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Un amigo te guarda II - (PRINCESA BLANCA)

Un amigo te guarda II - (PRINCESA BLANCA)

Cuando murió mi Rosa quedé muy triste, porque había perdido la única compañía que me hizo comprender el significado de dos seres unidos.  Cuidé de ella, y me dio brío, me contagié de su majestad y sentía ser un rey en un mundo de hadas.  Me hacía soñar con esperanzas, premiaba mi vida.  Mi querida Rosa fue la página en blanco de un libro incompleto, y escribí esa página con letras de sus pétalos, pero el libro quedó inacabado y nadie podrá terminarlo.  Lo fugaz de su paso me hizo mucho daño, porque al irse se llevó su equipaje.  Apenas me legó unos recuerdos y no cumplí mis ilusiones.  Se marcharon con ella mis anhelos de un amor permanente.  Lloré por ella, pero quiso morir.  Pudo haber regresado a su Mundo con fuerzas para triunfar y así vivir eternamente.  Le propuse mi ayuda, pero se negó para entregarse a la muerte.

En mi desencanto, renació mi pájaro, mi pájaro majestuoso.  No le había llamado, estaba relegado en mi olvido, pero no hizo reproches y de nuevo me invitó a subir a su lomo.  Me saludó con su sonrisa de bondad y me quedé mirándole mientras recordaba la otra aventura.  Esta vez, la desilusión me hizo ser temerario y abandoné en un lugar escondido de mi mente los miedos que el primer vuelo me causó.  Acepté su invitación.

Sobre su lomo, mantuve una postura rígida para ocultar la herida de mi corazón.  Ahora, mi pájaro no quería hacerme esperar y comenzó su viaje a gran velocidad.  El viento en el rostro me hacía sentir ingrávido y solamente notaba cómo rompíamos el aire.  Recuerdo que lloré, y mis lágrimas se deslizaban con el ímpetu del pájaro hasta empaparse en mis cabellos.  Cerré los ojos y dejé al pájaro seguir su rumbo.  No quería ver nada, me dejaba llevar, estaba derrotado y hundido.

A los pocos minutos, la velocidad cesó y comenzamos a describir círculos.  Miré abajo y descubrí que estábamos sobrevolando un bosque.  Planeábamos en un vuelo quedo y mi pájaro también miraba al fondo.  Salimos del rumbo y recorrimos el paraje.  En el horizonte, una enorme montaña, cual gigante vigía, se alzaba con camisa blanca y chistera de niebla.  No vi seres animados.

Llegamos a una sabana limitada por grandes árboles.  De pronto, el pájaro se lanzó en un picado feroz.  Me atemoricé, no veía nada que lo justificara.  Rodeé su cuello con mis brazos y sujeté con crueldad las piernas a su costado.  Comencé a sentir la misma sensación del primer viaje.  El paisaje, cada segundo, se hacía más grande...  Un resorte pareció frenarnos y  aterrizamos suavemente.  Mi pájaro me miró solicitando perdón.  Acaricié su pico, concediéndoselo, y tomó mi gesto como el signo del final de su misión.  ¿Debí haberle dicho adiós?...  Se marchó silencioso, majestuoso, como llegó.

La montaña gigante se había perdido en la oscuridad.  Las estrellas comenzaron su pulular y me quedé con su sola compañía.  No salía de mi asombro.  Busqué algo que me desvelara el objetivo del descenso y nada encontré,  no adivinaba la razón de aquel viaje... no podía explicarme por qué me dejaba en ese lugar, un paraje extraño, que desprendía un vacío desolador.  El silencio me atemorizaba.  Caminé un largo trecho entre la vegetación, desorientado, sin saber dónde ir.  Un extraño cansancio me dominaba, estaba aturdido.  Tomé asiento sobre un montón de hojarasca e intenté pensar.  Poco a poco, me deslizaba, el sopor se apoderaba de mí, recosté la cabeza sobre un tronco caído y me dormí.

Soñé con una mujer.  Se encontraba en una llanura y yo la observaba desde un promontorio escarpado.  Vestía con pieles moteadas de blanco y negro.  No podía verme.  Sus largos cabellos negros le cubrían la silueta.  Llevaba en su mano derecha un arco dorado que refulgía al sol del atardecer.  Tenía preparada una flecha de marfil, sólo una.  Miraba al horizonte, buscaba su pieza.  El intento de la captura no podía fallar.  ¿Tan segura estaba de hacer blanco?

