían el oído... De pronto, uno de aquellos pajarracos se escapó del grupo y voló directamente hacia mi terraza. A unos metros, planeó varias veces mirándome con fijeza. Quería que le reconociera. En mi sopor, notaba cómo el corazón me latía más rápido. El pájaro se acercaba más y más al barandado. Comprendí quién era. Al saberse reconocido, esbozó una sonrisa y se posó frente a mí. Mi pájaro, mi pájaro majestuoso me estaba saludando. Inclinó su cabeza e instintivamente acaricié su nuca con las yemas de los dedos. Sumiso, se acurrucó a mis pies.
- Casi te había olvidado -me excusé.
A pesar de que vestía plumaje de distinto color, sentía su olor y su presencia. Era imposible equivocarme. Admití mi culpa por el olvido y le solicité el perdón.
- No tengo disculpa, amigo mío. Debo reconocer que no te había echado en falta y... ahora lo estoy sintiendo.
Le hablaba convencido de que no me contestaría.
- Mi labor siempre debe quedar en el olvido. No necesitas excusarte. Ha sucedido lo que pretendí.
Escuché una voz profunda y envolvente. Me sobresalté, no por sus palabras, sino porque nunca habría esperado escucharle un sonido inteligible.
- Pensé que no podías hablar.
- A veces sobran las palabras.
- En otras ocasiones deseé preguntarte, tener una conversación contigo, conocerte, pero tu silencio me causaba respeto y no me atreví.
- No te habría contestado. Solamente me es permitido hablar cuando la situación lo pide.
- ¿Y ahora puedes hacerlo?
- Ya lo ves. Estoy autorizado.
- ¿Por qué has vuelto?
- Vas a conocer mi universo.
- Hace tiempo sentí curiosidad por saber de ti, pero mi deseo desapareció poco a poco y te olvidé.
- Porque no me necesitas -justificó mi pájaro.
- Y, ¿cómo lo sabes?
- Debo conocer los momentos en que tú me requieras.
- Pero si ni antes ni ahora te he llamado.
- Antes me necesitabas, ¿no es cierto?
- Sí, así es... ¿Quién eres tú?
- Precisamente vengo a decírtelo. En este viaje conocerás de dónde vengo y por qué existo.
Con delicadeza, me invitó a subir a su lomo y empezamos un vuelo quedo. Noté su plumaje envejecido, el nuevo color le daba aspecto deteriorado como signo de ancianidad. Sobrevolamos con lentitud la ciudad, los acantilados, la playa y el mar cercano. Volvió la cabeza, me envió una mirada triste y aceleró hasta la extenuación. Las imágenes se distorsionaban y ni siquiera sentí movimiento.
Su voz me devolvió el sentido.
- Este es mi universo.
Me distendí.
Volábamos por encima de unas brumas que no dejaban ver el suelo. El ambiente desprendía frialdad y se oía silencio, grave silencio sacerdotal. Las brumas se movían sin viento y cambiaban de forma a nuestro paso. Al fondo, entre ellas y sobre un apoyo invisible, pude ver a unos seres idénticos a mi amigo, solamente distintos en el color de su plumaje. Permanecían inexpresivos, quietos, parecían disfrutar con paciencia una larga espera.
- ¿Cuál es tu lugar aquí? -pregunté a mi pájaro.
- El mismo que el de mis compañeros.
- ¿Vives con ellos, allá abajo?
- Así es. Esta es nuestra morada.
- Entonces, ¿naciste aquí?
- No nacemos, existimos. Ninguno de nosotros sabemos cuándo fue creado ni por qué motivo. Aparecemos aquí y aguardamos.
- Y ¿esa es vuestra misión, sin más?
- No es ésta nuestra única morada.
- No te entiendo -me enfadé-. No quiero adivinanzas ni juegos. Has dicho que me ibas a mostrar tu mundo y ahora quiero conocerlo tal cual es.
Aun con el genio de mis palabras, el pájaro no se inmutó.
- Mi promesa fue enseñarte mi universo, no explicártelo.
- Ya lo he visto. Devuélveme a mi terraza -le exigí.
Ahora noté una contracción en su espinazo y, ante mi enojo, volvió la cabeza para decirme:
- Pretendí que entendieras sin palabras. No estoy acostumbrado a hablar.
- Quiero saber quién eres.
- Soy tu pájaro, así de sencillo. Cuando me has necesitado, he estado junto a ti.
- ¿Y tus compañeros? Yo sólo tengo un pájaro.
- Cada uno de tus semejantes reclama un hermano mío para protegerse y a su llamada acude el indicado. Por eso ves en la espera a tantos seres como yo, viviendo en este mundo de los sueños, en la fantasía de quien nos solicita. ¿Recuerdas?, tu princesa también tuvo su pájaro.
- Pero tú eres real.
- No, amigo.
- ¿Por qué te siento, pues?
- Porque me has llamado -mintió.
- Sabes que no es cierto.
- Tú no puedes saberlo.
- Entonces, ¿por qué viniste a buscarme?
- Es mi deber. Nos llamáis en el desencanto o en la frustración, cuando habéis agotado todos los medios de lucha a vuestro alcance y necesitáis un apoyo irreal. Entonces creáis un pájaro, un ser invisible, para que os sirva de acicate en la superación de la tristeza. Nunca aceptáis que exista en vosotros, porque el orgullo os lo impide, nos utilizáis por instinto y os prestamos el empuje necesario para seguir adelante.
- Ni estoy triste, ni desencantado, ni frustrado. Sólo me dolía la cabeza por un exceso de sol. No viniste para curarme.
- Luego, ¿por qué tu llamada? -insistió el pájaro.
- Sabes que no te llamé. Acudiste por tu propia iniciativa.
Con su silencio me dio la razón.
- ¿Cuál es tu motivo? -continué.
- He saltado las reglas. Aunque no hay sanción por ello, es la primera vez que lo hago.
- Y, ¿qué pretendías?
- Quiero despedirme de ti.
- Habría sido fácil hacerlo de otra manera. En otra ocasión, podrías haberme enseñado tu mundo con más tiempo.
- No habrá otra ocasión.
- ¿Cómo? -me extrañé.
- Es la última vez que vamos a vernos. Voy a morir.
- Pero, ¿por qué? Es injusto.
- Nadie puede impedirlo.
- Lo intentaré. Te salvaré y seguirás siendo mi pájaro.
- Es imposible. Mi tarea ha terminado.
- Volveré a necesitarte. Si no estás ¿a quién recurriré?
- Debí mantener oculto mi secreto. Siento el daño que voy hacerte. Ahora no me llamarás, porque has alcanzado tu plenitud. Eres estable, como tus semejantes que dejaron atrás a mis amigos sin dejar adiós, sin conocer siquiera que existieron, sin pensar en una palabra de agradecimiento. Yo voy a irme más feliz que ellos, porque tú me has conocido y me estás dando tu gratitud. En adelante, cuando precises apoyo, yo no acudiré porque no me llamarás. Tendrás a tu lado otro ser, otra fuerza o tu mismo brazo, ¿quién sabe? Voy a morir en este Mundo, en este Mundo que tú ves y no existe. Te llamé en el sueño para darte mi adiós. Despertarás y me iré.
- No quiero que te vayas. Siempre te necesitaré.
- Te engañas para compadecerme. No temas por mí. He cumplido gratamente mi tarea.
Aun no había anochecido. En un recodo entre los cirros todavía quedaba un poco de cielo azul. Miré allí con pasión. Quería ver a mi pájaro... pero mi pájaro también era azul.
2 comentarios
asdasd -
Xipo -
Gracias por publicarlo aquí.
Un saludo.