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Molintonia

Entrevista de Antón Castro 9/4/2024

LETRAS ARAGONESAS. OCIO Y CULTURA

José Antonio Prades: “Montemolín existe y si escribo del barrio es por un acto de amor".

El escritor, que ha residido unos años en Buenos Aires, publica ‘Otoño contigo’, 44 cuentos, y exalta Zaragoza y ese espacio nativo y postergado

Con más de treinta libros de poesía, relato y novela a sus espaldas, José Antonio Prades (Zaragoza, 1961) publica un nuevo volumen de cuentos en papel y edición digital en Amazon, 44, con el que quiere abrir una nueva etapa en su extensa trayectoria: ‘Otoño contigo’, todo un inventario de asuntos, de atmósferas, de hechos y de espacios, que cristalizan en su amor a Zaragoza y en la exaltación del barrio de Montemolín.

¿Desde cuándo escribe cuentos?

Por poner un momento concreto, en 1977, con un relato de denuncia medioambiental gané un concurso de redacción en el colegio que, unido al impulso que me daban los profesores de Literatura, conseguí el convencimiento de que podía escribir algo más. Y, ya con consciencia de querer escribirlos como acto creativo, fue en 1982, con veinte años, cuando terminé mi primer relato, ‘Rosa Roja’, una alegoría sobre las dictaduras. Desde entonces, he ido combinando todos los géneros, pero me he sentido especialmente atraído por la narrativa breve.

¿Cómo se plantea el cuento? ¿ Le preocupan la concisión, la sorpresa final, la atmósfera? ¿Es usted de teorías o más intuitivo?

Un relato breve debe ser muy específico en esas tres condiciones, aunque no siempre son imprescindibles, ya que creo que es necesario que el autor trabaje con perspectivas diferentes. Para conseguir impacto, he buscado giros argumentales en el cuerpo de la narración, pero sobre todo en el final, que varias veces he dejado abierto para que provoque dudas y apertura de interpretaciones. Considero fundamental que la creación literaria provoque algo más que entretenimiento, que ayude a pensar y a cuestionar distintos aspectos como la sociedad, el poder, el crecimiento interior, las relaciones personales…

¿Cuál es la pequeña o gran historia de este libro? Concentra una buena porción de su narrativa breve, desde 1982, como decía, hasta 2022.

Estoy en una época de revisión y cambio, por lo que he querido despedir a la anterior y recibir la nueva con esa reunión de relatos, una selección propia de entre los 170 que he publicado. Hay 44 relatos, 22 de despedida y otros 22, inéditos en libros, de bienvenida. Estos números tan curiosos no los elegí adrede, surgieron sin premeditación y me resultó muy chocante. Hasta ahora he publicado nueve libros de relatos individuales más cinco colectivos dentro del grupo 3d3, y tres recopilaciones propias. Otra vez los números… Me atrae la numerología y la he aplicado habitualmente en mis creaciones.

"A los 32 años, salí hacia Buenos Aires por trabajo, estuve inicialmente tres meses sin familia, con compañeros recién conocidos y así me llené de nostalgia. Buenos Aires es un lugar ideal para sentir nostalgia de España, y escribí de memoria y de sopetón ‘Fábulas de Montemolín’"

Vayamos con el título: ‘Otoño contigo’...

Se titula ‘Otoño contigo’ por la connotación de los dos términos por separado. ‘Otoño’ es por mi momento vital y por esa visión especialmente romántica, a veces melancólica de esa estación. La naturaleza siempre supone una metáfora, quizá un aprendizaje para entender nuestra evolución existencial. Y ‘contigo’ trae esa referencia de diálogo y cercanía con quien lo reciba, es una llamada directa sobre lo que considero mi forma de narrar de intimidad a intimidad. La unión es entonces mi ofrecimiento en el presente para que estemos en compañía, esta vez por medio de la lectura.

Hablemos de asuntos, de argumentos. Le interesa un poco todo: la vida cotidiana, el asombro, el deporte, la fantasía, las vidas inadvertidas y humildes...

He tocado muchos temas y con enfoques variados. Me introduzco en mundos cotidianos, sí, de personajes sencillos a quienes ocurren hechos anormales, que pueden ir desde un hechizo hasta un partido de fútbol. He trabajado bastante con el realismo mágico llevándolo a más extremo, como si fuera un expresionismo o naturalismo sobrenatural o prodigioso. También, por mi profesión, he buceado en temáticas de empresa, de gestión de personas, de liderazgo, tanto desde un punto de vista técnico como de ambientación de las historias. De todas formas, pienso que no es tan importante lo que cuentas, sino cómo lo cuentas. Me interesa menos la historia, sin hablar de minusvalorarla, que los personajes. He querido enfocar la creación desde la posición de los seres humanos frente a sus circunstancias y no al contrario.

¿Cómo elige los escenarios?

Podría decirse que la elección responde a cada necesidad de los personajes y del entorno más adecuado para lo que quiero contar, nunca han tenido prioridad en la planificación del argumento. Tiendo más a la profundidad psicológica que a la descripción de ambientes. Pero hay un hecho curioso. En mi primera etapa creativa, renuncié expresamente a ubicar la acción en algún lugar conocido, no hacía mención a sitios concretos y así aparecía habitualmente algún tono mágico con el que empecé a familiarizarme, como ocurrió en esa primera trilogía de ‘Un amigo te guarda’, que transcurre en un país alegórico con personificación de las flores, o en ‘Don Manuel’, con un bosque como retiro de un apóstol, o en ‘La Casa Digna’, donde se atisba una dictadura latinoamericana. Más tarde, me centré en mi barrio, en Montemolín, al que añoré en mi periplo porteño, adjudicándole incluso el carácter de territorio mítico, al modo de Macondo por García Márquez, Comala por Juan Rulfo, Dublín por James Joyce o el barrio del Carmelo por Juan Marsé, para ampliar después el ámbito hasta Zaragoza completa, con referencias concretas y declaración amorosa.

Una imagen, ante los descampados, del palacio de Larrinaga, donde jugaba de niño José Antonio Prades.
Una imagen, ante los descampados, del palacio de Larrinaga, donde jugaba de niño José Antonio Prades.ARCHIVO PRADES.

Ya son bastantes los narradores de Montemolín: Gabriel García Badell, Rodolfo Notivol, Olga Bernad, José Giménez Corbatón, Jorge Sanz Barajas y, entre algunos otros, usted que lleva el barrio por bandera.

Sí. Por ejemplo, en mi última novela publicada, ‘Nadine, l’amour’, el protagonista recorre literalmente de norte a sur la ciudad, justo en el sentido complementario al que hizo Gabriel García Badell con su ‘De Las Armas a Montemolín’, de oeste a este, y recreo tres lugares míticos que Zaragoza ofrece a los enamorados: el palacio de Larrinaga en mi barrio, la torre del Trovador en La Aljafería, y la fuente de la Princesa, en el Parque Grande José Antonio Labordeta. Tengo una novela inédita, que espero publicar este año, con tintes de autoficción, que he ambientado en Buenos Aires, Madrid y Zaragoza, mis tres lugares de residencia, y aquí muevo a los personajes por lugares arquetípicos de la ciudad: el templo del Pilar, la plaza de Los Sitios, el paseo de Las Damas…

"Recreo tres lugares míticos que Zaragoza ofrece a los enamorados: el palacio de Larrinaga en mi barrio, la torre del Trovador en La Aljafería, y la fuente de la Princesa, en el Parque Grande José Antonio Labordeta"

Entre los personajes hay un poco de todo en cuanto a oficios y personalidad. ¿Los sueña, se los dicta la realidad?

Estoy seguro de que antes de ponerme a escribir su historia, los personajes, que tienen vida previa, por supuesto, se han puesto en contacto conmigo, no sé si en sueño lúcido o subconsciente, pero desde luego que involuntario, no inicio su búsqueda, a veces hasta me muestran su aspecto físico a lo largo de su vida. Yo creo que es algo así como ‘mediúmnidad’, que los personajes viven en su mundo invisible y cuando quieren que conozcamos lo que desean contarnos, se incorporan en el cerebro y en el alma de quienes escribimos y no paran de insistir hasta que les hacemos caso.

¿Quiénes son sus personajes favoritos?

Es difícil de elegir entre tus hijos o nietos. He trabajado con personajes que son mis ‘alter ego’, más o menos fieles o afines a mi deambular, más o menos modificados para hacerme vivir otras vidas en esta. También he trabajado con personajes que son calco de personas cercanas a mí, que he sentido, o siento muy cerca, o con las que he convivido y resaltan por alguna característica individual o aventura vivida. Diría que ‘La rosa roja’ o ‘La princesa blanca’, mis dos primeros cuentos que se titulan como las protagonistas, son los personajes que revivo con más cariño, pero ahora mismo me llega la imagen de Cat, que es el espíritu de esa novela inédita, junto a sus ‘partenaires’, Bern y Yul, que se crean una historia conjunta al modo de los tríos protagonistas de ‘Jules et Jim’, ‘Epílogo’ o ‘Dos hombres y un destino’.