- ...duermes en un país prohibido, extranjero.

Me despertó una voz melódica, angelical.  A pesar de sus palabras no me sobresalté, porque parecía aconsejarme, no exigirme.  Enfrente de mí, tenía un adolescente.  Me levanté.  Al mirarlo, sentí cómo un escalofrío me recorría entero, hasta la punta de los dedos.  Comprendí que sí era posible la perfección.  El rostro que tenía delante me lo demostraba.  Nunca veré nada igual.  El muchacho vestía una túnica blanca con ribetes puntiagudos y ceñida a la cintura con una faja morada.  Adornaba el cuello con un cinta de cuero perforada.  A partir de ahí, nacía su rostro; por los ojos negros desprendía el brillo del arco iris; la diminuta nariz exhibía una fragilidad que contrastaba con el agresivo descaro de sus pómulos prominentes; los cabellos de oro destellaban con los rayos de sol naciente; sus labios, gruesos, dibujaban una boca ligeramente alargada.

Su voz siguió creando suavidad.

- No puedes permanecer en este país.

- ¿Por qué? -le desafié.

- Este país se prohibe a tu gente.  Nadie de tu Mundo puede visitarlo.

- ¿Tú no eres de mi gente?

- No, pertenezco a una princesa.

- Y ella, ¿es de mi gente?

- Os rechazó hace mucho tiempo y no desea ver a nadie de vosotros.  Debo velar por ella e impediré que llegues hasta su morada.

No me inmuté.  Seguí disfrutando de aquel exquisito retrato.

- No quiere ver a nadie, extranjero -insistía.

- Y, ¿está sola en este paraje?

- Vive conmigo, no necesita más compañía... Mis palabras deberían bastar para obedecerme.  Tienes que irte.

- Pero, ¿cómo?  No sé salir de aquí.

- ¿Cómo has venido?

- Me trajo un pájaro y se fue.

- Es fácil, llámalo y te devolverá  a tu destino.

- No sé dónde encontrarlo.

- Te ayudaré...  Dime, ¿quién es tu pájaro?

- No lo sé, no sé nada de él, desconozco su nombre, el lugar de dónde vino.  No sé nada de él.

Enmudeció.  Me observó durante largo tiempo.  Me escrutaba cada hueco de mi cuerpo y parecía querer entrar en mi mente.  Volvió la espalda.

- Sígueme -ordenó.

Lanzó un imperativo con la seguridad de que no tenía más remedio que aceptarlo.  Comencé a caminar tras él con curiosidad.  Me habían impresionado su belleza y su actitud.  A pesar de su aspecto dulce e irremediablemente perfecto, se comportaba con aspereza.  El muchacho era el único ser animado que habitaba aquel entorno y no presagiaba la aparición de ningún otro.  Quizá esta condición le daba derecho para tratarme así.  Su personalidad transmitía un rango principesco, pero su conducta mostraba el desagrado de un servidor, quizá un ministro, a punto de ser destituido.  No acertaba a comprender su tarea, pues en un principio dudé que existiera su princesa; una princesa en este Mundo vacío, sin súbditos, no tenía razón de ser.  Ahora bien, si realmente existía, podría entender este comportamiento de servicio, pero no me resolvía las preguntas que me invadían: si éste era su Mundo, y nadie lo había visitado, ¿cómo podía odiar a mi gente?, ¿por qué necesitaba la protección de este muchacho y sólo la de él?

El guía adivinó el bullicio de mis pensamientos:

- Mi princesa fue de tu gente, pero hace tiempo renunció a vosotros y quiso aislarse por su voluntad.  Le obligasteis al exilio, no tuvo otra posibilidad, se le cerraron las puertas de vuestros corazones y vino aquí con lágrimas de ingratitud, de crueldad y de abandono.  Le rechazasteis con el desprecio y la maldad y ahora, aquí, conmigo y lo que ves, es feliz porque disfruta de la libertad de la naturaleza y evita el contacto con seres desagradecidos.  Has aprendido a vivir y no necesita nada más.

- Y, ¿cómo llegó, entonces, a este paraje “fantástico”? -ironicé-.  Nunca oí hablar de un Mundo así.

