La absorción de Alicia
Alicia trabaja en una empresa como administrativa comercial. Después de un par de años con rumores intermitentes y poca comunicación oficial, en junio pasado el Director General les informó de que se fusionaban con la empresa “Talytal” para garantizar la solvencia y el futuro de ambas organizaciones. Las condiciones de la fusión no supondrían ninguna merma en los derechos de los trabajadores y no se aplicaría ningún expediente de regulación de empleo. La fusión sería efectiva a partir del 1º de enero de 2010 y hasta entonces se comenzarían a unificar sistemas de gestión.
Desde junio a diciembre no tuvieron más información oficial, a pesar de que, por vía Comité de Empresa o vía conductos extraoficiales, se quiso extraer algún dato que redujera la incertidumbre. Según estimó un jefe adicto al trabajo, la productividad había bajado más del 25 % debido al nerviosismo y a la contraproducente preocupación por los acontecimientos que no se habían producido. Lo del 25 % era un cálculo fiable.
Alicia es madre divorciada, con dos hijos de 8 y 10 años que están bajo su guarda y custodia, por lo tanto le viene muy bien el horario continuado de mañana. Está identificada con la empresa, todos sus familiares y amigos son sus clientes debido a su propia influencia, aunque se queja del mal jefe que le ha tocado en suerte, bastante gritón, a veces histérico y muy mal organizado. De cualquier manera, ya ha aprendido a saber escucharle exclusivamente lo referido al trabajo y se aísla de esos malos modos presuponiendo que la consideran una buena trabajadora por ciertos detalles (le llama el propio Sr. Rodrigo, el Director General, para resolver algunas cuestiones técnicas).
A 31 de diciembre, sin que nadie supiera bien por qué, cinco compañeros suyos recibieron la carta de despido. Les adujeron razones organizativas; eran informáticos y sus puestos estaban duplicados con los de la empresa compradora. “¿Compradora?”. “Por supuesto. Talytal ha comprado a Seguretti, ¿no se lo habían dicho?”. “Esto era una fusión, creíamos”. “Exactamente, fusión por absorción… y nosotros absorbemos”.
El Comité pidió explicaciones y nadie les dio audiencia. Viajaron a la ciudad origen de la nueva empresa matriz y los llevaron directamente a un sótano, un jefecete de mediopelo les explicó tres cosas y los mandaron de vuelta. Suerte que les pagaron el viaje. El Sr. Rodrigo se escondía por los rincones mientras se supo que lo nombraban Director Territorial con una subida del sueldo que rondaba el 33%.
Los nuevos jefes consolidados comenzaron a llamar uno a uno a los empleados de la empresa de Alicia y, con diferentes discursos y estilos, les proponían cambios en sus condiciones de trabajo para ajustarlos a los de la empresa compradora. Alicia empezó a sufrir porque le proponían cambiar a jornada partida, lo que le rompía la organización familiar, además de cambiarle conceptos salariales fijos por otros variables, ya que iban a reconvertirla en comercial telefónica, y tendría objetivos en función de la retención de clientes. Siguiendo las instrucciones del Comité de Empresa se negó a cualquier cambio y a sufrir de un estrés cada día más inaguantable. Llegó a tener mareos y ahogos. La mitad de los integrantes del Comité de empresa, individualmente, aceptó los cambios que les proponían, pero siguieron pidiendo que nadie los asumiera.
Alicia puede arreglarse contratando a una asistenta para que le cuide durante dos horas a los niños las tardes de los lunes a los jueves (200 € al mes). Se integró en el otro departamento bajo la furia de su anterior jefe (ya está despedido), que proclamaba a los cuatro vientos cómo le estaban desmantelando la función más importante del negocio.
Alicia lleva quince días con su nuevo jefe. Malvive con el horario y apura gastos por los menores ingresos, pero, al menos, le ha bajado el estrés. Y cuenta, con una leve sonrisa, que su nuevo jefe, un chico joven de la empresa compradora le ha dicho tres veces lo que nunca escuchó en veinte años: “Pero qué bien haces las cosas, Alicia”.
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