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Querida yaya (una carta de amor)

Querida yaya (una carta de amor)

Edmunda es mi abuela.  Nació en 1905 y rozó los 99 años de vida.  Fue casi madre de su hermano Felipe, ocho años menor que ella.  Se mudó de Alfambra, su pueblo natal, a Calamocha, y a los trece años era doncella para una familia importante que vivía en la calle Alfonso de Zaragoza.  Se casó con José en 1933 y tuvo dos hijas, Josefina, mi madre, y María Pilar, mi madrina.  Enviudó a los 42 años y se puso a trabajar como guardiana de tocador en el Teatro Argensola del Paseo Independencia.  Cuando en 1961 se convirtió en abuela, exclamó: ¡Ay, Dios mío, ojalá pueda verlo comulgar!  Y debe tener influencias por los entornos de allí arriba, porque el ruego se cumplió, no sólo conmigo, su primer nieto, sino con siete más y seis biznietos.  Me llevó de vacaciones a Cambrils, Salou y Navaleno, me compró cientos de pasteles, pero por encima de todo siempre me cogió de la mano cuando algún monstruo de la vida quería meterse conmigo. 

  

Querida yaya Edmunda:

Te estás marchando y te miro… y son dulces tus labios en los recuerdos de los besos que me regalabas para calmar mi angustia en los temores… besos que ahora se derraman en la hora de la despedida. Señora, dama escuchante de confidencias en el tocador del cine Argensola, que esperabas los descansos de la película para que alguna peseta sonara en tu platillo y te alcanzara para el pago del viaje hasta tu casa en el útlimo tranvía…. Ah, bendita cuidadora del aseo de señoras que, viendo la rosa púrpura de El Cairo, le pediste a Mia Farrow, cuando bajó de la pantalla, una moneda de oro para comprarme una breva de nata o una palmera de chocolate.  Y me señalabas a Clark Gable besando a Ava Gardner...  y a Gary Cooper solo ante el peligro, y a Marisol como si fuera mi novia… le habrías pedido un chistecico a Cantinflas, una mueca a Jerry Lewis o una canción a Luis Mariano...  llorabas con Vicente Parra cuando se fue María de las Mercedes y me jaleabas la llegada del séptimo de caballería.

Abuela, me dicen que te echaré de menos.  Oh, no, por Dios.   Tengo tus cabellos, hilos de seda blanca, tengo tus caricias en la nuca y tengo tus canciones de arrullo en las tormentas.  Ya ves, tengo un tesoro que no necesita tu presencia.

No te duela, yaya, la vida que no has vivido.  Descansa más allá del embrujo de tus películas y brilla más que aquella estrella de cine volando sobre mi sueño...

Descansa, descansa... vive más que nunca...  

Te quiero,

 

 Tu nieto José Antonio

1 comentario

Juanjo -

Precioso Jose Antonio, me has hecho revivir momentos preciosos, mi padre trabajo es esa empresa casi 50 años. Un saludo compañero "cinefilo"