Mi pregunta le hizo desvelar el secreto que me había ocultado alevosamente.  Se detuvo sin volverse a mirarme, y con los ojos hacia el suelo, me contestó:

- También la trajo un pájaro.

- ¿Un pájaro?

- Así es.

- Y él, ¿está todavía con ella?

- No, huyó y nunca regresó.

Comenzó a interesarme la princesa.  Siempre pensé que mi pájaro era único, que solamente yo tenía esa protección, y oír hablar de otro ser idéntico, o quizá el mismo, me pareció un engaño, me resistía a compartir mi pájaro.

- ¿Dónde nos dirigimos? -le pregunté.

- Vamos hacia mi princesa.

- Pero tú dices que no quiere verme.

- Debo llevarte hasta ella.

- ¿Aun contra su voluntad...?  Puede castigarte.

- Sé cuál es mi misión.

- Y, ¿si no desea verme?

- ¡Silencio!...  El camino es duro.  Sígueme sin desfallecimiento y guarda las fuerzas, porque no me detendré.  Debemos llegar ante ella en seguida, no puede soportar la soledad.

- Entonces, ¿por qué vino a este paraje?

Tuve que tragarme mis palabras y hacer una carrera para alcanzarle, porque había cumplido su advertencia a rajatabla.  Marcó un paso enérgico y avivaba el andar sin importarle si yo podía ir tras él.  Estaba enojado y transmitía su ira a unas piernas acostumbradas a patear aquellos senderos.  Me resultaba difícil seguirle, pero qué más deseaba yo que conocer a su enigmática señora.  Una vez cercano a él, me atreví a preguntarle:

- ¿Cuál es tu nombre, muchacho?

- Nonato -respondió con sequedad.

Mantuvo invariable su mirada al frente y continuó avanzando siquiera con más rapidez.  Ni una sola vez comprobó si podía soportar su paso.

El entorno era ciertamente acogedor.  La ligereza de su caminar no me impedía la visión maravillosa de aquellas tierras.  Era un bosque virgen, la naturaleza verde se extendía por todas partes hasta donde mis ojos llegaban.  A través de los resquicios que dejaban las ramas de los árboles, se filtraban los rayos del sol incipiente, haciendo juguetes de las sombras.  La hojarasca crujía a nuestros pies, como único sonido en todo el paraje, y escondía por completo el sendero serpeante.  Teníamos que apartar con los brazos las ramas que cruzaban y que en más de una ocasión llegaron a golpearme en el rostro. A pesar de lo solitario, nada presagiaba peligro; al contrario, se respiraba acogimiento y confianza.

- ¿Dónde está vuestra gente, Nonato?

- No tenemos gente, aquí sólo vivimos ella y yo, un paje y su princesa.  Cualquiera que pretenda cambiarlo, será alejado de nosotros, deberá marcharse, no será posible su estancia aquí.

- Pero, ¿quién puede vivir solo?

- Mi princesa no vive sola.  Yo cuido de ella y no necesita nadie más que le sirva ni le proteja en este Mundo.

- No lo entiendo.  ¿Por qué me llevas hasta ella?, ¿qué hago tras de ti?

- Tú no vivirás en este Mundo.

Sonó como una premonición.

- Sigo sin entender.

- No tengo más respuestas que darte.

Le adivinaba rencor, estaba dolido y sin embargo me conducía, con un sentido admirable del deber, hasta su dueña.  A cada paso, su herida se abría más y más, pero superaba la terrible contradicción y me franqueaba las puertas de su mundo.

Caminábamos tan deprisa e imaginaba tantos desenlaces que perdí la noción del tiempo.  Ahora los senderos nos conducían por una sabana inmensa que terminaba al pie de la montaña gigante. El paje se despreocupaba de mí y seguía acelerando el ritmo.  Apenas podía ya seguirle y, casi sin aliento, le rogué:

- ¿Podemos descansar?  Siento que mis pulmones van a estallar y ya no me obedecen las piernas.  Sentémonos un instante.

- No.

La respuesta impedía cualquier réplica.

Por ningún lado veía algo que pareciera el lugar habitado por la princesa, e incluso volví a dudar de su existencia.  El cansancio me derrotaba  y minaba mi esperanza.  Pero no podía perder la estela del muchacho por dos razones: mantenía la curiosidad y no quería quedarme solo en el paraje.