¿Qué le da Zaragoza como escenario, y especialmente Montemolín?

En mis años de adolescencia y juventud, por un sentimiento de cierta superioridad, no quería ser un chico de barrio, aspiraba a volar y volar con aires de importancia y ambición. A los 32 años, salí hacia Buenos Aires por trabajo, estuve inicialmente tres meses sin familia, con compañeros recién conocidos y así me llené de nostalgia. Buenos Aires es un lugar ideal para sentir nostalgia de España, y escribí de memoria y de sopetón ‘Fábulas de Montemolín’. Eso me sirvió para reflexionar sobre aquel desapego ciertamente soberbio, y me avergoncé tanto, que creo que más de dos tercios de mi creación posterior están ubicados o inspirados en mi barrio o en mi ciudad. En la novela citada, nombro setenta dos veces ‘Zaragoza’ (aún la tengo que corregir), quizá como penitencia o acto de contrición, pero me siento bien, no es dolor, sino agradecimiento.

Montemolín ya se ha convertido casi en una obsesión.

Sí. Buena parte de mi tiempo lo estoy dedicando a que se haga evidente su existencia, que nos lo quieren subsumir entre Las Fuentes y San José, y no. Esos dos barrios son muy queridos también para mí, por cosas del fútbol y de mis novias, pero Montemolín existe y espero dejar constancia con mi humilde aportación. Puede decirse que es un acto de amor.

José Antonio Prades, con sombrero, con su familia en el barrio de Montemolín.
José Antonio Prades, con sombrero, con su familia en el barrio de Montemolín.ARCHIVO FAMILIAR PRADES.
Antón Castro
Antón Castro REDACTOR DE CULTURA DE HERALDO DE ARAGÓN

Antón Castro (Arteixo, A Coruña, 1959) se formó en ‘El Día de Aragón’ y ‘El Periódico de Aragón’. Desde 2001 trabaja en HERALDO en la sección de Cultura y en la web. Coordina el suplemento ‘Artes & Letras’ desde 2002. Y en 2013 recibió el Premio Nacional de Periodismo Cultural.

Malinche, símbolo femenino de la colonización americana

Malinche, símbolo femenino de la colonización americana

Análisis del impacto de la figura de Malinche en la historia mexicana desde tres puntos de vista, expresados en estos tres textos:

 

„  Esquivel, Laura. (2005). Malinche. (pp.92-97)

„  Garro, Elena (1964). La culpa es de los tlaxcaltecas. En La semana de colores

„  Paz, Octavio. (2007 [1950]). Los hijos de la Malinche. En El laberinto de la soledad

 

MALINCHE, SÍMBOLO FEMENINO DE LA COLONIZACIÓN AMERICANA

La perspectiva de género que se ha desarrollado en las últimas décadas, aplicada a la historia de la conquista española, permite analizar el rol de la mujer y el significado de la femineidad en esta época histórica (1516-1519) desde otro punto de vista.

Los tres textos propuestos presentan diferencia en cuanto a su género literario.  Mientras que el extraído de Los hijos de la Malinche, de Octavio Paz, y que está incluido en su obra Laberinto de la soledad (1950), es un ensayo en el que se analiza la expresión ‘los hijos de la Chingada’, los otros dos son fragmentos de obras de narrativa.  La culpa es de los Tlaxcaltecas, de Elena Garro, incluida en el libro La semana de colores (1964) es un relato corto, con aplicación de elementos del realismo mágico, en el cual, la protagonista, un trasunto de la Malinche, vive dos realidades paralelas en épocas distantes. El tercer fragmento está extraído de una novela, Malinche, (2005), de Laura Esquivel, narradora mexicana que ficciona en términos contemporáneos la historia de la controvertida figura femenina en la Conquista, en la cual, esta ‘lengua’ (persona que traduce) mexicana es accedida sexualmente por Hernán Cortés en una secuencia con toques eróticos que pretenden expresar la analogía de una violación con la propia conquista del territorio y la destrucción de una civilización.

Las teorías feministas de Silvia Federici y Rita Segato quieren mostrar la imagen del continente americano con una simbología de mujer, estableciendo en ella los signos de explotación, apartamiento y menosprecio. Partiendo de teorías que a lo largo de la historia han expresado la inferioridad del sexo, se alargan en su interpretación para entender, con ese punto de vista, el impulso que movió a los conquistadores, quienes espejaban esa imagen femenina y, por tanto, inferior en su conceptualización, a todo el continente.  Marcaban así el deseo de posesión, la imagen de belleza y de aventura inexplorada, que desembocan en el fanatismo que lleva al maltratro y a la violación, rasgos proyectados de las acciones bélicas que constituyeron el dominio español.

Resulta llamativa y muy interesante la exposición que Octavio Paz presenta sobre el significado de la expresión ‘hijo de la chingada’. Aplicando ‘chingada’ a la madre, el personaje femenino más querido, busca rebajar su valor hasta llevarlo al suelo y pisotearlo para agravar la ofensa. “…la Chingada es la Madre abierta, violada o burlada por la fuera.  El ‘hijo de la Chingada’ es el engendro de la violación, del rapto o de la burla”.  La importancia radica en el acto volitivo de la mujer.  Mientras que la furcia recibe al hombre con consentimiento y hasta con deseo, aunque sea económico, la chingada es violada o raptada o burlada.  Hay violencia en el acto, lo que degrada aún más, ofende aún más.  Paz lleva su comparación hacia la figura de la Virgen y su cotejo, donde ‘la chingada’ sale peor parada respecto a su pasividad.  Desde ese punto, y tras indicar que “es la atroz encarnación de la condición femenina”, el escritor comienza a subsumir esos significados con la Conquista: “…no me parece forzado asociarla a la Conquista, que fue también una violación”. Y queda representado en la Malinche, que es “las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles”. A partir de ese momento, el ensayo se introduce en el cambio de paradigma que se ha producido en la sociedad mexicana al entender su verdadero origen, con el dolor que supone romper con la ideología anterior tan arraigada. 

El relato La culpa es de los Tlaxcaltecas presenta una profundidad extrema, desarrollado entre dos realidades paralelas que rompen con la linealidad temporal y cuya frontera es un puente (“Yo me quedé en la mitad del puente blanco…La luz era muy blanca y el puente, las lajas y el aútomóvil empezaron a flotar en ella”).  Está cargado de símbolos que representan a la masculinidad, cargada de un componente de dominio, con la significación del mundo opresor que conquista; el hombre indígena, identificado como familiar (primo, y a la vez marido, en ese pretendido incesto que se adjudicó a la Malinche, aquí llamada Laura, para añadir más infamia a la consideración de traidora por ambas partes.  El realto es una excelente muestra del valor literario de Elena Garro.  Presenta un llamativo juego de voces y tiempos intercalados que desbordan el seguimiento y la atención del lector hasta entender que se encuentra en un viaje entre dimensiones temporales, en una ensoñación que puede ser real o en la presentación de una locura del subconsciente.  En cualquier caso, dentro de la historia de la Malinche, es un grito de dolor y petición de auxilio desde la acusación de traidora, que se le adjudicó durante siglos, “traicionera”, solo por el hecho de ser mujer.

En el tercer texto, aparece una narración lineal, muy centrada en una relación íntima, con una estética que pretende ser erótica entre un contacto deseado y una posesión a la fuerza entre Hernán Cortés y su amante Malinalli, nombre indígena de Malinche. La secuencia se inicia con el deseo de la muchacha de brillar.  A continuación, relaciona la excitación sexual que le provoca al hombre la visión de la exhuberancia de las tierras, de sentir que son suyas, con la visión de Malinalli bañándose desnuda.  El giro de la descripción de las tierras hacia la del cuerpo desnudo de la muchacha simboliza la antes indicada asignación simbólica del continente americano a la imagen de una mujer; una mujer a merced del conquistador, del hombre, a la cual posee, a pesar de sus esfuerzos por evitarlo.  Pero no lo consigue.  Sigue buscando dominarse y, tras lamer con lujuria su pezón, simbólico alimento, a la vez que excitación, que pretende extraer de la tierra conquistada, se entrega a su deseo irrefenable.  “No le importaba nada, más que entrar y salir de ese cuerpo”.

Los tres textos son diferentes y complementarios, los tres dirigidos hacia la expresión simbólica de la asignación de la condición femenina a la tierra de las indias, aplicándole esas características que el mundo masculino atribuye a la mujer: belleza, aventura, conquista, dominio, explotación, fruto… Es significativo observar la diferencia de tratamiento entre las Crónicas, especialmente la de Bernal Díaz del Castillo, y estos textos contemporáneos; aquéllas desde la idealización y subjetivización de los autores, y éstos desde la ficcionalización de una historia con intención de mostrar otros puntos de vista sobre lo que significó lo ocurrido.

