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Molintonia

Las batallas

Las batallas no son un juego de niños, pero hay que hablar de ellas.

En todos los barrios de la ciudad se producen batallas de bandas, y Montemolín es un barrio de la ciudad.

Para que se produzca una batalla es necesario que existan dos grupos enfrentados por alguna razón.  Esta razón puede ser fundada e infundada.  En el primero de los casos, la batalla siempre es evitable; en el segundo, una imbecilidad.

A fin de poderse integrar en la moda de la historia humana (razón de batalla, pues, infundada), en el barrio de Montemolín se formaron dos bandas de chavales: la de Larrinaga y la de la plaza Utrillas.

La banda de Larrinaga se compone de muchachos que viven en las inmediaciones del palacio de dicho nombre, o que simpatizan, o están emparentados con ellos.  Su lugar de reunión y preparación de estrategias se localiza en una nave abandonada de la CEFA.  El capitán de la banda se llama Alonso, un chico moreno, delgado y alto, con fama de buen tirador y, en ocasiones, demasiado cruel.

En la plaza Utrillas, los miembros de la banda se reúnen junto a los bajos del pretil alargado, vertiente interior.  Por eso, en los ladrillos se ven dibujos que responden a los planes de ataque concebidos.  De entre José Cruz, Quique y Gonzalo, no existe un jefe decisivo.  Cualquiera de los tres lidera porque se reparten las acciones según el tipo.  José Cruz planifica, y en batalla es un soldado más.  Quique dirige a los grupos y Gonzalo capacita en los períodos entreguerras.  Uno u otro de ellos puede decidir en nombre de la banda.

No existe normativa sobre la adscripción a una u otra banda y puede pertenecerse a cualquiera de las dos sin que haya controversias de dominio.  Incluso puede darse el caso de chicos que en una batalla pertenezcan a banda distinta a la de la batalla anterior; no se exige lealtad de una contienda a otra.  Ahora bien, una vez iniciada la época de planificación, se mira muy mal un cambio de bando.  En el caso de descubrirse espías, se les condena a no permitirles acudir a los lugares de reunión habitual hasta que haya concluido la temporada de batalla, y ya nunca más podrán participar en los enfrentamientos.  Si a lo largo de una contienda, alguien discrepa de las órdenes o muestra disconformidad de la estrategia, debe retirarse y mantenerse al margen hasta la siguiente batalla (generalmente, por dignidad, el cambio no se produce hasta la temporada siguiente).  Se utilizan alternativamente dos campos de acción: la trasera de Giesa, como local de Larrinaga, y los antiguos depósitos de la Estación, como feudo de plaza Utrillas.

La trasera de Giesa es campo abierto con arboleda.  Se extiende desde el terraplén de la fábrica, que tiene incrustados bidones repletos de tierra, hasta los límites de la filla.  En esta cancha, se considera vencedor al bando que, a la hora de comer, ocupa mayor cantidad de bidones.  Los locales se protegen sacando la tierra y metiéndose en los bidones.  Los visitantes avanzan de tronco en tronco hasta ir llegando al terraplén.

Los depósitos de la Estación son unos grandes hoyos rectangulares con paredes de cemento, que contuvieron agua y carbón para las máquinas de vapor.  Existen cuatro depósitos.  Por todo el terreno hay casetas, grandes tuberías de metal, remolques, dos furgones destartalados y muros de contención.  Los locales tienen la posición de defensa de los cuatro depósitos en dos líneas: una de francotiradores sobre las casetas y los muros; la otra, en las inmediaciones de los hoyos, parapetados entre las hendiduras de sus pretiles.

Los proyectiles a utilizar son piedras seleccionadas con anterioridad por los jefes de ambos bandos.  Se trata de que no tengan aristas.  Está totalmente prohibido usar tanto tiradores o "tirachinas" como hondas a menos de veinte metros del objetivo, y en todas las confrontaciones se hace declaración jurada de su no uso.  Expresamente, debido a los avances tecnológicos, se ha tenido que incluir en la ley de guerra la prohibición de ballestas y armas de aire comprimido.

Operativamente, se trata de atacar las posiciones del adversario mediante el lanzamiento de los proyectiles, en tal abundancia que provoque la imposibilidad de mantener la defensa del puesto.  Si el lugar es tomado, se considera avance del visitante.  Hay que ser lo suficientemente hábil para mover a los soldados propios debajo de la propia línea de fuego, pues es imprescindible ocupar el espacio físico del puesto inmediatamente a su abandono.

Puede ocurrir que algún muchacho resulte lesionado.  Entonces se produce tregua para atenderlo, y un adversario (para equiparar las fuerzas), que si se conoce debe ser el causante de la lesión, lo acompaña hasta su casa.  Salvo casos de extrema gravedad, se continúa la contienda hasta la hora prevista, hora de comer.

A lo largo de la temporada se programan ocho batallas, cuatro en cada campo.  Si en el cómputo final, hay empate, se considera ganador a quien no lo hubo sido la temporada precedente.  El último sábado de agosto se procede a la entrega de los galardones: al bando campeón, al más arriesgado, al mejor estratega y al más disciplinado.  Se eligen de forma democrática.  En caso de lesionados, se les distingue con el premio de honor.

Al comienzo de cada temporada, se discute arduamente sobre si celebrar o no este tipo de contiendas.  Hasta hoy, se ha decidido continuar siempre y cuando existan guerras en la televisión, puesto que Montemolín también es parte del mundo.  Hay que decir que cada año presenta nuevos asistentes y más heridos.

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