- ¿Vive muy lejos tu princesa?

Pregunté por la inercia de mi pensamiento, porque en realidad no esperaba contestación alguna.  Y esta vez, jugando a contradecirme, respondió.  Respondió nostálgico, como quien habla de algo que fue suyo y se perdió para siempre.

- Queda poco camino.  ¿Ves aquellas rocas horadadas, en la montaña, donde la ladera comienza a ascender más inclinada hacia la cima? -me señalaba hacia la montaña de chistera blanca-.  Allí vive la princesa.

- ¿Y hay que subir hasta esas rocas?

- Sí, tengo que llevarte hasta allí.  Has venido para conocer a mi señora.

- ¿Yo? -me asombré.

¿Cómo iba yo a venir a conocer a la princesa?  El muchacho me desconcertaba.  ¿Qué sabía él?  Ante la extrañeza, dejé de caminar y permanecí mirándole estupefacto.

- No te detengas, no podemos perder tiempo, todo debe acabar cuanto antes.

- Pero escucha...

- Allá arriba tendrás la contestación.  Ahora sígueme.

El cambio de actitud del paje y su sorprendente revelación me dio nuevas fuerzas para continuar.

Comenzamos la ascensión por una senda estrecha y tremendamente irregular.  Estaba trazada zigzagueante, sorteando los obstáculos de la ladera.  Elevé la mirada hacia la cima al doblar un recodo, y sobre mí se alzaban las nieves eternas del gigante, la camisa blanca de la montaña, cuyo último fleco casi moría sobre el conjunto de rocas que formaba el castillo de la princesa.  Nos adentramos en los anillos de niebla.  El viento erizaba las brumas creando remolinos.  Sentía frío y un extraño temor.  Sonaba un silbido suave, como un aviso de un misterio a punto de desvelarse.  Podíamos ir hacia una morada de brujas o al campamento de unos duendes perversos.  Si el paje hubiera desaparecido, nunca habría osado continuar por aquel tenebroso ambiente.

Como por ensalmo o encantamiento de un hada bienhechora, las nieblas quedaron atrás y el sol castigaba nuestra senda.  Doblamos un pequeño picacho y, por fin, llegamos al destino.

- Aquí acaba mi camino -anunció mi guía.

Nos detuvimos frente al ojo de una gruta y, a través de ella, al término de un túnel larguísimo, destellaba un punto de luz.

- Espera.

El muchacho anduvo hacia unos matorrales y se perdió de mi vista.  En apenas un instante, volvió a mi lado completamente desnudo y con una rama de olivo en la mano.

- Acompáñame -rogó.

Atravesamos la gruta con un paso lento y en el más absoluto silencio.  A unos metros de la salida, se volvió hacia mí.  La intensa luz solamente permitía ver el dibujo de su silueta, ribeteada por un aura extremadamente blanca.  Su voz sonó cortada, lastimera, y con un quejido en sus labios, se despidió:

- Di a mi princesa que me llevo una rama de su Mundo.  Adiós.

Creo que lloró. Pareció decir “hasta nunca”, y me dejó sin darme tiempo a responderle.

Tardé en reaccionar.  El pequeño paje me heló con sus palabras.  Se había marchado sin explicación, huyó por un cortado de la roca y no encontré ningún resquicio por el que seguirle.  Con su primera actitud lo había despreciado, pero sus últimas frases, cuando ascendíamos la montaña, iban cambiando mi parecer; al principio, en desconcierto, luego, en curiosidad, más tarde, en confianza y, al final, en compasión.

Atravesé con lentitud el tramo hasta la salida de la gruta y los rayos del sol me cegaron.

Me encontré en un patio extenso, cubierto de polvo, o arena, de una capa fina que cubría el granito liso.  Verdadera­mente, aquella obra de la naturaleza parecía diseñada por el arquitecto de un señor feudal.  Era un auténtico castillo.  Frente a mí, a pocos pasos, se alzaba la roca horadada que vi desde la falda de la montaña.  A través de los grandes agujeros, se filtraban pedazos del paraje verde del fondo.  Desde abajo, era imposible imaginar aquel espacio abierto en la ladera, porque su entorno estaba protegido por paredes naturales que hacían las veces de almenas.  Y sobre esas paredes de roca pura trepaban tallos y hojas respetando unas aberturas a modo de tragaluces.  En el centro del patio, un enorme cedro señoreaba el castillo.  Desde donde me encontraba, elevando la vista, sólo se veía cielo, cielo azul sin nubes.  No era el nido de brujas que imaginé entre las nieblas.  Dibujaba formas suaves, figuras cálidas, no tenía torres alargadas ni agujas que punzaran el aire.  Se respiraba silencio acogedor, protección, belleza.  Aquéllo no podía ser el castillo de un ser que odiaba ni el de una mujer malvada o un princesa triste.