A mi parecer, estas teorías son interesantes para crear metáforas literarias y textos atractivos con la transferencia psicoanalítica.  Puede resultar apropiado como hipótesis creativa, pero, desembocarla en una tesis que pretenda explicar situaciones solo desde ese punto de vista, me parece forzado y parcial, sobre todo si no se añaden otras acciones que, tanto los conquistadores de las indias como los hombres, en general, han aplicado en su relación con las tierras colonizadas y el mundo femenino.

Aproximaciones de la literatura al fútbol

Aproximaciones de la literatura al fútbol

No es corriente encontrar estos dos términos tan juntos, literatura y fútbol, la primera considerada un arte mayor, de oficio refinado, intelectual y casi siempre solitario, en silencio creativo o contemplativo, mientras que el segundo es una actividad física, practicada en equipo, presentada ante masas enfervorizadas, de poco rigor para el intelecto y mucho que ver con las pasiones encendidas. 

Pero los caminos hacen extraños compañeros de viaje y como, ya desde el principio del artículo, me veo obligado a asegurar su relación para proseguir en la creencia de que transmito credibilidad, me permito incluir, a modo de prueba pertinente, una lista bibliográfica que los une, con el riesgo de que alguien me acuse de haber colocado la tirita antes que la herida.

¨     Salvajes y sentimentales, de Javier Marías, por Aguilar

¨     Los Cuadernos de Valdano, de Jorge Valdano, por Santillana 

¨     El Fútbol contado con sencillez, de Alfredo Relaño, por Maeva

¨     El fútbol a sol y sombra, de Eduardo Galeano, por TM Editores

¨     Yo Soy el Diego, de Diego Armando Maradona, por Planeta

¨     Me gusta el futbol, por Johan Cruyff, de  Ediciones B

¨     Cuentos de fútbol I y II, (Selección de Jorge Valdano), por Alfaguara

¨     El Fútbol que Viví...... y que siento, de Adolfo Pedernera, por IPESA

¨     Aquellos domingos de gloria, de varios autores, por La Esfera de los Libros - Marca

¨     Gracias, Vieja, de Alfredo Di Stefano, por Aguilar

¨     Locas por el Fútbol, de Eva Orúe y Sara Gutiérrez), por Temas de Hoy

¨     Historia del fútbol, del juego al deporte, por Alfred Wahl, de  Editorial B

¨     Ronaldo, un genio de 21 años, por Wensley Clarkson, de Cooperación Editorial

 

  • …Horacio Quiroga y su relato ’’Suicidio en la cancha’’
  • …Pablo Neruda, y su poema “los Jugadores”, en su obra Crepusculario
  • …Mario Benedetti  y su cuento ’’Puntero izquierdo’’
  • …Rafael Alberti y su ’’Oda a Platko’’, portero del Barcelona

 

El poeta brasileño Vinicius de Moraes escribió un célebre poema a Garrincha; el español Camilo José Cela, sus “Once cuentos de fútbol”.

Pero lo más conocido de todos es “El penal más largo del mundo”, de Osvaldo Soriano: la historia de un tiro desde los once metros que dura una semana entera, sobre lo cual se rodó una película en España hace tres años con el mismo título.

Estos datos sirven para avalar una realidad que se ha negado mucho tiempo: que la literatura y el fútbol están hermanados por un pacto de sangre, por algo más allá que un matrimonio.

Algunos intelectuales despreciaron este deporte y estimaron que no debía ser objeto de atención, como Rudyard Kipling, que inició esa mala relación en 1880, desdeñando al fútbol y “a las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”.  Y prácticamente, desde esa fecha, el desencuentro se mantuvo generalizado hasta los años setenta.

Jorge Luis Borges también se despachó: "Es feo estéticamente. Once jugadores contra once, corriendo atrás de un balón no son especialmente hermosos", expresó. Estaba claro que entre las letras y la pelota no había amor.

Borges abundó en ese desdén, influido o arropado por la idea de que el futbol es el opio de los pueblos, que engaña a millones de estúpidos, por cuanto se convirtió en arma de dictadores para despistar al pueblo, sobre todo en su país, con la celebración del Mundial de 1978 para mayor propaganda de la dictadura militar.  En ese sentido, Eduardo Galeano también afirma:  “El fútbol se parece a Dios en la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales. Su historia es un triste viaje del placer al deber. El fútbol y la patria están siempre atados y los políticos y los dictadores especulan con esos vínculos de identidad”.

Otra anécdota sarcástica de Borges sobre el fútbol sucedió precisamente en el Mundial citado, cuando Argentina venció a la magnífica selección holandesa y se proclamó campeona del mundo. Buenos Aires era un alboroto. Ese día Borges organizó una conferencia sobre Baruch Spinoza, el filósofo holandés. Los asistentes lo miraron con asombro y el maestro dijo: “¿Acaso alguno de ustedes piensa que ser de Argentina es mejor que ser de Holanda?”.

No voy a seguir contando ataques de los literatos al fútbol, que los hay, porque ya desde mediados del siglo XX, con setenta años de historia futbolística, cuando la literatura dejó de ser elitista y llegó al pueblo llano, tuvo la osadía de embarrarse en un campo de fútbol.

 

 

Le preguntaron a Valdano:  ¿Son incompatibles el fútbol y la literatura? 

Y Valdano contestó: “Leer un libro no sirve para jugar mejor al fútbol ni jugar un partido sirve para hacer mejor literatura. Son dos juegos (fútbol y literatura) que tienen diferentes modos de expresión y que resultan compatibles a fuerza de ser distintos”.

Otra pregunta: ¿A qué cree debida esa relación de amor-odio entre ambas disciplinas?

Contestación de Valdano: “Es la desconfianza  que siempre ha tenido la mente con respecto al cuerpo. Los intelectuales se desmarcaron del fútbol por considerarlo una expresión popular menor, por deducir que era, como la religión, "el opio del pueblo", por desconfianza hacia la masa y, finalmente, por snobismo. Por su parte, el mundo del fútbol presumía de hombría en el peor sentido, esto es, desde la exhibición de la brutalidad”.

Sigo haciendo constar opiniones, ahora la  de Juan Sasturain (1945), periodista editor de la sección Deportes del diario Página 12, de Buenos Aires, sobre los contactos entre el fútbol y la literatura:

 Tanto la práctica del fútbol como el ejercicio de la literatura, llevados a su grado de excelencia y respeto por los medios y posibilidades, pueden (aunque no suelen) alcanzar el grado de la artisticidad: pueden ser un arte, no sólo una actividad reglada por la eficacia o un trabajo marcado por la recompensa. El manejo de la pelota como el del lenguaje -puestos en buenos pies y manos- son un desafío a la creatividad y de ahí, de esa tensión por encontrar una forma original, cada vez única, para resolver dificultades expresivas, puede saltar la belleza. Ambas actividades tienen en común su condición de juego en tanto desafío, actividad en el fondo inmotivada, asunción de un riesgo y entrega personal. Las habilidades que requiere el fútbol (saber golpear una indócil pelota con cualquier parte del cuerpo que no sean las manos) no sirven absolutamente para nada... Para nada que no sea el fútbol. De ahí su equívoca grandeza.

Resulta evidente que Juan Sasturain es un apasionado del fútbol.  Curiosamente, se da entre algunos intelectuales el deseo de justificar la unión de la literatura y el fútbol, como si se sintieran necesitados de ligar externamente esas dos pasiones que les producen cierta incomodidad en su conciencia.  En cambio, Miguel Pardeza, interpelado en una entrevista televisiva sobre sus gustos literarios, contestó a la cuestión de si el fútbol es un arte, después de pensar largamente para medir sus palabras, algo así:  “El fútbol requiere de habilidad corporal y, en su intento por agradar al público, se provocan acciones estéticas, pero de ahí a calificarlo de arte queda mucho trecho”.

Me gustaría destacar una obra, cuya principal originalidad es que trata de futbol escrita por dos mujeres, las periodistas españolas Eva Orúe y Sara Gutiérrez y que fue publicada por primera vez en Internet.  Se titula “Locas por el fútbol” y habla de un deporte, el fútbol, inventado por y para hombres, y que fue durante muchos años un terreno vedado a las mujeres. No sólo eso: el fútbol se convirtió en un rival, y miles de novias y esposas cantaron convencidas, durante años, aquel pegadizo por qué, por qué los domingos por el fútbol me abandonas. Sin embargo, poco a poco, las mujeres han saltado al campo para convertirse en protagonistas del espectáculo. ¿Qué tiene el fútbol que las vuelve locas?  Ese es el argumento de esta novela tan divertida.

Eduardo Galeano, escritor uruguayo, es el autor de esta definición tan aguda y repleta de sarcasmo y calidad literaria: “el árbitro es arbitrario por definición. Este es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera. Silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula los golpes. Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación: el amarillo que castiga al pecador y lo obliga al arrepentimiento, y el rojo que lo obliga al exilio (...) A veces, raras veces, esa decisión del árbitro coincide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias, los hinchas tendrían que inventarlo si él no existiera. Cuanto más lo odian, más lo necesitan”.

