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Molintonia

El vividor

El vividor

Martín fue alguien importante en su empresa.  Ahora ronda los 55 años y vive como un marqués, supuestamente hasta la jubilación.  Está esperando que alguna multinacional los absorba para buscar un acuerdo de baja incentivada o prejubilación generosa.

Dudo si la actitud de Martín es admirable o reprochable.

Lo ficharon de la empresa de enfrente hace unos veinte años para convertirlo en un importante directivo, pues apuntaba alto en su evolución.  Esa empresa de enfrente tuvo su absorción correspondiente en aquella época y llevó su corporación a otra ciudad.  Así, Martín se postuló ante un cazatalentos, que inmediatamente lo presentó a su empresa actual.  Con dos entrevistas, pasó a ocupar un puesto de mando superior, casi ya fuera de convenio, para sustituir al director de su especialidad no más allá de cuatro años después, si el hombre se jubilaba a los sesenta y cinco previstos.

Un año y medio antes de que ocurriera esta efemérides, cerraron otra empresa del grupo y trajeron a la corporación a varios directivos que no quisieron despedir.  Uno de ellos fue colocado por el director general como colega de Martín en funciones y en organigrama.  Partieron el trabajo por la mitad.

Martín, en cierto modo, es ingenuo.

Según me contaron, trabajó codo a codo en esa situación sin importarle lo que pudiera pasar a su alrededor.  Le confiaron la ejecución de proyectos importantes, ascendía en prestigio y le consolidaban su posición de reemplazo.  Se envaneció.  Se lo creyó… se volvió un arrogante, vamos.  Con inteligencia, claro está, sin que se notara en ciertos ámbitos, es lo que pretendía… pero parece ser que sus dotes de actor no se correspondían con sus buenas aptitudes profesionales.  El colega actuó.  Se fue colocando al lado de una directora staff que influía en las decisiones del Consejo de Administración incluso por encima del propio director general, sin ruido, bajo mano, con acciones de espía y confidente…  El colega lo hizo muy bien.

Ese director veterano a sustituir alargó un par de añitos su actividad laboral y, a los 67, como buen anticipador de la propuesta Zetapé, tomó las de villadiego con un sustancioso premio de jubilación.  Martín esperaba su nombramiento.

Martín esperaba su nombramiento…  Martín esperaba su nombramiento y no venía.  Su colega trabajaba en ese retraso con su directiva benefactora.  Consiguió que el director general, sin dar fe de sus actos, los colocó a prueba en un entorno competidor, liderando proyectos de igual importancia a modo de prueba selectiva para decidir quién de los dos ocuparía la vacante. 

Martín metió la pata… se dedicó a trabajar.  El colega encontró un buen equipo donde delegar, proporcionado por su mecenas, y extendió sus hilos incluso más allá del Consejo de Administración.  Se preocupó de potenciar y subir el sueldo al hijo más bien torpe del consejero que más gritaba.  Mientras, Martín, bandeándose entre el distrés y el eustrés se equivocaba en varias decisiones que hicieron perder dos importantes clientes.

Ascendieron al colega.

El colega no quiso aprovechar la valía de Martín.  Lo consideró un adversario vencido, pero no consiguió que el director general lo despidiera ni lo trasladara… así, que con cara de niño bueno, lo mantuvo en su equipo dándole trabajos menores.

Una vez que Martín espabiló, después de buenas dosis de ansiolíticos, antidepresivos, terapias y batacazos… logró su estado actual: viviendo como en el limbo, haciendo como que trabaja, robando minutos al horario, y convirtiéndose en experto en bolsa gracias al análisis online que realiza en Internet siguiendo. La propia empresa le paga una Blackberry y su conexión a la red. 

Así lleva cinco años sin visos de cambiar…  Hasta le suben el sueldo y todo.

Pulbicado en ForoRH, 8/4/2010)

 

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