- ¿Por qué has venido?

Escuché agresividad.  La voz surgió a mi espalda.  Me volví hacia ella.

Una mujer me miraba desafiante, me estudiaba.  Sus ojos lanzaban un reto pendenciero y su postura invitaba al duelo.  Pero a pesar de ese deseo, habría deslumbrado a cualquier mortal.  Sus cabellos, en largo y negro manto, se movían con una ligera brisa.  Destellaban.  Su rostro nada tenía que ver con la dulzura de los rasgos del paje.  Despedía fuego por sus pupilas negras en un brillo tempestuoso.  Agredía con su mirada, transmitía seguridad y un aguerrido comportamiento.  Y aunque había lanzado una provocación, aquellos labios rojos, aun esgrimiendo la más afilada espada, jamás podrían hacer daño.

- ¿Eres tú la princesa de este Mundo?

- A la vista está, supongo -contestó arrogante.

- Así lo creo, no intentas disimularlo.

- No has respondido. ¿Por qué estás aquí?

Volví a oir el mismo tono de exigencia que el paje me ofreció en su aparición.

- Debes saberlo.  ¿O quizá quieras oírlo de mí?

- No te conozco, ¿cómo quieres que lo sepa?  Aquí no vive nadie conmigo.

- ¿Y tu paje?  Debió informarte cumplidamente. ¿No es tu servidor?

- No sé nada de mi amigo.

- Dijo que no podía separarse de ti.

- Y es cierto, pero hace varias horas que salió de aquí... y veo que ha incumplido su deber.

- ¿Por qué?

- Nadie puede acercarse al castillo y su ausencia ha permitido que tú lo hicieras.

- Al contrario, princesa, me condujo hasta aquí.

Noté un gesto de extrañeza en su rostro.

- Me encontró en tus parajes -continué-.  Y me exigió que le siguiera.  Sin él no habría encontrado este castillo. Me dejó a su puerta y se marchó con una rama de olivo, rogándome que no me olvidara de decirte este detalle.

- Una rama de olivo...  Se ha ido...

- Eso es, se escapó.

- Y, ¿quién te trajo a este Mundo?

Casi gritó con su pregunta.

- Un pájaro.

Ahora sus mejillas se encendían.

- ¿Un pájaro?  Y, ¿cómo era tu pájaro?

- Un pájaro majestuoso, silencioso.  Me tomó entre sus alas y me hizo volar a tal velocidad que no podría reconocer el camino que  siguió.  Me abandonó y se fue...  Como ves, no tengo ningún motivo para estar aquí.  Debería ser mi pájaro quien te contestara, pero no sabe hablar.

- A mí sí me habló.  Sígueme... por favor.

Habló con dulzura y cuando giró para que siguiera sus pasos, recordé la noche pasada: ella era la firme arquera de mi sueño.  No podía confundir su silueta.

Accedimos a una galería en la roca.  El pasillo estaba alumbrado por teas a los lados, y terminaba en una pequeña estancia.

- Toma asiento -me rogó.

Ella continuó en pie, paseando a mi alrededor, como si todavía desconfiara de mi presencia,  Tras un corto silencio, me volvió a requerir:

- Cuéntame de tu Mundo.

- Según me dijo tu paje, vienes de allí, así que lo conoces y no creo que mis explicaciones añadan algo a tu experiencia en él.

- Es cierto. Viví entre vosotros durante mucho tiempo, pero prefiero este lugar.

- Lo entiendo, pero este lugar no es mejor, es diferente.  Aquí estás sola.

- Quiero saber de tu Mundo -insistió-.  Tu opinión sobre él, cómo vives, qué haces.

Nació otra vez su energía, encendía destellos de ansiedad, exigía la respuesta.  Tardé en contestar, porque no pensaba que me solicitara ésto.  En el silencio de la espera, tembló.