Tras un partido entre Junior y Millonarios, Gabriel García Márquez declaró: ’’No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago públicamente a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien’’.

Mario Vargas Llosa llegó a ser columnista deportivo en “El País” durante el Mundial de 1982.  Ha expresado su amor por el fútbol en reiteradas ocasiones y en su artículo “El corazón goleador” se expresa así:

El fútbol (muy de vez en cuando) no es una operación matemática de resultados previsibles, sino un encuentro de seres vivos que juegan más para divertirse y gozar que para un salario o una copa. Esas tardes, en las que el corazón mete los goles y no los pies, se recuerdan después como una de esas experiencias que nos reconcilian a nosotros, los hinchas pobres diablos con la vida".

Otras referencias al fútbol por artistas y literatos, recogidas por Hernán Bienza, son:

Javier Marías dijo que ’’el fútbol es la recuperación semanal de la infancia’’ y ha escrito varios artículos sobre fútbol, especialmente uno que habla de Zinedine Zidane, autor de un “gol sobrenatural”.

El intelectual comunista Antonio Gramsci lo definía como ’’el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre’’.

Con cierto tono meloso, el checo Milan Kundera escribía que ’’tal vez los jugadores tengan la hermosura y la tragedia de las mariposas, que vuelan tan alto y tan bello pero que jamás pueden apreciar y admirarse en la belleza de su vuelo’’.

Y el multifacético Pier Paolo Pasolini dejó la mejor definición que la literatura pudo hacer de este deporte, que remite a los juegos circenses de la Roma antigua:

’’El fútbol es un sistema de signos, por lo tanto es un lenguaje. Hay momentos que son puramente poéticos: se trata de los momentos de gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código: es una ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad.  Igual que la palabra poética.  El goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año. El fútbol que produce más goles es el más poético. Incluso el dribling es de por sí poético (aunque no siempre como la acción del gol). En los hechos, el sueño de cada jugador (compartido por cada espectador) es partir de la mitad del campo, driblar a todos y marcar el gol. Si, dentro de los límites consentidos, se puede imaginar en el fútbol una cosa sublime, es ésa. Pero no sucede nunca. Es un sueño’’.

El periodista recopilador de estas definiciones, un apasionado argentino, después de transcribir las palabras del cineasta italiano, se siente obligado a rendir pleitesía a su dios con esta expresión: “Pasolini, obviamente, no había visto jugar a Diego Maradona. A pesar de desmentidas por el segundo gol del ’’Diez’’ a los ingleses, sus palabras están llenas de verdad poética. Pero de eso podría tratarse este desencuentro entre las letras y la pelota: Maradona tampoco había leído a Pasolini”.

Es conocida también la anécdota del Bryce Echenique colegial que jugó en la selección infantil de Universitario contra el Independiente argentino. Bryce entregó a cero su portería en la primera parte, pero en el segundo tiempo pidió jugar por el cuadro rival. Según ha explicado el escritor, quería sentir lo que sentía el otro, sentir lo suyo, ponerse en su lugar. A Bryce lo botaron a patadas del estadio y hubo quien le gritó “traidor a la patria”.

Se sabe que Albert Camus fue igualmente portero juvenil en la Universidad de Argel(Heraldo de Aragón, en “Hace 50 años”, publica el pasado 7 de Enero: El escritor francés Albert Camus… fue un excelente guardameta; una lesión pulmonar le hizo abandonar el fútbol); también, que Rafael Alberti, hincha del Barcelona, tuvo un duelo en verso con Gabriel Celaya, fanático del Real Sociedad.  Vladimir Nabokov jugó de portero y una vez, tras parar un balón en el césped, recibió tal cantidad de patadas en la cabeza que sufrió una conmoción.  Günter Grass ha dedicado un poema al Friburgo, el equipo de sus pasiones.

 

 

Jugué al fútbol durante treinta años, lo que me ha proporcionado experiencia y conocimiento para saborear sus cualidades y entender sus defectos, pero además me dio base para entender que la literatura y el fútbol se unen tal como se convierten en una pasión doble, la del hincha, forofo, profesional o estudioso de ese deporte con la del escritor que la reverbera en sus páginas a modo de catarsis expresiva.

En mi búsqueda para documentar este artículo, encontré un relato de un escritor argentino nacionalizado español, Andrés Neuman, ganador del último premio Alfaguara de novela, que me trajo sensaciones muy parecidas a las que me invadían en mi época futbolera.  Por eso, quiero finalizar transcribiendo unos párrafos de ese relato que creo muy especiales:

“Mi infancia son recuerdos de un patio con gravilla. Gritos desaforados. Mucho viento. La inminencia de un timbre. Los zapatos demasiado justos. Y algo más. Qué. Una pelota. De plástico anaranjado, o de cuero muy frágil, casi descosida.  

Yo no sabía, por entonces, que a la pelota debía llamársela balón. Además, como estudiaba francés en el colegio, semejante mote me habría parecido una blasfemia o una concesión algo afeminada. Y en la escuela, señores, había que ser macho. Había que ser tan macho, tan rabioso y tan bestia, que el balón, no sé si me comprenden, de ningún modo podía ser masculino.  

A mí, qué quieren que les diga, el fútbol me salvó de muchas cosas. De ser el púber tísico, aspirante a poeta, al que todos martirizan en el patio. De no poder intercambiar más de tres o cuatro gruñidos vagamente sintácticos con la mayoría de la especie masculina; esa especie brusca y hermética con la que rara vez conseguía encontrarme cómodo. El fútbol me salvó, también, del riesgo de ignorar el cuerpo, tendente como era a elucubrar y a soñar despierto. El fútbol me enseñó que, en la vida, si uno echa a correr debe hacerlo hacia adelante. Que a la belleza, casi siempre, le ponen zancadillas. Y me enseñó, desde luego, que no conviene hacer la guerra solo, y que el enemigo, ay, es siempre demasiado parecido a nosotros. Cada vez que me preguntan qué habría sido de mí de no ser escritor, cuando estoy a punto de responder que nada en absoluto -un escritor de veras, como sabía Rilke, es incapaz de imaginarse un destino distinto a la escritura-, me viene a la mente un sueño infantil que duró algunos años. De modo que carraspeo, sonrío y replico: quizás habría sido futbolista.”  

 

 

Publicado en el número 3 (junio 2010) de la revista Imán - Asociación Aragonesa de Escritores

Gregorio, de la generación resistente

Gregorio, de la generación resistente

Cuando Gregorio nació, ya estaba creada en su entorno la fuerza que le llevaría por la vida con un hilo resistente, de seda o esparto, según los tiempos, fuerte por obligación y largo por destino.  Su madre, Isidra, hacía pocas semanas que había recorrido andando el trayecto desde la casa de sus suegros, en La Cartuja de la Concepción, hasta la torre Olivera, porque quería dar a luz junto a la abuela Miguela, igual que había hecho en su primer parto, el de Pilar. Más de cinco kilómetros recorridos con nueve meses de embarazo. Era el 17 de noviembre de 1930, inicio de la década en que la España de Primo de Rivera pasó de la ilusión de la República a la oscuridad tenebrosa de la Dictadura, con una guerra civil de por medio, bombas, balas, hambre y muerte.

La alegría llenó la familia provocando las sonrisas de Bernardo, su padre, y su hermana Pilar, que festejaban dejando atrás el dolor por la muerte de Isabel, hija y hermana que perdieron a los pocos años de nacer.

Gregorio, con rizos royos y mirada bondadosa, correteó por los campos de la frontera del barrio de Montemolín, cerca de las arboledas de Cantalobos, mirando cómo pasaban silenciosas las aguas del río Ebro, hasta que destinaron a su padre a La Zaida, a 55 kilómetros de Zaragoza.  Era guardagujas en MZA, una empresa de ferrocarriles que había comprado esa línea.  Y allí les pilló uno de los frentes más duros de la guerra, el choque entre los dos ejércitos que provocó el desalojo de los pueblos en toda la zona y que tuvieron su éxodo desde las orillas del Ebro hasta Almudévar, donde se habían preparado campamentos de refugiados.  Bernardo había sido movilizado a Barcelona por el Gobierno republicano.  Las tropas nacionales avanzaban aguas arriba del Ebro y Gregorio, con cinco años, de la mano de su madre y de su hermana Pilar, de nueve, se unieron a las columnas de los desahuciados, más de 100 kilómetros en los que pasaron bombas a su lado, soldados maltrechos y miedo, mucho miedo.  Recuerda Gregorio que una bomba les pasó por encima de la cabeza, no estalló porque cayó en tierra de labor, pero a su hermana le salió sangre de los oídos.

En Almudévar estuvieron unos cuantos días. Algunos soldados les daban ropa o utensilios de lo que habían robado en los pueblos que iban conquistando, pero un sargento autoritario se las hizo devolver y llegó a amenazar con matarlos mientras su madre le rogaba de rodillas que no disparara.  También recuerda Gregorio un bombazo contra un autobús y a los soldados heridos salir gritando y gimiendo.  Finalmente, los trajeron a Zaragoza en camiones de las tropas golpistas.

