Blogia
Molintonia

A la vez que tú

Miro hacia la calle, hermosa, hermosa tú, y observo los andares de la gente que pasa por delante de la ventana.  Ellos no ven adentro, fuiste lista colocando estas cortinas porque nunca me gustó vivir en un bajo, pero ahora te lo agradezco, sólo tengo que subir un escalón, que no está nada mal, bien puesto está por si algún día se desbordara el río, como nos pasó aquella vez en los Pirineos…  Hala, nos pusimos de barro como un cristo, corriendo porque casi nos alcanza la riada.  Ya no soy el mismo, lo he admitido hace muchos años, no es para que lo discutas, pero puedo subir ese escalón sin apoyarme en nada, sólo con el impulso de mi pierna, esta pierna de ciclista que tantas veces depilaste a pesar de que te parecía algo mariquita la cosa.

Ellos pasan y no miran adentro, porque no ven nada, tardo mucho en encender la luz, sería así cuando me verían y yo no los vería, pero entonces bajo la persiana del todo, del todo, hasta abajo, ahora que no me reniegas, mujer, que yo respiro bien y el olor a viejo que pueda haber no se nota cuando estás dentro.  Trajín que dura hasta casi las nueve, cuando he dado algunas cabezadas ya, pero no me voy a la cama porque no me dormiría para largo, sólo es que cierro los ojos para tomar fuerza y recordarte de nuevo, bonita mía.

Isidra, la del tercero, está en el hospital, una embolia, tantas varices que tiene, y tantos años; bueno, dos más que yo.  Querían dejarme el gato, pero no he aceptado, con muchas excusas, así que se habrán dado cuenta de que ninguna era cierta.  No lo he aceptado porque a ti no te gustan los gatos.  Ahora da igual, ya lo sé, pero es que ya estoy acostumbrado a estar solo y ese bichejo tampoco hace compañía porque se escapa a todas horas para fisgar en el patio de luces por los ventanucos de los retretes, así se pasa las tardes, que es cuando yo más lo necesitaría; la compañía, digo, el gato no, ni perros, ni pájaros, ya es bastante con el murmullo de la televisión o, te habrás dado cuenta, con esa serenata de Schubert, la que nos cantó la Mónica en las bodas de oro, que te gustó tanto, qué bien canta mi sobrina.  Vino a visitarme el mes pasado, es tan maja la chica, hablamos de esa canción y, aunque está de gira, consiguió hacérmela llegar cantada por ella.  La pongo todos los días a las seis de la tarde, después de merendar, y está en otro idioma, pero recuerdo lo que ella nos contó, que era de un amado a su amada, tierno sueño o algo así.

Estoy triste, bastante triste.  Hace mucho frío y casi no salgo del comedor, me pongo en la mesa camilla con el brasero encendido y, cuando me canso de los cotilleos o de ver los documentales tan sosos, leo poesía… He vuelto a la poesía, bueno, a un libro de poesía, que por mucho que lo leo no consigo entender bien sus versos.  Es el de Pedro Salinas, el que nos encontramos en aquel hotel perdido de la playa, donde casi no dormimos.  Tiene frases que me siguen pareciendo raras, pero como tienen tu olor, las repito y las repito y las repito.  Si me canso, pongo de nuevo la tele, pero raro es el día que con la serenata y con las poesías no me entretengo hasta la cena, con un lloro de cuando en cuando.  Es por el tiempo tan malo, que no salgo y por eso estoy triste.

¿Ves?, hoy me he quemado, no me hago con la cocina por más que quiera, y me duele mucho esta quemadura, ahora le acabo de aplicar un buen chorro de aceite de oliva.  Si es que no puede ser, déjame protestar un poco, no me van nada las faenas de la casa, y gracias que el ayuntamiento me manda esa chica con tanta rasmia, pero lo que tengo que hacer yo…  En fin, lo que siempre digo, me tenía que haber muerto a la vez que tú.  Y no me reniegues, mujer, que no es una herejía, ya me lo he confesado para que no te enfades, pero supongo que cuando lo pienso estoy de nuevo en pecado mortal y me tocará ir al infierno, me da igual, pienso lo mismo, y me iré contigo  estés donde estés, que ya te encontraré; nunca me ganaste cuando jugábamos al escondite.

0 comentarios