- Mi Mundo, princesa, también es hermoso...  La variedad de los seres lo enriquece, y evita esta soledad.  Nuestros parajes no desmerecen de los que te rodean.  Existen bosques, montes y selvas para vivir como tú lo haces; también despiertan libertad.  Y aunque las ciudades crean bloques de asfalto y cemento, están ahí para cumplir su misión.  Además, mi Mundo tiene algo que no he visto en tu feudo: seres, seres vivos, animales que completan la naturaleza.  Me gusta mi Mundo, princesa.

- Todo eso lo conozco y lo he gozado.

- ¿Por qué huiste entonces?

Eludía mi pregunta.

- Me arrepentí de perderlo, amigo... Pero quiero que me cuentes de tu gente, de tus semejantes.

- No entiendo.

- Dime sus virtudes, sus defectos, sus ideales.

- Es difícil.  Mi gente es dispar.

- La gente es cruel -me lanzó.

- No.

- ¿Tan seguro estás?

- Te he dicho que es dispar.  Nadie es igual a otro, no puedo generalizar.

- Pero, ¿y la mayoría?

- Persona a persona, pocos son crueles, muy pocos.  Quizá los locos....

- Pero nadie es persona sola, nadie vive solo, bien lo has dicho antes.

- Es cierto.  Todos necesitamos de alguien, o de todos, pero cada ser humano siente y hay que llegar hasta esos sentimiento.  ¿No te parece?

- Es imposible.

- Difícil sí, no imposible.

- Cuando la gente actúa en colectividad, se vuelve impersonal, no cuidan por ti, avasallan y asfixian.  La masa se come al individuo, lo engulle y lo despersonaliza.

- Pero no todo es masa -le rebatí.

- Los gobiernos de los fuertes sólo hablan de poder, de guerra, mientras los débiles tienen que mendigar un poco de alimento para subsistir.  Los poderosos presionan al pequeño con el dinero, le obligan a comprar armas cuando le proporcionan algo para comer.  Y sólo ayudan a quien le garantiza un gobierno en su misma línea política.  Esas son tus naciones, tus reinos, que crean la paz con el miedo a la guerra.  ¿Y eso está bien?  ¿Eso es correcto?

- Los países no sólo son sus gobiernos.  Hay organiza­ciones con otros fines más humanitarios.

- Pero tienen que bailar al son de los gobiernos.

- ¿Por ellos te has escondido?

- Es una buena razón.  ¿No te parece suficiente?

- Sinceramente, no.

Me miró con el ceño fruncido.  Estaba seguro que aún no me había revelado el motivo de su huida.

- No es razón suficiente, princesa -continué-. El Mundo se compone de algo más que un modo de gobernar.  Debes tener otras causas  que no hablen de masas ni países...

- Sí, el egoísmo de cada ser.

Apenas pude oír sus palabras.  Había escondido la barbilla junto al pecho y su mirada se perdía por el suelo.

- ¿Quién es egoísta? -le increpé.

- ¿Quién no?... Me cansé de recibir desdenes, todo el mundo me hería, no podía sincerarme a nadie, porque luego aprovechaban en mi contra lo que les descubría, abusaban de mi ingenuidad, o de mi confianza...  Cada día recibía más desilusiones de quien me rodeaba, todos actuaban para su provecho, para ganar más dinero, para alcanzar mejor posición, y sólo se aliaban por interés, prestaban su amistad y sus favores a quien pudiera ayudarles en sus pretensiones.  Y, mientras tanto, los seres realmente solidarios con los demás se condenaban a una vida repleta de necesidades.

- Eres muy débil, princesa.

- Y ¿contra quién puedo luchar?

- Contra ti misma.  No hay nadie más culpable que tú.

- ¿Yo tengo la culpa de todas las inmundicias de tu Mundo?

- Sólo debes responder por ti.

- Por eso decidí recluirme en este país de soledad.

- Actuaste con cobardía, te refugiaste, huiste de la lucha, te derrotaron.  Eres una mujer vencida.

- Pero vivo con dignidad.

- ¿Te sientes digna sin haber siquiera intentado la lucha?

Guardó silencio.  Creo que mis palabras le herían más que sus experiencias en el Mundo real.  Comenzaba a sonsacarle sus razones y se derrumbaba.  Comprendí que podía hacerle mucho daño y cedí en mi presión.