Se instalaron en la torre Olivera primero, y después, vuelta a La Zaida, a esperar las visitas del padre, a vivir del estraperlo, o de la venta de bocadillos a los soldados transportados en los trenes que paraban en esa estación.  Terminó la guerra y regresó Bernardo, y Gregorio pudo recibir su primera formación en la escuela municipal... Pero en 1944, una trombosis tras una operación de hernia dejó a la familia sin el padre. No había nada que hacer en La Zaida y se mudaron a Zaragoza.

Gregorio, con trece años, tuvo que ponerse a trabajar.  Ayudaba a su madre a vender fruta o a recoger cartones o leña, lo que pudiera venderse y así conseguir algo de dinero para sobrevivir.  En 1939 había nacido su hermano pequeño, Antonio.  Eran cuatro bocas para alimentar.  Vivieron en la calle Manuela Sancho, cerca de la iglesia de San Miguel, luego tan importante en su historia.  Consiguió empleo en una carnicería de la calle del Salvador para ayudar en la fabricación y venta de morcillas, donde además de ganarse un sueldo, conoció a Josefina, una muchachita que vivía justo enfrente, con su madre Edmunda y su hermana María Pilar.  Aún no habían cumplido los 14 y los 17, y se hicieron novios, novios de entonces.  En aquellos tiempos oscuros de dura dictadura, estuvo muy vigilada la expresión de amores en la calle, con multas y calabozo a quien los mostrara en público.  En el portal de la calle del Salvador, casi esquina con Privilegio de la Unión, la parejica se hacía algunos arrumacos cuando un policía de paisano los vio y quiso llevárselos a comisaría. Gregorio, algo farruco, se dio la vuelta tapando a su novia, dijo en alto “tú, Josefina, métete en casa” y al hombre “yo voy con usted”.  Salieron a la avenida y, en cuanto vio un tranvía, se echó a correr como alma que lleva el diablo, se subió a él y perdió de vista a su captor.  Parece ser que había besado a Josefina en los labios.

Fue Gregorio aspirante a torero y futbolista, participando en capeas primero, como torero especialista en el estoque, y en torneos juveniles después, como portero especialista en parar penaltis por aguante al tirador. Pero cuenta que, sin tiempo y sin padrinos, no pudo triunfar, porque potencial tenía.  Lo quiso fichar un Tercera División, el Celta, y algo se rumió para el Arenas.  Su equipo fue el Atlético San José.  Entrenaban en un sótano y le tiraban a una portería pintada con tiza sobre unas paredes húmedas y desconchadas.  Cuenta ufano que una vez le prometieron un puesto en un equipo importante si se dejaba meter un gol que le diera la victoria al equipo que representaba el directivo corrupto que le hablaba, y no sólo cuenta su honestidad, sino que una parada inverosímil a un penalti en el último minuto del partido final le permitió dejar su portería a cero.  También se ufana, y gusta verlo así, cuando cuenta que aquel equipo de San José estaba compuesto de estudiantes universitarios y algún profesor de Veterinaria.  Su club residía en un banco de la plaza de Santa Engracia.

En aquellos años vivió con su abuela Miguela en la calle Belchite y también comía muchas veces con los manoletes, sus jefes casi parientes y, ya novio de Josefina, en casa de su futura suegra Edmunda, a quien apreciaba y recuerda con mucho cariño porque lo trató como un hijo.

Cambió de trabajo buscando ganarse mejor la vida, pensando en su familia futura, y se convirtió en migrante a 120 kilómetros de su casa, se marchó a Sabiñánigo, pasando unos meses por Jaca, nada menos que durante diez años, para aprender el oficio con aquellos llamados ‘los chaparros’, los Rapún, luego con Ángel Campo, haciendo de camarero los domingos, su único día libre, en el Casino, y eventualmente como organizador de eventos en las fiestas o de alguacilillo en las corridas de toros.  Bajaba a ver a su novia con una Lambretta arriba y abajo por el Monrepós, cada tres o cuatro meses.

Se casaron el 8 de mayo de 1960 en la iglesia de San Miguel, donde bautizaron diez meses después a su primer hijo.  Josefina también era huérfana de padre desde la misma edad que Gregorio, y fue entonces su cuñado Luis el padrino, y la hermana de ella, María Pilar, la madrina.  Su viaje de novios fue a golpe de Lambretta desde Zaragoza a los Pirineos y hasta Calpe, el peñón de Ifach, ilusionados como jóvenes para comerse el mundo.  En sus escalas, tuvieron que enseñar en todos los hoteles el libro de familia, pues veían joven a Josefina, aunque ya tenía veintiséis años, y no se creían que estuvieran casados cuando pedían una habitación para los dos con cama de matrimonio.

Se volvieron a Sabiñánigo y vivieron en una casita de encanto a las afueras del pueblo, pero solo fue para unos meses, porque le habían encontrado trabajo en una carnicería de los Picazo y precisamente en pleno corazón del barrio de Montemolín, donde los dos habían vivido pegados a sus fronteras, en Miguel Servet, 97, con vivienda en la parte de atrás, que daba al corral de los Diago.  Años felices, unos cinco, en ese local, viviendo cerca de la madre y de la suegra, viendo crecer a los tres hijos que fueron llegando mientras la empresa ganadera se iba desmoronando.  En todo ese tiempo, no tuvo vacaciones y sólo un puente libre para tomarse un descanso fuera de Zaragoza.  Era el año 1967 cuando para agosto, Gregorio llevó a la familia a Panticosa a pasar una semana y él se volvió al trabajo.  El puente se lo tomó de fiesta y así pudo pasar un par de días allí antes de traerlos y casi le pilla un terremoto del que el famoso barman Perico Chicote hizo chanza cuando entregaba unos premios en el balneario, adonde pudieron llegar por una carretera serpenteante con aquel 4/4 renqueando y provocando una larga fila porque Gregorio no se atrevió a pasar de primera velocidad, por miedo a que se le calara en la subida.

Gregorio veía venir el descalabro de los Picazo al haber fallecido Leandro, el inteligente de los hermanos, y salió a tiempo, convirtiéndose en lo que hoy se llama emprendedor, sin cambiar casi de manzana, tomando en arriendo la carnicería de don Hipólito Melero, en el 85 de la misma calle, con un salto al vacío que parecían apaciguar las escasas nueve pesetas de su saldo en la cartilla de ahorros.  Tiempos quedaron atrás con los recuerdos de sus aprendices, de sus viajes semanales hasta la plaza de España para entregar la recaudación, de equilibrios para llegar a fin de mes y poder pagar el colegio de sus hijos o el seguro de aquel Renault 4/4 primero, o del Seat 600 después.

Fue Gregorio un seguidor a muerte de Los Magníficos del Real Zaragoza, acudiendo sin falta a la Romareda y contando con emoción aquel remate de Marcelino, esa carrera de Canario, el paradón de Yarza o la salida al corte de Violeta.  Vivió los desencantos del descenso a Segunda, pero gritó los éxitos de los Zaraguayos.  En uno de los trayectos con el Seat 600 para ver un partido contra el Sevilla, un poco más adelante de la iglesia de San Antonio se le trabó el pie en el acelerador y le dio un golpetazo al Dodge Dart que tenía delante.  Salió una señora encopetada que le dijo malencarada. “Pero bueno, si casi nos tira usted al Canal”. El pobre 600 se había quedado con una aleta pegada al neumático, y el soberbio Dodge se quedó con un ligero rasguño que más parecía un adorno que una consecuencia del choque.

El negocio empezó paso a paso a ir bien.  A Gregorio le gustaba que le dijeran que era industrial en carnicería.  Entre él y Josefina preparaban embutidos y algún preparado especial que eran admirados en el barrio, como la longaniza y las hamburguesas, que a veces elaboraban con sus hijos en la trastienda.  También traía conejos que criaban sus primos en la torre Olivera, y las clientas les hacían pedidos para los sábados, tal que así se quedaban hasta las tantas de la madrugada del viernes preparándolos para que al día siguiente sólo hubiera que entregarlos, lo que hacían sus hijos mayores, José Antonio y María José, ganándose algunas propinillas.  Acudía tres días a la semana al Matadero, que lo tenía ahí a mano, en el número 57 de Miguel Servet, para elegir el género y marcarlo con su sello GRP en rojo, como si de un exlibris se tratara.  Luego los traían por la tarde, los descargaban operarios vestidos de blanco con manchas de sangre, y Gregorio los colocaba en la cámara frigorífica a la espera de trocearlos para su venta.  Era hábil Gregorio con las herramientas de fileteado y deshuese.

