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Molintonia

A mesa puesta

Una copa para cada bebida, para vino, para agua, para champán, copas talladas, cristal de Bohemia, sonoro con un golpe, brillante, lleno de fulgores cuando refleja la luz de las velas, hace tanto tiempo ya… las velas, blancas, sobre candelabros de bronce, de brazos retorcidos que se alargan hasta la pared para acariciarla temblorosamente… siempre coloca en ese orden los aderezos para estas cenas que ya se prodigan menos, de cuando en cuando, para honrarlo, para agasajarlo, para amarlo un poco más, primero los candelabros, dos de tres brazos cada uno, envejecidos… después, las velas, que enciende a continuación porque prefiere esa luz en su ritual, luego el centro de flores secas, bajo, que no moleste,  pero colorido… es lo que ahora está puesto mientras coloca los manteles individuales, amarillo pálido con azul al borde, que destacan sobre el color del tablero, marrón oscuro, bordados con rosas, bordados por sus propias manos…  copas, velas, candelabros, flores, manteles… servilletas que irán con un aro en mate plateado salpicado con unas estrellitas incrustadas, a estrenar en esta cena, siempre ha incluido algo nuevo en cada ceremonia, ahora son los servilleteros, que desenvuelve de un papel fino, saca las servilletas, también amarillas pálidas con ribetes azules, y las introduce lentamente por el aro, cierra los ojos, recuerda otras veces, otras cenas, otros preparativos… saca las dos servilletas que coloca sobre los manteles de momento… levanta una copa y la mueve, la gira entornando los ojos para ver a través de ella los destellos de las llamas que parecen sonreírle, la golpea suavemente con la uña, escucha su nota, la lleva hasta sus labios, rojos, carmín de fuego y la deja a milímetros escasos, chasquea con la boca… se acerca al mueble para sacar los cubiertos, de plata, tallados en su mango, con una piedra azul, zafiro probablemente, en la parte gruesa, a juego con el ribete de las servilletas… deposita primero la cuchara de postre paralela al borde, una en cada lado del tablero, coloca más dulcemente en la derecha las cucharas soperas, ahora en la izquierda los tenedores grandes, tienen pavo de segundo, pavo relleno… los cuchillos de punta redondeada, muy grandes, van pegados a las cucharas de la derecha, sin tocarlas… y ahora culmina la colocación de los cubiertos poniendo a la vez dos cuchillos y dos tenedores más ligeros… ah, falta el cuchillito para el pan, que deja preparado donde después pondrá el plato pequeño… le espera la vajilla, blanca pura, con relieves de arabescos en las solapas y un fino cordón dorado sobre el borde externo, es de oro, él no lo sabe, su hijo menos aún… primero los llanos, muy grandes para su gusto, impolutos, brillantes, luego los hondos, para la sopa de fideos gruesos, encima de los otros, con cuidado para no rayarlos, para no hacer ruido, calculando el movimiento para que apoye con fineza… los del pan en la izquierda… el cuchillito encima… recoge las servilletas con sus aros y las coloca levantadas sobre el plato hondo… ya casi está… panecillos…  la jarra del agua, de la misma cristalería, algo pesada, pero tan bella, así mejor, a juego con las copas… se separa un par de metros, casi bajo el dintel de la puerta que da salida al pasillo y revisa con la mirada la perfección del conjunto en un silencio titubeante a la luz de las velas…. cuánto le gusta llegar a mesa puesta.   Suenan los pestillos, no es él, él es apagado, dulce incluso abriendo la puerta, pero no puede venir nadie más, Toñín tiene concierto, es un cric crac rápido, se ha equivocado quien sea y ha cerrado el pestillo, luego lo abre, las llamas tiemblan, tiemblan y se apagan con la corriente provocada por el movimiento de la puerta abierta de golpe. Son gritos, gritos, qué mierda, qué mierda, y aquí estás tú, vieja de mierda, el concierto se ha ido a la mierda… ella se lleva las manos a la cara, se protege, y Juanico, el “Joputa” para los amigos, se inclina un poco, estira el brazo y barre la mesa mientras brama, lo destroza todo.

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