- Te ha ganado la impaciencia.  Eres rígida y no has querido entender más allá de tus ojos.  No puedo negar que exista, e incluso que abunde, la mezquindad, o el engaño, o la mentira...  Hasta es bueno, princesa, bueno porque si no existiera, no podríamos diferenciar y apreciar el amor, el desinterés, la unidad, la esencia de cada ser.  ¿O es que no encontraste ésto?

- Sí, ¿y qué?

- ¿Cómo que “y qué”? -le repliqué, enfadado-.  ¿Disfrutas sólo valorando lo negativo?  ¿No ves cómo tu error está en ti misma?

- Estimado amigo, no acepto tus reproches -volvía a su arrogancia-.  No puedes juzgarme tan severamente sin conocer todas las situaciones que pasé.  No, no puedes hacerlo.

Guardó silencio mientras cerraba los ojos para ocultar unas lágrimas entre las pestañas.

- Nunca me podrás entender -prosiguió-.  Claro que he visto amor, y amistad, y entrega... Lo he visto, pero ¿quién me lo ha hecho sentir?  He vivido sin calor, sin ayuda, recibiendo presiones y desprecios hasta llegar a pensar en el suicidio.  Nadie se acercaba hasta mí con deseo de darme su presencia, de sacrificarse para consolarme o para animarme...  Estaba sola.

- ¿A quién se lo pediste?

- Nadie quiso dármelo.

- ¿A quién se lo pediste?

- Si estaba sola, ¿a quién?

- Y, ¿por qué no fuiste a buscarlo?  Decías que la masa es cruel, pero no te acercaste al ser humano, no te atreviste a descubrir en él la bondad, la alegría y el bien que puede dar, no tuviste la paciencia de buscar y encontrarlo.  Te escondiste en tu mundo porque te crees frágil... y lo serás si insistes en permanecer aquí, si estás oculta a la realidad.

- ¿Dónde están tan buenos amigos? -ironizó.

- No crees que existan, ¿verdad?

- ¿Eres tú uno de ellos?

- No soy yo quien deba decírtelo.  Si lo deseas, tú puedes descubrirlo.

- Y, ¿qué me puedes enseñar?

- Ojalá fuera un sabio y te diera la solución.  No soy ningún experto, sólo sé que sin lucha no hay batalla ganada a disfrutar.  Mientras actúes con fortaleza y superes tus carencias, la vida es simplemente vivir, lo demás llegará por añadidura.  Si el primer obstáculo te derrumba y no quieres levantarte, ¿dónde queda tu amor propio?  A la única persona que no debes defraudar es a ti misma.  Créate unos valores y lucha por mantenerlos.

Conforme escuchaba mis palabras, la princesa encendía su rostro.  Había hablado con un énfasis que ni yo mismo creía posible y sus ojos se habían teñido de dulzura y esperanza.  No la había convencido, porque ella sabía que todo era así, solamente necesitaba alguien que se lo dijera y le confortara.  Sé que para la princesa yo era un valiente.  Estaba equivocada, su misterio me arrancaba palabra a palabra sin poder meditar qué debía decir.

Quedamos en silencio y el momento dulce me hizo recordar a mi pájaro... y al de la princesa.

- ¿Cómo es que habló tu pájaro? -le pregunté.

- Mi pájaro nunca tuvo silencio, me acogía en la tristeza y me hablaba suavemente.  No podía suponer que en sus últimas palabras me anticipaba este final.  Al despedirse me dijo: “Nonato será tu paje, porque ahora eres princesa.  Está creado para servirte a ti y sólo a ti, en este paraje de ilusión.  Pertenece a mi universo y a él volverá cuando ya no tenga labor que cumplir contigo.  Yo regresaré cuando alguien sea digno de ser tu compañero”.  Y me dejó aquí, en esta roca que hoy es mi palacio.

- Dime tu nombre, princesa.

- Esperanza, amigo mío.

Dos sombras majestuosas descendieron hasta nosotros.  Nuestros pájaros nos tomaron quedamente, dejamos atrás el mundo de la fantasía y comenzamos un viaje al unísono hacia la realidad.

1 comentario

blanca estela -

Mi nombre también es Blanca Estela y además también soy una princesa, pues soy hija de un rey...