Como les iba entrando dinerillo casi abundante, se cambió el coche por un Seat 124 D, con el que acudieron al valle de Gistain en el primer viaje, a visitar a su hijo el mayor al campamento Virgen Blanca, bajo el Posets.  Qué gran aventura, con el volante y el tubo de escape casi desencajados a la vuelta, después de ir más de 12 kilómetros por un camino forestal.  En Barbastro pudieron ayudarles en un taller y así llegaron a Zaragoza con más susto que placer viajero. Una vez arreglado, hizo una excursión a Sabiñánigo, para poder mostrar a aquellos amigos que había dejado años atrás cómo su negocio propio le estaba dejando una prosperidad muy evidente.  El aprendiz se había hecho empresario.

Después de vivir en la vivienda trastienda de la carnicería, se trasladaron por fin al 2º Centro de la calle Fillas, luego llamada Francisco de Quevedo, en principio proporcionado por los Picazo, pero que luego, cuando dejó la empresa, siguieron teniendo un par de años en alquiler, hasta que compraron su primera propiedad, en la calle Montearagón, 2, 1º A, un piso de pasillo largo y cuatro habitaciones, pero sin calefacción central, lo que le llevó en poco más de tres años a aceptar la oferta de su prima Emilia, de Peipasa, para comprar un piso en un edificio que había promovido esa empresa panificadora en la que sería después la calle Hermano Adolfo, en el 2, 6º D. Por supuesto, con calefacción central.

Es Gregorio un hombre de esa escuela que firma un contrato con un apretón de manos, un hombre al que la honradez le guía por encima de todo, que tiene la bondad como herramienta de trabajo y al que no le gusta deber dinero a nadie, ni a los bancos y, por eso, vendió de inmediato aquel piso de la calle Montearagón para pagar la deuda a su prima Emilia, a pesar de que ella le dejaba el tiempo que quisiera para pagar, diciéndole que “así te guardas el otro para alguno de tus hijos o para hacer patrimonio”.

Se murió Franco, y Gregorio recordó cómo el haber sido hijo de rojo le había colocado en listas de la policía política y así le negaron varias posibilidades que buscó antes de irse a Sabiñánigo, como trabajar de mecánico de aviación o entrar en alguna empresa grande o de funcionario.  Siempre estuvo en vilo como autónomo por si enfermaba o si le iban mal las cosas.  Trabajaba horas y horas para terminar las salchichas o la longaniza o deshuesar esa ternera o amasar carne picada para las hamburguesas.  Y todo con su Josefina al lado cuidando a los hijos, cocinando o llevando las cuentas, o saliendo a atender si la cosa se ponía apretada con tres o cuatro clientas en la espera.

Y en esa época de la Transición, con el miedo que le daba no se volvieran a repetir la guerra y la represión, afianzó con raíces el negocio, aunque no se atrevió a cambiar de local y ampliarlo a pequeño supermercado, como le hubiera gustado a la más lanzada Josefina.  Pero Gregorio se había hecho más conservador y no se quiso arriesgar.  La carnicería siguió adelante y en el verano de 1978 pudieron por fin salir de auténticas vacaciones, a Lloret de Mar, al hotel Mireia, con ayudas que todavía daba lo que se llamaba Educación y Descanso, dos semanas de hotel a pensión completa, repletas de excursiones por la Costa Brava que no olvidaron en muchos años.

En el 79, con el mayor en la mili, María José trabajando en Agrar y Andrés en la escuela taller del Ejército del Aire en Agoncillo, se cambió el Seat 124 por un Ford Fiesta 1100 Ghia, aún también de segunda mano, pero de apenas un año de matriculación y perfectamente cuidado. Iba el mundo dando coletazos y Gregorio

Y el 5 de octubre de 1981 llegó el primer nieto, Juan Carlos, de María José, que le trajo alegría y esperanza por la vida y el negocio, ya que la aparición de los mercadillos, con más puestos de carnicería, le había dejado muy preocupado por el futuro.  Pero el chaval, que revoloteó muy a menudo por el piso de Hermano Adolfo, le proporcionó esa vitalidad que transmiten los niños cuando te miran sonriendo sólo porque estés allí con ellos.

Y a partir de ese momento, ya fueron tiempos de más nietos, con Raúl, David, Laura, Eduardo y Sofía, que fueron llenando el corazón de Gregorio con cariño y esmero en ese entorno propicio para el desarrollo y que hacía olvidar las amenazas del destino.

Llegaron los tiempos de asentamiento en los que no faltaron inquietudes por el futuro, como en cualquier persona perteneciente a esa generación de la resistencia, a la que nada le fue regalado por la fortuna, y que forjó su patrimonio desde la nada, prometiéndose que la vida de sus hijos y de sus nietos sería mucho más fácil que la suya, que tendrían el sustento asegurado porque podrían estudiar y acceder a las cosas bonitas de la vida.

Gregorio y Josefina, con la existencia establecida en torno al cuidado de quienes tenían cerca de su alma, tejieron mallas protectoras por si, como le pudo pasar a Pinito del Oro, la trapecista que tanto gustaba a Gregorio, los esfuerzos se les fueran de las manos y cayeran al vacío.  Pero habían forjado brazos y regazos potentes gracias al arrope, al acogimiento y a la cercanía, esas manos sensibles y abiertas que acariciaban a la distancia como si las tuvieras aquí pegadas, en tu piel, con amor.

En 1995, llegó la jubilación, con la resaca del triunfo en la Recopa del Real Zaragoza.  Fueron desmantelando ese local con vivienda, donde estuvo instalado el laboratorio de fotografía, los juguetes para los nietos, las despensas de chorizos y longanizas... Gregorio vendió las herramientas, las cuchillas, los tajadores, la picadora, las balanzas, el mostrador frigorífico...  Se dio de baja en el Gremio de Carniceros y le agasajaron en una cena con esa placa de plata que guarda con orgullo por 52 años de trabajo en la profesión, desde los 13 hasta los 65, con jornadas de más de 12 horas al día, más de 70 a la semana, números que Josefina nunca contabilizó, a pesar de su orden para albaranes, facturas y recibos.  Se despidieron sin ruido, mirando atrás con satisfacción, sin rencores ni cansancios, con el agradecimiento al negocio y al oficio que les había dado mucho más de lo que hubieran podido esperar cuando festejaban de casi niños por las calles de Montemolín y San José.

Años atrás, Gregorio se había cuidado de ajustar la cotización para que le quedara un poquito más del mínimo.  Y también años atrás, Josefina se había creado un fondo de pensiones para poder aportar a esa época algo de paga que aliviara las cargas esperadas.  Pero a veces el destino te presenta delante a seres que te miman sin haber motivo, con una dedicación más que profesional como la de aquella funcionaria que le dio a Josefina la posibilidad de acceder a la jubilación del SOVI, por sus años cotizados como modista y algunos apaños legales, como añadir las vacaciones no disfrutadas, para alcanzar el mínimo de los 1500 días que daban derecho a una paga escasa, pero suficiente para añadir a la jubilación de Gregorio. Y así empezó otro cumplimiento de sueños. Liberados de cargas familiares, viajaron y viajaron, incluso hasta Buenos Aires, hasta Iguazú, hasta Uruguay... Galicia, Oporto, Canarias, Baleares, París...  lo nunca previsto desde aquella vez que vieron el mar Mediterráneo en el viaje de novios o disfrutaron del valle de Tena o de las playas en la Costa Brava.

Aquel dinerillo que habían ido ahorrando en ese fondo de pensiones, que ya ahora no era necesario para complementar los ingresos, sirvió para otro sueño, qué bien que las vacas gordas puedan llegar con deseos y esperanzas para disfrutar.  Gregorio y Josefina compraron un apartamento en Salou, al que se marcharon varios meses al año, en la calle Huesca, cerca del paseo Jaime I, con sus nietos aún pequeños Sofía y Eduardo, tiempos para disfrutar con paz y paciencia del sol, del mar, de la pineda cercana, de la alegría de los nietos.

Edmunda, la suegra de Gregorio, vivió hasta casi los 99 años, le faltó una semana.  Falleció en 2004.  Y esos años de viajes por el mundo o en ida y vuelta a Salou, se combinaron con el cuidado durante más de 15 años de esa mujer de carácter que se fue marchando de a poco, casi en silencio, molestando lo menos posible, hasta que murió en casa con las manos cogidas de sus dos hijas, Pili y Josefina.

En el parto de Andrés, allá por el 20 de octubre de 1965, se le manifestó a Josefina una estenosis mitral, congénita, que hasta entonces no le habían diagnosticado.  Cuenta Gregorio que le debe la vida de los dos al doctor Teixeira, quien la atendió y consiguió revertir una situación que pudo ser fatal.  Pero el corazón estaba lesionado y era cuestión de tiempo que no fuera a más hasta incluso impedir el movimiento a causa de que el esfuerzo no podría ser soportado. Después de varias soluciones que alargaban la problemática, no quedó más remedio que someterla a una operación para colocarle las válvulas que podrían facilitar el tránsito de la sangre en su corazón de manera fluida para obtener una adecuada oxigenación y volver a un estado de vida normal.  La operación fue bien.  Se realizó en mayo de 2007.  Tenía Josefina 73 años y se abría así un período con posible calidad normalizada.  Pero cada hito en la vida se apoya en el destino, parece ser, y después de la intervención sufrió un ictus que cambió de objetivo las esperanzas.

Gregorio tuvo que volver a demostrarse que era un hombre de palabra con el compromiso, la honradez y la entrega incluidas en su ADN. Él se dijo que ahora tenía que dar la talla y así cambió su meta de vida cómoda y descansada por una transformación vital que le dio el rol de cuidador durante nada menos que nueve años. Más que cuestión de honor fue cuestión de amor.

La generación de Gregorio se fundamentó en patrones de comportamiento absolutamente distintos para el hombre y para la mujer.   En el matrimonio habían adoptado tácitamente esos patrones sin que nada ni nadie pidieran otra actitud.  Cuando Josefina enfermó, con el ictus del que ya no pudo recuperarse, a pesar del empeño médico y familiar en ello, Gregorio comenzó a asumir su nuevo rol de amo de casa junto al de hombre proveedor.  A los 76 años, su modelo de funcionamiento se llenó de cacerolas, carros de compra, fregonas, bayetas y productos de limpieza, mientras aprendía más y más qué debía hacer para ser el mejor cuidador del mundo, el mejor cuidador de su mujer.  Se habían casado en 1960.  En 2010 pudieron celebrar los 50 años de matrimonio.  Habían visto cómo crecían sus hijos, con sus estudios, sus buenos puestos de trabajo, sus bodas, los nietos, los biznietos... 50 años que les habían dado la vida desde aquel compromiso que nació aún mucho antes, en 1948, cuando se prometieron en aquel corral de la calle del Salvador, enfrente de la carnicería de Manolete y con la tía Felisa vigilante.

El cuidado de Josefina supuso un tránsito por centros de día y residencias que Gregorio asumió desde la aceptación y la entrega, siempre con la esperanza de que tal o cual fisioterapeuta descubriera tal o cual ejercicio, que tal o cual logopeda descubriera tal o cual práctica que devolviera a Josefina el estado que pudo mantener apenas unos días después de la operación, hasta que el dio el ictus.

No faltó un día Gregorio a su cita con Josefina, con mimo y cariño, con entrega y dedicación, llevando escondidas en el bolsillo aquellas bebidas reconstituyentes que no le daban en las residencias, o esa golosina que siempre agradecía con una sonrisa que le iluminaba sus ojos azules.

Josefina falleció el 23 de enero de 2016. 

Hasta ese día, a la par que su labor, Gregorio celebraba con emoción los títulos universitarios de sus nietos, que superaban a los de sus hijos, con su emigración mucho más allá de Sabiñánigo para abrir la familia al mundo, el nacimiento de sus biznietos...

Hace poco vendió el apartamento de Salou.  Quizá se le pudo caer alguna lágrima, pero tuvo convencimiento y aceptación, vive el tiempo y la época que le toca vivir y mira valiente, como siempre lo fue, como cuando se enfrentaba a un penalti o a un novillo, hacia el aquí y el ahora.  Ha cumplido 93 años. Recuerda dónde estuvo cada una de las tres carnicerías, sus viviendas, los nacimientos de cada hijo, los bordillos de la plaza Utrillas, las leyendas del palacio de Larrinaga, las entradas al Matadero Municipal, el cine Roxy, las butacas de madera de La Salle Montemolín, y allá a lo lejos, aquella carnicería de Ángel, o más aún, la torre Olivera, donde su madre y su abuela le obligaban a comer verdura.

Epílogo de "Otoño contigo"

Epílogo de "Otoño contigo"

Hasta aquí llega Otoño contigo, selección de relatos como seres de otros mundos, que presenta ese título con aroma a petricor, color amarillo y dulce preámbulo para la época más cálida de la existencia en este mundo.

En 2011, cumplidos los 50 años de vida, recogí mi obra literaria en una compilación que titulé En medio de la vida, nacida de una catarsis. Han pasado doce años, unidad de un reloj, de un año y de las leyes mágicas del universo.

Hace tiempo que vengo en transición (diferente de la catarsis) y ya termina. Llegamos a ser otros, quizá otros más, cuando vamos cruzando los puentes.

Estas has sido las colecciones de relatos publicadas:

  • Arañazos
  • Epistolario de un oficinista (selección)
  • El juego de las sillas
  • Cuentos de Luz
  • Fábulas de Montemolín
  • Qué cosas tienes, Ceferino
  • Inútiles directivos
  • Mujeres que llenan mis noches
  • No es cierto que las madres son maravillosas (selección)
  • Hemistiquios
  • Nada es como tu nombre
  • Evangelios mágicos (selección)
  • Amando a mares (selección)

En total han sido más de ciento setenta relatos en cuarenta y dos años, de diferentes temáticas, extensiones y técnicas narrativas, es decir, eclécticos, tal como he calificado mi estilo cuando me han preguntado.  Podría ser también variado, diverso o heterogéneo.  He deseado desde mis primeros escritos repetirme lo menos posible y así fueron surgiendo con esos estilos diferentes, e incluso pretendidamente originales, con las que contar mis imaginaciones y mis intuiciones, ingredientes en la marmita que Juan Rulfo asigna a la creatividad (junto con la voluntad, el trabajo y el esfuerzo).

Me he ocupado, no mucho tiempo, en hallar en lo escrito una división por etapas, y lo he conseguido, salpicado de cierto escepticismo… pero he descubierto algunos hitos que podrían marcar también un giro, cambio o revolución en mi contenido literario.  La incluyo en el prólogo y la transcribo aquí:

“la más antigua recorrería los años de 1981, fecha del primer relato, a 1994, año en que viajé a Argentina; la central, que ocuparía el período hasta 2011, cuando decidí hacer la recopilación En medio de la vida; y la tercera desde ese año hasta 2023.”

Trece, diecisiete y doce para cada una de ellas, respectivamente.  

Ciertamente, este año que está concluyendo ha supuesto, por varias razones, una evolución vital, más allá de la literaria, pero, por tanto, también literaria.  Guardo tres poemarios y una novela en el cajón, que han ido naciendo desde principios de 2022 a estas fechas.  Serán las obras de paso, y así entro en esa cuarta etapa incierta, pero atractiva; el mundo sigue, nunca se detiene, y juego con ventaja, porque lo sé.

 

José Antonio Prades

8 de noviembre de 2023

Prólogo de "Otoño contigo"

Prólogo de "Otoño contigo"

Según la numerología, el 22 es un número maestro. Se asocia con la capacidad de traer los conceptos espirituales a planos concretos, incluso de convertir los sueños en realidad.  Este libro, por alguna razón causal, es decir, sin premeditación, repite por dos veces ese número.  Son 22 los relatos que he escogido de mi obra impresa para brindártelos en unión, y 22 también son los inéditos que incluyo en la segunda parte de esta selección titulada Otoño contigo.

La tercera estación del año es la del colorido, y para la metáfora en la vida es la del asentamiento.  Desde ahí, he vuelto a mis relatos para ir a tu lado con estas creaciones escogidas, que buscaron en su día recrear un mundo de lectura dentro de este mundo de locos.  Hoy repiten intención con distintos compañeros, que son influencia para impulsarse de formas diferentes y llegar a distinto público, quizá como tú.

En el índice al final de libro, podrás comprobar los años de creación y las obras que los acogieron. El más veterano nació en 1982, cuando cumplí esa edad mágica de 21 años, cuando me incorporé al mercado laboral y cuando soñé que jugaba el Mundial de fútbol que se celebraba en España. Fue entonces el momento en que había recorrido el tercio de los años que ahora tengo, nada más y nada menos que un camino de vida, acompañado de avatares y corazones para llegar a comprender cuál es la misión que elegí: estar aquí contigo, en el otoño, con lo creado gracias a las capacidades obtenidas para ofrecértelo con el deseo de que disfrutes y adivines los entresijos que en la mayoría de las ocasiones ni yo mismo he sabido encontrar.  Pero están, seguro.

Desde Arañazos hasta Nada es como tu nombre, sobrevolando varias colecciones de relatos, esta selección se adentra en cada una de mis ciclos y deseos de influencia o comunicación.  Establezco la selección desde tres etapas; la más antigua recorrería los años de 1981, fecha del primer relato, a 1994, año en que viajé a Argentina; la central, que ocuparía el período hasta 2011, cuando decidí hacer la recopilación En medio de la vida; y la tercera desde ese año hasta 2023.

Los inéditos van aquí para darles casa, ya que no aseguro que la puedan tener después y no quiero dejar a ninguno atrapado en mis archivos.

Quiero reiterar aquel cometido desde hoy mismo, más lleno de experiencia, de alegrías y sinsabores que me han movido por la dualidad de la vida, ahora que ya he aprendido que no hay buenos ni malos, ni derechas ni izquierdas, ni dioses ni diablos, sino resortes que estimulan el camino para no desviarte de la ruta hacia el amor.

Camarada, colega, avancemos juntos. No importa la meta, es el camino.

 

José Antonio Prades

 A 9 de noviembre de 2023

Reseña de Vivir a contratiempo (José María Ariño Colás)

Reseña de Vivir a contratiempo (José María Ariño Colás)

Estas líneas comienzan en el veterano bar Las Palmeras de la calle Doctor Iranzo de Zaragoza, la única que une o atraviesa los barrios de Las Fuentes y Montemolín.

El doctor Vicente Iranzo fue ministro en la Segunda República. La calle que lleva su nombre nace en el paseo de Echegaray y Caballero, dramaturgo y compositor, respectivamente, de la zarzuela Gigantes y cabezudos, emblema aragonés, y muere en la de Francisco de Quevedo, escritor conceptista, más conocido como poeta, emblema del Siglo de Oro español. Como puede comprobarse, Echegaray y Caballero con Francisco de Quevedo forman un pareado de arte menor en rima asonante. Y es que estas líneas van a continuar repletas de poesía. Poesía tan bucólica y estentórea como la Segunda República de Iranzo, que cambió un rojo por un morado. Bucólica porque nace en el mundo campestre de Aliaga, en Teruel ni más ni menos. Estentórea porque nace con el oxímoron de un grito en silencio desde lo más profundo del corazón. Corazón que también se pronuncia amor, como en los protagonistas de Gigantes y cabezudos.

José María Ariño Colás es amor. Y escribe tan desde allí que, cuando me iba mostrando uno a uno sus poemas, se detuvo varias veces para sujetar sus lágrimas.Y es que vive en la incertidumbre, como nos quiere transmitir con su poemario, su primer poemario, gestado suspiro a suspiro, desde sus dudas que no sabe que son certezas. Certezas del amor.En ese bar arriba citado, quedamos José María y quien suscribe para hablar de poesía, entre otros temas, rodeados de personajes escapados de las figuras negras de Goya, quizá alguno de Los olvidados y un par de Viridiana (Buñuel, que rima con Teruel, merece dos citas).Hablábamos antes de amor. Y no encuentro otro tema unificador en el poemario de mi buen amigo aliaguino.

“Cada uno escribe con lo que tiene”, me decía él entonces. Y qué mejor prueba que estos cincuenta poemas que dedica a su hijo Pablo y a su mujer, Nieves.

Todas las composiciones van encabezadas por una cita de los literatos que le han inspirado, Kavafis, Neruda, Lorca, Olga Bernad, Emilio Gastón…, pero uno de ellos, repetido por dos veces, es quien más asoma entre los versos, don Antonio Machado. 


Recuerdos de una infancia adormecida

allá en la sierra austera del Maestrazgo.

(De RECUERDOS, pág. 15)

¿A quién esos dos primeros versos no le evoca el Retrato del poeta sevillano? Sea Aliaga por Sevilla, el Maestrazgo por Andalucía, y una “enciclopedia amarillenta”, como la que un profesor, tal como Machado y Ariño lo fueron, hiciera leer a sus alumnos en algún aula helada de las estepas españolas, sean Soria o Teruel.


“Vino , primero, pura, / vestida de inocencia, / y la amé como un niño” (Juan Ramón Jiménez, en Eternidades)


No me hables del amor.

Prefiero que me muestres la dulzura

de tus ojos de luz,enamorados.

(De ODA A LA BELLEZA, pág. 24)


Transcribo esta cita y esos primeros versos del poema que le sigue, porque contienen ambos esa referencia al premio Nobel, otra de las principales influencias que contiene este poemario.  Belleza, amor, infancia, inocencia, que se unen al reiterado regreso a la naturaleza de su Aliaga, revisitada con nostalgia.


Por mucho que te alejes,

por mucho que te evadas,

sabes que volverás

a tus raícesal filo del otoño

en un rincón ameno

y apacible

(De TUS RAÍCES, pág. 46)


Y en esa humildad que transmite en su mirada, en esa introspección que demuestra en cada verso, Ariño nos invita a seguir leyendo tras el primer poema, en el que susurra:


Pensabas que el poema

era un acto sublime

inalcanzable

(De APRENDIZ DE POETA, pág.13)


y continúa con SER POETA “…o mendigo, …o bohemio, …un peregrino, …un hombre sincero”, ya que “Lo demás son postizos añadidos”. (De SER POETA, pág. 14)

Estos temas literarios —siempre con el propio autor como sujeto de cada poema, aunque hable a los demás como a sí mismo— se anclan con un lenguaje claro y directo, con la palabra sencilla y el sentimiento vivo.  Nos transporta en un velero sobre un mar calmo, en el que acaban de pasar las tormentas, y donde más allá del horizonte se vive con el pasado y se ve la orilla como esperanza del futuro que le atrae.  Escribe desde las emociones de un desengaño derrotado, desde el ambiente otoñal que peinan sus canas, pero haciendo hablar a un vibrante corazón que se llena de primaveras y veranos.


Aprovecha el momento

del amor,

de los sueños

(De MOMENTOS, pág. 79)


VIVIR A CONTRATIEMPO es un poemario creado a fuego lento, desde un interior que vibra con la poesía como forma de entender al mundo y de transmitir lo que su enseñanza proporciona. José María Ariño es maestro y nos lega su cátedra en cincuenta poemas con los que ha aprendido a VIVIR A CONTRATIEMPO.


José Antonio Prades

31 de octubre de 2023

Abducción

Abducción

 

Volvía de un evento, especialmente anhelado, a las 10 de la noche de un domingo de invierno.  Vivo en una casa antigua, en un paraje cercano a una zona de montañas rocosas de Aragón, los mallos de Riglos.  Fue un trayecto extraño, me habían entrado llamadas al móvil que pasaban por bluetooth al audio del auto con extraños ruidos de conexiones fallidas.  Era un número oculto.  A veces esos sonidos de entrada parecían jadeos de mujer.  No podía separarlos del golpeo que las enormes gotas de una tormenta salpicaban la tierra, los árboles, la chapa y el parabrisas.  También aparecía el relámpago con el trueno subsiguiente, luz y estruendo, magnífico espectáculo.  Conforme avanzaba por la carretera, el ambiente se enrarecía más y más.
Llegaba de un congreso realizado en el Pirineo aragonés oriental, concretamente en el valle de Pineta, donde varias ponencias, entre ellas la mía, hablaron de avistamientos extraterrestres en la zona, que presentaba mucha actividad al respecto.
Intenté abrir la puerta del garaje con el mando a distancia, pero falló —no había luz eléctrica, supuse—, así que salí del coche, me mojé hasta la médula, la levanté manualmente y me introduje raudo y veloz en el habitáculo. Nada más cerrar la portezuela, un enésimo relámpago iluminó hasta las mismas tinieblas del espacio sideral.  Y mientras resonaba el trueno subsiguiente, entendí que en la ventana de mi dormitorio había visto reflejada una sombra extraña.  Parecía imposible que la oscuridad reinante, sólo rota por los faros del auto, pudiera darme esa imagen.  Lo achaqué a la tensión del viaje bajo la lluvia.  
Quise arrancar el motor para acceder al garaje... y ni mención hizo.  Además, los faros se apagaron.  Quedé reducido a la más absoluta oscuridad.  Saqué el móvil, por supuesto, y ya te podrás imaginar que tampoco funcionaba.  Más truenos, más relámpagos, sonido de naves espaciales... sí, ovnis por encima de mí, a lo lejos y cerca, me pareció sentir una invasión con destellos más potentes que los relámpagos... y silbidos, sonidos de afiladas espadas eléctricas cortando el aire, el agua, el techo de mi auto. El perfil de la figura continuaba restallando allá arriba con cada fogonazo... y además me miraba, quise creer.
Sin techo, el coche se inundaba; mi pelo, mi camisa, mis pantalones, mi piel se llenaban de más agua sucia, con una sustancia viscosa; quizá fuera barro. 
¿Sabes? No tenía miedo. Estaba escrito, era esperado. En aquel congreso, había recibido el mensaje de que iban a realizar 
conmigo una abducción para después poder transmitir al mundo, a través de mi actividad periodística, cómo eran los mundos de las Pléyades.  Me sentí completamente seguro de que se estaba cumpliendo lo predicho, que me iban a meter en cualquier nave que me llevaría a esa civilización avanzada. Lo que me pareció una comunicación absurda en su momento se iba a cumplir y estaba preparado, incluso excitado, lleno de energía interior para cumplir la misión asignada, ya tantos años perseguida con mis investigaciones.
Entré a casa.  Antes de nada, quería secarme, cambiarme de ropa, y vino la luz, se inundó el pasillo y el dormitorio de luz halógena con todo el alumbrado activo. Sobre la cama, me esperaba mi novia, desnuda, provocativa, sensual, expresivamente excitada:
—Ven, tu camino a la galaxia pasa a través de mí.